lunes, 28 de diciembre de 2020

Carriles bici originales

El cachondeo con el concejal de movilidad de la ciudad de Valencia, Giuseppe Grezzi, continúa sin parar. En esta ocasión, ha sido el objeto de la tradicional inocentada del día de hoy. Y es que, para informar a quienes lean estas pantallas y no sean españoles, el 1 de abril, que es el "fool's day" en medio mundo, en España no pasa absolutamente nada (no sé si en otros países sucede lo mismo). El día equivalente en España, donde se dan las noticias falsas con intención de hacer gracia, es hoy, 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes; todo el mundo buscaba las noticias falsas, al menos hasta que apareció "El Mundo Today" y otras publicaciones satíricas de ese tipo, que ofrecen las mismas noticias falsas y (muchas veces) graciosas todos los días, con lo que el 28 de diciembre no ocurre nada especial.

En esta ocasión, la noticia es ésta, y ha sido ampliamente difundida en redes sociales. Además, desde que los medios de comunicación dan la posibilidad de insertar comentarios a las noticias, siempre hay alguien que queda en evidencia y se toma la noticia en serio.

Supongo que el propio Grezzi estará encantado de ser el protagonista de una inocentada como ésta. Al menos, yo lo estaría en su lugar. Por cierto que, entretanto, he tenido ocasión de utilizar el carril bici de la Gran Vía Fernando el Católico que comentaba el otro día y, como era de esperar, no lo encontré peligroso en absoluto y, desde luego, no en comparación con lo que viví durante mis años de estudiante. Hay espacio para todo el mundo, está todo bien señalizado, y no veo por qué tiene que ocurrir alguna desgracia, como profetizan los más agoreros; al menos, lo que está claro es que las posibilidades de que ocurra la desgracia son mucho menores que antes.

En cuanto a mi impresión de residente extranjero recién llegado a España, pues creo que la gente está mucho más cansada de las restricciones de lo que lo estaba hace dos meses, cuando vine por última vez. Creo que la paciencia se está terminando y que mucha gente que, por lo demás, no tenía un concepto muy elevado de las reuniones familiares de estas fechas, las está echando de menos cuando se las han quitado, además de que, las que ha habido, las ha habido muchas veces en ausencia de algún pariente, y se les echa en falta. Ése ha sido mi caso, por desgracia de forma definitiva, pero también el de muchos otros que, sin llegar al extremo, tienen a sus padres y abuelos confinados en residencias, de donde no les dejan salir en estos días, y que, como mucho, se han podido saludar desde un balcón.

En el caso particular de Valencia, a donde he logrado llegar burlando el cierre perimetral (y porque tenía una causa justa para burlarlo), a ello se añade que, de repente, los contagios han aumentado de forma notable. Durante el verano, y tras el mismo, la Comunidad Valenciana podía mirar a las demás por encima del hombro, gracias a su reducido número de casos, que le valió ser considerada como zona relativamente segura y destino preferente, incluso turístico. Sin embargo, la dicha ha durado sólo unas semanas, hasta el punto de que los datos valencianos son ahora los peores de España, y son las autonomías más castigadas en otoño las que nos miran ahora por encima del hombro, lo cual debería ser una cura de humildad para todos los responsables políticos, que ni eran tan buenos en verano, ni seguramente son tan malos ahora.

En los próximos días deberé seguir desafiando el cierre perimetral de Valencia, porque tengo que desplazarme a Madrid antes de final de año; pero luego tendré que volver a Valencia, porque mi vuelo de vuelta a Bruselas, que compré antes de que se supiera nada de los cierres perimetrales, debería despegar desde aquí. Y, entretanto, el gobierno belga ha adoptado medidas más severas y exige unas pruebas PCR negativas recientes a todo el que acceda a territorio belga, excepto a los residentes. Es decir, que en los próximos días voy a tener que convencer a las autoridades belgas y españolas de que resido en Bruselas, Madrid y Valencia, más o menos al mismo tiempo. Además, parte de esos viajes los haré acompañado de mis hijos... que también deberán convencer a las autoridades competentes de que residen en tres sitios diferentes.

En fin. Veremos si la experiencia acumulada de supervivencia en Rusia me resulta útil en esta tesitura, o me he ablandado excesivamente con las comodidades de Europa Occidental. Pero eso lo veremos en los próximos días. Hoy no, porque se hace tarde.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Sucesión matemática

Hay cosas que no tienen remedio.

Otras que dan bastante yuyu...

Laurentius von Buchweizen, agricultor, falleció en diciembre de 1940, a la edad de 81 años.

Tuvo un hijo, Bernabé von Buchweizen, agricultor, que falleció en diciembre de 1980, a la edad de 85 años. Cuatro más.

Éste, a su vez, tuvo un hijo, Padralfor von Buchweizen, agricultor, que acaba de fallecer en diciembre de 2020, a la edad de 89 años. Cuatro más.

También éste tuvo hijos, en particular uno, que escribe estas líneas, y todas las demás de esta bitácora, que atiende por Alfor von Buchweizen y que, si se sigue la sucesión matemática expuesta arriba, debería fallecer en diciembre de 2060. Para seguir la sucesión matemática, en diciembre de 2060 debería tener 93 años, cuatro más... Y sí, es exacto.

- ¡Oye, 93 años, ni tan mal! - ha sido la reacción de Ame (Ame von Buchweizen, obviamente) cuando, en la estación de tren, poco antes de partir hacia Valencia, y de allí al pueblo, a los funerales, le he expuesto la sucesión arriba reseñada.

- Hala, macho, pues continúa la sucesión matemática ¿A quién le toca en diciembre de 2100 tener 97 años?

Ame se quedó pensando un momento.

- Eso es muy fácil de romper. Me tiro por la ventana y arreglado. Yo a los 97 no llegó.

- Bueno, pero da yuyu o no lo da.

- Lo da, lo da.

Yo no sé tampoco si voy a llegar a los 93, pero lo cierto es que da yuyu. Y, eso sí, es un incentivo para hacer planes con un horizonte temporal ¿Algún lector quiere continuar con la bitácora dentro de cuarenta años?

jueves, 24 de diciembre de 2020

Feliz Navidad

Pues sí. A todos los que lean estas líneas, por raras que vayan a ser sus navidades este año, lo serán menos si tienen en cuenta que lo más importante de la Navidad no es irse de compras, ni ponerse ciego de turrones, ni siquiera encontrarse con la familia: lo importante es que celebramos el nacimiento de nuestro Salvador, y eso lo podemos hacer con independencia de la situación en la que estemos. E incluso podemos cantar villancicos juntos por videoconferencia. Para alguien que sabe lo que hace, y lo que se cuece en fechas, la Navidad es forzosamente una fecha dichosa.

Y, para los que llevan años omitiendo la palabra "Navidad" en sus felicitaciones y, como mucho, al llegar el 1 de enero lanzan un "Feliz año nuevo", que sepan que el año pasado se equivocaron de medio a medio.

Así que vamos a lo que no falla: ¡FELIZ NAVIDAD!

lunes, 21 de diciembre de 2020

Gentes sin miedo

Al final, con la boca pequeña, vuelve a haber misas públicas en Bruselas. Digo públicas por llamarlas de alguna manera, porque, en realidad, desde el 13 de diciembre, lo que se ha autorizado es la reunión de hasta quince personas en los templos, sin contar los menores de doce años. Eso permite entrar a los templos... si alguien tiene la bondad de abrirlos, claro, porque el obispo puede indicar que los templos queden abiertos para acoger a los fieles que vayan a rezar, pero el obispo, y nunca mejor dicho, puede decir misa. Los que mandan en los templos católicos belgas cada vez son menos los obispos, ni siquiera los sacerdotes, y cada vez más los laicos que de hecho están al frente de las unidades pastorales y parroquias y controlan el acceso a la misma con mano de hierro.

En esta situación tan penosa, uno se pregunta cómo ha llegado a haber un colegio episcopal tan borrego como el belga, incapaz de levantar un poco la voz y decir que con la Eucaristía no se juega. Muy al contrario, los obispos belgas no paran de repetir lo peligrosa que es la pandemia y la solidaridad que tienen con este gobierno que deja abrir IKEA, pero no la catedral. Estos obispos vivieron durante su infancia en un país entonces católico, estudiaron en un seminario razonablemente nutrido, en una universidad católica, y han tenido la vida resuelta desde que fueron ordenados. Así las cosas, no es de esperar que se jueguen, no ya la vida, sino una multa por parte del gobierno. En Irak querría verlos yo dando testimonio.

En el mundo hay de todo, y estos días he pensado bastante en el señor de la foto, que quien haya leído hasta aquí pensará que es uno de los obispos belgas, pero no lo es. En realidad, ha aparecido al menos tres veces en esta bitácora, más concretamente aquí, aquí y, sobre todo, aquí, ya incardinado en su actual destino.

Efectivamente, se trata del actual arzobispo de Minsk y Magilov, monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, que, a sus actuales 74 años y cerca de presentar la renuncia, a lo que no renuncia es a defender sus creencias en un lugar tan poco propicio para el pensamiento libre como la Bielorrusia de Lukashenko. De hecho, después de unas elecciones presidenciales que Lukashenko dice que ha ganado con el 80% de los votos, cosa que mucha gente directamente no cree, salió de su residencia, se dirigió a las puertas de una prisión en la que Lukashenko había hecho encerrar a gente que protestaba por el pucherazo, y se puso a rezar allí. A rezar, no a manifestarse ni a protestar contra el gobierno, aunque es cierto que también hizo declaraciones en las que aseguraba no ver clara la limpieza de las elecciones.

Unos días después, hacia el final de agosto, Monseñor Kondrusiewicz partió a Polonia a una reunión, y al volver a Bielorrusia se encontró con un control fronterizo que descubrió problemas con su documentación, y le denegó la entrada. Y así hasta hoy, en que sigue sin poder entrar en su diócesis. Teniendo en cuenta que Monseñor Kondrusiewicz nació en Bielorrusia y tiene nacionalidad bielorrusa, uno pensaría que los supuestos problemas con su documentación serían sencillos de resolver, pero no parece que los consulados bielorrusos en el exterior estén muy por la tarea de ayudar a Monseñor.

Y he pensado en él porque, aunque uno ve la foto y no encuentra gran diferencia física entre Monseñor Kondrusiewicz y cualquier obispo belga que vista de obispo (alguno hay), su trayectoria vital es bien diferente. Monseñor Kondrusiewicz nació en la Unión Soviética, bajo un régimen oficialmente ateo y que sólo toleraba a la Iglesia Ortodoxa porque era totalmente inofensiva y la tenía infiltrada hasta la médula. Sin embargo, Monseñor Kondrusiewicz era católico, que es motivo para que en la Unión Soviética la discriminación contra él fuera múltiple. Siendo notoriamente católico, no me quiero imaginar los obstáculos que tuvo que superar para estudiar (es ingeniero mecánico) y para ingresar en el seminario de Kaunas, que tengo entendido que era el único seminario abierto en toda la Unión Soviética, y aun éste severamente limitado por las autoridades. Ya como obispo en Moscú, tengo alguna idea de cómo fue sacando adelante la diócesis, entre las dificultades que planteaban las autoridades civiles y, de paso, las de la Iglesia Ortodoxa. Vamos, lo mismito que sus colegas belgas y sus cabezas gachas frente a cualquier cosa que venga del gobierno. Éste no. Éste no se ha callado cuando ha visto que tenía que hablar.

Yo no sé si a Monseñor Kondrusiewicz le habrá dado Dios muchos talentos, pero, cuando le llegue el momento de devolvérselos, podrá decir que dejó la diócesis católica de la Madre de Dios, la de Moscú, en mucho mejor estado que cuando la recibió y puso las bases de su crecimiento. No lo hizo él solo, pero no se hubiera hecho sin él. Y no puedo juzgar qué es lo que ha hecho en su diócesis actual, pero, por el poco tiempo que he pasado en ella, me quito el sombrero de lo que he visto. En cuanto a los obispos belgas, me pregunto si alguno podrá presentarse ante Dios diciendo que dejó su diócesis mejor que cuando la recibió, con más fieles y sacerdotes, o más bien tendrá que bajar la cabeza y decir que, cuando el gobierno mandó suspender el culto público, él no levantó la voz, ni puso pies en pared, sino que insistió en que los templos "permanecieran abiertos para la oración", y ni siquiera puso mucho énfasis en que al menos se cumpliera esto escrupulosamente.

En fin, a ninguno le deseo que esta situación, posiblemente embarazosa, se les plantee sino antes de mucho tiempo. Entretanto, vamos a ofrecer una oración por Monseñor Kondrusiewicz, que hoy paga su coherencia con el exilio, y vamos a la cama, que se hace tarde y mañana, si Dios quiere, toca viajar.

viernes, 18 de diciembre de 2020

I wanna Grezzi (de nuevo)

Ya sé que no es la primera vez que me pongo con este tema, pero es que me resulta apasionante. Soy ciclista, y espero que por muchos años, y serán muchos años si no tengo ningún percance serio, cosa que será más probable que suceda si hay unas infraestructuras como es debido. He pedaleado en España, en Alemania, en Rusia, un poquito en Francia (parte alsaciana) y ahora pedaleo en Bélgica, sobre todo cuando no hay pandemia que me ponga en teletrabajo forzoso.

España (y no sólo España, seamos serios) es un país en el que, si vas en bicicleta, te etiquetan de progresista, ecologista y muchas cosas a cual peores, ninguna de las cuales soy. Da la impresión de que todo vaya junto, y digo yo que se podrá ser ecologista, y progresista, y no obstante moverse en coche, y no es que se pueda, es que conozco más de un caso y más de dos de ecologismo hipócrita, igual que los hay que progresismo de salón y de vegetarianos que comen jamón de vez en cuando, a escondidas, como un vulgar pecador de la pradera de la religión que se han montado.

De igual modo, se puede ir en bicicleta no por un respeto reverencial por el medio ambiente, ni por luchar contra el capitalismo, sino simplemente porque ir en bicicleta mola, incluso cuesta arriba. Bueno, lo de cuesta arriba sin pasarse.

Mola más todavía cuando puedes circular despreocupadamente, sin temer demasiado que venga un vehículo monstruoso y te lleve por delante. Por eso, cuando leo nuestro panfleto regional valenciano, leo que Grezzi ha vuelto a hacer de las suyas, pero esta vez se ha cortado mucho, y ha montado un carril bici en la Gran Vía Fernando el Católico, en el cap i casal, aunque en la calzada y junto al carril bus, del que no está segregado. Hasta los ciclistas, según "Las Provincias", critican esta vez a Grezzi, o bien "Las Provincias", que ya sabemos que a Grezzi le tiene ojeriza, ha escarbado hasta encontrar un ciclista que critique a Grezzi.

Conozco cada metro de la Gran Vía Fernando el Católico. Durante años fue mi camino de vuelta a casa después de las clases de ruso en la Escuela de Idiomas. En aquellos tiempos feroces, ni siquiera me cabía en la cabeza que pudiera haber un día un carril bici por allí. Además, en mi clase hubo un año un tipo bastante cretino, repeinado y estudiante de Derecho, que no pegaba ni con cola entre aquella panda de peludos que estudiábamos ruso, y que iba con una bicicleta de montaña, cuando apenas existía tal cosa, con no sé cuantas marchas y una aerodinámica que dejaba tieso a cualquiera. Yo llevaba un modelo de frenos de varilla, que distraje de la herencia de un tío abuelo, que llevaba lustros criando polvo en un corral, que los herederos me cedieron con una mezcla de conmiseración y asco, y que fue mi medio de transporte durante mi último año en Valencia, que sigo considerando uno de los años más felices de mi vida. Los piques en bicicleta con mi pijérrimo compañero de clase, que debía vivir por mi zona, eran de órdago, y el teatro de las operaciones era el carril bus de la Gran Vía Fernando el Católico, con su asfalto horadado y desnivelado a fuerza de soportar autobuses de dos cuerpos, camiones y todo tipo de maquinaria como pasaba por allí en aquel entonces, y que, a veces, me pasaba a mucho menos del metro y medio de distancia que, ya entonces, debía respetar al adelantarme. Qué digo metro y medio, ojalá hubiera sido la mitad. En ese contexto, dos estudiantes de Derecho y de Ruso se las tenían tiesas con sus respectivas bicicletas, uno con mejor material rodante que el otro, el cual, sin embargo, a base de orgullo, entrega, y encontrando atajos más cortos que la línea recta, a pesar de Euclides, a veces obtenía ventaja.

Los nietos de aquellos dos ciclistas podrán disfrutar de recorridos menos peligrosos. Porque, si salí no sólo vivo, sino indemne, de aquel año, ello tuvo que ser debido a la milagrosa intervención del ángel de la guarda. No hay otra posibilidad.

En cuanto a que sea un carril no separado del resto del tráfico, e interrumpido por quienes, con todo su derecho, quieren acceder a los autobuses y taxis que circulan por allí, pues qué se le va a hacer. De momento, hay esperanzas para que el asfalto mantenga al menos una apariencia digna, y no los socavones que me ha tocado vivir. Y luego, si comparo con Bruselas (o con Madrid, que yo no sé cómo no fallecen más ciclistas en Madrid, con los carriles suicidas que hay), ya me gustaría en Bruselas tener más carriles como el que veo en las fotos, pulcramente pintado de rojo. Aunque las cosas están empezando a mejorar, el carril bici bruselense más habitual es una bicicleta con una flecha pintada en blanco sobre el asfalto, y allá te las compongas. Sólo últimamente el gobierno socioecologista se ha puesto las pilas con los carriles bici.

Tengo ganas de probar el carril bici de Fernando el Católico, ya abierto al público. Si Dios quiere, tendré la posibilidad dentro de unos días. Lo más probable es que me entre un poco de morriña de aquel año que rodé peligrosamente, pero lo cierto es que todo lo que me recuerda aquel año me produce un poco de morriña, quizá porque los humanos tenemos la tendencia de recordar las cosas buenas, y aquel año hubo muchísimas, y olvidar las malas, que también las hubo. 

Entretanto, me quedan unos días de circular -poco- por los carriles bici sin segregar característicos de la región de Bruselas, lo cual me debería recordar mucho más mis piques con mi conmilitón que el relativamente aséptico recorrido en que seguramente se habrá convertido la Gran Vía. Pero eso será en otro momento, porque ahora se hace tarde, y mañana me toca madrugón.



miércoles, 16 de diciembre de 2020

Más desaguisados eclesiásticos

Yo ya sé que en esta época del año tan entrañable deberíamos estar llenos de buenos deseos, y que una de las obras de misecordia espirituales consiste en sufrir con paciencia los defectos del prójimo, pero hay cosas que, mal que me pesen, son de actualidad permanente, y una de ellas es el colapso de la Iglesia Católica en Bélgica, un colapso que me temo que nos hemos ganado a pulso.

Pues señor, tenía yo esta mañana una cita con un oculista nuevo y, como siempre que debo ir a un lugar por primera vez, y a despecho de lo que digan Google Maps y toda la caterva de aplicaciones de navegación que acabarán por hacernos minusválidos en cuanto nos falle algo y nos tengamos que orientar solos, salí con muchísimo tiempo de antelación. Pensaba ir caminando, pero vi que llovía, así que tomé la bicicleta y, como no me perdí lo más mínimo, llegué a mi destino media hora larga antes de la cita. Incluso para mis estándares, media hora es mucho para meterme en una sala de espera, y seguía lloviendo, así que miré en derredor para ver si podía emplear con provecho al menos parte de esa media hora.

En esto, vi que justo frente a mí, prácticamente en el límite entre los pueblos de Uccle y de Forest, pero ya en la parte tocante a Forest, un gran cartel rezaba, y nunca mejor dicho, "Paroise Saint Pie X - Parochie H. Pius X". Es decir, que estaba ante el templo dedicado a San Pío X.

San Pío X está retratado en la foto que ilustra esta entrada. Papa entre 1905 y 1914, se opuso tenazmente al modernismo teológico y favoreció una reacción católica firme. Un gran papa, seamos claros. Un gran papa que no tengo nada claro que estuviera conforme con lo que parece que se cuece en la parroquia que se le ha dedicado en Forest y que se intuye en las fotos que he sacado.

De momento, advirtamos el tablón de anuncios, últimamente bastante vacío, que se sitúa a nivel de calle. Un folio reza "Ici chaque dimanche messe à 11 h avec animation pour les enfants". En castellano "Misa aquí todos los domingos a las once, con animación para los niños". A mí me parece un cartel muy preocupante. De momento, porque me temo que hay una sola misa en toda la semana (y eso será cuando la permitan celebrar, que ésa es otra), a semejanza de lo que ocurre en San Marcos, otro que se revolvería en su tumba si viera a qué se ha reducido el templo dedicado a él. Para eso ha quedado el evangelio...

En segundo lugar, no nos engañemos, ese cartel revela que quien lo escribió o encargó destaca la importancia de la "animación para los niños", como si fuera eso lo más importante de la misa, que queda convertida en una especie de guardería beatorra, y no la presencia de Jesús sacramentado. Que no pido yo que el cartel diga "con presencia de Jesús sacramentado" (aunque quizá no estaría de más recordárselo a más de uno), pero lo mínimo es guardar un decoro mínimo y no destacar una pastoral tan sumamente desacreditada como la que se ha venido haciendo con los niños, como si no fueran capaces de comprender el lenguaje litúrgico. Que son niños, no subnormales, y son capaces de comprender el lenguaje litúrgico a veces mejor que muchos adultos aburguesados.

El resto del tablón medio lo ocupan tres carteles, pero sólo uno de ellos alude a alguna cosa relacionada con la religión. Se trata del titulado "Sarments forestois", o sea, "sarmientos de Forest", que alude probablemente al nombre de la unidad pastoral al que pertenece la parroquia. La unidad pastoral es un invento adaptado aquí, y que es dudoso que traiga nada bueno, que consiste en juntar varias parroquias para compartir servicios, y que en todo caso pone de manifiesto que la Iglesia Católica en Bélgica se ha quedado sin carne con la que cubrir el esqueleto.

Los otros dos carteles son, uno, un anuncio lamentando la desaparición de Fígaro, un indudablemente precioso gatito negro con las patas blancas, y preguntando si alguien lo ha visto. El cartel restante es una oferta de alquiler de plazas de aparcamiento allí mismo, al precio de 60 euros, supongo que al mes, y el teléfono móvil de la persona de contacto, probablemente el responsable de la "fabrique d'église", que es como decir el ecónomo de la parroquia, encargado del mantenimiento del templo y de que no se venga abajo. En estos tiempos pandémicos, mucho me temo que los ingresos de la parroquia son más magros que de costumbre, y los de costumbre, si han de depender de la colecta de la única misa que se dice en ese templo, tampoco deben de ser como para tirar cohetes.

Un vistazo un poco más allá nos permite ver el famoso aparcamiento cuyas plazas se alquilan, y que es un descampado aplanado y, por lo que se ve, con no demasiado éxito entre los usuarios. Por cierto que el cartel indicador ya nos permite ver otro de los ingresos de la "fabrique d'église", y que es el alquiler de espacios como salas de celebraciones. El letrero dice "San Pío X - Iglesia - Sala de celebraciones". En el mejor de los casos, que San Pío X, autor de "Vehementer Nos", estuviera muy de acuerdo con la situación, es asunto más que dudoso. Él fue, al fin y al cabo, el que tuvo que elegir entre que la Iglesia Católica en Francia fuera reducida a la miseria, al privársele de todas sus propiedades, o claudicar y llegar a un acuerdo con el gobierno masónico y revolucionario de la Tercera República. San Pío X eligió lo primero. Y uno diría que el uso de las salas como lugar de celebraciones particulares debiera ser subsidiario, e incluso disimulado, pero los responsables de la cartelería lo han situado al mismo nivel que el uso como templo, y no puedo dejar de pensar que no pasará mucho tiempo antes de que el uso como sala de celebraciones sea preeminente, y si queda alguna eucaristía, será anunciada con la letra pequeña.

Al final, sumido en estos pensamientos, había llegado el momento de acercarse al templo mismo, que se adivina debajo de la cruz que se ve en la fotografía, allá al fondo. Es acercarse un poco más y darse cuenta de todo el mal que ha hecho la arquitectura moderna, que ha reducido un templo católico a una especie de trapecio en relieve, más soso que la dieta de un hospital de coronarios, y que sólo parece una iglesia por la cruz que se ve en la parte superior del edificio, pero que igual podría ser el palacio de deportes del obispado.

En esto, y como seguía quedándome un tiempo prudencial para la hora de la cita con el oculista, recordé la instrucción del señor obispo de mantener abiertos los templos, ya que no para las eucaristías, al menos sí para la oración privada, y resolví acercarme al mismo, y grande fue mi regocijo al ver el interior iluminado, señal -pensaba yo- de que los responsables del templo debían estar haciendo caso a la orden del obispo, no como los de San Marcos, y que podría pasar el tiempo hasta mi consulta no en una sala de espera impersonal, sino en oración en un lugar a propósito.

Me acerqué, pues, a la entrada, marcada con una flecha, y empujé la puerta, como mandaba un cartel fijado sobre la misma, pero nada conseguí, porque estaba totalmente cerrada. Haciendo hueco con mis manos, atisbé en el interior a dos personas, un hombre y una mujer, colocando lo que parecían unas flores delante del altar. En honor a la verdad, y a pesar de que a través del cristal con los reflejos del exterior se veía más bien poco de lo de dentro, el interior del templo, forrado de madera, mejoraba sensiblemente el exterior que se puede apreciar en la foto (apreciar es mucho decir, pero el lector ya me entiende).

Las dos personas de dentro ignoraron completamente mi presencia al otro lado del cristal, ni siquiera cuando intenté buscar otra entrada y me fui desplazando por las distintas puertas alternativas acristaladas, todas ellas pulcramente cerradas y que, con flechas pegadas sobre los cristales, dirigían a la puerta en la que realicé mi primer intento. Aún di la vuelta por uno de los lados, hasta que no tuve otra sino cejar en mi empeño y, con las orejas gachas, recorrer los diez metros que me separaban de la consulta del oftalmólogo y, con un adelanto un poco menos exagerado que al principio, tocar el timbre.

Y me preguntaba, esperando mi turno, cuál era el motivo de que aquellas dos buenas personas, tan atareadas con sus asuntos, hubieran entrado en el templo cerrando la puerta tras ellas. De hecho, se habían quedado con el templo para ellas solas, muy al contrario del espíritu de la orden del obispo de mantenerlo abierto el mayor tiempo posible. Y ahí está el problema: las dos personas cerraron la puerta tras de sí porque no esperaban a nadie. No esperaban que nadie tuviese la humorada, en un día lluvioso y feo como ha salido esta mañana, de acercarse al templo a rezar, ni mucho menos de que un paciente del oculista vecino llegase a su cita antes de tiempo y quisiese pasar un rato en compañía del Señor.

La verdad es que no he tenido un contacto muy estrecho con los feligreses católicos belgas, fuera de algunas excepciones muy contadas, y que lo que voy a escribir ahora puede ser injusto. Sin embargo, la impresión que tengo es de unas comunidades sumamente endogámicas con enormes problemas para aceptar a alguien nuevo en su capillita. Mis escasos intentos de ejercer las funciones de catequesis que ya desempeñé en Valencia y en Moscú han sido un fracaso sin paliativos,  y los responsables pastorales diríase que han preferido que no hubiera catequesis en absoluto antes que confiársela a un advenedizo como yo. Se sospecha de todo lo que no se conoce, precisamente en una ciudad en la que un enorme porcentaje de la población es foránea, y se sacude la cabeza frente a todo lo que sea sospechoso de poco ecuménico-social-vaticanosegundista-misericordioso (y ahora, además, ecológico), y no digamos si alguien dice que el catecismo confirma que el pecado mortal existe y que la confesión frecuente es algo muy conveniente. Vamos, que el ecumenismo, sin ceder en los principios, está bien; lo social está bien; el Concilio Vaticano II tiene cosas chulísimas; y la misericordia más nos vale que la reparta Dios a espuertas, porque, como lo que reparta sea justicia, aviados estamos. Pero una cosa es apreciar eso, y otra muy distinta sólo apreciar eso.

Yo diría que la Iglesia Católica en Bélgica, o muy buena parte de ella, es el paradigma de lo que ha sido ese progresismo litúrgico-eclesial que, a la vista está, tanto daño ha hecho. Los templos se han vaciado, se mantiene una sola celebración, no al día, sino a la semana, el porcentaje de creyentes es irrisorio, y los responsables, en lugar de plantearse si no han estado equivocados, miran embobados no se sabe bien adónde, mientras se empecinan en continuar con la misma pastoral que nos ha llevado a donde estamos. Y, mientras la Iglesia Católica se encoge como el algodón de baja calidad lavado a noventa grados, las funciones se las siguen repartiendo los mismos, sin dejar entrar a nadie que no conozcan, y orgullosos de ser una especie de resto fiel, dueño de la parroquia, aunque sólo les quede el esqueleto.

Y, mientras, uno se queda ahuecando las manos y tratando de mirar al interior del templo, tratando de acceder a él, mientras una pareja de buenísimas intenciones adorna un altar para disfrute de ellos dos y de los pocos a quienes permitan la entrada.

Pero quizá esté yo completamente equivocado, no lo sé. Al fin y al cabo, el que tenía que ir al oculista era yo.

martes, 15 de diciembre de 2020

Bacanales

Para mí desconcierto, parece que Bélgica últimamente es noticia por la profusión de detenciones en fiestas ilegales, que se organizan y tienen lugar en contravención de las normas de confinamiento contra el coronavirus. Primero fue la orgía homosexual en la que pillaron al eurodiputado húngaro ése que es -bueno, era- miembro de un partido político que no pasa por partidario de la homosexualidad. A estas alturas, que en el centro de Bruselas tenga lugar una fiesta homosexual, o una orgía si se quiere, no debería ser noticia. El que ha seguido estas pantallas durante los primeros meses de 2013, en que el autor de estas líneas vivió en pleno centro de Bruselas, rodeado de las dos emes (moros y maricones, en expresión de dudoso gusto acuñada por un homosexual bastante de vuelta de todo que conocí en una fiesta de cumpleaños), sabrá que lo que es noticia en el centro de Bruselas es más bien que la fiesta no sea homosexual.

Obviamente, lo que era noticia era la doble vida de uno de los asistentes, que por un lado asistía a una fiesta con hombres semidesnudos y semidrogados, mientras que, en su vertiente pública, casado y con descendencia, pontificaba contra la ideología de genero y defendía la familia tradicional. Al menos, hay que decir que se ha comportado con cierta dignidad, después de pasar el ridículo episodio de intentar escaparse por una tubería. Supongo que haber dimitido de todos sus cargos y pedir la baja en el partido, hasta cierto punto, le honra.

Pero, en todo caso, lo que le ha pasado a este señor, y probablemente le pase a otros varios como él, da que pensar. En Bruselas es de lo más normal que haya un ambiente bastante disoluto, y eso prescindiendo de que la orgía sea homosexual o no (toda orgía deja mucho que desear en cuanto ejemplaridad). Las instituciones europeas, las organizaciones internacionales de todo tipo, y toda la maraña de organizaciones que pululan alrededor de ellas, atraen a un montón de gentes de toda condición, pero que, en general, son bastante jóvenes, con ganas de comerse el mundo, muchos son descreídos, como lo son el común de los mortales, y no paran mientes en adaptarse al relajado ambiente moral que impera por aquí.

El caso es que no todos los que vienen por aquí son tan jóvenes. El político húngaro, por ejemplo, ya no cumplirá los cincuenta, a pesar de conservarse tan bien como para atreverse a descolgarse por una tubería y ganar así la calle. Y eso nos lleva a que hay bastante gente sola, con jornadas de trabajo larguísimas y nadie que les espere en sus domicilios cuando vuelven a ellos. Es terreno sembrado para buscar distracciones y, no nos engañemos, Bruselas ha cerrado los cines, los restaurantes, las salas de conciertos y todo tipo de distracciones honestas. A quienes usan de ellas sólo les queda la clandestinidad en forma de fiesta de catacumba, porque que las iglesias sigan abiertas para la oración evidentemente no les consuela.

Muchas veces he dicho que éste es un país de voluntades libres, que resulta sumamente difícil conjuntar para que no choquen demasiado. En este contexto, llevo viendo desde marzo, desde el mismísimo comienzo de la pandemia, que las restricciones, pasados los primeros días de estupor, las ha tomado la gente por el pito del sereno; y la policía, seamos serios, tampoco se ha puesto a detener a diestro y siniestro a todo aquél que haya contravenido las ya de por sí pacatas órdenes de las autoridades. Por eso causa sorpresa la intervención en esta fiesta, y en alguna otra, que se ha producido sin excepción tras la denuncia de algún vecino a quien no dejaban dormir. He leído en algún sitio que el organizador de la bacanal, que debe ser un tipo con la cocorota especialmente desportillada, se ha quejado de que le han denunciado varios competidores suyos, igualmente homosexuales, celosos de su éxito y que buscan atraer los clientes que él tiene de ordinario. Yo creo que es darse importancia, pero, sea como fuere, mal vamos si el mercado de orgías homosexuales, que de por sí no debe ser muy limpio, padece la competencia entre émulos con tan mala leche.

El caso es que, a partir de ese incidente, y a despecho de que fiestas clandestinas, a no dudar, hay en todos los países del continente, no se habla sino de las del país de uno... y de las belgas. Uno lee los periódicos alemanes o franceses, y aparecen sucesos como las detenciones de algún nacional reunido con más gente de la conveniente... y la última detención en Bélgica, aunque en el grupo de fiesteros no haya eurodiputados, ni ministros, y la orgía cuente con hombres y con mujeres, eso sí, ligeros de ropa, lo que con el frío que está haciendo no será por gusto, sino por comodidad para pasar a mayores sin demasiado embarazo ¿Desde cuándo es noticia que un grupo de desconocidos, por mucho que esté prohibido, se lo monten entre ellos? Pues desde que ese grupo de desconocidos, aunque en este caso sean franceses, se hayan internado (tampoco mucho) en Bélgica para ejecutar sus designios orgiásticos. Sí, Bélgica, ese país en cuya capital pasa de todo.

En fin, así comienzan las leyendas negras, y parece que la de este mi país de residencia va por buen camino. Seguiré atento a las pantallas, pero no será hoy, porque se ha hecho tarde.