Después de la tira de años de residencia por aquí, que ya me vale, ayer me acerqué al consulado español para inscribirme como transeúnte, porque en estos tiempos todo es provisional y cualquiera sabe uno cuándo va a dejar este país que me da de comer, aunque sea waterzooi y mejillones insípidos con patatas fritas.
En estos tiempos pandémicos, el consulado sólo permite acceder al interior con cita previa, porque no está el horno para bollos ni el consulado para virus. Por fortuna, para inscribirse no es necesario acceder al interior, sino que basta con rellenar un formulario y mandarlo por correo o dejarlo en el buzón. Como no trabajo demasiado lejos del consulado, decidí aprovechar la pausa de la comida para pasear hasta allí, y conformarme con un bocadillo. No diré que el paseo fue agradable, porque el cielo estaba nublado y soplaba un vientecillo helado que molestaba lo suyo, pero tampoco están las cosas como para quejarse demasiado, que hay quien está confinado a cal y canto.
Llegué a la puerta, y no vi claro dónde estaba el buzón donde debía depositar mi formulario, la copia de mi pasaporte y mi fotografía reciente (o no tan reciente, vaya). Mientras meditaba qué hacer, vi que, aparentemente haciendo cola, había cuatro personas con aspecto confuso. Se trataba de una persona que debía ser de mi edad, y tres jóvenes, dos hombres y una mujer, que tenían toda la pinta de ser hijos suyos. Debían haber llamado, porque entonces apareció un portero, o agente de seguridad, no lo sé bien, que les preguntó qué querían.
- Tenemos cita a las once y media - dijo el padre, con un enorme acento extranjero -. Es para hacernos el pasaporte.
No es por nada, pero era la una y cuarto. Con ese concepto de puntualidad, un extranjero con retintín podría pensar que va bien para hacerse español, pero no sé si los organismos públicos pensarán lo mismo.
El portero sacó una lista, y dijo, también en un español con un acento algo mejorable:
- No puede ser. Todos los que tenían cita a las once y media han pasado.
Entonces el padre se puso a hablar con sus hijos en algarabía, que allí no había quien entendiera ni jota, aunque todo eran sonidos aspirados. Tras varias invocaciones, o eso me pareció, finalizó dirigiéndose de nuevo al portero.
- ¡Pero sí que la tenemos!
Siguió una pequeña conversación en francés. Los hijos parecían controlarlo algo, para el portero debía ser su lengua materna, por mucho que descendiera de españoles, y el padre lo chapurreraba con cierta soltura. El portero cortó la conversación con un seco "Montrez-moi le courriel!" y el padre se quedó confuso, como preguntándose qué correo electrónico le estaban pidiendo, así que siguió otra conversación en algarabía con los hijos, hasta que afloró un teléfono móvil y, tras unos cuantos toques de pantalla, lo que debía de ser un correo electrónico de confirmación de la cita.
El correo debía estar en español, porque la conversación siguió en nuestro idioma.
- Aquí pone que está cancelado - repuso el portero, cuando le enseñaron la pantalla.
No sé yo si el vocabulario del padre alcanzaría a conceptos como cancelar, al menos no en castellano. Quizá más en morisco. Los hijos se quedaron mirando, sin decir nada, pero no parece que estuvieran en condiciones de discutir mucho en español. Desde luego, si ya hablaban español con destreza mejorable, lo de leerlo parecía un problema mayor.
- ¿Ve? Lo pone aquí arriba, alguien de ustedes ha debido cancelar la cita. Por cierto que, si quieren hacer un pasaporte, tiene que venir también la madre de los titulares ¿Dónde está?
Poco menos que por señas, nos enteramos de que se había quedado en el coche, probablemente mal aparcado, porque no es la zona más sencilla de Bruselas para encontrar sitio, ni mucho menos.
Tras una conversación más entre la familia morisca en algarabía, y con el portero en español, o algo así, los sarracenos ya se dieron cuenta de que no iba a ser entonces cuando saldrían allí con los hijos convertidos en españoles, y se retiraron mascullando Dios sabrá qué infundios.
Cuando se fueron, le pregunté al portero dónde estaba el buzón, y me señaló una ranura vertical que yo había tomado por una salida de aire. Dejé mi sobre, y me retiré pensando qué tipo de españoles vamos a tener dentro de unos años, como las cosas sigan como parece que van yendo.
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