jueves, 3 de noviembre de 2022

Cortinas (V). Hacia el segundo intento

Efectivamente, envié a la tienda un mensaje correcto, pero que dejaba manifiesto mi disgusto por lo sucedido, con la petición de que me dieran una solución. Pasaron unos días y, como sospechaba, no recibí respuesta, así que, una semana después, les envié un nuevo mensaje preguntando si tenían ya una solución para lo sucedido.

Y, ¡sorpresa!, me llegó una respuesta de la tienda diciendo que habían enviado un nuevo encargo para la confección de unas cortinas nuevas, y que ya me avisarían cuando estuviesen a punto y listas para colocar.

Uno pensaría que lo suyo sería disculparse por lo sucedido y deshacerse en peticiones de perdón, pero no, amigos, qué cosas tenemos. Nada de eso. El texto del mensaje era: “Unas nuevas cortinas están en fase de confección. Le avisaremos cuando estén a punto.” Y eso es todo, amigos. Estamos hablando de finales de abril, un buen mes largo después de la instalación de la cortina agujereada.

Comoquiera que, por lo menos, la luz había dejado de campar por sus respetos día y noche en mi dormitorio, armarse de paciencia no fue especialmente difícil. Yo creo que, en mis primeros años en Bruselas, no hubiera aguantado sin despotricar a diestro y siniestro, como en el caso de la instalación de la cocina que algún día contaré (cuando se me pase por fin el cabreo), pero, a base de golpes, hasta los metales más duros se ablandan, y yo ya venía con vocación de blando de fábrica, a pesar de algunas cosillas más beligerantes en mi juventud moscovita.

Pasó un mes. Pasaron dos. Y tres. Y ya iban a pasar cuatro.

Un buen día de agosto, en plena canícula, paseaba yo con mis hermanos por un terruño de nuestra propiedad en nuestro querido Benicountrí, provincia de Valencia, cuando sonó mi teléfono inesperadamente. La cobertura telefónica en el núcleo urbano de Benicountrí tiene un pase (y nada más que un pase, no vayamos a creer), pero en mitad del campo no lo tiene en absoluto, así que con muchas dificultades logré comprender que los de Heytens querían ponerse en contacto conmigo. Que las cortinas ya estaban listas y que si se podían pasar el martes siguiente a ponerlas.

Cuatro meses para confeccionar unas cortinas, Señor mío, y eso que quedaba un tercio por pagar. No me puedo imaginar lo que hubiera pasado si hubiera tenido la humorada de pagarla entera cuando me lo pidieron. Si ya quedando una cantidad a deber, el encargo había terminado en el fondo de la lista de tareas, es difícil suponer cuántos meses hubieran tardado en reaccionar si no me hubiera quedado por cumplir ninguna obligación.

El martes siguiente, por otra parte, yo no tenía intención de desplazarme a Bruselas e interrumpir mis vacaciones sólo para dar a Heytens acceso a mi piso, de manera que les expliqué que, en España, a diferencia de Bélgica, el mes en que el país se ralentiza (bueno, en Bélgica se para del todo) no es julio, sino agosto, y yo estaba disfrutando de unas vacaciones que aún no habían terminado, así que ya les avisaría a mi retorno. Que digo yo que si habían tardado cuatro meses en confeccionar unas cortinas, yo podría tardar algo más de cuatro días en darles acceso a mi casa.

Unos días después, una vez hube terminado mis vacaciones, que se me hicieron muy cortas, y de vuelta en la rutina húmeda y lluviosa de Bruselas, me puse en contacto con Heytens para hacerles saber que me ponía a su disposición para darles acceso a la vivienda, sobre todo en los días que estaba en teletrabajo, y dar por finalizado este engorroso asunto. El 31 de agosto me propusieron como fecha de instalación el 6 de septiembre, que me venía bien, o ya haría yo por que me viniera bien y terminar de una puñetera vez con Heytens y con la madre que la parió.

Antes de esa fecha, sin embargo, concretamente el día 3, los señores de la tienda, que de confeccionar cortinas saben mucho, sí, pero menos que de emitir facturas, me enviaron una por el montante que restaba por pagar, que comenzaba por las palabras “Tras la instalación de sus cortinas…”

Obviamente, me dio la risa floja. Escarmentado por lo sucedido, ni se me pasó por la cabeza pagar. Además, la etimología me justificaba, porque “factura”, en el latín original, es un participio de futuro, cosa que en castellano no existe, pero que se traduce por algo así como “lo que va a realizarse”. Pues que se haga antes de pensar en otra cosa. Con ello me convertí probablemente en “soluturus”, o sea, el que va a pagar, aunque no diga exactamente cuándo. Es lo que tiene el futuro, que es inseguro por naturaleza.

Hasta qué punto lo es lo veremos en la siguiente entrada, que desgraciadamente no será la última de la serie, porque me temo que la serie va a quedar inconclusa de momento y no tengo ni idea de cómo va a terminar, porque, efectivamente, el futuro es imprevisible por naturaleza y mucho más cuando nos estamos enfrentando a un proveedor belga de bienes y servicios.

Pero de eso ya nos ocuparemos en la próxima entrada, antes de que la actual se convierta, además del sembrado de latinajos que ya es, en un engendro demasiado largo para ser leído con comodidad.

Y, además, como el lector habrá adivinado, se hace tardísimo. Cómo se nota que ha cambiado la hora…

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