El 6 de septiembre amaneció nuboso. Nada insólito en Bruselas, desde luego, pero un fuerte contraste con los días anteriores y, sobre todo, con el sol de justicia que había hecho en Valencia durante casi todo agosto. En todo caso, no era un día cualquiera, sino el día en que, Dios mediante, iba a llegar el colofón de la aventura de las cortinas, con la instalación de las mismas a cargo de la empresa delegada por Heytens.
El instalador llegó poco después de mediodía. Esta vez sí que era el que iba a venir en un principio. Era un joven de pequeña estatura, delgado y nervudo, que realmente parecía muy apropiado para esos menesteres. Descargó su camioneta en un periquete, subió los bártulos a la zona de trabajo, es decir, a mi habitación, e hizo inmediato ademán de ponerse manos a la obra.
- ¿Necesita alguna cosa? - le pregunté solícito, como hago siempre que alguien viene a trabajar a casa.
- ¡Noooo, gracias! Creo que en diez minutos habré terminado. Ya le avisaré.
Claro, a diferencia de la vez anterior, esta vez los rieles de la cortina ya estaban puestos, así como los ganchos laterales, de manera que no era cuestión de usar el taladro. Le dejé hacer, pues, y bajé a dedicarme a mis propios quehaceres.
No fueron diez minutos, pero tampoco tardó una eternidad en llamarme de nuevo. Las nuevas cortinas estaban puestas.
- ¡Ah, excelente! Déjeme ver.
Y palpé y extendí las cortinas para cerciorarme de que todo estaba en orden. Ahora bien, aunque el día era nuboso, no lo era tanto como para que no me diera cuenta de que, en algunos puntos, la luz pasaba a través del tejido por unos poros.
- ¿Otra vez? Pero, ¿cómo puede ser esto? ¡Fíjese!
Y le enseñé al instalador los distintos poros que iba viendo y que eran más numerosos que los de la cortina que terminaba de retirar.
- Claro, claro, lo entiendo… - decía el instalador, que no sabía dónde meterse.
- No es así como voy a pagar la factura que me ha enviado la tienda.
- No, claro que no.
- No tire las cortinas anteriores, que creo que son mejores que éstas.
- Ah, vaya…
El operario se despidió deshaciéndose en disculpas, una vez más, por algo en lo que él, hablando estrictamente, no tenía parte, y yo le agradecí su trabajo, pero le dije que me pondría en contacto con la tienda.
Pasó esto muy a principios de septiembre. Para dormir por las noches, los defectos del tejido no son muy importantes, pero fastidia bastante (con jota) que a uno le intenten tomar el pelo tan descaradamente. Esa misma tarde le envié a la tienda un correo explicando el problema y pidiendo una solución. La tienda pasó ampliamente de responderme. A las dos semanas volví a interesarme por una posible reacción a mis correos. Hasta hoy no he recibido una respuesta, y la verdad es que no espero recibirla de manera espontánea.
Esta serie supongo que continuará, pero no sé muy bien cómo continuará. En todo caso, no dejaré de tener informados a los lectores de cómo la paciencia vence, o no, los obstáculos más insalvables.
Pero eso será más adelante, porque, a mí no sé, pero a Heytens se le ha hecho tarde hace muchísimo tiempo.
1 comentario:
Publicar un comentario