domingo, 27 de noviembre de 2022

Más sobre la instalación de la cocina: burócratas contra burócratas

Con poca convicción, debo reconocerlo, me senté ante el teclado del ordenador y accedí a la página de "pointdecontact", a la que había llegado tras alguna búsqueda sobre qué hacer si estás hasta las narices de que te tomen el pelo. Y me puse a llorar por escrito respondiendo a un formulario:

¿Qué ha sucedido? (Y dan varias opciones)

Error o ausencia de suministro.

Descripción del suceso: (más opciones)

He encargado un bien y no he recibido lo que se había acordado, o he encargado un bien y no lo he recibido.

Momento del suceso:

Eso era fácil: 8 de marzo de 2016

¿Dónde ha comprado usted ese bien?

Respuesta: En una tienda.

¿Qué ha sucedido en relación con el suministro?

Entre las varias opciones, lo que mejor me pareció fue: No he recibido nada, aunque no es exacto, pero supuse que podría explicarme más tarde.

¿Ha concluido usted el contrato hace más de treinta días naturales?

Sí.

¿El vendedor le ha comunicado una razón por la cual el bien no ha sido suministrado?

Sí.

¿Puede precisar la respuesta?

La empresa pretende que su suministrador debe contactar conmigo para tomar medidas para la encimera que he comprado.

¿Ha pagado usted el encargo?

Sí. Todo.

¿Y cómo efectuó el pago?

Con una tarjeta de débito.

Si usted desea una solución a su litigio, se puede reenviar automáticamente su queja al Servicio de Mediación para el Consumidor, que puede tratar su petición de arreglo extrajudicial o, si es necesario, transmitirla a otra entidad competente en la materia. Este servicio es gratuito ¿Quiere usted que esta queja se transmita al Servicio de Mediación para el Consumidor?

Sí (El sistema no permitía poner signos de exclamación).

El resto del cuestionario consistía en pedir datos de contacto. Como, a pesar de la tozuda política de anonimato de esta bitácora, al final todo se sabe, voy a prescindir de transcribir esta parte.

Esto sucedió el 19 de abril de 2016. Inmediatamente recibí una respuesta automática con mi propia queja, pero eso, claro, es una respuesta automática. He de confesar que no tenía la menor esperanza de que aquello llegase a ninguna parte. Un pobre guiri, escribiendo en francés macarrónico, tratando de enfrentarse a una poderosa cadena belga de muebles de cocina. David contra Goliat, pero fuera de la Biblia.

Pero no hacía bien en menospreciar a la burocracia estatal belga. Nada bien.

Al día siguiente, 20 de abril de 2016, recibí un inesperado correo electrónico.

Réf : RES/2016/XXX

Votre correspondant : Carine (Su gestor: Carine)

Objet : Plainte introduite auprès du Service de Médiation pour le Consommateur (Objeto: Queja introducida ante el Servicio de Mediación para el Consumidor)

Monsieur VON BUCHWEIZEN,

Votre demande d’intervention a retenu toute mon attention. (Me he interesado especialmente por su solicitud de intervención)

Cependant, à la lecture de votre requête, je constate que celle-ci est incomplète et ne me permet pas d’acter votre plainte. (Sin embargo, tras haberla leído, debo constatar que la solicitud es incompleta y no me permite el tratamiento de su queja)

Je vous invite à me transmettre les éléments suivants : (Le invito a transmitirme lo siguiente:)

- un résumé plus détaillé du litige (- un resumen más detallado del litigio)

- copie des documents relatifs à ce litige (devis, facture, preuve de paiement,...) (- copias de los documentos relativos al litigio (presupuesto, factura, pruebas del pago...)

- copie des échanges avec la société (- copia de la correspondencia con la sociedad)

Je vous remercie de bien vouloir nous faire parvenir ces informations endéans un délai maximum de 10 jours ouvrables à dater de la présente, de préférence à l’adresse contact@mediationconsommateur.be. A défaut de réponse de votre part, votre plainte ne pourra pas être prise en considération. (Le agradecería que me hiciera llegar dichas informaciones en un plazo de días laborables a partir de hoy, preferiblemente a la dirección contact@mediationconsommateur.be. A falta de respuesta de su parte, su queja no podrá ser tomada en consideración)

Je vous prie de croire, Monsieur VON BUCHWEIZEN à l’assurance de mes sentiments les meilleurs. (Atentamente,)

Luc Toerlinckx Président du Comité de Direction

***

Me quedé de piedra, claro. Tanto, que tardé unos días en redactar algo mínimamente coherente para responder con cierta dignidad. Fui consiguiendo documentos, que escaneé debidamente, y redacté un correo, que envié el 26 de abril de 2016, en el mejor francés que pude, explicando las razones de mi disgusto y poniendo como no digan dueñas al personal de la tienda y, más en particular, al gestor que no había caído, no en suerte, sino en desgracia.

***

Al día siguiente, 27 de abril de 2016, con una rapidez centelleante, llegó la respuesta del Servicio de Mediación para el Consumidor, con el siguiente contenido:

Réf : RES/2016/xxx

Votre correspondant : Carine

Objet : Plainte introduite auprès du Service de Médiation pour le Consommateur

Monsieur von Buchweizen,

Votre demande de règlement extrajudiciaire d’un litige de consommation du a retenu toute mon attention. (Su petición de arreglo extrajudicial de un litigio de consumo me ha interesado profundamente)

Je vous confirme que celle-ci est complète et recevable, et décide donc de poursuivre son traitement. Je la soumets immédiatement pour examen auprès de(s) l'entreprise(s) concernée(s) : Ixina Belgium. (Le confirmo que su petición es completa y admisible, por lo que he decidido continuar con el tratamiento de la misma. La someto inmediatamente a la(s) empresa(s) objeto de la misma: Ixina Belgium)

Le service de médiation devrait disposer des éléments d’analyse de la (des) firme(s) endéans les 10 jours ouvrables. Dès que je serai en possession de toutes les informations nécessaires, je ne manquerai pas de prendre position quant au contenu de votre demande. (El servicio de mediación debería disponer de la documentación por parte de la empresa en un plazo de diez días laborables. En cuanto esté en posesión de todas las informaciones necesarias, no dejaré de tomar posición en cuanto al contenido de su petición)

Vous trouverez, en annexe de la présente, un extrait du Règlement de Procédure. Je vous invite à parcourir ce dernier avec la plus grande attention. Vous y trouverez des informations sur la possibilité de se retirer de la procédure, sur le fait que la solution ne revêtira pas de caractère contraignant, qu’elle peut différer d’une décision judiciaire, sur les délais de traitement, … Le Règlement de Procédure complet peut être consulté sur notre site www.mediationconsommateur.be. Vous pouvez également en demander une copie sur support durable en prenant contact avec notre service. (Le envío en anexo un extracto del Reglamento de Procedimiento. Le ruego que lo lea en detalle. Usted encontrará en él informaciones sobre la posibilidad de retirarse del procedimiento, sobre el hecho de que la solución no será vinculante, que puede ser diferente a una solución judicial, sobre los plazos del  procedimiento... El Reglamento de Procedimiento completo puede consultarse en nuestra página www.mediationconsommatteur.be. También puede usted pedir una copia en soporte papel a nuestro servicio)

Je vous prie de croire, Monsieur von Buchweizen, à l’assurance de mes sentiments les meilleurs. (Atentamente,)

Luc Toerlinckx Président du Comité de Direction

***

Todo esto parecía serio. Otra cosa sería que tuviera algún efecto, pero hay que reconocer que no podía yo tener la menor queja sobre la rapidez en reaccionar.

Con menos escepticismo que antes de toda esta retahíla de correos, pero sin la menor certeza de que tanto texto engolado fuera a tener más efecto que hacer perder un rato a algún tipo de la central de la empresa, me quedé a esperar acontecimientos.

Cosa que será materia de la próxima entrada, porque hoy se hace tarde y mañana tengo que madrugar mucho, que tengo lo que aquí en Bélgica equivale a la ITV a las siete de la mañana. Pero esa es otra historia.


domingo, 13 de noviembre de 2022

La instalación de la cocina continúa

En la entrada anterior de esta serie, habíamos dejado las cosas muy bien encaminadas, con el encargo hecho y con todo a punto para que, desde el minuto uno de nuestra mudanza a nuestro nuevo hogar, dispusiésemos de la cocina de nuestros sueños.

De repente, comenzó a haber problemillas, materializados en llamadas de Alain a mi esposa cada vez más frecuentes y más extrañas. Los plazos no se podían cumplir, por razones que nunca quedaban claras del todo, pero que desde luego no eran atribuibles a Alain. Había un culpable, por supuesto, pero nunca era él.

Alguna vez pasamos de nuevo por la tienda para cerciorarnos de algunos puntos, o para ver si se podía modificar la disposición de algunas cosas para mejorar el proyecto final, de modo que Alain comenzó a tomar cierta confianza y nosotros, que apreciábamos sus esfuerzos para meter en el plano todo lo que le pedíamos, también comenzamos a tomarnos algunas confianzas. Es lo que tiene, hablar (casi) la misma lengua.

Alain no estaba muy contento con su trabajo. A lo que él aspiraba era a convertirse en funcionario europeo, según decía él, con el fin fundamental de que sus hijos pudieran asistir a alguno de los colegios europeos, que es uno de los privilegios de esos funcionarios. En Bruselas hay cinco de esos colegios, pues no en vano es el lugar donde hay más funcionarios europeos de todo el mundo, en los que se puede estudiar básicamente en la lengua nativa del funcionario de que se trate. Alain era pillo. Aunque su lengua materna era evidentemente el francés, mucho más que el español afrancesado que gastaba, tenía la intención de presentarse a la oposición como español. De esta manera, contaba él, tendría que hacer el examen en su segunda lengua, que resultaría ser el francés, es decir, su lengua materna; además, como español tendría muchas más posibilidades de entrar que como belga, porque Bélgica es, con gran diferencia, el país más representado entre los funcionarios y agentes europeos, en un ejemplo de libro del efecto sede, así que no es fácil ser contratado siendo de esa nacionalidad.

Estas conversaciones debieron abrirnos los ojos a la evidencia de que Alain no estaba quizá todo lo motivado que debería, pero no lo hicieron, quizá porque fuéramos (y probablemente todavía seamos) unas almas cándidas fáciles de engañar, o porque, llegados a ese punto, ya no teníamos más remedio que confiar en lo que viniera.

Después de mucha tensión, porque no podíamos llamar al pintor para hacer los acabados si los muebles no estaban instalados, conseguimos que, con un retraso absurdo, nos hicieran la instalación un buen día de enero de 2016, pocas semanas antes de nuestra mudanza. La instalación de lo que había, que quede claro que eran casi todos los muebles de cocina, pero no todos, los electrodomésticos, excepto el horno, que no se sabía por dónde estaba, y -¡Dios santísimo!- la encimera.

Que falte una cajonera tiene un pase, que falte un horno puede suceder y uno lo puede reemplazar más o menos con la cocina, en este caso de inducción, y con el microondas, pero, si falta la encimera, estás perdido.

- Estará para cuando sea la instalación -decía Alain.

- ¿Seguro?

- Sí. La hace una empresa portuguesa. Los mismos instaladores vienen de Portugal.

- ¿Cómo? ¿De Portugal?

- Sí, traen varios planes de trabajo y vienen aquí una vez al mes más o menos en su camioneta para instalarlos.

En francés, encimera es plan de travail. Por consiguiente, Alain procedió a una traducción literal, porque la palabra encimera, por mucho que trabajase en una empresa de instalación de cocinas, no estaba en su vocabulario. Lo de los portugueses que recorrían media Europa con sus encimeras de piedra natural en su furgoneta era bastante raro, pero oye, cosas más raras se han visto.

El día de la instalación, y no sé cómo me sorprendí, la encimera no estaba y los portugueses tampoco. Ni el horno. Ni una cajonera que habíamos encargado y con la que, según Alain, había habido un problema. Los instaladores, que no son el muro de las lamentaciones, pero casi, pusieron otro horno en el hueco del que tenía que venir, pero era un horno usado, antiguo, más pequeño y sucio, que no sé cómo no les dio vergüenza proponer tal cosa. El hueco de la cajonera se quedó como estaba y, para hacer de guisa de encimera, los operarios pusieron unos tablones de madera, con lo cual podíamos cortar hasta cierto punto, siempre que no hubiera líquidos en la preparación culinaria, porque la instalación, evidentemente, consistía en poner la plancha de madera sobre los muebles y fijarla lo justo para que no se moviera, pero no en impermeabilizar con silicona las juntas con los muebles de debajo. Eso, para los portugueses.

Total, que quedó un desastre. El pintor entró, hizo lo que pudo, pero la mudanza se produjo con la cocina en el estado mediocre en que la dejaron los instaladores, y las primeras semanas en la misma también. La paciencia se estaba acabando. Aquello no era solamente cutre: aquello era infecto.

Alain comenzó a ponerse menos frecuentemente al teléfono. Cada vez menos frecuentemente. Igual estaba preparando la oposición, no sé.

La tensión en casa de los Von Buchweizen se podía cortar con un cuchillo. La cocina es un lugar de la casa muy importante y, si no estás a gusto en él, no estás a gusto en tu casa, que se supone que es para siempre.

Sí, las cosas se estaban poniendo feas.

Había llegado el momento de tomar medidas, pero no estaba claro cuáles tomar ¿El libro de reclamaciones? En Rusia funcionaba bastante bien, y también en España, pero Bélgica es diferente, me temo. En un país donde hasta las empresas privadas son burocráticas a más no poder, esconder un papel no parecía la cosa más difícil del mundo.

Alain ya no se ponía al teléfono en absoluto. Acabamos hablando con otra persona que no parecía saber de qué iba el asunto y que nos decía que ya pasaría el recado. En algún momento pareció que los portugueses nos llamarían para tomar medidas ¿Más medidas? Nos estábamos volviendo locos. Y eso es malo.

A fuerza de pensar, recordé el famoso refrán español de que no hay mejor cuña que la de la misma madera y pensé que, puesto que Ixina estaba formada por un rebaño indestructible de burócratas belgas (porque Alain era belga hasta el tuétano, por mucho que presumiera de español), lo mejor sería combatirles con otros burócratas belgas.

La lucha entre ellos seria encarnizada por seguridad, pero también larga a más no poder. Por eso, por no eternizar esta entrada, y también porque se está haciendo tarde por momento, parece llegado el momento de dejar el combate de los burócratas para la siguiente entrada.

viernes, 11 de noviembre de 2022

Más huelguistas

No hace mucho apareció en esta bitácora una entrada sobre la huelga general convocada en Bélgica por dos de los tres sindicatos mayoritarios, mientras que el tercero, que se dice liberal, aunque no la convocaba ni animaba a sus miembros a unirse a ella, sí iba a participar en las acciones paralelas que se anunciaban.

Bueno, pues la huelga tuvo lugar efectivamente el 9 de noviembre, es decir, anteayer. Sobre su seguimiento no soy capaz de dar una opinión fundamentada. Como todos los sindicatos saben, el sector fundamental para que una huelga tenga éxito es el del transporte, porque, si los transportistas hacen huelga, los que dependen de ellos para trabajar o recibir suministros no tienen más remedio que quedarse en su casa. Especialmente importante es el caso del transporte público, esto es, autobuses y trenes, que, por mucho que se les impongan servicios mínimos, éstos no llegan a garantizar un tráfico ni medio normal. Ayer por la mañana, sin ir más lejos, tuve en casa a la señora de la limpieza (creo que aún se la podrá llamar así en estos tiempos de corrección política), que no es precisamente lo que yo llamaría una huelguista, pero que no tuvo más remedio que disculparse ante sus clientes de ayer (entre los que, por suerte, no estaba yo), porque desde su barrio no salía ningún medio de transporte público, y la señora no tiene otro medio de desplazarse aparte de sus piernas, que difícilmente la iban a llevar sucesivamente desde Jette a Stokkel, porque hablamos de cosa de catorce kilómetros sólo de ida.

Con cosas como éstas, naturalmente el seguimiento de la huelga aparece artificialmente ampliado. Pero no todo el mundo tiene que quedarse pierna sobre pierna en caso de colapso del transporte público, cosa cuya prueba tuve cuando salí de casa montado en mi bicicleta a eso de las ocho menos veinte.

Efectivamente, la cola de coches llegaba hasta mi calle desde el colegio que hay en la calle vecina, y eso que faltaba un buen rato para que comenzaran las clases. Obviamente, no había transporte escolar, así que los padres estaban llevando a sus hijos al colegio en coche, porque parece ser que los colegios hacían menos huelga, o los profesores habían conseguido organizar sus desplazamientos a despecho de la ausencia de autobuses, metros o trenes.

Haciendo piruetas y malabares entre los coches que iban y los que venían, y usando la acera (sí, ilegalmente, lo reconozco avergonzado) durante algunos metros, me las compuse para sobrepasar la altura de la puerta del colegio, que era donde se concentraba el colapso, y a partir de ahí ya las cosas fueron más tranquilas. Es verdad que la gente parecía nerviosa, supongo que por la falta de costumbre de algunos a la hora de conducir en hora punta, pero no me costó demasiado llegar a mi oficina.

Una vez allí, había mucha gente en teletrabajo, como todos los miércoles, pero no noté en particular la ausencia de nadie. Los servicios de limpieza funcionaban como de costumbre, aunque no era el caso de los de restauración, otro de los sectores a los que la ausencia de transporte, en este caso de mercancías, perjudica mucho. Al final, sin embargo, pude comer una salchicha campestre con puré de patatas y judías que me sacó de penas la tripa hasta la hora de cenar.

Mi valoración del seguimiento de la huelga es, por lo demás, hecha un poco a ojo. Yo diría que los sindicatos redoblan los esfuerzos en el sector clave del transporte y que concentran allí sus cajas de resistencia, porque saben que es donde se la juegan. Tengo la impresión de que el resto de la gente que ha ido a la huelga lo ha hecho sin ninguna convicción y sólo con el afán de no complicarse la vida más de lo que ya lo está con esta inflación que, si en España está por el 10%, en Bélgica va por el 12%. Ya contaré cuánto me va a clavar en diciembre la distribuidora de energía que viene amenazándome con una puñalada si no aumento provisionalmente lo que les pago cada mes.

Porque, sí, de eso va la huelga en realidad, de que el gobierno y las empresas hagan algo para que no empeore el poder adquisitivo de los trabajadores.

Y ahora toca hablar de las acciones paralelas, ésas que aceptaban los tres sindicatos, incluido el liberal. La imagen de aquí al lado, que es un fotograma de la televisión belga, muestra a una de las participantes en la manifestación que estaba convocada en la plaza de Luxemburgo. Como la susodicha plaza está situada justo delante de la sede bruselense del Parlamento Europeo, y ya se sabe que la función principal de las instituciones europeas consiste en servir de chivo expiatorio de todo lo que vaya mal, la plaza de Luxemburgo, igual que la de Schuman (donde están las sedes de la Comisión y del Consejo), es frecuente teatro de manifestaciones de protesta, que tienen por objeto desde el cambio climático al reconocimiento de los derechos adquiridos por los trabajadores angoleños en la extinta República Democrática Alemana. Como muchas de esas causas, por justas que sean, no son vitales para el común de los ciudadanos bruselenses, el tamaño de la mayoría de las manifestaciones es bastante reducido. Por ejemplo, los trabajadores angoleños en Bruselas no son un grupo numeroso y, cuando me mezclé en su día entre ellos para preguntarles qué narices hacían allí y que me explicaran qué esperaban obtener de su acción, la asistencia a la manifestación aumentó considerablemente en proporción a lo que había antes de mi llegada.

Pues bien, si esas concentraciones ya eran de una densidad sumamente leve, basta echar un vistazo al fotograma para darse cuenta de que la plaza está tan vacía como el arsenal de un pacifista. El reportero vio a la única persona razonablemente mona presente en la plaza y se lanzó sobre ella micrófono en mano, pero no consiguió ocultar que no le debió costar demasiado apartar a los otros asistentes para abrirse paso hasta ella.

Yo, que pasaba por allí buscando algún sitio abierto para comer algo, escuché algunos silbatos aislados, que más parecía que los manifestantes hubieran pitado penalti que otra cosa, y seguí a lo mío, porque, como decía mi abuela, "tripas llevan piernas".

Por si fuera poco, a no tardar comenzó a llover ligeramente, a despecho del cambio climático. Es bien sabido que, en Valencia, basta con que caigan cuatro gotas para que los valencianos nos ocultemos despavoridos en nuestras casas, pero no parecía que fuera a suceder lo mismo en Bruselas, donde la lluvia es una costumbre más. En cualquier caso, los manifestantes, que no debían tener la moral muy alta, a juzgar por su número, y una vez conseguida la cobertura mediática que estimaban merecer, abandonaron la plaza, quizá para ver si encontraban algún esquirol que tuviera abierto su establecimiento y les proporcionara algo que comer.

En fin, que, si la plaza estaba medio vacía cuando pasó el reportero, poco después. cuando tomé la foto desde el otro lado de la misma, no presentaba más población que los pocos incautos a los que la lluvia nos había pillado en la calle. El agua había disuelto, o diluido, la manifestación.

Y ahora vamos a pensar en la siguiente huelga. La del miércoles permitió a quien quisiera hacer puente el jueves, porque hoy, viernes, es festivo en Bélgica al celebrarse el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. La siguiente ya veremos cuándo se convoca, pero eso será en otra ocasión. Hoy no, que se hace tarde.

martes, 8 de noviembre de 2022

La instalación de la cocina

En estos oscuros momentos de final de año, cuando hemos cambiado la hora, los días son cortos y uno se pone de mala leche, parece llegado el momento de continuar las series plañideras sobre el servicio al cliente en Bélgica. Que quede claro que no es que esté idealizando España, pero la impresión que tengo es que allí uno pide o quiere algo y normalmente lo obtiene razonablemente bien, al menos en mi experiencia. Cuando voy a España, suele ser para pocos días, y además en períodos complicados, verano, Semana Santa o Navidad, con lo que, cuando tengo que contratar a algún profesional, suele ser aprisa y corriendo y, así y todo, o yo tengo en España toda la suerte que me debe faltar en Bélgica, o quien sea me dice rápidamente si puede hacer lo que le pido en el plazo en que se lo piso y, si es así, lo que sea se hace, desde luego por mucho menor precio que las clavadas que tengo que encajar en Bruselas.

En fin, que toca escribir sobre la instalación de la cocina. Como han transcurrido más de seis años largos desde la misma, podemos decir que el dolor producido en su día ha remitido lo suyo.

Cuando hicimos la reforma de la casa, el arquitecto no incluyó en el presupuesto los muebles de cocina y los electrodomésticos, cosa aceptable porque hay empresas que ya se ocupan de eso a diario. IKEA es una posibilidad, que ya habíamos utilizado con bastante buen éxito en Moscú, pero esta vez estábamos hablando de algo que teníamos en propiedad y resolvimos subir un poco el nivel, de manera que acabamos en Ixina, una empresa belga dedicada precisamente a estos menesteres. Más en concreto, terminamos en su tienda de Drogenbos, que es un municipio vecino a Uccle, pero que se sitúa en Flandes, no en la región de Bruselas. A pesar de estar en Flandes, el idioma vehicular del municipio es el francés, mal que le pese a Vlaams Belang y a todos los nacionalistas flamencos.

Cuando las obras ya habían avanzado lo suficiente como para permitirnos hacernos una idea de qué presupuesto íbamos a tener y con el cinturón apretado, pero contando con los salarios futuros para hacer encaje de bolillos con las cifras y no tener que empeñar nada en el banco ni mucho menos pedir un crédito, nos plantamos en la tienda. Nos recibió el encargado.

- ¿Así que son ustedes españoles? - dijo, en cuanto nos oyó intercambiar un par de frases en castellano.

- Sí, sí, somos españoles.

- ¡Estupendo! Tenemos la persona ideal para ustedes.

Y nos condujo a una mesa tras de la cual estaba sentado uno de los colaboradores de la empresa, más bien bajo, regordete y con aspecto tirando a desaliñado, con muchos pelos en la cara y muchos menos en la coronilla. Podría andar por la treintena avanzada, aunque no llevaba su edad demasiado bien.

- Alain, te traigo a estos señores, que son españoles.

- Encantado - dijo el llamado Alain, en castellano- . Yo también soy español.

Evidentemente, aquello fue una grata sorpresa. Es verdad que, entre los españoles, el nombre propio “Alain” es completamente insólito, así que supusimos inmediatamente que sería un emigrante de segunda generación, como así era realmente. En efecto, su apellido era Valencia, sus padres eran de Huesca y él mismo se consideraba de Huesca. Su español era muy bueno, pero no perfecto y lo trufaba de galicismos cada dos por tres, hasta el punto de que resultaba muy conveniente saber algo de francés para comunicarse con él y entender expresiones como “sobre plaza” y otras semejantes que él susodicho Alain incrustaba en sus discursos y que no hay español que pueda descifrar sin saber que son traducciones literales, y malas, del francés.

Nosotros habíamos traído un plano con las medidas de la cocina y la ubicación de las tomas de agua y de las tomas eléctricas, con lo cual en poco tiempo ya teníamos un esbozo de cómo podía verse la cocina, siempre teniendo en cuenta que enviarían a alguien para tomar medidas ellos mismos. Los electrodomésticos los pudimos elegir en la misma tienda (‘sobre plaza’, en el curioso castellano de Alain), así que salimos muy contentos de aquélla nuestra primera visita. No sólo parecía que habíamos avanzado un montón, sino que nos habían atendido en castellano y Alain parecía un tipo competente. Todo daba a entender que, por fin, aquello iba a ir sobre ruedas.

Pocos días después, llegó un señor a tomar medidas y, diez días después de nuestra visita, teníamos un presupuesto que entraba dentro de nuestras posibilidades y que aceptamos, y del que pagamos una parte a cuenta, como es lo suyo. En agosto de 2015 todo parecía preparado para simultanear las obras en la casa y la preparación del pedido y así poder instalar en otoño de 2015 y poder mudarnos cuanto antes: el mundo parecía ir bien.

Ja. Y dos veces ja.

Fijémonos en el esquema general de estas situaciones, como la que hoy nos ocupa, o la instalación de la puerta del garaje, o la que hemos visto recientemente de las cortinas. Para que la cosa luego pueda ir mal, la primera visita tiene que dar buena impresión, y en eso las tiendas belgas son unos maestros (bueno, Williams un poco menos, los de la puerta del garaje). Al principio, cuando se trata de llegar al presupuesto y al pago a cuenta, todo son sonrisas; y tiene su lógica, porque de otra forma el cliente no pasaría de allí. Es cuando ya se ha producido el primer pago a cuenta que el cliente se queda atrapado con su proveedor y, a partir de ahí, la tienda puede permitirse empeorar su servicio, retrasarse y hacer todo tipo de judiadas al cliente. Así las cosas, es de suma importancia que el cliente se asegure puntualmente de lo que puede esperar e incluso en esos casos hay incumplimientos completamente inesperados, como los agujerillos en las cortinas. Cuando la cosa va mal desde el principio, normalmente porque la empresa belga es una calamidad en materia de organización interna, el cliente puede escabullirse. Que lo diga Williams.

Si tengo que enunciar una regla general, es que las empresas belgas son de una complicación burocrática insufrible. En cuanto una empresa es lo suficientemente grande, ya no hay una sola persona que se ocupe del cliente, sino una jungla de trabajadores distintos, entre medidores, instaladores, constructores y el sursumcorda, entre los cuales es difícil que todo quede bien coordinado, pero, en cambio, siempre es fácil que la culpa sea de otro, quien sea, que no tiene contacto con el cliente y al que no hay manera de localizar. El único caso de satisfacción (y no completa) es posiblemente el segundo intento de puerta del garaje, y aquí estábamos hablando de una estructura muy simple, en el que el contacto con el cliente y el instalador eran la misma persona. Por desgracia, estos casos son una excepción entre los proveedores belgas, los cuales, como dignos imitadores de su elefantiásica e hiperburocrática administración pública, tienen una estructura innecesariamente complicada. Uno, en Bélgica, tiene la impresión de que todo es administración y de que incluso sus relaciones con la empresa privada tienen un tufillo burocrático, de instancia, recurso y tentetieso, que tira para atrás, pero sin más opción que pasar por ahí, porque, para poder operar en Bélgica y sus impuestos, no hay más remedio que ser grande o ser… poco respetuoso con la administración tributaria.

El caso es que, mientras nosotros nos las prometíamos felices, algo estaba sucediendo que iba a cambiar (y empeorar) todos nuestros planes. Pero no será ahora cuando pasemos de la fase rosa a la fase negra, sino en la siguiente entrada, porque hoy se hace tarde.

sábado, 5 de noviembre de 2022

Cortinas (VI). Serie inconclusa… de momento

El 6 de septiembre amaneció nuboso. Nada insólito en Bruselas, desde luego, pero un fuerte contraste con los días anteriores y, sobre todo, con el sol de justicia que había hecho en Valencia durante casi todo agosto. En todo caso, no era un día cualquiera, sino el día en que, Dios mediante, iba a llegar el colofón de la aventura de las cortinas, con la instalación de las mismas a cargo de la empresa delegada por Heytens.

El instalador llegó poco después de mediodía. Esta vez sí que era el que iba a venir en un principio. Era un joven de pequeña estatura, delgado y nervudo, que realmente parecía muy apropiado para esos menesteres. Descargó su camioneta en un periquete, subió los bártulos a la zona de trabajo, es decir, a mi habitación, e hizo inmediato ademán de ponerse manos a la obra.

- ¿Necesita alguna cosa? - le pregunté solícito, como hago siempre que alguien viene a trabajar a casa.

- ¡Noooo, gracias! Creo que en diez minutos habré terminado. Ya le avisaré.

Claro, a diferencia de la vez anterior, esta vez los rieles de la cortina ya estaban puestos, así como los ganchos laterales, de manera que no era cuestión de usar el taladro. Le dejé hacer, pues, y bajé a dedicarme a mis propios quehaceres.

No fueron diez minutos, pero tampoco tardó una eternidad en llamarme de nuevo. Las nuevas cortinas estaban puestas.

- ¡Ah, excelente! Déjeme ver.

Y palpé y extendí las cortinas para cerciorarme de que todo estaba en orden. Ahora bien, aunque el día era nuboso, no lo era tanto como para que no me diera cuenta de que, en algunos puntos, la luz pasaba a través del tejido por unos poros.

- ¿Otra vez? Pero, ¿cómo puede ser esto? ¡Fíjese!

Y le enseñé al instalador los distintos poros que iba viendo y que eran más numerosos que los de la cortina que terminaba de retirar.

- Claro, claro, lo entiendo… - decía el instalador, que no sabía dónde meterse.

- No es así como voy a pagar la factura que me ha enviado la tienda.

- No, claro que no.

- No tire las cortinas anteriores, que creo que son mejores que éstas.

- Ah, vaya…

El operario se despidió deshaciéndose en disculpas, una vez más, por algo en lo que él, hablando estrictamente, no tenía parte, y yo le agradecí su trabajo, pero le dije que me pondría en contacto con la tienda.

Pasó esto muy a principios de septiembre. Para dormir por las noches, los defectos del tejido no son muy importantes, pero fastidia bastante (con jota) que a uno le intenten tomar el pelo tan descaradamente. Esa misma tarde le envié a la tienda un correo explicando el problema y pidiendo una solución. La tienda pasó ampliamente de responderme. A las dos semanas volví a interesarme por una posible reacción a mis correos. Hasta hoy no he recibido una respuesta, y la verdad es que no espero recibirla de manera espontánea.

Esta serie supongo que continuará, pero no sé muy bien cómo continuará. En todo caso, no dejaré de tener informados a los lectores de cómo la paciencia vence, o no,  los obstáculos más insalvables.

Pero eso será más adelante, porque, a mí no sé, pero a Heytens se le ha hecho tarde hace muchísimo tiempo.

jueves, 3 de noviembre de 2022

Cortinas (V). Hacia el segundo intento

Efectivamente, envié a la tienda un mensaje correcto, pero que dejaba manifiesto mi disgusto por lo sucedido, con la petición de que me dieran una solución. Pasaron unos días y, como sospechaba, no recibí respuesta, así que, una semana después, les envié un nuevo mensaje preguntando si tenían ya una solución para lo sucedido.

Y, ¡sorpresa!, me llegó una respuesta de la tienda diciendo que habían enviado un nuevo encargo para la confección de unas cortinas nuevas, y que ya me avisarían cuando estuviesen a punto y listas para colocar.

Uno pensaría que lo suyo sería disculparse por lo sucedido y deshacerse en peticiones de perdón, pero no, amigos, qué cosas tenemos. Nada de eso. El texto del mensaje era: “Unas nuevas cortinas están en fase de confección. Le avisaremos cuando estén a punto.” Y eso es todo, amigos. Estamos hablando de finales de abril, un buen mes largo después de la instalación de la cortina agujereada.

Comoquiera que, por lo menos, la luz había dejado de campar por sus respetos día y noche en mi dormitorio, armarse de paciencia no fue especialmente difícil. Yo creo que, en mis primeros años en Bruselas, no hubiera aguantado sin despotricar a diestro y siniestro, como en el caso de la instalación de la cocina que algún día contaré (cuando se me pase por fin el cabreo), pero, a base de golpes, hasta los metales más duros se ablandan, y yo ya venía con vocación de blando de fábrica, a pesar de algunas cosillas más beligerantes en mi juventud moscovita.

Pasó un mes. Pasaron dos. Y tres. Y ya iban a pasar cuatro.

Un buen día de agosto, en plena canícula, paseaba yo con mis hermanos por un terruño de nuestra propiedad en nuestro querido Benicountrí, provincia de Valencia, cuando sonó mi teléfono inesperadamente. La cobertura telefónica en el núcleo urbano de Benicountrí tiene un pase (y nada más que un pase, no vayamos a creer), pero en mitad del campo no lo tiene en absoluto, así que con muchas dificultades logré comprender que los de Heytens querían ponerse en contacto conmigo. Que las cortinas ya estaban listas y que si se podían pasar el martes siguiente a ponerlas.

Cuatro meses para confeccionar unas cortinas, Señor mío, y eso que quedaba un tercio por pagar. No me puedo imaginar lo que hubiera pasado si hubiera tenido la humorada de pagarla entera cuando me lo pidieron. Si ya quedando una cantidad a deber, el encargo había terminado en el fondo de la lista de tareas, es difícil suponer cuántos meses hubieran tardado en reaccionar si no me hubiera quedado por cumplir ninguna obligación.

El martes siguiente, por otra parte, yo no tenía intención de desplazarme a Bruselas e interrumpir mis vacaciones sólo para dar a Heytens acceso a mi piso, de manera que les expliqué que, en España, a diferencia de Bélgica, el mes en que el país se ralentiza (bueno, en Bélgica se para del todo) no es julio, sino agosto, y yo estaba disfrutando de unas vacaciones que aún no habían terminado, así que ya les avisaría a mi retorno. Que digo yo que si habían tardado cuatro meses en confeccionar unas cortinas, yo podría tardar algo más de cuatro días en darles acceso a mi casa.

Unos días después, una vez hube terminado mis vacaciones, que se me hicieron muy cortas, y de vuelta en la rutina húmeda y lluviosa de Bruselas, me puse en contacto con Heytens para hacerles saber que me ponía a su disposición para darles acceso a la vivienda, sobre todo en los días que estaba en teletrabajo, y dar por finalizado este engorroso asunto. El 31 de agosto me propusieron como fecha de instalación el 6 de septiembre, que me venía bien, o ya haría yo por que me viniera bien y terminar de una puñetera vez con Heytens y con la madre que la parió.

Antes de esa fecha, sin embargo, concretamente el día 3, los señores de la tienda, que de confeccionar cortinas saben mucho, sí, pero menos que de emitir facturas, me enviaron una por el montante que restaba por pagar, que comenzaba por las palabras “Tras la instalación de sus cortinas…”

Obviamente, me dio la risa floja. Escarmentado por lo sucedido, ni se me pasó por la cabeza pagar. Además, la etimología me justificaba, porque “factura”, en el latín original, es un participio de futuro, cosa que en castellano no existe, pero que se traduce por algo así como “lo que va a realizarse”. Pues que se haga antes de pensar en otra cosa. Con ello me convertí probablemente en “soluturus”, o sea, el que va a pagar, aunque no diga exactamente cuándo. Es lo que tiene el futuro, que es inseguro por naturaleza.

Hasta qué punto lo es lo veremos en la siguiente entrada, que desgraciadamente no será la última de la serie, porque me temo que la serie va a quedar inconclusa de momento y no tengo ni idea de cómo va a terminar, porque, efectivamente, el futuro es imprevisible por naturaleza y mucho más cuando nos estamos enfrentando a un proveedor belga de bienes y servicios.

Pero de eso ya nos ocuparemos en la próxima entrada, antes de que la actual se convierta, además del sembrado de latinajos que ya es, en un engendro demasiado largo para ser leído con comodidad.

Y, además, como el lector habrá adivinado, se hace tardísimo. Cómo se nota que ha cambiado la hora…

martes, 1 de noviembre de 2022

Olvido imperdonable

Por primera vez en dieciséis años de existencia de esta bitácora, la fecha del primero de mayo, que es su cumpleaños, pasó sin la preceptiva entrada que hiciera mención de tal hecho. La víspera, 30 de abril, salió publicada la entrada alusiva al reinado de Leopoldo III, y uno podría esperar que al día siguiente hubiera al menos publicada una entrada que hiciera mención de la efeméride, pero no. No volvió a haber publicación alguna hasta casi dos semanas después. Entretanto, no hubo absolutamente nada.

Jamás se había visto tamaño desprecio a la bitácora por parte del autor de sus días, tanto más cuanto que el primero de mayo es festivo en casi todos los países, incluidos por supuesto Rusia, donde nació la bitácora y se escribieron la mayor parte de sus entradas, Bélgica, lugar de residencia habitual de éste su autor, y España, patria del mismo y de su familia. Nada más fácil, pues, que arañar unos minutillos a la vorágine diaria, incluso en un festivo, y escribir unas líneas conmemorativas.

Como no lo hice entonces, lo hago hoy, que es uno de noviembre y se cumplen dieciséis años y medio de la primera entrada. También es un día festivo, Todos los Santos, en Bélgica y en España, pero no en Rusia. En Rusia es día de precepto para los católicos, como día en que se celebra la iglesia triunfante, al igual que en el resto del mundo, pero, ¡ay!, es una festividad católica, que en Rusia éramos una minoría minúscula, así que el día era laborable, y lectivo.

Eso nos trajo un pequeño conflicto cuando un año dijimos a los entonces niños que tocaba ir a misa, porque, aunque no fuera domingo, era festivo.

Ro no se lo creía de ninguna de las maneras.

- He ido al colegio como un día normal. Cuando vamos a misa, no voy al colegio. Las dos cosas no van juntas.

Creo que tenía ocho años la cría, por lo que era un poco pronto para imbuirle el concepto de que el calendario civil y las festividades católicas no necesariamente coincidían.

Muy a regañadientes, conseguimos meter en el coche a los tres, salimos de casa con el tiempo menos que justo y aparcamos a unos cien metros de la catedral católica de Moscú. Ro no dejaba de rezongar y de pensar, y hasta decir, que la estábamos engañando.

La impresión de Ro posiblemente cambió cuando atravesamos las puertas de la catedral y se dio cuenta de que, con la discusión y el retraso consiguiente, habíamos llegado justo a tiempo y el templo estaba de bote en bote, hasta el punto de que encontramos sitio porque los rusos son muy amables en según qué cosas y, cuando ven a una familia numerosa en apuros y con hijos pequeños, siempre se encuentran sitios para sentarse. Como era un día laborable, las misas eran después del horario laboral, en la catedral prácticamente sólo había ésa, y los católicos practicantes moscovitas, que ciertamente haberlos haylos, nos concentramos en la misma celebración.

- Bueno, vale. Era festivo - dijo Ro al salir.

Las cosas han cambiado muchísimo desde aquel 1 de noviembre frío, nublado, nevoso y oscuro que nos pilló en Moscú. Desde la perspectiva, eran tiempos felices.

Sea como fuere, hoy es el día en que esta bitácora cumple dieciséis años y medio, curiosa fecha. Como el lector residual, pero avispado, habrá percibido, el último mes ha conocido un desusado incremento en la frecuencia de publicación, a ritmos que no se veían desde que estas pantallas se publicaban en Moscú. Esto se debe, por una parte, a que le estoy volviendo a encontrar las ganas a esto de escribir textos largos, mucho más de los mensajes encorsetados de Twitter, por muy libre que esté ahora el pájaro, y que casi todos los días encuentro diez minutillos desde cualquier dispositivo para echar unas líneas. Pero, además, hay una segunda motivación mucho menos honesta, cual es la de alcanzar antes de fin de año la milésima quincentésima entrada, un objetivo que me marqué, como sabemos, a principio de año y que sólo podré conseguir mediante un incremento bastante importante de la frecuencia de publicación.

Pues a ver si lo consigo, o tengo que hacer penitencia en el repaso que, inevitablemente, haré de mi actividad bloguera cuando termine el año. Entretanto, se me está haciendo tarde para llegar a las mil quinientas entradas, porque estamos en noviembre, y aún quedan muchas.