miércoles, 24 de agosto de 2022

Agua va

Las inundaciones están empezando a ser moneda corriente en Bélgica. Aquí, de toda la vida, ha llovido, no vayamos a creer que esto era La Mancha o Murcia, pero ha llovido generalmente con mesura y de manera razonable. El año pasado, en cambio, yo no sé si por el cambio climático, como dice casi todo el mundo y Greta Thunberg, o porque a veces toca que llueva y, mira por dónde, nos ha tocado a nosotros, aquí y ahora, cayó una buena serie de aguaceros que me fastidiaron las vacaciones, porque, aunque me pillaron en España sudando la gota gorda, la señora que en ocasiones viene a limpiar me envió un vídeo con el estado en que había quedado mi vivienda, de modo que me pasé buena parte de julio temblando por lo que me esperaba al volver.

Este año parecía que no iba a ser lo mismo, pero junio ya nos salió lluvioso y ya hay numerosos bajos inundados, algunos en Bruselas y otros en diferentes partes de Bélgica donde ha llovido a base de bien.

Eso le permite a uno familiarizarse con el intrincado mundo del alcantarillado y la evacuación de aguas, un problema que se hace evidente cuando uno vive en una casa y resulta ser responsable (o sufriente) directo de cualquier cosa que pase. Aquí no hay comunidad de vecinos ni administrador de fincas, sino, todo lo más, un seguro y gracias. Sin ir más lejos, una obstrucción de cualquier desagüe puede desencadenar, no sé si una tragedia, porque el agua no suele matar a nadie (con las excepciones que se quiera), pero sí un desastre de proporciones considerables. Además, en un país donde hay muchísima vegetación, y hojas desprendidas por doquier, la posibilidad de que las cosas se obstruyan es algo que hay que tener muy en cuenta. Y no digamos si, además, hace viento.

De momento, parece que las inundaciones son cosa del pasado, y mi vecino ha tomado algunas medidas que espero que den resultado y que terminen con el achique de agua periódico que tengo que realizar. Yo cruzo los dedos, con la esperanza de que la pared medianera parcialmente impermeabilizada aguante los envites, porque podré haber hecho la mili en Marina, pero de ahí a que me guste el agua hay un trecho.

jueves, 11 de agosto de 2022

Turismo valón y tornaqués

La organización del turismo en Valonia ha mejorado bastante en los últimos tiempos. Las oficinas de turismo ofrecen buenos servicios a buenos precios, así que aparqué donde mejor me pareció, pero fuera del centro, y me encaminé a la oficina de turismo, que estaba a punto de cerrar, un domingo a las doce y media.

A lo mejor la frase anterior sobre las mejoras en la promoción del turismo valón son un poco exageradas, no sé...

En todo caso, sólo cerraban una hora, con lo que aún me dio tiempo a hacerme con un mapa y un recorrido señalizado, así como a enterarme de que habría una visita guiada a las tres de la tarde. Claro, en la mayoría de las ciudades españolas, a uno le ofrecen una visita guiada a las tres de la tarde de un domingo de verano, y se queda buscando la cámara oculta, pero en Bélgica las temperaturas son bonancibles y tal cosa no es descabellada en absoluto.

Sea como fuere, tenía una hora y media por delante para decidir si la empleaba en comer tranquilamente, o la dedicaba al recorrido que proponía la guía. Casi diría que obviamente, elegí el ayuno y la peregrinación, y yo diría que hice bien, porque tuve la ocasión de visitar templos como la iglesia de Santiago, que hacía también las veces de albergue de peregrinos y donde se ven las vieiras del camino hacia Compostela. También vi la iglesia de San Bricio, junto a la cual se halló la tumba de Chilperico I, un templo muy sobrio y agradable.

Junto a ellos, había otros templos que habían corrido peor suerte y que estaban cerrados y pendientes de destino. Se ve que la ola de secularización no ha dejado de lado a la diócesis de Tournai, y eso a pesar de que su obispo es de lo más presentable que hay en el epicopado belga, aunque me temo que el listón está tan sumamente bajo que la presentabilidad es enormemente relativa. En fin, que sigue habiendo templos vacíos que, imposibles de mantener por una comunidad que adelgaza a ojos vista, van a recibir irremediablemente otro destino que no tenga nada que ver con la finalidad para la que fueron construidos, para vergüenza de los que hubiéramos debido contribuir a evitarlo y para regocijo paralelo de ateos, agnósticos, infieles y herejes.

El recorrido incluye igualmente edificios civiles y militares. El edificio militar más destacado es la torre que Enrique VIII hizo construir durante el breve dominio inglés sobre la ciudad, que formaba parte de un cinturón amurallado y que, hoy día, es una mole con aspecto de coliseo y vistosidad por lo menos discutible, y más con los andamios que lo rodean y que le hacen parecer unos grandes almacenes a medio hacer. Eso sí, ingleses. Por alguna razón que desconozco, los tornaqueses están orgullosos de haber pasado cinco años bajo dominio inglés, como si Enrique VIII hubiera sido un benefactor de la humanidad y no hubiera vendido la ciudad al rey de Francia por no verse con los sinsabores de mantenerla en su poder.

Pero el monumento más destacado de la ciudad debería haber sido el puente de los agujeros (Pont des Trous), un puente del siglo XIII dotado de mecanismos que debían proteger el centro de la ciudad de los enemigos que pudieran atacarla remontando el Escalda.

Bueno, pues éste es el estado actual del puente en cuestión. La salvajada que han perpetrado los poderes públicos tornaqueses es de las que hacen época. Teóricamente, el derribo y ampliación del arco del puente tiene por objeto permitir el tráfico marítimo a través del Escalda, que es ese río, a estas alturas de su recorrido bastante birrioso, que se ve en la fotografía y que, francamente, no puedo imaginar como arteria de comunicación comercial, sino, todo lo más, como recreo de los cuatro ricachones que tengan su barquita fondeada por la zona. En todo caso, la excusa no es demasiado creíble, y Dios sabe a qué oscuros intereses habrá servido la construcción de otro puente en lugar del antiguo, que estaba en perfecto estado de conservación.

En fin, como no habían actualizado las fotos de las guías turísticas, tenía yo la esperanza de ver el puente en el estado en que aparecía en la foto de la guía. Pero no...

Sumido en estos pensamientos, y después de visitar el exterior del seminario jesuita y del museo de bellas artes, y como se acercaba la hora de la visita guiada, me dirigí a la oficina de turismo a continuar con el plan.

martes, 9 de agosto de 2022

Visitando Tournai

El verano es una estación propicia para los viajes turísticos, aunque sean cortos, así que decidí aprovechar un domingo sin compromisos para tomar el coche, a despecho del precio del combustible, y porque hay que moverlo de vez en cuando, y tomé la derrota del sur de Bélgica. Claro que para ello era necesario pasar por Flandes, como cada vez que se sale de Bruselas.

Los flamencos son bastante puntillosos en lo que respecta a la denominación de las ciudades. Creo que ya he mencionado en alguna ocasión que, en los letreros indicativos en sus carreteras, todos los nombres de ciudad están en flamenco. Con las ciudades extranjeras, suelen tener el detalle de poner entre paréntesis el nombre de la ciudad en el idioma extranjero que se tercie. De esta forma, Parijs es Paris (sin tilde, porque está escrito en francés), Aken es Aachen (Aquisgrán, vamos), Rijsel es Lille (Lila, en nuestro idioma), y así sucesivamente.

En cambio, con las ciudades belgas no hay traducción que valga. Por mucho que estén en Valonia, donde no se habla el flamenco salvo por capas muy reducidas de la población, los responsables de nomenclatura de la entidad de señalización flamenca lo ponen todo en flamenco, y nada más (y los valones, fuerza es decirlo, hacen exactamente la misma cosa). Si quieres ir a Mons pasando por territorio comanche, más vale saber que en flamenco se llama Bergen. Y, si quieres ir a Tournai, como era mi caso, lo propio era dirigirse a una ciudad que, en este caso, es Doornik.

Doornik, o más bien Tournai, está a un centenar escaso de kilómetros de Bruselas. Por lo que sea, no llama la atención del visitante que llega a Bélgica, que prefiere los típicos destinos flamencos de Gante, Brujas o Amberes; sin embargo, Tournai merece mucho la pena. Hoy es una ciudad pequeña, que supera por poco los diez mil habitantes, aunque sus distintas pedanías hacen que triplique esa cifra, pero sigue siendo sede episcopal, por lo que posee una impresionante catedral, construida cuando, allá por la Edad Media, Tournai era la ciudad más importante de la zona. De hecho, en la Edad Media se supone que llegó a contar con veintisiete mil habitantes, gracias a su posición estratégica sobre el Escalda.

Pero Tournai ya era importante antes, claro que en tiempos en que el francés y el flamenco aún estaban por inventarse, y por eso se llamaba Tornacum, en la lengua franca de entonces, que no era el franco, sino el latín. Tornacum tuvo su importancia en los estertores del imperio romano de Occidente, cuando los francos, que no eran franceses, sino germanos, pero que luego han acabado dando su nombre al país que invadieron, se aposentaron por la zona.

Como todos los incautos que habéis leído las idas de olla del Código da Vinci y esas cosas sabéis, los que partían el bacalao entre los francos eran unos reyes llamados merovingios. Ese nombre viene de un señor llamado Meroveo, del que la verdad es que no se sabe gran cosa, pero sí que era el mandamás de la tribu antes de dejarle el puesto a su hijo, que atendía por el nombre de Childerico I.

De este pollo sí que se sabe algo más, y no sólo por los testimonios escritos, que alguno hay, sino porque su tumba fue encontrada por pura casualidad en Tournai, en 1653, cuando un obrero estaba reparando a saber qué exactamente, en plena guerra entre España y Francia. El gobernador español de los Países Bajos le dio mucha importancia al hallazgo de la tumba y del ajuar que acompañaba al rey, entre el cual destacaba un número elevado de abejas de oro y granate, que se consideraba el emblema de Childerico I. Una vez se hubo firmado la paz entre España y Francia, poco después del hallazgo, la mayor parte de las abejas fueron parte de un obsequio a Luis XIV, el rey francés, que se suponía que apreciaría el regalo.

Sin embargo, Luis XIV no hizo el menor caso al obsequio, y las abejas se quedaron criando polvo en la biblioteca real durante siglo y medio, hasta que llegó la Revolución Francesa, luego la república y, más adelante, el Imperio, y al advenedizo que se hizo con el poder en Francia le entró la necesidad de justificar lo injustificable. De esta manera, adoptó las abejas de Childerico y las hizo bordar en su manto imperial, para hacer ver que su emblema era más antiguo aún que las flores de lis de los Borbones.

Está visto que cada cual digiere sus delirios de grandeza como mejor puede, y hay para quien resultan muy indigestos.

Tournai es un pueblo que ha cambiado de manos en numerosas ocasiones. Durante casi toda la Edad Media estuvo bajo el dominio de los reyes de Francia, hasta que en 1513 la tomó nada menos que... Enrique VIII, el inglés de las numerosas mujeres. En aquel tiempo era aliado de los imperiales y borgoñones contra el francés y, en una de esas guerras italianas, apareció desde su posesión de Calais con un ejército bastante potente, derrotó a los franceses en Guinegate, y tomó Tournai en septiembre, mientras Francisco I, el rey francés, andaba ocupado ganando galones en Italia y preparando la victoria de Marignano. 

La paz se firmó en 1518. De hecho, camuflado como sea, Francisco I compró Tournai a Enrique VIII por seiscientas mil coronas, pero no la mantuvo mucho tiempo. En 1521, se desató otra guerra en Italia, pero esta vez a Francisco I le había salido un rival mucho más duro de pelar en la persona del rey de España, duque de Borgoña y emperador del Sacro Imperio, Carlos I , II o V, según de qué territorio hablemos. Tournai fue tomada por un ejército imperial a las órdenes de Enrique de Nassau, de cuando los Nassau eran buena gente y leal a su señor, no después. Y ya se quedó para siempre en el lado belga de la frontera.

El caso es que Tournai, Doornik o Tornacum, según la época y la lengua, es un pueblecito encantador, hoy venido a menos, y que bien merece una visita. Vamos a ella.