martes, 27 de septiembre de 2022

La batalla de Waterloo

Volvamos, después de algún tiempo, a Astérix en Bélgica. En una de las últimas entradas de esta serie, ya anuncié que trataría de la batalla final del cómic. César, mosqueado por los disturbios en la Galia Bélgica, decide desplazarse allí con sus legiones. Con bandera de parlamentarios, Astérix y Obélix le cuentan que todo lo que está pasando es una competición para dirimir si los más valientes son los galos de la Galia Céltica o de la Galia Bélgica, y que él es el árbitro de la competición. Astérix le dice que lo mejor es que lo deje todo en empate y así podrán volver a casa tranquilamente.

Claro, César se enfada y grita que el más valiente es él. Obélix dice que no está bien que el árbitro participe en el concurso, y César dice que va a atacar con sus legiones. Y se monta el lío.

No tengo claro que Goscinny completara el guion de esta última parte. Es más, estoy casi seguro de que no lo completó. Sí que es conocido que falleció antes de que estuvieran a punto las diez últimas páginas del álbum, por lo que es probable que Uderzo, el dibujante, sólo tuviera las líneas generales, pero no el guion detallado. Se ve que el cielo está gris y plomizo a lo largo de todas estas páginas, lo cual no sólo es una alusión al tiempo que suele hacer en Bélgica (doy fe), sino también un signo de tristeza de Uderzo por el fallecimiento de su compañero. En todo caso, los ingeniosos juegos de palabras propios del talento de Goscinny no se encuentran en esta parte del cómic, o son menos brillantes, lo cual permite sospechar que Uderzo se las tuvo que apañar solo, con únicamente las indicaciones generales que viniesen del plan general de la obra. Efectivamente, cuando uno lee los álbumes posteriores a éste, se ve a las claras que la brillantez de los primeros es mucho más opaca: hay un antes y un después de la trigésimocuarta página de Astérix en Bélgica.

Sea como fuere, el resultado es una parodia de la batalla de Waterloo (y que nadie lo pronuncie "guaterlú", por favor). Probablemente sea la batalla más famosa que haya tenido lugar jamás en suelo belga, lo cual tiene su mérito, porque en suelo belga han tenido lugar muchísimas batallas cruciales en la historia europea, hasta el punto de que Bélgica pasa por ser el campo de batalla de toda Europa. En esta bitácora ya hemos visto algunas, como la de Gembloux, que recuperó la iniciativa en los Países Bajos para la Monarquía Hispánica, o la de Ramillies, que significó el final del dominio español (a esas alturas ya muy poco español) en la actual Bélgica, además de una batalla sumamente importante en una de las primeras guerras mundiales de la época, la de Sucesión de España.

Pero la de Waterloo es la más conocida, posiblemente por la participación de ese corso usurpador con tan buena prensa en Francia, que atendía por Napoleón Bonaparte y se hacía llamar por esta época Emperador Napoleón I. Un excelente general que, para 1815, fecha de la batalla, ya iba de capa caída, después de haber sufrido derrotas en las campañas de 1812 (fallido intento de conquistar Rusia), 1813 (destrucción de su ejército en Leipzig) y 1814 (campaña de Francia, que los aliados conquistan, a pesar de la genial oposición de Napoleón, seguramente en su campaña más meritoria). Napoleón se escapó de su semiprisión de la isla de Elba para desembarcar en Francia, de donde se dio a la fuga el rey Luis XVIII, recuperar el gobierno y levantar un ejército de medio millón de hombres, que apenas sé de dónde sacaría, mientras las potencias reunidas en Viena lo declaraban proscrito y se disponían a marchar contra él.

Napoleón tomó la iniciativa y se dirigió derecho hacia la actual Bélgica, que entonces estaba para ser adjudicada al Reino de los Países Bajos. Frente a él se movilizó un ejército prusiano al mando de Blücher y un ejército compuesto de ingleses, holandeses y varios países más, a las órdenes del duque de Wellington, aunque el mando nominal correspondía al hijo del Rey, al Príncipe de Orange.

Napoleón logró forzar su avance en Quatre-Bras, en dirección a Bruselas, y envió mensajeros (que no llegaron a su destino) a su general Grouchy para que tomase la retaguardia del ejército angloholandés con su cuerpo de ejército. Tras el bombardeo de las posiciones aliadas, las distintas cargas de caballería del mariscal Ney no lograron quebrar la resistencia del ejército aliado, que había tomado las mejores posiciones defensivas, por lo que el bombardeo no les perjudicó lo suficiente. La propia guardia imperial tuvo que ser enviada a la lucha, pero tampoco pudo hacer nada para progresar. Cuando Napoleón vio un ejército acercarse, pensó que era Grouchy que venía en su ayuda para romper las posiciones aliadas, pero en realidad era Blücher con sus prusianos, que se lanzaron al ataque junto con los aliados, destrozando completamente al agotado ejército francés. Napoleón pudo escapar, pero ya carecía de medios para mantenerse en el poder, sin apenas ejército y enfrentado a un enemigo infinitamente superior a él, incluso sin haber completado la movilización de todas sus fuerzas, así que se entregó a los ingleses, que le enviaron a la isla de Santa Elena, en mitad del Atlántico, de jubilación forzosa. Allí murió seis años después.

En muy resumidas cuentas, esto es la batalla de Waterloo, que los escolares franceses posiblemente conocen bastante bien (o conocían en la época de Goscinny). Los españoles no la conocemos apenas, porque no participamos en la misma, y porque en general limitamos las guerras napoleónicas al período 1808-1814 en la Península Ibérica, así que es probable que la traducción española pasase sin pena ni gloria lo que para un francés es evidente.

El papel de Napoleón pasa a ejercerlo César. Lo normal sería que lo ejercieran los franceses, pero, como fueron derrotados, había que pensar otra cosa, porque no vamos a hacer perder una batalla al Astérix y los suyos. El papel de Grouchy, el general que debería haber pillado desprevenidos a los aliados, lo desempeña el legado Volfgangamadeus, jefe de las fuerzas romanas en Bélgica. Los belgas son equivalente a Wellington, mientras que Astérix, Obélix y Abraracurcix tienen el mismo papel que Blücher en la batalla: su llegada (en este caso tras desbaratar a Volfgangamadeus, mientras que, en la batalla real, Blücher no se encontró con Grouchy) cambia el curso de la batalla y da lugar a un contraataque decisivo.

El problema de esta parte del álbum es que tiene mucha menos gracia que el resto. Está bien como reconstrucción histórica, al menos para el que conozca algo la historia, pero tiene mucha menos chispa que el resto del álbum.

Pongo el texto traducido al castellano, lo cual nos dará una idea de las dificultades de la traducción. Vemos en la página anterior el plan de batalla de César, trasunto del de Napoleón. Los belgas se lo toman más a la ligera. Vale, tenemos al mensajero rápido que alerta a las tribus vecinas (y que es una caricatura de Eddy Merckx, quizá el mejor ciclista de todos los tiempos, que en el momento de la publicación del álbum estaba en activo, aunque en declive y cerca de la retirada). Y, en la viñeta siguiente, tenemos a Gueusealambix preguntando a Nicotine si ya se ha puesto a freír patatas. Las patatas, obviamente, no se conocían entonces en Bélgica, pero en francés se dicen "pommes", que también quiere decir "manzana", juego de palabras totalmente intraducible al castellano.

Cuando Gueusealambix ve que la comida antes de la batalla es waterzooie, el plato típico flamenco (ellos sabrán por qué les gusta), lo mira con expresión triste, diciendo en la versión en español "Este waterzooie no está muy bien hecho... El cocinero ha fracasado... ¡Qué derrota! ¡Es una derrota de waterzooie!".

El traductor se lo inventó todo esto, con ese juego de palabras que mantiene entre "Waterloo" y "waterzooie". Supongo que es lo mejor que pudo hacer. En francés, lo que dice Gueusealambix cuando mira el plato con tristeza es:

Waterzooie! Waterzooie! Waterzooie! Morne plat!

"Morne" quiere decir "aburrido, sombrío, deprimente". En realidad, lo que dice Gueusealambix es una "adaptación" de un poema de Víctor Hugo, "La expiación", que se refiere a la batalla de Waterloo y cuyo verso más famoso es el siguiente:

Waterloo! Waterloo! Waterloo! Morne plaine!

El lector español, y menos ahora, no tiene ninguna posibilidad de adivinar esa referencia cultural que para el francés de 1977 formaba parte del plan de estudios, así que quizá el traductor hizo bien en eludirla y buscar otra forma de aludir a la batalla. En cambio, mantuvo el "alea iacta est" que dice Bruto a César tras la planificación de la batalla. Quiero pensar que eso todavía es accesible al lector español de la LOGSE, pero no me hago muchas ilusiones.

La batalla comienza con una preparación artillera. O sea, de catapultas, que es lo suyo en la época.


Volfgangamadeus, como debió haber hecho Grouchy, se dirige a la retaguardia del enemigo para rodearlos. Los galos están enfadados porque los belgas no les han dejado participar en la batalla. Abraracúrcix acusa a los belgas de xenófobos, lo cual tiene su aquél viniendo de un francés, y Goscinny, si aún escribió esto, no podía ignorarlo.
Los galos destrozan al ejército de Volfgangamadeus.

César-Napoleón cree que es Volfgangamadeus-Grouchy quien llega al campo de batalla, pero en realidad es Astérix-Blücher, que inmediatamente pasa al ataque. Digamos que Goscinny sigue más o menos el poema de Víctor Hugo citado antes, y que el traductor al español hace lo que puede.

Los piratas neutrales abandonan el campo...y la plancha con los mejillones pegados, lo que dará ideas culinarias a Gueusealambix un poco más adelante. Ante lo complicado de la situación, César ordena intervenir a la guardia.

La anécdota final corresponde a la guardia. En la batalla de Waterloo, conminado a rendirse, parece que el general Cambronne pronuncio exactamente las palabras "La garde meurt et ne se rend pas!", lo cual queda escrupulosamente traducido al castellano como "¡La guardia muere y no se rinde!". Otras versiones dicen, y así ha pasado al lenguaje popular francés, que lo que dijo es "Merde!", palabra fácil de traducir al español. Hábilmente, en el álbum se elude escribir la palabrota, pero sin dejar de hacer mención a la misma. Aún hoy, cuando un francés no quiere decir "merde", dice "le mot de Cambronne" (la palabra de Cambronne). Cambronne, por cierto, que sobrevivió herido a la batalla y aún vivió muchos años, siempre negó haber pronunciado esa palabra.
Finalmente, los romanos huyen al grito de "Sauve qui peut!" o sea "¡Sálvese quien pueda!"... que también es una referencia al poema de Víctor Hugo que cualquier escolar francés conocía. El traductor lo mantuvo, pero en la viñeta siguiente tuvo que hacer un nuevo alarde de traducción imaginativa. En francés (bueno, en algo parecido al francés), lo que Gueusealambix es "Nous avons vaincu! C'est le sauve qui sait général!" Y es que ya vimos en la entrada dedicada a las particularidad lingüísticas belgas que el verbo "poder/pouvoir" se convierte en "savoir/saber". Si el traductor hubiera querido hacer algo parecido hubiera debido poner "Sálvese quien sepa", pero eso no tiene ningún sentido para el lector al que va dirigido el álbum, así que escribió "¡Están corriendo sin cesar!", que al menos contiene el juego de palabras "cesar/César".

Dura vida la del traductor...

Vamos a dejar aquí el álbum de Astérix en Bélgica, pero aún nos queda un pequeño añadido: belgas en otros álbumes de Astérix. Pero eso lo dejaremos para otra ocasión, porque hoy se hace tarde.

jueves, 22 de septiembre de 2022

Desmadres flamencos

Antes de seguir con la serie, la actualidad manda, y la actualidad nos lleva a Flandes, donde los obispos católicos (habrá que llamarlos así) de la región han debido tener unos celos enormes de las barbaridades que suenan en el camino sinodal alemán y han resuelto ir más lejos todavía, en un camino, quizá menos sinodal, pero que amenaza con ser seguido por una parte demasiado grande de la iglesia a la que pertenezco, mucho me temo que con la connivencia, o al menos con la vista gorda, del que manda en Roma.

Los obispos flamencos ya habían desarrollado hace algún tiempo un punto de contacto para homosexuales. En sí, eso no tiene nada de malo, porque los homosexuales son tan hijos de Dios como cualquiera de los que no lo somos, y deben ser tratados con el respeto que merece cualquier hijo de Dios.

Sin embargo, ahora ya han ido un poquito más allá, no de lo que habían hecho, sino de la línea roja, y lo que han desarrollado es una pastoral específica para parejas homosexuales, incluyendo la bendición de las mismas en una ceremonia religiosa que, se apresuran a decirlo, no es sacramental, pero no pueden ocultar que se trata de la bendición de una unión de dos personas que consta que viven juntas y que, obviamente, tienen relaciones sexuales intrínsecamente desordenadas. Porque eso es lo que son, y el que no lo crea que lea el Catecismo, que no ha cambiado una coma en este punto.

Naturalmente, esto ha creado cierto revuelo. Yo me enteré el mismo día, anteayer, en que esto se adoptó, por un mensaje de la caverna de Twitter, de la que me honro en formar parte hasta que nos borren las cuentas y nos cancelen. Al principio, no hice mucho caso, pensando que eso no podía ser y que sería un error de traducción o una mala comprensión del texto en flamenco.

Así que me fui a la fuente, que es el portal católico de Bélgica. Como Bélgica es como es, no tiene un portal católico, sino dos, el flamenco y el francófono. En el flamenco no es muy difícil encontrar el documento original. Uno pensaría que tal cosa estaría medio oculta por la página, pero no, está en la pantalla de acceso. Es más, los obispos flamencos o los administradores de la página, o los dos, deben estar tan contentos con lo que han hecho que inmediatamente han publicado un artículo con varios testimonios de homosexuales flamencos (y similares, en flamenco parece que se llama "holebi", un acrónimo no muy difícil de descifrar) la mar de alborozados porque, a partir de ahora, sienten que la iglesia les deja fornicar y comulgar, sin que la primera cosa excluya la segunda. Uno tiene el cuajo de decir que se sentía como en su Primera Comunión. Ese texto, que produce un cierto estremecimiento, aún no ha llegado a la caverna de Twitter, hasta donde yo sé, pero todo llegará a su tiempo.

Uno podría pensar que la iglesia belga está dividida entre la parte flamenca, que sería, digamos, progresista, y la conservadora iglesia valona. Va a ser que no. Uno se mete en el portal francófono y lo que encuentra no son precisamente críticas de la medida, sino una traducción escrupulosa al francés del comunicado equivalente en flamenco... que ha sido modificada hoy mismo, porque la primera versión que apareció anteayer en la página añadía que algo así estaba a punto de hacerse en la diócesis de Lieja, o que al menos se estaban dando pasos, o se habían dado, en este sentido, no lo recuerdo bien. Alguien ha debido intervenir para quitar eso.

Pero, en su lugar, ha aparecido otro artículo que cuenta la reacción de algunos medios a la medida en cuestión, eso sí, posicionándose favorablemente a la medida por boca del portavoz de los obispos, el padre Scholtes (que es todo un personaje, pero eso es otro asunto), que da algún matiz sin importancia. Todos los artículos se refieren al inspirador final de la medida, que no está en Bélgica, sino en el Vaticano, a donde llegó desde Argentina un buen día de marzo de 2013. En particular, se refieren a su conocida Amoris laetitia, que ya dijeron entonces muchos que abría la puerta al destrozo total de la moral católica, y me temo que, visto lo visto, habrá que darles la razón.

Porque, sí, una vez traspasada la línea roja, no hay ningún motivo para detenerse ahí ¿Por qué bendecir sólo a las parejas homosexuales, y no, además, a los que dejan a sus esposos y se unen con otro u otra (u otre, ya puestos)? Si se quieren... ¿Y por qué no bendecir a los que se unen con varios o varias a la vez? ¿Dónde está escrito que unas relaciones carnales son menos pecaminosas que otras? ¿Que no acabaremos aceptando pulpo como animal de compañía, o directamente como compañero sexual? Lo cierto es que, una vez nos saltamos el precepto de que las únicas relaciones sexuales lícitas son las que se dan dentro del matrimonio, que es entre un hombre y una mujer, no entiendo por qué valen unas cosas sí y otras no.

Algunos medios han sacado un responsum del año pasado del Vaticano, que dejaba claro que las bendiciones de parejas homosexuales no eran posibles. Ya vemos que eso no es algo que detenga al episcopado flamenco, que no puede desconocer tales cosas, pero sí puede ignorarlas.

Esto emerge ahora no sólo porque el papa Francisco se comunique, por ser suave, de manera que podría ser menos confusa. Lo que ha escrito el Papa no es sino el pretexto. El problema es que mucho me temo que hay un porcentaje demasiado grande del clero belga (cada vez menos belga) que tiene el concepto del bien y del mal totalmente trastocado y ha venido haciendo mangas y capirotes de una obligación como la del celibato. Y eso me temo que es algo demasiado extendido en Europa Central, y ya desde hace tiempo, sin que nadie se hubiera decidido a intervenir y expulsar a los clérigos amancebados cuando aún eran relativamente pocos. Se empieza quebrantando una norma que conocías muy bien cuando te ordenaste, se sigue viendo a más gente hacer lo mismo, se continúa siendo indulgente contigo mismo (¿Cómo va a ser pecado, si lo hago yo, lo hacen muchos, y lo podrían hacer todos?), y se termina justificándolo todo por el sexo, que si Dios lo hizo es que es bueno. Y sí que es bueno, pero según cómo.

El mismo día del comunicado de los obispos flamencos, el papa Francisco le aceptó la renuncia a monseñor Reig Pla, que también tenía en su diócesis una interesante pastoral de homosexuales, pero para que se mantuvieran en castidad, no para animarles a practicar actos contra natura.

¿Casualidad? A lo mejor, pero no creo.

sábado, 17 de septiembre de 2022

Neutralidad a la belga. Los piratas

Otro de los guiños a los clichés belgas es la famosa neutralidad belga. Bélgica nació como un país neutral y, al menos según Alberto I, como ya vimos, siguió siéndolo incluso después de que los alemanes violaran la neutralidad del país durante la Primera Guerra Mundial. Luego vino la entrada en la OTAN y la cosa cambió, pero en su día Bélgica era algo similar a lo que hoy es Suiza.

En el álbum, el guiño se produce con la nave pirata que los galos hunden regularmente en cada una de sus aventuras. El capitán dice que las luchas entre romanos y belgas no les incumben, porque ellos son neutrales. Sin embargo, como de costumbre, la nave resulta hundida por un proyectil que lanza Obélix a uno de los campamentos romanos y que se pasa de largo.

El capitán, irritado, dice que eso no quedará así y que alguien deberá pagar por su barco, así que se pasa el resto del álbum paseándose por campamentos romanos con una tabla de su barco (a la que se han pegado unos cuántos mejillones) y preguntando quién va a pagar por el hundimiento de una nave neutral.

La cosa adquiere caracteres exagerados cuando los legados informan al Senado romano sobre el recrudecimiento de las luchas en Bélgica. Obviamente, quedaría muy feo decir que los responsables del jaleo son tres galos y un perrito, así que se convierten en "hordas de galos, con jaurías de perros feroces y apoyados por una misteriosa flota pirata neutral", lo cual cambia bastante las cosas y muta los disturbios en alzamiento generalizado, para regocijo de la oposición senatorial a César.

El capitán pirata incluso se acerca al campamento de César, una vez éste ha llegado a Bélgica, para reclamar una indemnización por su barco neutral hundido. Claro que ese día César está de mal humor y la cosa se salda con un fracaso.

Al final, claro, los piratas se quedan con un palmo de narices, como en todos los álbumes, pero la tabla del barco con los mejillones adheridos acaba en las manos de los belgas, que comienzan a tener ideas culinarias con los mismos, unidos a patatas fritas.

Una vez más, una serie muy lograda de Goscinny que, con el efecto de la repetición, como hará en tantos álbumes, consigue dar al texto un señalado efecto humorístico.

Cosa que, por desgracia, sucederá mucho menos en el siguiente apartado que vamos a ver, pero, claro, hay una explicación, que veremos en la próxima entrada.

lunes, 5 de septiembre de 2022

El ucraniano de Tournai

- ¿Y por qué no quiere hablar el ruso? - dije, volviendo al idioma alemán.

- Es una lengua de una dictadura. No quiero tener nada que ver con ello. Todos los rusos están al lado de su gobierno, que nos ha invadido.

Yo tenía entendido que los hombres ucranianos estaban todos en el frente y que quienes andaban por Europa Occidental eran ancianos, mujeres y niños, pero se ve que hay algunas excepciones. Algunos residen en Múnich y se van de turismo por la Valonia profunda.

- ¿Todos? Eso de generalizar es lo mismo que hace Putin con los ucranianos, que dice que son nazis. No se ponga al mismo nivel.

- Insisto. No quiero tener nada que ver con lo ruso ¿Cuántos rusos hay que no apoyan a Putin? Prácticamente ninguno. Quizá un cinco por cien.

- Alguno más será. No entiendo por qué quiere renunciar a la cultura rusa, que no tiene nada que ver con lo que está pasando ahora.

- Claro que tiene que ver. La cultura rusa es la que ha producido una mentalidad y una situación como la actual. Las obras de Tolstoi, que todos los niños leen y donde se desprecia a los ucranianos, han llevado a una situación como la de ahora.

- Eso es pasarse ¿Y Gógol? ¿Qué hacemos con él? ¿Es cultura rusa o ucraniana?

Esto reconozco que era una pregunta pérfida. Sé perfectamente que los rusos consideran a Gógol ruso, mientras que los ucranianos siempre lo han considerado ucraniano, al ser allí donde nació, aunque escribió toda su obra en ruso. Así y todo, los temas ucranianos son relativamente frecuentes en sus escritos.

- Gógol escribió casi todo en ruso. Es cultura rusa.

Mi interlocutor estaba recorriendo a pasos agigantados el camino que los propios panrusos le querían hacer recorrer: identificar la lengua con la nación, que es el sueño húmedo de todo nacionalista, sea serbio, ruso o catalán, y abandonar todo lo que se exprese en una lengua que no sea la única que ellos consideran propia. Que lo digan los escritores catalanes en castellano, por ejemplo.

- Pero Gógol nació en Ucrania y escribió con frecuencia sobre temas ucranianos.

El ucraniano eludió el tema como pudo.

- A veces, pero principalmente escribió en ruso y sobre Rusia. El caso es que la cultura rusa produce una población rusa tan nazi como la actual. No quiero nada con la cultura rusa.

- Cuando dice usted que todos los rusos son nazis, usa el mismo argumento que Putin, que dice que los ucranianos son nazis. Y, bueno, ¿es que no hay nazis en Ucrania? Ya sabe usted que sí que los hay.

- Una minoría insignificante. Tan insignificante como los rusos que no quieren la guerra. Los oigo en Múnich, en las mesas vecinas de los restaurantes a los que voy. Ellos creen que no les entiende nadie y por eso hablan libremente, pero yo lo entiendo todo. Y, créame, todos apoyan la guerra.

- Todos los que ha oído usted. Mi experiencia con los rusos que conozco es diferente. Sé de varios que están muy descontentos con la situación actual. En todo caso, generalizar es injusto, aunque sólo hubiera un cinco por cien de contrarios a la guerra. Lo de deshumanizar al enemigo lo han hecho otros antes, incluido el mismo Putin, y nunca ha salido bien.

La conversación siguió todavía un ratito, pero ninguno de los dos nos movimos de nuestra posición. Puedo entender que a un ucraniano, no sé muy bien de qué zona de Ucrania, le sepa a cuerno quemado lo que está sucediendo en su país. De hecho, ¿quién no tiene la tentación de poner a todo un grupo poblacional en el mismo saco? No seré yo quien tire la primera piedra, cuando lo que me pide el cuerpo es precisamente eso, decir un todos los madrileños... o todos los catalanes... y cualquier barbaridad a continuación. Para evitar llegar a esos extremos, tengo que poner a trabajar la cabeza y convencerme de que hay madrileños que no tratan a quienes no viven allí como españoles de segunda (por mucho que abunden los que sí lo hacen), al igual que hay catalanes que abominan del nacionalismo y que no tienen la menor intención de anexionar Valencia y de largarse de España.

Pero la cabeza trabaja peor cuando tu país está invadido por otro y te están tirando bombas a tutiplén. En esos casos, lo que le a uno le pide el cuerpo se lo exije sin posibilidad de intervención de la razón. Ojalá con el tiempo se le pase este afán de generalización, tanto a Putin y su cuadrilla como a mi interlocutor ucraniano y al resto de ucranianos que son bombardeados, en primer lugar, por los rusos, y en segundo por su propia propaganda de guerra, que inevitablemente tiene interés en motivar a su población en el odio hacia el enemigo. Porque las guerras, lamentablemente, son así.

Ofrecí al ucraniano llevarle en coche de vuelta a Bruselas, pero ya se había comprado el billete de tren de vuelta y posiblemente no tuviera mucho interés en pasar hora y pico de viaje conversando con alguien con una postura demasiado transigente con los rusos, así que él se volvió a Bruselas en tren, mientras que yo lo hice en coche.

No llegué demasiado tarde, a diferencia de la hora que se ha hecho, así que daremos por cerrada esta historia de Tournai y volveremos a narrar otras aventuras, lo cual no ocurrirá sino en la próxima entrada. Hoy no, porque hoy sí se ha hecho tarde.

viernes, 2 de septiembre de 2022

La visita guiada a Tournai

Esta bitácora estaba de vacaciones. Yo sé que es de buen gusto, y así lo hacen los autores más prestigiosos, advertir a los lectores de que las entradas se van a interrumpir por un tiempo... antes de que se interrumpan. En mi caso, no tenía intención de detenerlas por completo, pero está visto que he sido demasiado optimista con mis ganas de escribir mientras hacía otras cosas como plantar árboles, jugar un torneo de ajedrez, correr carreras populares, llorar por los bosques quemados en mi tierra, y hasta jugar al futbolín. Total, que el descanso activo que tenía intención de practicar ha sido mucho más activo que descanso, lo cual ha ido en detrimento de las entradas de la bitácora, que ha entrado en un letargo equivalente, de hecho, a unas vacaciones.

Sin embargo, las vacaciones han terminado. Ya estoy de vuelta -y media- en Bruselas, desde donde retomo las entradas con nuevos bríos. Ahí va una que dejé a medio redactar antes de partir, que continúa la anterior. Y no, no me he olvidado de continuar la serie sobre Astérix en Bélgica, pero ya es sabido que es usual en este espacio intercalar temas. Ya irán encontrando su sitio.

 

La oficina de turismo de Tournai bullía de animación. Relativamente, claro, que esto no son las fallas. Compré por cinco euros el derecho a ser guiado por el centro de Tournai, y resulta que había no una, sino dos visitas guiadas. Como me despisté un poco, y me senté un rato para descansar después de hora y media de paseo, y de lo que me esperaba todavía, casi me equivoqué y estuve a punto de unirme a la visita en neerlandés. Hubiera sido una buena forma de practicarlo, claro, pero, estando en territorio francófono, quedaba un poco forzado no hacer la visita en francés.

Cuando finalmente me uní al grupo francófono, vi que realmente tenían necesidad de mi presencia para considerarnos grupo, porque sólo éramos dos. La guía era una arqueóloga que hacía estas visitas en el tiempo que no dedicaba a sus excavaciones, mientras que el otro participante era un hombre de unos treinta y cinco años, acento extranjero, incluso más que el mío, y que en un momento de la conversación dijo que vivía en Múnich, por lo que pensé que era alemán. Por su forma de conducirse, el otro miembro del grupo me resultó curioso. Preguntaba todo tipo de detalles, así como todas las palabras que no entendía, pero, cuando creía saber algo, resultaba categórico a más no poder, por lo que realmente pensé que era alemán, además de vivir allí. Ya se sabe que muchos alemanes creen tener razón en todo. Lo único que me llamaba la atención es que este alemán hablaba un francés bastante bueno para no haber residido nunca en suelo francófono.

De momento, nos detuvimos minuciosamente en el objeto principal de la visita guiada, que era la catedral de Tournai, un templo enorme, mayor que Notre-Dame de París, pero únicamente por el exterior. El interior estaba capado. Más de la mitad del templo estaba púdicamente tapada por una gran lona, tras de la cual se vislumbraban una serie de andamios que, aunque menos aparatosos que los del Palacio de Justicia de Bruselas, no por ello resaltaban el estado mejorable de la edificación. Nuestra guía confirmó que el edificio, tras unas tormentas históricas que tuvieron lugar diez años hacía, había tenido que ser poco menos que apuntalado para estabilizar lo que amenazaba quedar algo así como la torre de Pisa.

En esas condiciones, vimos lo que pudimos. En principio, la visita guiada se refería únicamente a la catedral, pero la guía nos encontró animados y preguntones y eso la motivó para enseñarnos alguna cosilla más por el centro, incluyendo en monumento que tenían en la plaza, dedicado a una señora que por lo visto encabezó la resistencia de Tournai cuando Alejandro Farnesio apareció por allí para pacificar Valonia. En aquellos tiempos, oponerse a los tercios españoles era muy malo para la salud y, si los mandaba Alejandro Farnesio, quizá el mejor general que tuvieron en toda su historia, era especialmente malo. Parece que la señora en cuestión vio acortados sus días en esta tierra, por rebelde y sediciosa, pero, por lo menos, en Tournai hay una estatua suya en la plaza principal. Si le vale...

La guía se despidió poco después, y el supuesto alemán y yo nos quedamos junto a la torre. Yo seguí hablando en alemán, él me respondía en francés, y al final acabé por preguntarle si era de Múnich, o era de otra ciudad y luego se había trasladado a Baviera.

- Soy ucraniano - terminó por decir.

- Ah, pues entonces podemos hablar seguramente en ruso - respondí, en mi ruso casi inmaculado.

El ucraniano me miró como si fuera el demonio.

- ¡No! ¡En ruso no!

Ay, madre...