viernes, 30 de diciembre de 2011

Turismo

Estamos todos por España, aprovechando que Rusia se para completamente los primeros diez días de enero y que los profesores, a la vista de que la tropa, a Dios gracias, no tiene excesivos problemas académicos, no han puesto pegas a adherir los últimos días de diciembre a los primeros de enero.

Pero no sólo lo hemos hecho nosotros, ya lo creo que no. Un buen montonazo de rusos, a juzgar por lo que vemos por las calles, ha decidido olvidarse de la nieve por unos días y venir a España a hacer turismo. Y así nos lo hemos venido encontrando. En Sevilla, de vez en cuando nos encontrábamos con grupitos que hablaban en ruso, y Abi y Ro, o Ame, pasaban todo el rato girando la cabeza y diciendo en voz bajita unos a otros: "¡Son rusos!" En verano y en la playa uno pensaba que eso era frecuente, pero en diciembre y en Triana uno no se lo espera.

Sin embargo, están. En grupos pequeños, y atendiendo a las indicaciones de los guías, también rusos, que les acompañan. Como hemos visto en los viajes de este verano, los rusos cultos, que los hay en abundancia, quieren que les cuenten bien lo que ven, y como su cultura no alcanza por lo común al dominio de idiomas extranjeros, se ven abocados a pagar por guías que les hablen en ruso. Y, como esos guías no abundan, les toca pagar bastante por un servicio que no es siempre impecable. Lo digo porque, entrando al barrio de la Santa Cruz, capté unas cuantas frases de uno de los guías y no me quedé muy contento con lo que decía.

Es cierto que soy bastante quisquilloso en eso. Como cuando unos turistas hispanoamericanos se pararon en la calle Betis junto a la placa que marcaba las crecidas del Guadalquivir, y un sevillano (los sevillanos aprecian mucho su ciudad y son los primeros en contar cosas a los turistas que ven por las calles, sin ir más lejos a nosotros mismos) se paró a contarles historias sobre las barcas que guardaban los habitantes de Triana en las azoteas, para escapar en caso de crecida. Ya puestos, se puso a contar toda la historia de Sevilla, y dijo a los turistas que Fernando III había sufrido una rebelión en todo su reino dirigida por su hijo Alfonso X, y que sólo Sevilla había permanecido fiel al rey. Yo, que oí eso, por poco no salto a decir los verdaderos nombres de los reyes protagonistas del altercado, pero Alfina me contuvo y ahí ya me paré. Después de todo, la parte fundamental era que Sevilla había sido el apoyo del rey legítimo en la rebelión, y eso sí era verdad.

El caso es que esta tarde, ya en Valencia, me he encontrado una pareja de rusos de mediana edad, sin guía, grabándose a sí mismos con su cámara de vídeo lo que leían de un folleto, mientras avanzaban junto al Miguelete hacia la Almoina. Está visto que las cosas evolucionan inevitablemente, y que encontrar guías con ruso fluido y conocimientos de las ciudades españolas no es tarea sencilla. A ver si Abi o Ro se dedican a esto y nos sacan de pobres.

En todo caso, si un ruso siente morriña y echa de manos el saló, el alforfón o la cerveza Báltika, sólo tiene que buscar un poquito, y encontrará cosas como la de la foto.




Una tienda rusa, "queridos alimentos", al ladito mismo de la Torre del Oro. Y olé.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Fum, fum, fum

Feliz Navidad a todos los lectores de esta bitácora. He tenido grandes tentaciones de felicitar con anticipación, como hace tantísima gente, pero eso no es Navidad, sino Adviento. El período anterior a la Navidad es un período de preparación y de espera, y no es justo que los grandes almacenes y los fabricantes de juguetes, siempre ambiciosos, intenten recortarlo para anticipar su agosto en invierno.

La Navidad empieza hoy, como mucho ayer por la noche, y el período navideño, de alegría por el Niño-Dios que nos nace se prolonga hasta el domingo siguiente a la Epifanía, así que las felicitaciones anteriores como que están un poco fuera de lugar.

A Dios gracias, casi siempre he pasado este día en España rodeado de los míos. Pasarlo en Rusia sin familia no es lo mejor que le puede ocurrir a un español; pasarlo en Rusia en familia no está mal. De ambos casos tengo una sola experiencia, y estoy por relatar la peor de las dos: la de las navidades en solitario.

Pero eso será otro día. Hoy tengo sarao familiar, y allá voy. Feliz Navidad, y ojalá tengáis más felicidad y menos regalos. Porque, habiendo lo primero, lo segundo sobra.

jueves, 22 de diciembre de 2011

El clásico (y III)

Retorno a Moscú acompañado de tres pasajeros por civilizar que seguramente trabajan de matones de discoteca y que han viajdo a Madrid para ver el Real Madrid - Barcelona. No digo de qué equipo eran para no ofender a nadie.

La azafata pijilla llegó con resignación a nuestra fila, comprobó que los protagonistas de este relato estaban trajinando con sus móviles y no tuvo más remedio que dirigirse a ellos:

- You have to switch off your phones! - previendo las dificultades que podía tener, acompañó esta frase con gestos inequívoco incluso para su auditorio, señalando el móvil de uno con una mano y moviendo la otra de derecha a izquierda.

Los tres apagaron las pantallas de sus moviles y se las mostraron todo orgullosos a la azafata, mientras gritaban:

- Off! Off! Off!

No parecía sino que estuvieran pronunciando la parte final de su apellido. La azafata tembló un poco y se dio la vuelta sin decir nada. En particular, es la primera vez en un vuelo con origen o destino en Moscú en que la azafata passsa ampliamente de comprobar si el pollo que se le ha sentado en la ventana de seguridad es capaz de expresarse en español o inglés y, de esta manera, atender a las indicaciones de la tripulación. En este caso, además, era bastante evidente que esos bichos no tenían ni pajolera idea de español ni de inglés, como no fuera por señas, y que su voluntad de hacer caso a lo que les dijese, no ya la tripulación, sino cualquier ser humano, era mucho más que sospechosa.

Casi no hace falta mencionar que, apenas la azafata se hubo dado la vuelta, los tres rusos conectaron la mar de tranquilos el botón de encendido de sus pantallas, y siguieron trasteando con el móvil y viendo fotitos como si la cosa no fuera con ellos.

Llegó, ya iniciado el vuelo, el momento de la cena. Iberia es una línea aérea que, en la competencia con Aeroflot en sus vuelos desde Rusia, cuenta con la ventaja de que ofrece vino en el menú. De hecho, en Rusia, eso es un factor importante, hasta el punto de que una gran parte de los pasajeros lo aprovecha. Para mi sorpresa, cuando llegó la bandeja a mis vecinos, señalaron con grandes gestos la botella de agua. La azafata los miró con incredulidad, pero les llenó el vaso. Acto seguido, ellos vaciaron la mitad y lo rellenaron con whisqui que llevaban metido por entre sus ropas, y así siguieron rellenando sus vasos hasta que se les acabó el whisqui y ellos cayeron dormidos, para alivio del mundo.

Cuando tocamos tierra, y mucho antes de que estuviera permitido usar los teléfonos, ellos ya estaban llamando no sé a quién para decir que ya habían llegado, como si eso pudiera ser una buena noticia para alguien. Fueron los primeros en levantarse, cuando aún no debían hacerlo, la emprendieron a codazos con todo el que vieron en su camino hacia la salida del avión, y sólo les adelanté gracias a que, incluso para unos mastuerzos como aquellos, cargar el arsenal alcohólico que llevaban les retrasaba bastante el paso.

Allá detrás los dejé, resoplando y bufando, mientras llegaba a Moscú por los poquísimos días que faltan antes de largarme, esta vez con toda la familia, de vuelta a casa.

Y, si con la celebración del llamado clásico y toda la parafernalia adjunta, lo que hemos conseguido es que nos visite lo peor de cada casa, casi que estábamos mejor antes de que hubiera partidos del siglo. Seguro que los del Real Madrid están de acuerdo.

martes, 20 de diciembre de 2011

El clásico (II)

En la entrada anterior, tras la disputa del Real Madrid - Barcelona, tres pasajeros conflictivos se van a sentar justo a mi lado. Con la de sitios que hay...


Los primates mínimamente evolucionados que habían entrado en el avión, por lo visto, habían comprado los sitios de la fila de seguridad que estaba al otro lado del pasillo, es decir, que yo los hubiera podido tocar con la mano. Su primera acción consistió en abrir los compartimentos superiores para colocar la priva que se habían agenciado en el aeropuerto. Hasta ahí, normal, porque eso hacemos todos, consista nuestro equipaje en alcohol o en libros de filosofía griega.

Los compartimentos superiores que estaban inmediatamente encima de su fila resultaron estar ocupados con maletas de otros señores que estaban delante o detrás y que habían llegado antes. En estos casos, lo suyo es llamar a las azafatas y que te coloquen los bultos en otro lugar, tanto más cuanto que en la fila de seguridad está prohibidísimo poner algo en el suelo. En primera clase, en cambio, suele haber bastante sitio, con lo que las cosas se alojan allí sin más.

Pero eso es la solución educada. A éstos les faltaban un par de milenios de evolución para llegar a ese comportamiento, con lo que empezó el espectáculo:

- ¿Qué es esto?
- ¿Por qué está lleno?
- ¡Este sitio es nuestro!

Y, ni cortos ni perezosos, comenzaron a bajar maletas de los compartimentos.

- ¡Compatriotas! ¿De quién es esta maleta?

Y la dejaban en mitad del pasillo, montando un bloqueo de mil pares de narices a los que seguían entrando y querían pasar.

No sé si por suerte o por desgracia, los dueños de las maletas eran, efectivamente, compatriotas de los primitivos pasajeros. Estos compatriotas ya eran gente evolucionada y avergonzada por el espectáculo, pero no sabían qué hacer con su maleta, desalojada de tan mala manera.

Los españoles sentados a mi lado veían la escena con los ojos muy abiertos, y eso que era de madrugada. Otro que había delante, al que conozco de vista y que sé que lleva sus buenos diez años en Rusia y que está casado con una rusa, miraba a los tres bichos y musitaba entre dientes: "¡Así tienen el país!"

Los tres ejemplares de australopithecus moscoviensis dejaron el pasillo lleno de bultos, acomodaron los suyos, menos una bolsa con varias botellas que no cabía, porque la física tiene sus límites, y ya pretendían seguir con el siguiente compartimento. Se me ocurrió increparles un poco:

- ¡No pueden hacer eso! ¡No pueden dejar las maletas en los pasillos!

Contra todo pronóstico, el humanoide más próximo a mí entendió el mensaje y se volvió:

- ¿Es tuya? - y me puso la maleta delante de las narices.

No era mía, así que la maleta, como otras, se quedó en el pasillo. La recogió un ruso jovencito y bien parecido que iba delante de mí y que probablemente tampoco lo estaba pasando bien. Por si acaso, decidió no hablar, no fuera a ser que aún la liara y se llevara más maletas.

En esto, apareció la azafata de Iberia, abriéndose paso entre los pasajeros bloqueados, para ver qué estaba pasando allí. Por un azar del destino, en aquel vuelo de Iberia no estaba la típica azafata estirada, dc rangos angulosos, armas tomar y más horas de vuelo que el Barón Rojo, sino una señorita rubia, delgadita, repeinadita y muy monita ella, que venía desde primera clase y parecía poco hecha a este retorno al Paleolítico Superior que estábamos viviendo.

- ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Oh! You cannot put the luggage on the corridor!

Claro, el australophithecus ruthenicus y el homo matritensis barriosalmanticus no disponían de un lenguaje común, y los primeros no se dieron por aludidos. Aunque yo hubiera podido hacer algo, me di cuenta de que mi mochila y mi cazadora no habían sido afectados por el vendaval, y preferí dejar a la azafata hacer su trabajo, no fuera a caerme otra maleta sobre las narices.

Los tres homínidos miraron fíjamente a la azafata, que llamó a una compañera, la de turista, que no podía llegar, porque estaba al fondo del avión y un montón de bultos le bloqueaban el paso. Entre las dos azafatas fueron apartando bultos como pudieron y metiéndolos en la cola, en primera, o donde Dios les dio a entender, porque para mí que Aldeasa tuvo que hacer un pedido suplementario de bebidas alcohólicas tras el paso del pasaje del vuelo de Moscú por el aeropuerto. Qué tíos, tú.

Al final, se despejó el pasillo, y todos los pasajeros se sentaron, tres de ellos, adivinen quiénes, ente grandes carcajadas. Acto seguido, sacaron sus teléfonos móviles y se pusieron a ver fotos suyas con el fondo verde del Santiago Bernabéu, es posible que pastando sobre él. Sí, señor, aquellas gentes habían viajado desde Rusia para ver un partido de fútbol que en principio ni les iba ni les venía, para vaciar el aeropuerto de Madrid de bebidas alcohólicas y para montar un pollo totalmente gratuito en el vuelo de vuelta.

Claro, no toda la gente es así, obviamente. Las cosas han mejorado mucho. La mayoría de los rusos son completamente presentables y no pocos nos dan sopas con ondas en educación a los españoles. Pero siempre queda alguien que la pifia y deja la imagen del país por los suelos, como ya hemos visto alguna vez. Y hay demasiados niños grandes en Rusia como para dejarles salir por ahí sin acompañamiento.

En esto, las puertas del avión se cerraron, la azafata rubita y monita me pareció que emitió un suspiro y se acercó a nuestra fila, donde los tres homínidos seguían dale que te pego con el móvil comentando las jugadas que habían grabado en sus cacharritos.

Apreté los dientes. La cosa prometía.

(continuará, y terminará)

lunes, 19 de diciembre de 2011

El clásico (I)

Después de echar una carrerita por España, nos encontramos en diciembre, temporada propicia para ir y venir por esos aeropuertos de Dios. Como el otro día, sin ir más lejos.

El sábado por la noche había sido el Real Madrid - Barcelona, cuyo resultado no hace falta que recuerde a los vikingos. Para los que el fútbol no es sino una molestia inevitable si no quieres parecer un marciano, la semana anterior en España había sido una tortura. No podías encender la radio sin encontrarte en todos los boletines horarios con las últimas noticias sobre si Cristiano se había levantado con la uña del dedo meñique de la mano izquierda demasiado larga, o si Messi estaba considerando peinarse con la raya en medio. Cuando pasaba cerca de una televisión, electrodoméstico del que, gracias a Dios, carezco en casa, todo quisqui estaba dale que te pego con esos dos malhadados equipos, y si hubiera salido el sábado a la hora del partido (no lo hice, porque el domingo tenía que madrugar), estoy persuadido de que no hubiera encontrado absolutamente a nadie que no estuviera arracimado junto a las pantallas de televisión de los bares. Y eso en una ciudad como Valencia, a la que el susodicho partido debiera haberle sido más bien indiferente.

Yo pensaba que esta estupidez colectiva era exclusiva de los españoles, pero va a resultar que no. Que en estos tiempos de globalización la estupidez se exporta y se importa en las mismas condiciones que cualquier otro bien o servicio, y que hay quien la adquiere con alborozo.

Tuve la ocasión de darme cuenta al entrar en el avión que, en la madrugada del martes, cubría el trayecto entre Madrid y Moscú. Yo venía de Valencia con el tiempo un pelín justo y no tuve ocasión de apreciar el ambiente en la cola de embarque (en todo lo que tiene que ver con Moscú hay colas), sino que llegué justo a tiempo para entrar al avión, un A-319 que obliga a los pasajeros que no sean pigmeos a intimar bastante entre sí y con el asiento delantero.

El que tiene experiencia en estas lides, y entre ellos me cuento, procura colocarse en la fila donde está la salida de emergencia, que es bastante más ancha. Iberia, al igual que Aeroflot, dan la posibilidad de reservarla por unos diez euros al comprar el billete. Eso sí, se supone que un requisito para ocuparla consiste en ser capaz de comunicarse en español o en inglés, por si las cosas, Dios no lo quiera, vienen mal dadas y hay que actuar.

Entré en el avión, coloqué mi cazadora y mi magra mochila en los compartimentos que había sobre mí y me senté en mi asiento, al lado de dos españoles con acento sureño que seguramente iban de trabajo y que colocaron sus maletillas de mano también en el compartimento superior.

A los pocos minutos, tres ejemplares de la especie australopithecus moscoviensis, entre grandes carcajadas y cargados con buena parte de las existencias alcohólicas de las tiendas del aeropuerto, accedieron al avión y ocuparon los asientos que había al otro lado del pasillo.

Uyuyuy...

(continuará)

viernes, 16 de diciembre de 2011

A falta de noticias

Algunos comentaristas de esta bitácora (Fernando y Sergio, por ejemplo) se quejan de la tendenciosidad de la prensa española (y eso es ampliable a la prensa internacional) a la hora de comentar la actualidad política rusa.

Los ejemplos se están multiplicando tras las elecciones parlamentarias del pasado 4 de diciembre. Para regocijo de los medios occidentales, las elecciones rusas no sólo fueron una mentira de cabo a rabo, cosa que ya se suponía, sino que además los encargados de maquillar un poquito las cosas han sido tan sumamente torpes que se notan las trampas por todos los sitios. Es lo que le faltaba a la prensa occidental para lanzarse a degüello.

Además, ha habido manifestaciones populares relativamente numerosas. "Relativamente" quiere decir que no son los cuatro gatos de costumbre, sino que en esta ocasión eran varios miles de personas. Quizá decenas de miles, pero en todo caso muchos más que de ordinario.

Recordemos las últimas elecciones municipales de Moscú. También fueron falsificadas, y la lista de Rusia Unida, encabezada por Luzhkov (quién lo diría ahora), se llevó más del 70% de los votos y del 90% de los concejales municipales (32 de 35, exactamente), una exageración tan obvia que debía haber sonrojado a cualquiera que no tuviese la cara de cemento, pero parece que no los había. Los partidos perjudicados renegaron un poco un par de días, y acto seguido se callaron, y a seguir jugando a oposición mientras desayunan caviar.

Esta vez ha pasado exactamente lo mismo. Pucherazo chapucero de libro, gritos de la oposición, en este caso extraparlamentaria, un par de manifas y a casa, que en la calle llueve. Y se acabó.

Esto, lógicamente, desespera a la prensa occidental, que quiere informar de una rebelión en Rusia, a ser posible con guerra civil incluida, y se encuentra con que no hay absolutamente nada. Moscú políticamente es una ciudad tranquilísima, y las masas revolucionarias que debían estar asaltando la Duma o sacando a Putin y Medvedev de sus guaridas simplemente no existen o no han conseguido llegar a su destino (seguramente por los atascos, que ésa es otra, jolines: dos días llevo metido en embotellamientos).

Como hay que poner noticias sobre Rusia, la prensa española, por ejemplo, ha escrito ésta cretinez, que se opone a todo lo que debería ser el concepto de noticia. Veamos el titular: Un líder de las protestas contra el 'fraude electoral' en Rusia anuncia su candidatura. Ese líder es nada menos que Eduard Limónov.

Noticia debería ser algo relevante, leches. Que se presente Limónov es bastante irrelevante. De momento, para presentarse tiene que lograr dos millones de firmas, cosa que no está en disposición de lograr así consiguiera multiplicar por mil el centenar escaso de seguidores activos que como mucho debe tener. Lo que ha dicho es que se presenta así, a las bravas. Para comparar con otra noticia posible, eso es como si "Izvestia" resumiera las elecciones parlamentarias españolas titulando que "Toni Cantó sale diputado por Valencia", pasando de todo lo demás que ha ocurrido. Además, que Limónov sea uno de los líderes de las protestas de estos días es por lo menos discutible, y estoy por pensar que la la mayoría de los que protestaban no lo consideran como tal. En cambio, por lo menos, Toni Cantó sí ha sido elegido diputado.

Otra acepción posible de "noticia" es que lo sucedido sea reciente. Y es que ni eso. Limónov había presentado su candidatura a la presidencia por primera vez en una rueda de prensa que tuvo lugar el lejano 4 de marzo de 2009. Que lo haya repetido ahora sólo es relevante en la calenturienta imaginación de los redactores jefes de internacional de la prensa occidental más putrefacta. Es que ni The Moscow Times cae tan bajo, tú.

domingo, 11 de diciembre de 2011

La soledad del corredor de fondo (y VII): You will never walk alone

Las grandes ventajas de haber entrenado a varios grados bajo cero se veían en la salida de la prueba, concurrida como pocas. Ya lo creo que no iba a caminar solo. Dos mil quinientos participantes. Nada menos. Y la mayoría tiritando, y soltando perlas como "Fa fred" (Hace frío). Si no fuera porque eran corredores de maratón pensaría que eran nenas. Ocho grados sobre cero a las nueve de la mañana no es frío, leches.

Durante la carrera, vi de todo. Los que sabían de esto iban en camiseta y pantalón corto. Yo, aunque de esto no sabía mucho (algo he aprendido entretanto), también llevaba la misma ropa. En cambio, había bastante gente con camiseta de manga larga, o con dos camisetas, muchos con mallas largas, alguno con chándal, muchos con guantes y el más friki iba vestido de Santa Claus y con barba postiza. Lo adelanté en el kilómetro 35 y, para que yo adelantara a alguien en el kilómetro 35, tal y como iba de muerto a esas alturas, ese alguien tenía que estar realmente muy mal. En meta no lo vi, supongo que se impondría la cordura y se quitaría el disfraz antes de la lipotimia.

Claro, a las nueve de la mañana puede que hiciera ocho grados, pero a las doce ya íbamos por los dieciocho, y eso duele bastante cuando te has abrigado como si estuvieras corriendo por el Aconcagua. Alguno directamente se quitaba la ropa y la abandonaba.

En fin, que la carrera ya ha tenido lugar y, por tanto, los entrenamientos por Moscú al aire libre y bajo el punto de congelación se han terminado de momento. Bien está lo que bien termina, y ahora toca pulir defectillos (el diminutivo es muy indulgente: en la preparación he cometido errores de bulto) para la próxima vez.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Vuelta a los chistes

Naturalmente, los rusos, que muchas veces ya he escrito que son muy buenos a la hora de hacer chistes, ya se han metido con el resultado de las elecciones parlamentarias rusas. Hoy la entrada es simplemente el chiste. Como siempre, primero en español y, más abajo, en el ruso original. El que pueda leer en ruso, que lo haga, porque los chistes traducidos suelen perder bastante gracia. Ahí va:

Barack Obama llama a Medvedev y se queja de que es muy probable que el Partido Demócrata pierda las elecciones al Congreso de los EEUU.

Medvedev le dice: "¡Chorradas! Voy a ayudarte. Tengo un superespecialista en elecciones. Se llama Chúrov (es el de la foto, presidente de la Comisión Electoral Central). Irá a verte y lo arreglará todo."

Pasaron las elecciones en los Estados Unidos. Medvedev llama a Obama a ver qué tal ha ido todo.

Y dice Obama: "En general todo ha ido tranquilo. Sólo que el resultado ha sido un poco raro. En todos los estados ha ganado con gran diferencia Rusia Unida."

* * *

Y ahora en ruso.

Барак Обама звонит Медведеву и жалуется, что есть большая вероятность, что его демократическая партия проиграет на выборах в конгресс США.

Медведев говорит: "Фигня! я тебе помогу. Есть у меня мега-спец по выборам, Чуров его фамилия. Он к тебе приедет - все уладит".

Выборы в США прошли. Медведев звонит Обаме узнать что-да-как.

Обама говорит: "Да вобщем-то все тихо-спокойно прошло. Только вот результат странный какой-то - во всех штатах с большим отрывом победила Единая Россия".

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Eligiendo

El problema con las elecciones rusas es que absolutamente todo es mentira, pero nadie se atreve a decirlo claramente por si los mamporros. Mentira son los candidatos oficialistas, mentira son los candidatos opositores, mentira son los asistentes a los mítines y, por supuesto, mentira son los resultados electorales. Las autoridades rusas han llegado a un extremo de desfachatez que no se molestan apenas en disimularlo. Todo en las elecciones rusas está diseñado para que existan, pero las cosas no se muevan demasiado, y para que el voto de los electores no sirva para nada. A esto lo llaman "democracia" y, a veces, "dictadura de la ley" (se ve que no se refieren a la ley electoral).

En mi opinión personal, Rusia Unida no necesita tantas trampas para ganar las elecciones. Yo creo que las hubiera ganado de todas maneras, pero, en primer lugar, no con el 48% de los votos. Tampoco la participación hubiera sido del 60%, sino muy inferior. Muchos rusos saben, y lo cuentan en privado, que hay numerosos casos en los que los votos de los que se han abstenido aparecen de repente, con un tremendo porcentaje a favor de Rusia Unida. A una mala, la Comisión Electoral Central está como garante último de estabilidad del sistema.

Pero es que hay casos flagrantes que no pueden hacer pensar sino en que todo no es trigo ¿Alguien se cree que en Chechenia la participación pueda llegar a ser prácticamente del 100%, y que prácticamente todo el censo haya votado por Rusia Unida? Eso quiere decir que han votado por Medvedev hasta los guerrilleros barbudos que están pegando tiros por las montañas. Vengaaaa... aquí lo que ha pasado es que el glorioso presidente de Chechenia, Ramzán Kadyrov, un tipo con el que es mejor estar de acuerdo, ha cumplido su promesa de hace unos meses acerca de que en Chechenia votaría por Rusia Unida el 100% del censo, o más. Sí, dijo "o más", y casi lo consigue.

En general, el sistema ya está comprometido desde el momento en que el puesto de gobernador regional depende decisivamente de los votos que saque Rusia Unida en tu territorio. Medvedev lo ha vuelto a decir tras las elecciones: será cosa de revisar los gobernadores en los lugares en los que Rusia Unida ha tenido un mal resultado. En principio, parece lógico que esos lugares sean los sitios donde hay descontento, y que cambiar el gobernador puede ser una opción razonable, pero la consecuencia es que un gobernador puede ser un auténtico cenutrio con patas, y así y todo no se le medirá por sus logros, ni por las oes con un canuto que sea capaz de hacer, sino por los votos que tenga Rusia Unida. Obviamente, lo que va a hacer cualquier gobernador que quiera seguir siéndolo es inflar el número de votos de Rusia Unida como sea. Y "como sea" incluye todos los sistemas legales o ilegales, desde la compra de votos, las amenazas a los jefes de zona, directores de fábricas o responsables varios y, si todo esto no funciona, simplemente contando mal. Es toda una pirámide de intereses: Medvedev presiona al gobernador, el gobernador al jefe comarcal, el jefe comarcal al director de zona, y así sucesivamente. A mí me recuerda los logros del plan quinquenal, cuyas previsiones se cumplían sí o sí.

En estas circunstancias, como si no fuera bastante que en Rusia sólo haya siete partidos políticos legales, y que crear uno nuevo es algo que no se puede imaginar ni Isaac Asimov, nadie protesta demasiado, por si acaso. Los ocho mil manifestantes en Moscú, ciudad que tiene doce millones de habitantes, es una cifra irrisoria, pero es la mayor de los últimos quince años. El hecho de que haya unos cuantos millares de personas decididos a que no les tomen el pelo y a patearse la calle a cero grados y chapoteando en el fango, al menos, es una novedad.

El problema es que unas elecciones limpias, en las que seguramente también ganaría, no son una opción para el partido del poder, porque tiene miedo de que pase algo que no sea capaz de controlar. Los tres partidos parlamentarios de la sedicente oposición tampoco gritan muy alto, porque fuera del sistema hace mucho frío y fuera del parlamento no se comen un colín. De los otros tres partidos extraparlamentarios, dos son hechura del Kremlin, y el tercero, Yabloko, tampoco se pasa gritando, probablemente porque tiene bien presente dónde está ahora el mecenas que financiaba sus campañas, un tal Jodorkovsky. Las demás organizaciones son ilegales, por lo que se les puede detener y encarcelar en cuanto reúnan a demasiada gente.

Todo esto me está comenzando a recordar a las sucesivas Dumas Imperiales rusas, y creo que todo el mundo sabe cómo acabó aquello, así que es comprensible que los ocupantes actuales del Kremlin no quieran terminar como los que entonces ocupaban el Palacio de Invierno. Pero que no lo llamen democracia, por favor, que eso sí es hipócrita. Nicolás II, al menos, tenía clarísimo que él de demócrata no tenía nada, y no se cortaba un pelo en llamarse autócrata. Pedir lo mismo de los gobernantes actuales debe ser demasiado, pero algo de decencia, al menos, debería quedarles.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Masas

Ahora que, por fin, las elecciones han terminado, tanto en Rusia (habrá otras, claro, con resultado tan meridiano como éstas) como en España, ha llegado la hora de relajarse. No es hora de hablar de los fraudes, en la campaña (bueno, de ésos ya vimos alguno) o en el recuento de votos, o donde sea, porque todo vale y, si no hay suficiente gente dispuesta a votar como es debido, es evidente que hay que tomar medidas. No. Hoy pienso, sobre todo, en los organizadores de la campaña electoral, que posiblemente se irán a la cama con más tranquilidad que otros días.

Y es que la vida de los organizadores de eventos es dura. Muy dura. Un mitin político no es más, después de todo, que un evento, y yo, que al menos un par de veces al año me dedico a la organización de eventos, no puedo sino compadecer a los pobres responsables del asunto. Y no es fácil, no, organizar un evento en Rusia. Los rusos tardan en confirmar su participación; la confirman y luego no van; hay mucha informalidad, vamos.

Imaginemos un mitin político típico. A los rusos de a pie de calle, la política les trae mayormente sin cuidado, y además en diciembre hace un frío del carajo ¡Como para ir a escuchar a los candidatos a diputado! Sin embargo, hay una cosa que no puede permitirse un organizador de eventos: un fracaso. Eso nunca. Los eventos siempre son un éxito.

Como lo que acabo de decir no es verdad, el organizador de eventos en Rusia tiene que conformarse con un "second best", consistente en algo así como: "Ya que el evento, seguramente, no va a ser un éxito, me conformaré con que lo parezca" ¿Y cómo se consigue que la cosa parezca un éxito? Llenando la sala, o lo que sea, con gente, aunque acaben yendo una pandilla de comunistas a los mítines liberal-democráticos de Zhirinovsky (Хватить терпеть!). El caso es que el líder (o sea, el cliente, desde la perspectiva del organizador de eventos) no se encuentre sin auditorio, sino que crea que está arengando a sus enfervorizados votantes.

¿Cómo conseguir auditorio? Parece sencillo en una ciudad de doce millones de habitantes, pero estos habitantes son duros de pelar. Ahora bien, y menos mal, aquí las nuevas tecnologías han venido en auxilio de quienes organizamos eventos. Si alguien no lo cree, no tiene sino que pasar por la página definitiva para estos casos: Massovki.ru.

Si usted tiene un evento "de masas" y dinero para asegurarse contra los fracasos, massovki.ru es su página. Un anuncio, "organizo evento en tal sitio y pago tanto por asistir", y asunto resuelto. Hay auténticos profesionales de asistencia a eventos masivos, y todos ellos tienen massovki.ru en el primer lugar de la lista de favoritos de su navegador.

Naturalmente, en estos tiempos de alta temporada de partidos políticos (aunque en Rusia sólo haya siete partidos políticos legales), los principales clientes de massovki.ru son los organizadores de sus campañas. A lo mejor puede resultar desilusionante para el lector español medio saber que, si en España ya pensamos que la política es una farsa, lo de Rusia ya excede con mucho lo que pasa en nuestro país, hasta el punto de que faltan las palabras para describirlo. Todo, y cuando digo todo me refiero a absolutamente todo, es pura mentira. No sólo los resultados electorales, que también, sino la misma campaña electoral, y posiblemente aventuro que hasta los mismos candidatos sean de cartón piedra y hayan sido reclutados en páginas como ésa.

Basta con ver el apartado de "eventos de masas de carácter político" para darse cuenta de que los participantes en los mítines del LDPR son de pega, de que la señora que me repartió el otro día un pasquín de Yabloko era tan de Yabloko como yo torero, y de que los pocos comunistas jóvenes que aparecen por los mítines del partido comunista es poco probable que sean realmente comunistas.

Finalmente, me precipité al decir que los organizadores de eventos contratados por los partidos políticos iban a poder dormir tranquilos esta noche. Uno de ellos tendrá que esperar un poco para dormir a gusto. Me refiero al abnegado organizador de la fiesta de la victoria electoral de Rusia Unida, que lleva unos cuantos días buscando gente en massovki.ru para no dejar a Medvedev sólo ante su victoria. Los encontrará, seguro.

jueves, 1 de diciembre de 2011

La soledad del corredor de fondo (VI)

Hasta ahora, la ruta ha discurrido por lugares razonablemente bonitos encajonados entre árboles y edificios, pero ahora la cosa va a cambiar. El curso del río Moscova abre un espacio de no menos de cuatrocientos metros entre los edificios de la parte derecha y los de la izquierda, lo cual da una perspectiva distinta al panorama... y elimina cualquier abrigo frente al viento.

A estas temperaturas, que rondan el punto de congelación, el viento es particularmente incómodo. No es que sea nunca un buen aliado, pero aquí molesta, y más con la perspectiva de cinco kilómetros teniéndolo de cara. Aunque el río Moscova, a su paso por el centro de Moscú, forma un curioso semicírculo, no deja de ser un semicírculo lo suficientemente abierto para dar vía libre al viento.

Si hasta ahora el eterno tráfico de Moscú había estado ausente del periplo, a partir de ahora lo tendremos al ladito mismo de nosotros. Las vías que flanquean el río son de las arterias de comunicación más importantes de Moscú, y no hay momento en que no haya tránsito por ellas, y más a la altura del Kremlin. Y, después de todo, ya no son las siete de la mañana, sino las ocho y media pasadas, momento en que buena parte de la ciudad ya está en marcha.

Básicamente, los cinco kilómetros van a unir edificios religiosos, dos de los cuales (Novospassky y las catedrales del Kremlin) se salvaron por los pelos de la piqueta bolchevique, y el tercero, que no se salvó, fue reconstruido después. Es la catedral de Cristo Salvador.


Al principio de la Biblia (Gn, 1, 4), se dice que Dios separó la luz de las tinieblas. En Moscú, en noviembre, no parece sino que Dios se haya olvidado de separarlas y las mantiene mezcladas, en un color gris plomizo permanente que no es día ni noche, como para hacernos recordar a los humanos que las tinieblas están ahí, confundidas con la luz e infundiendo confusión.

A lo largo del camino, uno se va encontrando con algún pescador que se supone que pescará algo, pero desde luego no es el mejor lugar para relajarse. Más adelante se ven grupos de gente que, simplemente, van hablando. Alguno hay que está girado hacia el río, dando la espalda a todo el que pasa, con las piernas algo abiertas y con un curioso chorrillo que discurre entre ellas y que prefiero no mirar. Y también, por primera vez, veo a un corredor en dirección contraria a la mía y al que saludo, aunque no conozco de nada, y que me devuelve el saludo.

A lo lejos, se ven los edificios de Moskvá-City, esos cuatro rascacielos megalómanos que son como las nuevas torres de Babel del siglo XXI. Aunque el recorrido no llegará hasta allí, de alguna manera se echan de menos las casas bajas de la calle Goncharnaya o del anillo de los bulevares.



Y llegamos a Cristo Salvador, momento en que ya dejamos el río y subimos por la otra parte del anillo de los bulevares. Dejamos a la izquierda la Ostozhenka y la Prechistenka y, en general, la zona que se ha ganado el mote de "milla de oro", por lo caros que son los alquileres.

En el bulevar Gogolievsky, los obreros han comenzado a trabajar cansinamente. Uno trabaja, sin muchas ganas, cuatro miran cómo lo hacen, y supongo que alguno terminará por relevar al primero.

A la altura del viejo Arbat, la primera calle peatonal que hubo en Moscú, y una de las poquísimas que sigue habiendo, decido meterme por allí, más que nada para prolongar un par de kilómetros la ruta. A esta hora apenas hay nadie, sobre todo si llueve. Pero, los días que he corrido por aquí sin llover, ya estaban los vendedores montando los puestos de libros, de discos, y los alquiladores de bicicletas trucadas haciendo malabares con las mismas para pescar a algún incauto.

Un poco más adelante, tras cruzar el nuevo Arbat por el paso subterráneo, se llega a la Nikitskaya y enseguida a una de las zonas más recorridas, cual es el bulevar Tverskoy, lugar imprescindible para ver, a la luz de los carteles que lo pueblan, si tenemos algún músico acabado nuevo en el panorama artístico internacional.

Ajá... músicos acabados... cuánto tiempo.