miércoles, 30 de junio de 2010

Intermediarios (I)

Se dice con frecuencia que "no hay oficio malo", y es posible que incluso sea verdad y que cualquier forma de ganarse la vida tenga una parte positiva. Aún así, a mí me parece una exageración. Ya lo creo que hay oficios malos y, si no, basta con pensar en los asesinos a sueldo o en los directivos de banca de inversión.

Luego están los oficios que no son necesarimente malos, pero que generan antipatía. A mí, por ejemplo, me pasa con los intermediarios en las operaciones en el mercado del petróleo. Durante algunos meses, en un trabajo que tuve en mi ciudad natal y en el que, a Dios gracias, no duré demasiado, tuve mi primer contacto con uno de ellos y fatalmente me los imagino a todos cortados por el mismo patrón.

El tipo parecía salido de una novela picaresca del siglo XVII. Era alto, vestía de traje, aunque sin corbata, y destilaba seguridad y desparpajo en sus maneras; eso sí, cuando hablabas un poco con él te dabas cuenta de que todo eso era pura fachada y que estaba tan muerto de hambre como yo mismo en aquel tiempo, con la desventaja, para él, de que sus conocimentos eran bastante penosos y, en cuanto pasabas un poco de la fachada, no sabía disimularlo lo suficiente. Llamémoslo Rocco.

Rocco no trabajaba en la empresa en la que estaba yo, pero era amiguete del gerente, que le dejaba estar allí y hacer sus llamadas. Había libre una mesa en la sala de recepción, y él la ocupaba cuando tenía alguna llamada que hacer; yo estaba enfrente de él, digamos que cumpliendo mi horario de trabajo, porque la empresa iba cuesta abajo y sin frenos, y el trabajo no es que no abundara, es que se veía que el gerente tenía verdaderos problemas para mantenernos mínimamente entretenidos a los tres currelas que quedábamos en la oficina. En nómina había alguno más, pero se trataba de la amante o la novia, o vaya usted a saber qué, del gerente, que sólo estaba en la nómina para que estuviera de alta en la Seguridad Social, y de un par de misteriosos representantes a los que tampoco vimos nunca y que muy probablemente eran familiares del gerente que había dado de alta, de gorra, en la Seguridad Social. Vamos, que ya estáis viendo que no se trataba precisamente de una empresa ejemplar.

Rocco, la verdad sea dicha, tampoco tenía gran cosa en que ocuparse, pero en el despacho había aire acondicionado y se estaba bien, así que a veces, aun sin hacer llamadas, se quedaba en el despacho. Y conversaba con nosotros, que estábamos allí casi siempre mano sobre mano.

- Yo - decía - no siempre me he dedicado al sector del petróleo. Soy, por así decirlo, un "brúker".

Los tres que estábamos allí, que hablábamos el suficiente inglés como para saber cómo se pronuncia "broker", nos conseguimos aguantar la risa con cierta dificultad.

- Es un sector interesante. Ahora estoy con una operación con unos árabes. La verdad es muchas te salen mal, pero, jo, te sale una bien y pegas un pelotazo que, macho, es como para retirarte.

Y allí estaba él, dale que te pego, aparentando por teléfono ser la leche en bote, y quedando cada vez más en evidencia ante los currelas que seguíamos por allí y que tendríamos quizás menos desparpajo que él, pero desde luego un nivel de conocimientos mucho mayor.

Unas semanas después, Telefónica perdió la paciencia y nosotros la línea telefónica. El gerente logró venderles la moto de una ampliación de capital y no sé qué monsergas, con lo que recuperamos la línea una semana más; pero, al final, cuando se vio que las ampliaciones y las monsergas no iban más allá de las palabras del gerente, los teléfonos enmudecieron de manera definitiva. Rocco el Brúker dejó de favorecernos con su compañía, porque lo del aire acondicionado sin teléfono no convenía a sus propósitos empresariales y, de todas formas, los dueños del edificio ya estaban preparando el desahucio y, más o menos por aquellas fechas, uno de los currelas, que era abogado, presentó una serie de demandas contra la empresa por impago a los trabajadores, todas las cuales las ganó por goleada... incluyendo la de despido improcedente que tuvo que presentar en cuanto el gerente se enteró de las primeras y se enfadó. En fin, que la empresa se fue a pique.

Vamos, que mis primeras experiencias con un intermediario petrolífero, alias "brúker", van asociadas a tiempos laborales duros (aunque aprendí mucho Derecho Procesal) y, por consiguiente, me dejaron un pelín de amargor en el paladar.

Unos cuantos meses después de los sucesos que quedan relatados arriba, me vine a Rusia en busca de mejor suerte laboral, pero, últimamente, yo no sé qué está pasando, pero los brúkeres del petróleo vuelven a aparecer en mi vida.

Los brúkeres del siglo XXI (porque Rocco el Brúker era todavía del siglo XX) cuentan con internet como imprescindible herramienta de trabajo, que les permite acceder a la información disponible en todo el mundo, pero que sólo ellos, con su agudeza y arte de ingenio, son capaces de descubrir desde su centro de operaciones multinacional de Villar de Cañas. Pueden vencer las barreras idiomáticas gracias a la pléyade de traductores en línea que les garantizan una traducción impecable, técnica y exacta de textos en los idiomas más raros de este ancho mundo (como el inglés, sin ir más lejos, que en Salvacañete es rarísimo). Muchos de ellos proceden del sector inmobiliario, en donde han pasado varios años de bonanza vendiendo pisos a gente desesperada por comprarlos, pero han pasado sin problemas al sector petrolífero, apenas más complicado que el anterior. Su experiencia y ojo de águila les da una perspicacia especial para dominar el mercado petrolífero y acceder a las comisiones más jugosas, muchas veces sin haber salido apenas de Benirredrá, pero con la franqueza y campechanía que da la vida campestre.

Para empezar a analizar un caso reciente, podemos entrar aquí. Daos prisa en entrar, antes de que la cierren. Pero bueno, mejor será analizarlo en otra ocasión, que hoy se hace tarde.

lunes, 28 de junio de 2010

Ivánovo a vista de pájaro

En la penúltima entrada estuvimos viendo la Casa-Barco, uno de los edificios más emblemáticos de Ivánovo. La Casa-Barco tiene una gran ventaja sobre los congéneres suyos que vamos a ver hoy, y es que realmente parece un barco desde donde la mires. En cambio, vamos a ver lo que pasa con otros edificios de este jaez.

En los años treinta, cuando toda esta ilusión arquitectónica vanguardista se hizo con el mando entre la intelectualidad proletaria, se podían hacer cosas raras todavía. Más adelante, Stalin demostró que la vanguardia y la retaguardia no son más que situaciones en el plano, lo que demostró retrocediendo al gótico, pero eso fue más adelante. De momento, y en Ivánovo, veamos esta foto.


Se trata de la antigua sede de la KGB en Ivánovo, hoy ocupada por el Ministerio del Interior. Se conoce como la Casa-Bala (Dom-Pulya), y uno podría pensar que este apelativo viene por los instrumentos de trabajo de los ocupantes del edificio, y más en los años treinta. Pero veamos el asunto desde otra perspectiva.


Creo que queda claro. El edificio se llama Casa-Bala no por el tiro de gracia que los trabajadores del edificio pudieran dar a sus inquilinos ocasionales, sino porque, realmente, tiene forma de bala.

Veamos este edificio, situado no muy lejos del anterior.


Aparentemente, nada anormal. Una casa de vecinos normal y corriente. Uno no comprende muy bien, desde aquí, por qué este edificio aparece en todas las guías de Ivánovo como una de las edificaciones más destacadas de la ciudad, así que habrá que llamar en nuestra ayuda a Google Maps.


Y sólo así nos damos cuenta de que nos encontramos ante la famosa Casa-Herradura (Dom-Podkova). Diríase que los arquitectos hicieron la casa para que, sesenta años después, apareciera el Google Earth y todo quisqui pudiera admirar su arte. Porque, lo que es entretanto...

Hay más. Vamos a por el siguiente.


Se trata del Instituto número 32, que aparentemente es un lugar más anodino que una fiambrera, pero que en Ivánovo es conocido por el nombre de Casa-Pájaro. Uno se cuestiona si el nombre de Casa-Pájaro es por los pollos que cursan estudios en el centro escolar, pero claro, nunca está de más hacer una comprobación en Google Maps.


¡Y tanto que no está de más! No sé yo si será muy cómodo para los alumnos, pero el edificio tiene, efectivamente, la forma de un pájaro con las alas abiertas.

Éstos cuatro que hemos visto son los edificios emblemáticos de este período en Ivánovo. Yo creo que no son los únicos. Os invito a que escudriñéis por Google Maps en Ivánovo, que está a unos trescientos kilómetros al nordeste de Moscú, a ver qué encontráis. Yo he visto una Casa-Abrebotellas (muy práctica para apretarse cervezas, supongo), una Casa-Yunque, y una estupenda Casa-Teléfono, aparte de los que todo el mundo conoce. Pero eso quizá lo saque otro día, porque, después de todo, puede que el arquitecto lo hiciera a sabiendas y, bien mirado, también podría ser casualidad.

viernes, 25 de junio de 2010

El cumple de Ame (II): Llegan los invitados

Viene de aquí.

El primero en llegar fue Hans, que es muy pequeñito. Yo me alegré mucho, porque Hans es mi amigo y porque además es muy flojito. Por un momento pensé que el que venía era Jun-Zhe. Jun-Zhe es muy fuerte y un poco bruto y a lo mejor él sí que podría romper la casa y eso a mi papá no le gustaría.

El papá de Hans no es ruso. Es de un país que se llama Holanda y donde seguro que hay muchas olas. Se puso a hablar con mis papás en un idioma raro que debe ser el que hablan allí y yo no entendía nada. Se rieron todos mucho y luego se fue, dejando a Hans. Hans me había traído un regalo. Era precisamente un transformer, como yo había dicho. Qué bien. Me puse muy contento.

Ya íbamos a pasar al salón, cuando volvió a sonar el timbre. A lo mejor era Jun-Zhe, así que Hans y yo nos fuimos corriendo al salón para que no nos viera enseguida, pero era Timofei. Timofei es muy buen chico. Vino con su mamá. Mis papás le preguntaron a su mamá si no quería quedarse, y la mamá de Timofei dijo que sí. Mis papás se miraron entre ellos, como si estuvieran sorprendidos de que se quedara. Es verdad que los papás de los niños no se quedan casi nunca, pero, si no querían que se quedara, yo no sé por qué mis papás le invitaron a quedarse.

La mamá de Timofei dijo a mis papás que eran unos valientes por organizar una fiesta de cumpleaños con niños en casa. Yo, de mayor, también organizaré fiestas de cumpleaños en mi casa, porque quiero ser tan valiente como mis papás.

Y también me habían traído un regalo. También era un transformer. Qué bien. Con éste ya tengo cuatro.

La mamá de Timofei se sentó en el sofá del salón y parecía que no estaba muy cómoda. Mi mamá le ofreció té, pero dijo que todavía no quería. Mi papá y mi mamá corrían llevando cosas de un lado a otro, Abi y Ro (que son mis hermanas) estaban hablando de cómo organizar el juego que tenían previsto. Hans y Timofei estaban discutiendo. Yo jugaba con el transformer que mi papá me había abierto. Nos lo estábamos pasando muy bien.

Llamaron otra vez a la puerta, y era Jun-Zhe, y además llegó Mirón al mismo tiempo. Los papás de Jun-Zhe son chinos, de China, y Jun-Zhe también. Cuando llegó, Jun-Zhe sólo hablaba chino y nos pegaba a todos. Ahora ya habla ruso y nos sigue pegando a todos. El papá de Jun-Zhe tuvo que venir un día a pedir perdón a casa porque Jun-Zhe me había pegado en un ojo y me lo había dejado de color azul, así que mi papá y el de Jun-Zhe ya se conocían y se saludaron cuando se vieron. Mi papá no habla chino, y el papá de Jun-Zhe no habla valenciano, así que movieron mucho las manos y las cabezas mientras sonreían y al final el papá de Jun-Zhe se fue. Mi papá miró fijamente a Jun-Zhe, le puso las manos en los hombros, apretó un poco y le dijo muy lentamente, en ruso, que esperaba que se portara bien. Estaba muy serio mi papá, y yo creo que Jun-Zhe se asustó un poquito. Pero yo le dije que mi papá era muy gracioso y estaba de broma y ya se calmó. Mi papá me miró y lanzó un suspiro mirando al cielo. Parecía cansado, mi papá.

Ah, se me olvidaba decir que Jun-Zhe me había traído un regalo. No adivinaréis nunca lo que era ¡Era un transformer!

Luego llegó Sonia. Sonia es una niña, es mi vecina, y a veces va a la guardería y otros días no va. Su mamá y su papá vienen muchas veces a casa y nosotros vamos muchas veces a la suya. Vino con su mamá, que la dejó y preguntó si no había ninguna niña más, pero entonces llegaron Abi y Ro y se la llevaron. Yo me quede mirando el regalo que me había traído, que era un transformer.

Y luego llegó Anya con su mamá. Yo hubiera invitado a Masha Trunina, pero no podía venir, así que invité a Anya, que también es muy simpática. Llevaba un vestido bastante bonito, pero, claro, con esos vestidos seguro que no se puede jugar con los transformers o hacer el bruto con Jun-Zhe. Anya me trajo un transformer, y además una tarjeta muy bonita que había pintado ella misma y en la que me deseaba feliz cumpleaños. Es maja, Anya. Mis papás se quedaron con su mamá diciendo lo bonita que era la tarjeta y su mamá se puso a sonreír. La tarjeta creo que la pusieron en algún sitio, pero no sé dónde. Yo cogí el transformer que me había traído y me fui al salón.

El último que llegó fue Yasha. Yasha es el vecino con el que siempre juego y además va a mi guardería. Es un poco más gordito que yo y suele traerlo su hermano mayor. Trajo una PSP y yo pensé que me la iba a regalar, pero no. La PSP la había traído para jugar él. A mí me regaló un transformer.

Y ya habíamos llegado todos. Qué bien. La fiesta podía comenzar.

miércoles, 23 de junio de 2010

Más arquitectura roja: Ivánovo

Después de haber visto que, efectivamente, los arquitectos soviéticos eran perfectamente capaces de dar a los edificios que construían la forma de hoz y martillo, tanto en Ekaterimburgo como en Moscú, y donde hiciera falta, vamos a ser algo más indulgentes con ellos. Después de todo, dar a la planta de los edificios una forma particular no es un invento de ellos. Es bien sabido que las iglesias católicas tienen planta de cruz, e incluso el demonio siempre ha tenido la pretensión de imitar a Dios, así que no era de extrañar que también los bolcheviques intentasen emplear sus propios signos, aunque, ciertamente, el dibujito de la hoz y el martillo era más bien poco práctico a la hora de planificar, así que los arquitectos soviéticos se quedaron simplemente, apuntando el signo, no siguiéndolo a rajatabla, lo que hubiera dado lugar a un edificio con demasiado espacio perdido, y en todo caso difícilmente habitable.

Pero sigamos con el Google Earth y con el Google Maps. Menudo invento. Gracias a él, podemos admirar hoy desde nuestra casa el lugar en el que la arquitectura constructivista dio el do de pecho, que no es otro sitio que la ciudad de Ivánovo.

Ivánovo es uno de los lugares más discriminados del Anillo de Oro, ese círculo de ciudades de la Rusia antigua situado al nordeste de Moscú y que merecen la pena una visita y hasta dos. La verdad es que Ivánovo lo tiene casi todo para ser discriminada: es una ciudad casi nueva, pues fue fundada en 1871, aunque por allí había pobladores desde el siglo XVI; es una ciudad netamente industrial, ya desde su creación, y además de la industria textil, lo que le trae una crisis galopante por la competencia china; no tiene apenas iglesias ni edificios antiguos, y casi todas las que tenía fueron arrasadas cuando la revolución soviética; es un sitio que hasta hace nada ha sido más rojo que un pimiento (y eso ya no se lleva, no, señor), y además lo ha sido siempre, hasta el punto de que la ciudad se enorgullece de haber sido la sede del primer sóviet y, por si fuera poco, teatro de actividades de Mijaíl Frunze, el militar rojo más ilustre de la guerra civil soviética (de hecho fue el que derrotó, entre otros, a Kolchak, citado en la entrada anterior).

Sin embargo, Ivánovo está mucho mejor de lo que su fama indica. Es una ciudad tranquila, industrial, donde la vida es más lenta que tres mujeres en una tienda de manteles y, eso sí, pésimamente comunicada, pero desde el punto de vista arquitectónico tiene algunos ejemplos notables, sobre todo si usamos la vista de satélite. Vamos allá con el primer ejemplo:


Parece un edificio normal y corriente, pero se conoce como "Casa barco" (Dom-korabl'), porque efectivamente fue construido para que pareciera un barco. desde arriba se ve como sigue:


Y, con el Goggle Earth, conseguimos una vista un poco aplastada, pero queda claro.



El edificio es de 1930, y uno no puede dejar de pensar que quizá los Monty Python se inspiraron en esta historia de los edificios navíos para uno de sus episodios más famosos, que es el que sigue a continuación:



Da que pensar, ¿no? En todo caso, lo que se puede ver a vista de pájaro en Ivánovo no termina con la Casa Barco. Lo veremos en una próxima entrada.

lunes, 21 de junio de 2010

Arquitectura roja

Sí, ya sé que tocaba la segunda parte del cumpleaños de Ame, pero, aunque ya veo que tiene su público, el que manda en la bitácora sigo siendo yo, y he aquí que veo que Kinofórov se ha mudado de domicilio a uno algo más prestigioso, que incidentalmente era un nido de agentes de los servicios secretos y que, aunque él no lo vea claro, desde arriba tiene forma de hoz y martillo. Y, como esa entrada me ha traído otros recuerdos, Ame se quedará para mejor ocasión y los recuerdos para ahora.

Porque, sí, es posible que haya muchas leyendas urbanas sobre las manías del comunismo. Resulta que en uno de los comentarios de la entrada de Kinofórov, Andriey, que también se pasa en ocasiones por aquí, se queja de que hay un montón de leyendas urbanas que el Google Earth no ha logrado erradicar. Así que se me ha ocurrido trabajar un poco, precisamente, con el Google Earth, y fruto de ello es la imagen de ahí arriba, que corresponde al depósito ferroviario de la estación Moskvá-Sortiróvochnaya, sito en la ulitsa Burakova, número 8.

El lugar es un sitio radicalmente bolchevique, que además fue el escenario del primer sábado de trabajo voluntario, el 12 de abril de 1919, cuando quince obreros, trece de ellos miembros del partido comunista y dos independientes, se quedaron a trabajar gratis total para reparar tres locomotoras que debían partir inmediatamente para el frente Este, donde el almirante Kolchak, tras tomar Ufá, había llegado al cenit de su ofensiva blanca desde Siberia. Los obreros estaban dirigidos por el mecánico Burakov, cuyo nombre acabó por darse a la calle adyacente. El lugar hoy alberga uno de los museos ferroviarios de Moscú.

Por si no quedaba claro en la foto de arriba, en la de aquí ya se va viendo que la forma de las edificaciones en esta zona no es totalmente casual. Y es que, en efecto, el lugar es un símbolo comunista bastante importante, aunque hoy en día los sábados de trabajo voluntario hayan caído en desuso. Probablemente porque, a falta de Kolchak (que no creo que estuviera muy contento de levantar la cabeza, si viera en lo que se ha convertido la Rusia que él, al menos en parte, dirigió), el que domina en Rusia es el capitalismo rampante, y eso casa mal con el trabajo voluntario, incluso en un sector económico tan rabiosamente público como es el ferroviario, que además, en Rusia, es un estado dentro del estado.

Si, en Google Earth, quitamos la imagen satélite y nos conformamos con el mapa, obtenemos la imagen de ahí al lado. A partir de ahí, podéis ver si lo de los edificios con forma de hoz y martillo son una leyenda urbana o no y pensar lo que os dé la gana, pero, si eso no es una hoz y un martillo, que venga Dios y que lo vea.

¿Se limitan las ideas de la arquitectura roja a hacer edificios que desde el cielo parezcan hoces y martillos? No, no, hay bastante más, y para ello volveremos a una ciudad en la que ya estuvimos y que tiene bastantes cosas por descubrir, sobre todo cuando la miramos desde el cielo con la ayuda de Google Earth.

Pero eso será en una próxima entrada, porque hoy se hace tarde.

viernes, 18 de junio de 2010

El cumple de Ame (I)

Hola.

Me llamo Ame, y soy un niño.

Hace unos meses conté algunas cosas que me pasaban.

Mi papá dice que las puso en el ordenador y que la gente las leyó y que les gustaron mucho. Ahora voy a contar lo que pasó el día de mi cumpleaños.

Dije a mis papás que quería hacer una fiesta en casa y que quería invitar a mis amigos. Mi mamá dijo que bueno. Mi papá la miró y no dijo nada. No pasa nada, porque mi papá hace siempre lo que quiere mi mamá, menos cuando mi mamá quiere ir a la playa en España y mi papá no va y vamos todos los demás y él se queda trabajando en Moscú. Pero las demás veces mi papá hace lo que dice mi mamá, así que seguro que iba a haber fiesta de cumpleaños.

Normalmente las fiestas de cumpleaños son en sitios fuera de las casas. Eso es porque las casas de los niños son pequeñas casi siempre, pero es mejor hacer las fiestas en casa, porque ahí están todos los juguetes y es más guay. Le pregunté a papá por qué no hace la gente fiestas en su casa, aunque sea pequeña. Mi papá dijo que a la gente le gusta su casa y que quiere conservarla entera y ordenada. Yo creo que la gente es muy rara. Después de las fiestas a las que he ido yo, las casas seguían enteras. Lo dice como si fuera fácil romper casas.

Una semana antes de la fiesta, les dije a mis amigos del parvulario que había una fiesta y que vinieran. Jun Zhe dijo que vendría, y yo me asusté un poco, porque Jun Zhe es un poco bruto, además de muy fuerte, y a lo mejor sí que podía romper nuestra casa y eso a mi papá no le gustaría. Pero luego me olvidé del susto.

Hans, que es muy pequeñito, también dijo que vendría. Y Mirón. Y Artyom. Y Yasha y Sonia, que van al parvulario y además son mis vecinos. Masha Trunina, que era mi novia, tenía que irse y no podía venir, así que invité a Anya, que también es muy simpática. Dijo que sí podía venir. Menos mal, porque, si no venía ninguna niña más, Sonia se aburriría y todo serían problemas.

La mamá de uno de mis compañeros, no me acuerdo muy bien quién era, me preguntó qué quería que me regalasen. Pensé un poco, pero muy poco, porque enseguida le dije que estaría bien un transformer. Porque sólo tengo dos, y me gustan mucho.

Antes de la fiesta todo el mundo en casa se puso a trabajar. Mi papá compró chuches, globos, regalitos y cositas para comer; mi niñera hizo una tarta de cumpleaños muy chula; mi mamá se puso a preparar comida; y Abi y Ro (que son mis hermanas, creo que no lo había dicho aún) le dijeron a mi mamá que iban a preparar juegos para entretener a los niños. Son majas, Abi y Ro. Bueno, menos cuando me molestan y no me dejan que pase a su habitación cuando se están cambiando de ropa, y no es justo, porque yo también quiero jugar. Abi y Ro se pusieron a preparar por toda la casa una cosa que se llama "gymkhana". Con tantos preparativos, yo no tenía con quien jugar y era todo muy aburrido, pero parece que la fiesta iba a salir bien. Claro que yo era todavía pequeñito, aunque por la mañana había cumplido un año más y me había hecho mayor; pero, como todavía era pequeñito, me fui a mi habitación y me puse a jugar con mis dos transformers mientras los demás preparaban la fiesta. Para no molestarles.

Entonces, sonó el timbre. Eso es que la fiesta iba a comenzar, así que bajé a ver quién había venido.

miércoles, 16 de junio de 2010

Si las bicis hablaran

Hola, soy el Bulto Misterioso, y soy una bicicleta plegable un pelín rara. Digamos que, en realidad, muy rara. Hace ya unos cuantos meses que mi dueño, que se hace llamar Alfor von Buchweizen y que es una persona que también es muy rara, se dio cuenta de que yo no funcionaba bien, y me llevó a reparar. Cuando me construyeron, mi fabricante no tenía representante en Moscú, pero de eso ya hacía tres años, y entretanto mi fabricante ya tenía gente por aquí.

De todas formas, mi dueño no quedó satisfecho de la cuestión. Se ve que, para mi modelo, no sabían qué hacer. Entonces se puso a escribir a España, donde me habían comprado, y consiguió que le diesen el nombre de un taller en Valencia donde me repararían. Qué bien. Claro, a mí me habían fabricado en Taiwán, pensando en que circularía por sitios como Londres. Parece que Londres es una ciudad bastante limpia. En cambio, a mi dueño no se le ocurrió otra cosa que llevarme a Moscú, donde hay un alcalde, Luzhkov se llama, al que le gusta echar porquerías al asfalto para conseguir que no se hiele. Efectivamente, no se hiela (bueno, al final sí), pero me dejó los piñones hechos una porquería y la transmisión saltaba.

Durante el mes siguiente, mi dueño siguió circulando conmigo, pero yo no lo veía muy contento. Cada vez que los piñones se escurrían, torcía los labios y eso es mala señal. Pero, al final, llegó el día de ir a Valencia, mi dueño me metió en mi bolsa y me llevó al aeropuerto.

- ¿Qué es eso? - preguntó la señora que se estaba ocupando de la facturación.
- Una bicicleta - dijo mi dueño.
- No facturamos bicicletas gratis. Tiene que pagar setenta y cinco euros.
- ¿Cómooooo?
- Lo que oye.
- Pero, ¿cómo puede ser? Usted ha visto esto, es un bulto normalillo.
- Es material deportivo.
- ¡Qué va a ser material deportivo!
- Las bicicletas son material deportivo.
- Ésta no. De hecho, técnicamente no es una bicicleta. No cumple con la definición de bicicleta. No podría participar con ella en una competición de bicicletas. La federación internacional lo prohibiría.
- Ah, ¿no? Entonces, ¿qué es?
- Es parecido a un carrito de bebé. Incluso ve que tiene el mismo tamaño.
- Pero es una bicicleta.
- No.
- Ábralo.
- Ahi va. Mire.
- Mmmm... es un caso raro. No parece una bicicleta. Sergey, ¿que te parece?
- ¿Es una bicicleta? - respondió el tal Sergey - Entonces tiene que pagar ciento cincuenta euros.
- ¿Quéeeeee? - creo que mi dueño se estaba alterando.
- ¿Sabe? - dijo la señora - Voy a llamar al representante de la compañía y ya le dirá lo que tiene que hacer.

La señora marcó un número de telefono.

- ¿Sí? ¿Es la representante de Iberia?
- ...
- Tenemos aquí un señor que quiere facturar una bicicleta que no parece una bicicleta ¿Qué hago?
- ...
- Sí, tiene ruedas, pero son bastante pequeñas.
- ...
- Es lo que le he dicho yo, pero no quiere pagar.
- ...
- No, pesar pesa poco. Unos diez kilos.
- ...
- No sé. Es como una bicicleta infantil, pero rara.
- ...
- Vale. Se lo digo.

Y la señora se dirigió a mi dueño.

- Que tiene que pagar.
- Que venga aquí esa representante y me lo diga.
- Bueno, vale, espérese aquí.

...

- Mire, ahí viene la representante.
- ¿Qué pasa?
- ¡Que me están intentando hacer pagar por facturar este bulto, que pesa diez kilos!
- ¿Y qué es? ¿Una bicicleta?
- Algo así, pero no.
- Pues tendrá que pagar.
- ¿Cómo que pagar? ¿Y dónde pone eso?
- En nuestra página web lo pone.
- Pues en el billete no.
- Lea la página web.
- Pero, ¿cómo se les ocurre?
- Es así y ya está.

Mi dueño puso el grito en el cielo, diciendo que era un cliente frecuente y que qué era eso de hacerle pagar por transportar una bicicleta ligera y pequeña. La representante no le hacía caso.

Pero mi dueño tuvo suerte, porque entonces llegó un grupo de turistas andaluces hablando todos a la vez. La representante no estaba acostumbrada a oír hablar a tanta gente al mismo tiempo.

- Venga, venga, factúraselo - dijo a la empleada de facturación.
- ¿Sin pagar?
- Sí, esperemos que nadie diga nada.

Los turistas andaluces hablaban cada vez más. Mi dueño se había librado de la multa por los pelos, pero se había librado.

***

Pocos días después, de vuelta hacia Moscú, mi dueño llegó conmigo y con la bolsa cerrada al mostrador de facturacuón del aeropuerto de Valencia.

- ¿Qué es eso? - preguntó el señor.
- ¿Eso? - dijo mi dueño, como si se asombrase de que hubiera algo - ¡Ah, eso!
- Sí, eso.
- Es una ayuda técnica al desplazamiento. Lo pueden usar los enfermos.
- Ah, bueno, claro, una ayuda al desplazamiento. Perdone, yo es que lo tengo que comprobar.
- No faltaría más.

Y el señor me facturó enseguida sin rechistar. Así que ya sabéis. Yo pensaba que era una bicicleta, y me he convertido en ayuda técnica al desplazamiento. Porca miseria.

lunes, 14 de junio de 2010

Entrenamiento

No resulta sencillo que los niños españoles criados en el extranjero conozcan a la perfección el vocabulario de la lengua de sus padres. Incluso suelen inventar neologismos simpáticos. Es el caso de Abi, que se pasa el día leyendo, en ruso o en castellano, y que tiene un notable dominio de ambos idiomas, pero que en el español puede patinar en esas palabras que no están en los libros.

Tener una esposa de vocación andaluza y flamenca, cuando uno mismo no posee esa vocación, tiene difícil arreglo. En nuestro caso, se materializa en que Alfina aprovecha para hacer proselitismo coplero y flamenquero cuando yo no estoy. Y ahora no estoy, porque estoy en España en un viaje relámpago, así que en esas circunstancias, en mi casa, en el coche y dondequiera que se pueda poner música, suenan coplas. Y le dejo la palabra a la que las pone.

Hoy íbamos en el coche... Abi, Ro y Ame escuchando una copla (Ro pidió "Mi carro"...) pues la que vino después, y sí, efectivamente, aprovecho que Alfor no está para ponerles coplas...

Si me hubieran dicho que un hijo mío iba a pedir "Mi carro"...

La copla hablaba de un gitano "que preso en la trena de rabia lloró".

- Mamá, ¿qué es la trena? - preguntó Abi.
- La cárcel, hija
- Pues yo prefiero decir prisión.
- Bien, pero bueno, la gente en España también dice "trena" y es una palabra que debes conocer.
-....
-...
(...)

- Mamá...
- ¿Si?
- Y los que están en prisión ¿son "entrenados"?

viernes, 11 de junio de 2010

El movimiento de los cubos azules

Como se ha visto en las dos entradas anteriores, la suerte que el destino ha deparado a los conductores moscovitas es sumamente desgraciada. A unos milicianos que desmienten que el buitre esté en vías de extinción, se unen unos conductores con patente de corso que convierten en inexplicable la ausencia de representación rusa en la Fórmula 1, por no hablar del agujero negro que supone una ciudad concéntrica donde todo termina por confluir en el centro y ser engullido por la masa viaria de todos los días.

Curiosamente, así como en Rusia no hay oposición política que valga la pena citar, la oposición al poder se encuentra entre los automovilistas, que son el atisbo de rebeldía más relevante que se vislumbra.

El primer cabreo más serio sucedió con la muerte de dos mujeres, hace un par de meses, en un accidente causado por un coche con sirena que circulaba en dirección contraria y que resultó que conducía, no a ningún funcionario público, sino a uno de los vicepresidentes de Lukoil, empresa privada petrolera, con su matrícula, su sirenita y su canesú; encima, hubo un intento bastante burdo de culpar a las mujeres del accidente, insistiendo en que eran ellas, y no el coche de la sirena, las que tuvieron la culpa del desastre.

Luego, cuando un conductor se enfrentó a uno de estos coches que iba en dirección contraria, a la voz de "ni de coña te cedo el paso, a ver si tienes c*j*n*s de arrollarme". El chófer del jerifalte se achantó y se detuvo, sólo para salir del coche y cantarles las cuarenta al conductor que se había atrevido a seguir en su carril y no cederle el paso al que ia en dirección contraria. Pero el conductor no sólo vivió para contarlo (en el coche iba de pasajero un asesor del presidente Medvedev, no demasiado conocido... hasta entonces), sino que tuvo arrestos para bajarse después de jugársela a lo Don Tancredo y coser a fotografías al coche, al conductor y al pasajero, fotografías que luego difundió a diestro y siniestro. Y es que en Rusia, a veces, sólo funciona gritar más alto que los otros (un día contaré la anécdota que Alfina cuenta siempre que aparecen estos asuntos y en la que tengo un papel destacado).

Y, finalmente, la guinda ha sido otro conductor, que fijó un cubito de playa de color azul en el techo de su coche con un imán, a modo de sirena silenciosa, y circulaba con ella tan tranquilo, aunque, eso sí, sin una matrícula de serie fetén. Un miliciano llegó a detenerlo, amenazarlo y a tratar de multarlo, pero resulta que no está prohibido en ningún sitio llevar cubos azules en el techo de los coches, y que el conductor sabía perfectamente hasta donde podía llegar. Supongo que, cuando uno se mete en este berenjenal, tiene preparadas las respuestas a las preguntas más normales que le puedan hacer. Con lo cual, el miliciano se achantó y el coche con el cubo azul siguió circulando por Moscú.

La cosa está ganando en intensidad. Hace unos días, un pequeño grupo de unas decenas de personas se manifestó, o algo así, con cubos azules en la cabeza. La milicia intentó dispersarlos, pero, una vez más, no está prohibido ponerse un cubo azul en la cabeza. Y, tan lejos como el lunes, me crucé en la Tverskaya con un coche con una regadera azul en el techo, que el conductor sujetaba con la mano por la manga. Mientras haga buen tiempo y pueda llevar la ventanilla abierta, el sistema parece mejor que el del cubo, si no tienes el imán para fijarlo al techo.

Así pues, el cubo azul está llegando a la categoría de símbolo. Normalmente el poder establecido suele ser bastante eficaz en desactivar los símbolos, así que es de suponer que la cosa no va a quedar así, con los conductores en plan anárquico (bueno, más anárquico que de costumbre) mofándose de la milicia y ridiculizando a la autoridad. Vamos a ver qué reacción se inventan.

miércoles, 9 de junio de 2010

Más matrículas

En la última entrada pudo el lector de esta bitácora familiarizarse con los distintos colores que adornan las matrículas de los coches rusos. Y habrá advertido que los colores diferentes del blanco son para policías, militares, diplomáticos y transporte público, pero que no hay nada previsto para los jerifaltes de la Patria ni para sus amigos, dignos todos ellos, por la responsabilidad que gravita sobre sus espaldas, de un tratamiento específico que ponga de manifiesto la gravedad de sus quehaceres y la importancia de su estado.

En los felices, pero, ay, pretéritos tiempos soviéticos, la cosa era sencilla: todo hijo de vecino que tenía un coche ya era, de por sí, un tipo importante. Los que eran todavía más importantes se distinguían con un modelo especial, construido especialmente para ellos y que no se distribuía sino entre las élites comunistas: el Volga negro. Pero del Volga negro, popularmente conocido como "portamiembros" ("chlenovoz"), ya se trató en esta bitácora en otra ocasión, y no es cosa de repetir lo ya tratado.

El sistema colapsó, por desgracia. Subrepticiamente al principio, y descaradamente después, los hediondos y capitalistas automóviles de fabricación occidental invadieron Rusia, dejando al Volga negro a la altura del betún que cubría su carrocería. Salvo algún intento ingenuo, el más destacado de los cuales fue el de Borís Nemtsov, de recuperar a los Volgas como el orgullo nacional, la élite se fue pasando, primero, a los Mercedes, en plan masivo. Cuando hubo demasiados Mercedes en Rusia para poder destacar comprando uno más, los más distinguidos se pasaron al Lexus. Ahora también hay un exceso de Lexus, por lo que, para llamar la atención, que es lo realmente importante al ir por Moscú, toca comprarse un Masserati o un Maybach.

Pero, vamos, eso puede hacerlo todo capullo con dinero. El verdadero líder patriótico tiene que destacar de otra manera, y aquí es donde entran las matrículas.

Cuando se introdujeron las matrículas de colorines que conocemos actualmente, había una más, llamada pomposamente "matrícula federal", que se caracterizaba porque el espacio del código numérico de la región (esas dos -o tres- cifras del final, justo encima de las letras RUS y la tricolor, ahí arriba tenéis un modelo) lo ocupaba una bandera de Rusia grabada sobre el metal. Tal matrícula debía infundir a los ciudadanos el respeto merecido por los padres de la Patria, los agentes de la autoridad y los que velan por su seguridad, y debía indicar a los probos milicianos de tráfico que el coche con tal matrícula, así circulara por Moscú a doscientos por hora en dirección contraria, no debía ser detenido, porque su ocupante estaba enfrascado en asuntos relacionados con las más altas funciones del Estado, que recababan su atención exclusiva. Tales coches, para excitar no sólo el sentido de la vista, sino también el del oído, iban siempre provistos de una sirena ululante de color azul para avisar a los que iban por su carril de que debían dejar al paso al prócer que iba en dirección contraria.

Sin embargo, el desagradecido populacho, ciego a los beneficios que sobre él derraman las autoridades rusas, no hacía sino murmurar de ellos y sembrar su camino de maldiciones. Las autoridades, cediendo generosamente a las peticiones del pueblo llano, eliminaron las matrículas federales y restringieron severamente el número de sirenas ululantes. Bueno, mejor dicho, anunciaron que iban a restringirlo.

Porque, claro, aquello no podía ser. Un prócer debe distinguirse como es debido. No debe consentirse en una democracia como la rusa, en que todo el mundo cumple su función con abandono de sí mismo, que los desiguales sean tratados de manera igual. Y así es como las autoridades han reservado ciertos números de serie para las personas que no pueden perder tiempo circulando por Moscú a sesenta kilómetros por hora ni deben ser detenidas por los milicianos por un quítame allá esa multa.

El otro día, sin ir más lejos, tenía curro lejos de mi casa, así que dejé aparcada mi bicicleta (el cada vez más achacoso "Bulto Misterioso") y me fui en coche a trabajar. A la ida todo fue bastante bien, pero, a la vuelta, ¡ay, la vuelta! A la vuelta me encontré con un señor atasco y tuve ocasión de encontrarme con alguno de los próceres de quienes vengo hablando y que eran mis vecinos de infortunio, tratando de abrirse paso por entre la jungla vial que debíamos atravesar para llegar al centro de Moscú sin correr peligro de llegar tarde al trabajo al día siguiente.

Cuando vayáis por Moscú, pues, tened cuidado con los coches con la serie A MP. Los antiguos titulares de matrículas federales fueron sustituidos casi sin excepción por éstos. Ahí van diputados, senadores, altos funcionarios, asesores y sus parientes próximos. Si, pongamos por caso, la amante número tres del ministro Krutovsky ha ido de compras por la Tverskaya, ha vaciado la tienda de Bosco di Ciliegui y tiene prisa por llegar a su mansión de la Barvija a ver si la talla 34 que se ha comprado va bien con el sujetador talla C que necesita para albergar las carnes que sólo tiene en una parte del cuerpo (en esa parte), pues nada, sirena al techo y a correr por el carril que haga falta y en el sentido que haga falta, que la vida son dos días y las tetas otras dos. Y el que se lo tome a pecho, que compita con el de la señora, si se atreve.

Como hay demasiada gente con aspiraciones legítimas a escurrir el bulto, la serie A MP se ha revelado insuficiente y la sido completada con la A OO y la B MP. Suelen ser cochazos respetables con chóferes con vocación de Fernandos Alonsos urbanos.

Pero el A MP y sus adláteres no son, nooooo, los coches más altos en la cadena trófica del depredador automovilístico moscovita. Aquí, los reyes del mambo son los servicios secretos y los coches del servicio de presidencia con acceso al Kremlin. Esos llevan la discreta serie E KX, y nadie sabe exactamente por qué. Los conductores moscovitas, zumbones ellos, traducen E KX por "Ezzhu Kak Xochú", que, en castellano, viene a ser "Conduzco como me da la gana". A diferencia de los A MP, aquí la cosa cambia en cuanto a la calidad de los coches, como se ve en la foto que pude hacer el otro día, que es de un trasto bastante normalito. He visto camiones de la panadería, autobuses destartalados... vehículos, en fin, que parecerían inofensivos si no fuera porque estaban entrando al Kremlin por la puerta Vorovitskaya y los seguratas de la entrada les dejaban pasar sin rechistar en cuanto advertían la matrícula.

También hay coches con la serie E KX que son una pasada, como el que me encontré esta mañana, que iba a toda viroya por el carril central de Novy Arbat seguido de cinco coches con matrícula negra militar y precedido de otros dos. Pero son los menos. Supongo que iba al Kremlin o al Ministerio de Defensa.

Y, finalmente, en un plan más modesto y específico de Moscú, el todopoderoso alcalde de Moscú, nuestro bienamado Yuri Luzhkov, se ha adjudicado la serie A MO (MO de Moscú, supongo), para la flotilla de automóviles municipales, cosa que se ve fácilmente al pasar por la alcaldía, cosa que yo hago a diario en bicicleta, y verlos aparcados allí, en fila, listos para conducir al alcalde y a sus abnegados ministros a los puntos más recónditos de esta urbe que gobierna con tanto talento como atesora.

Para dar la puntilla, hay otra particularidad. Los propios milicianos se han reservado, según se sabe, los primeros números de cada serie (001, 002, y así hasta 009) para concedérselos a sí mismos y a los amigos íntimos y conocidos especiales. También éstos tienen licencia para circular con cierta impunidad. Y eso sin contar con los que compran números de matrícula chulos, sólo porque son chulos, cosa de la que ya tocará escribir en otra ocasión.

En fin, que, aunque parezca mentira, aún son mayoría quienes no gozan de ninguno de estos números especiales y se ven condenados a penar por las calles de Moscú sin la protección de que disfrutan tantos otros.

Y, claro, la gente termina por enfadarse. Y, ahora sí, toca hablar de los pozalillos azules, pero veo que llevo tanto rollo encima hoy que poco menos que voy a gastar la pantalla, así que lo dejo para la próxima.

lunes, 7 de junio de 2010

Matrículas

En los últimos tiempos, en Rusia, hay peña que está como que cabreadilla y algo enfurruñada, como si les doliera una muela o fueran funcionarios españoles. Es uno de esos cabreos sordos, aparentemente inmotivados, pero que terminan por hacer saltar chispas del lugar menos pensado.

¿Y es que acaso no hay motivo para estar cabreado? ¡Cómo no va a haberlo! En una ciudad como Moscú, donde residen nueve millones de personas y otros tres vienen a diario a ganarse el sustento, y donde todo está concentrado en el mismísimo centro, el que pasa por aquí no puede sino agobiarse por la falta de espacio y por toda la prisa que lleva la gente para llegar, fatalmente, tarde a todos los sitios.

Este agobio, concentrado en los pocos kilómetros cuadrados que comprende el centro de Moscú, lleva a los ciudadanos a iniciativas cuanto menos curiosas, como el caso de los cubos azules, que comentaba Ricardo el otro día. Pero, antes de llegar a los cubos azules, creo que procede un cursillo sobre matrículas rusas, y a eso es a lo que se dedica la presente entrada, y alguna que seguirá.

Las matrículas en Rusia, en el momento presente, constan de seis signos, tres letras y tres números, seguidos de una barra y, tras la misma, un código de dos o tres cifras. Un ejemplo podría ser éste:


Sólo se usan las letras que también existen en el alfabeto latino, aunque en éste tengan otro valor. Eso nos deja con un total de doce letras, que son A, B, E, O, M, P, C, T, X, K, H y además la Y, aunque se usa la versión cirílica (У), que es "casi" igual. Antes, cuando la URSS, se usaban las letras del alfabeto cirílico ruso sin ninguna limitación de que existieran o no en otros alfabetos, pero, con los años, las matrículas rusas se nos han globalizado y ya no son lo que eran.

Los dos números del final son el código de la región. A Moscú, por ejemplo, le corresponde el 77, como el del ejemplo, pero la verdad es que se ven muy pocos coches por la calle que lleven el 77 y los pocos que lo llevan son una antigualla. Como en Moscú, otra cosa no, pero coches hay todos los que quieras y los moscovitas los cambian en cuanto se cansan mínimamente de ellos, las posibilidades de numeración con el 77 se terminaron, y los coches comenzaron a llevar el 99, que también se terminó, y luego el 177, y alguno que otro.

Qué simple, ¿no? Noooo, si fuera tan simple no sería Rusia, hay más cosas. Las matrículas rusas normales son como las de la foto, en negro sobre fondo blanco, pero luego tenemos las matrículas de colorines. Tenemos varios colorines, como los cuadernos de las chicas de colegios de monjas. Vamos a verlos:


El amarillo, que son las matrículas de ciertos vehículos de transporte público. Antes el amarillo lo llevaban los coches de empresas de capital extranjero, y era una cantada brutal, porque, en el imaginario colectivo ruso de los primeros años noventa, extranjero era igual a vaca lechera forrada de dólares para ordeñar cuanto antes, y el resultado es que los milicianos tenían una preferencia desusada para ir a por ellos. Obviamente, los propietarios de los coches estaban hasta la coronilla de que los detuviesen con cualquier pretexto para sacarles un soborno, así que usaban cualquier subterfugio para no llevar la matrícula amarilla, como poner los coches a nombres de rusos y hacerse con un poder para conducir el coche. Afortunadamente, un buen día el gobierno ruso abolió la matrícula extranjera para los guiris, que respiramos aliviados, y la reservó al transporte público.


El azul son los propios coches de la milicia y, en general, del Ministerio del Interior. Como sabéis, son bastante impopulares y la gente trata de rehuirlos, con lo que el hecho de tener una matrícula tan cantosa viene muy bien para distinguirlos y poder alejarse de sus inmediaciones.


Luego está el negro, que son los coches del Ejército y que también tienen que hacer pirulas tremendas para que los detengan. Además, el Ejército tiene su propia policía de tráfico, con lo que gozan de impunidad absoluta, aunque, en honor a la verdad, no son ni mucho menos los que más abusan de sus privilegios.


Y, para completar la gama de matrículas de colores, están las rojas, que no son las del Ejército Rojo, sino las de los diplomáticos, técnicos, embajadores, cónsules y demás guiris al servicio de las potencias extranjeras y que gozan de eso que se llama inmunidad. Eso les viene muy bien, porque no pueden ser multados, los milicianos lo saben y, por lo tanto, no les detienen salvo cuando han hecho algo realmente muy gordo, y aun en ese caso de mala gana, porque no están las cosas como perder tiempo echando a una bronca a unos señores que la mayoría de las veces ni te entienden, cuando hay tantos pardillos a los que sisarles algo de lo que llevan en la cartera. Las matrículas rojas, por supuesto, son un fenómeno típicamente moscovita, que es donde se agolpan las embajadas, y en mucha menor medida peterburgués. En otras ciudades como Novosibirsk o Ekaterimburgo es meramente residual.

Con esto hemos completado la gama de colores de las matrículas, pero hasta ahora no hemos visto nada especialmente escandaloso que pueda provocar la ira de los conductores y provocar sucesos como el caso de los cubos azules.

Pero eso es porque no lo hemos visto todo. Y es que en Rusia, como en su día dijo Orwell, todos son iguales, pero hay algunos más iguales que otros. Pero eso será a la próxima, que me caigo de sueño.

viernes, 4 de junio de 2010

Deberes ciudadanos

Esta época del año se caracteriza, para los residentes en España respetuosos con sus deberes, por ser la temporada en que la administración tributaria española cruje a sus ciudadanos con la pretensión de que una parte de su renta vaya a engrosar las arcas públicas. Como el común de los ciudadanos españoles tiene dificultades para desentrañar el proceso de elaboración de declaraciones de renta, nos toca ayudarles a los que sabemos las cuatro reglas tributarias, seamos o no residentes fiscales en España.

Es así como me he estado viendo en los últimos días, situado ante la pantalla del ordenador, con el programa de ayuda, bajando datos fiscales de mis familiares más directos y tratando de descubrir las maneras de optimizar sus declaraciones, cosa difícil, porque, a estas alturas del año, complicado está lo de corregir el pasado.

Entretanto, los niños, ya con vacaciones, revolotean por la casa desocupados. Ro, por ejemplo, algo aburrida de revolotear, acaba por aparecer por mi habitación y, al verme ensimismado, buscando deducciones de la cuota y calculando amortizaciones semilegales y cualquier cosa asimilable a un gasto deducible, se acerca con curiosidad y se pone a mirar la pantalla. Aquello parecía entretenido.

- Papá...

- Mmmm... ¿sí, Ro?

- ¿Que estás haciendo?

- Ah, estooo... pagar impuestos.

Y Ro me miró con sus enormes ojos oscuros, abrió la boca y dijo:

- ¿Revolucionarios?

Jo, qué tía. Es la mejor definición del sistema impositivo español que he oído jamás.

miércoles, 2 de junio de 2010

Baloncesto (IV)

El otro día falleció uno de los jugadores de baloncesto más conocidos de la época soviética, además de ser uno de los campeones olímpicos de Seúl 1988, tras derrotar en semifinales a los EEUU (campeones en 1984), esta vez sin la polémica de Munich 1972, y en la final a los campeones de 1980, Yugoslavia. Se trata de Alexander Belostenny, pívot ucraniano que normalmente reemplazaba a los habituales titulares en la selección (Sabonis y Goborov en Seúl, y antes Tkachenko o incluso Pankrashkin), pero que invariablemente mantenía el nivel de los anteriores, cuando no lo mejoraba. Tras Seúl, obtuvo permiso para abandonar su equipo, el Stroitel de Kíev (sí, ya sé que en ucraniano no se llama así) y emigrar a Europa Occidental a ganarse los garbanzos. Fue a parar nada menos que a Zaragoza, donde jugó con el CAI e incluso consiguió ganar una Copa, y luego terminó su carrera en Alemania, en Tréveris (sí, ya sé que en alemán no se llama así).

Tréveris tuvo que gustarle a Belostenny, que jugó allí entre 1991 y 1995, creo. Yo visité la ciudad en varias ocasiones de paso a Luxemburgo, por motivos de estudio, más o menos en aquellas fechas, y no me extraña ni un poquito que Belostenny pasara de volver a Kíev y se quedara por allí. Con lo que ahorró y el apoyo del presidente del club local, abrió un restaurante tras su retirada y estuvo viviendo de sus rentas hasta la semana pasada, en que un cáncer de pulmón pudo con él a sus 51 años. Sí, cuidar la salud no es una característica de muchos deportistas retirados y, aunque no todos los cánceres de pulmón se producen por lo mismo y no tengo referencias de qué vida llevaba Belostenny en su retiro alemán, puedo imaginarme (no sé si con fundamento o sin él) que se abandonó bastante, como antes de él el otro caso especialmente lamentable de aquella selección de Seúl, Víktor Pankrashkin.

Pankrashkin es una caso especial para esta bitácora. Hace un par de años redacté una pequeña serie de entradas sobre baloncesto, basándome en mi memoria y en fuentes en ruso no demasiado complicadas de encontrar, pero inaccesibles para el lector hispano medio. Por alguna misteriosa razón, a pesar de que, aparte de mí, hay muchos admiradores de la selección soviética de aquel entonces, parece que nadie había escrito algo razonablemente sistemático sobre el destino actual de aquella gente, hasta que se me ocurrió a mí. La serie está aquí, sigue aquí y terminaba aquí.

La sorpresa me llegó cuando me encontré en el contador de visitas con un subidón exponencial durante dos días, con destino precisamente a aquellas páginas sobre baloncesto, y más en concreto a la última, en que hacía una especie de "¿Qué fue de...?" centrado especialmente en los jugadores rusos del CSKA. Ya sabéis que esta bitácora es tremendamente rusocéntrica, e incluso moscucéntrica, e ignora bastante lo que no suceda dentro de un radio razonable desde el Kremlin (¿Pasa algo? :) ).

Bueno, pues resulta que la muerte de Belostenny ha despertado del letargo a tanto aficionado nostálgico y se han puesto a investigar, no sólo sobre él, sino sobre alguno de sus compañeros de equipo de su época más gloriosa. Y resulta que, si metes el nombre de Pankrashkin en Google, la primera entrada le corresponde nada menos que a esta bitácora y la primera imagen (y una de las poquísimas que existen en internet) también le corresponden a la misma. Y os aseguro que me costó una barbaridad sacarla e insertarla. Así que esta bitácora se ha llenado en los últimos días de visitantes peregrinantes en busca de uno de los jugadores más particulares que han pisado una cancha de baloncesto. Y mira que los hay particulares. Un saludo a los que pasen por esta primera página, aunque entiendo que la práctica totalidad no están pensando en rusadas, sino en ba-lon-ces-to, cuando pasan por aquí.

Pero esto debería dar pie para analizar un poco lo que ha estado pasando en el deporte ruso desde los días gloriosos en que no había quien les tosiera, hasta la manifiestamente mejorable situación actual, en que ocupan un puesto calamitoso en los últimos juegos olímpicos y le cortan la cabeza al presidente del Comité Olímpico Ruso, dando una imagen más depresiva que escuchar enterita la discografía de Pink Floyd. Pero eso será a partir de las próximas entradas.