viernes, 31 de julio de 2020

Exiliados

Volviendo al tema de la entrada anterior, y mientras sigo mis investigaciones sobre el duque Juan el Victorioso, recordemos que la foto que ilustraba la misma no era del parque Raspail, sino de un señor, pero es que el susodicho señor es, precisamente, François-Vincent Raspail, que le da nombre al parque desde la mitad del siglo XIX.

Bélgica, y muy especialmente Bruselas y alrededores, siempre ha sido, desde su creación en 1830, un país acogedor para todo tipo de políticos con dificultades en su país de origen. No vayamos a pensar que lo de Puigdemont y sus compañeros es una novedad y que los belgas le tienen tirria a España, porque la verdad es que esta actitud viene de lejos. Bélgica, ya lo hemos relatado en alguna ocasión, nació ideológicamente como un país donde el liberalismo y el catolicismo iban a llevarse bien (y, como eso es imposible, el resultado es el que estamos viendo). El liberalismo es una doctrina tan dogmática como las demás, pero presume de no serlo, así que no es de extrañar que en Bélgica haya encontrado acomodo gente que, de permanecer en su país de origen, más que probablemente lo hubiera hecho entre rejas. Entre los españoles que se beneficiaron de la hospitalidad belga, uno de los primeros, si no el primero, fue Juan Van Halen, un golpista liberal, masón y afrancesado, que se distinguió en la corta guerra de la independencia belga y del que ya trataremos en otra ocasión. En tiempos más recientes, tenemos a un nutrido grupo de etarras y, ahora mismo, a Carles Puigdemont y sus acompañantes, aunque todos éstos son españoles a pesar suyo.

Entre los franceses, el exilio en Bruselas es casi temático, y es que está muy a mano. Luis XVI ya intentó exiliarse a los entonces Países Bajos Austríacos, pero fue detenido antes de llegar a ellos, y finalmente asesinado, como bien sabemos. Más adelante, la norma general fue el exilio de revolucionarios o republicanos, entre los que podemos destacar al pintor David, a Víctor Hugo, seguramente el más famoso de ellos, y a... François-Vincent Raspail.

Además de botánico y químico, actividades que no le debían reportar ningún disgusto y a las que seguramente hubiera hecho mejor consagrándose por completo, Raspail se dedicaba a la política, desde posiciones de izquierda, en su Francia natal. No estaba destinado en principio a estos menesteres, porque su padre, un legitimista como es debido, quería hacer de él un sacerdote, pero no tuvo éxito: a los diecinueve años dijo adiós al seminario y se dedicó a la docencia... y a la política. En aquel tiempo, segunda década del siglo XIX, se le puede considerar bonapartista, que ya es malo, pero es que poco después, cosa que seguro debió enfadar lo suyo a su padre, se hizo masón y republicano. Participó sucesivamente en la Revolución de 1830 que derrocó a Carlos X, y en las conspiraciones contra Luis Felipe de Orléans, con quien ya visitó la prisión, lo que le dio ocasión -y tiempo- de escribir tratados científicos de gran calidad y que le darían una posición económica confortable. En esto, estalló la siguiente revolución en Francia, la de 1848, y Raspail participa en las manifas de rigor, hasta que es detenido. Desde la cárcel es nada menos que candidato a la presidencia de la Segunda República, pero no llega ni al 1% de los votos. El elegido es el sobrino de Napoleón I, quien el 2 de diciembre (el día bonapartista por excelencia) de 1851 da un golpe de estado que le convierte en Napoleón III.

Raspail estaba en la cárcel, pero pudo salir de ella en 1853 y debió decidir que ya estaba bien por un tiempo de meterse en líos y decidió exiliarse a Bélgica, y se estableció precisamente en Uccle, donde se quedó diez años, y donde le alquilaron una casa con su jardín y su estanque que, desde entonces, no ha tenido otro nombre que el de parque Raspail.

Tras el retorno a Francia de nuestro prohombre, donde todavía tendría ocasión de hacer lío, como diría cierto papa siglo y pico después, la casa que habitó en Uccle pasó a desempeñar las funciones de albergue para niños minusválidos, hasta que fue vendida al Estado con el propósito de construir una oficina de correos, así que Belgische Post se hizo cargo del terreno. De lo que no se hizo cargo fue, no ya de construir la oficina, sino siquiera de conservarlo en condiciones mínimas de salubridad. En 1972 hubo que derribar la casa que había habitado Raspail, y el espacio se fue degradando progresivamente. La compañía de correos, que evidentemente dejó de pensar en construir oficina alguna, ofreció el predio al municipio de Uccle por 35 euros por metro cuadrado. Como la superficie es de algo más de 6.000 metros cuadrados, estaríamos hablando de algo más de doscientos mil euros, lo que al municipio le pareció caro, y es verdad que yo no los gano todos los fines de semana. El municipio ha sido muy criticado por no comprar, pero lo cierto es que 35 euros por metro cuadrado, que es lo que pedía Correos, parece poco, pero los doscientos mil euros dan que pensar algo más. Las asociaciones de vecinos intentaron reunir 195.000 euros para comprar el terreno, que supongo que es el precio que aceptó Correos, pero no lo consiguieron.

De todas formas, Correos había cedido la gestión al municipio, quedándose la propiedad. Cuando algo no es tuyo, sino que te lo han endilgado, tienes tendencia a descuidarlo, y el parque Raspail no ha sido una excepción. En 2009 fue cerrado al público, supongo que por temor a que sucediera alguna desgracia, y desde entonces es coto de todo tipo de botelloneros, okupas, diversa gente de mal vivir e, incidentalmente, alguna zorra (en sentido estricto), de las que Uccle dispone en abundancia, por no hablar de lo relativamente fácil que resultaba tirar allí la basura, en lugar de volverse loco con la gestión de residuos bruselense.

En las últimas elecciones municipales volvieron a ganar los liberales, como de costumbre en Uccle, pero los ecologistas subieron como la espuma y han logrado entrar en el gobierno municipal con varias concejalías, entre las que está la responsable de zonas verdes (y más cosas, pero quedémonos con ésta). Entre esto, y las asociaciones de vecinos, y la iniciativa del señor Da Schio que vimos en la entrada anterior con sus paseos, pues ya está el parque visible.

Tan visible como que el otro día entré y me puse a hacer fotos y a dar una vuelta por allí, de lo que daré puntual cuenta en la próxima entrada, antes de que se haga muy tarde. De momento, ahí queda para ilustrar ésta un mapa de Uccle tal y como debía de ser hacia 1853, cuando el señor Raspail purgaba por aquí sus veleidades republicanas y masónicas. En rojo he anotado el lugar donde debió pasar aquella temporada y donde hoy se encuentra el parque que lleva su nombre. Para verlo más grande hay que pinchar sobre el mapa.

miércoles, 29 de julio de 2020

Espacios pandémicos

Escribía no hace mucho que, si en algo ha cambiado nuestras vidas la pandemia, al menos en Bruselas, es en que hemos comenzado a descubrir las inmediaciones de nuestros domicilios. Y escribía también, a propósito del Kauwberg, que un factor muy importante en su preservación fue la implicación de los vecinos. Y hoy quiero traer a estas pantallas un ejemplo de libro de ambas cosas, que ha merecido la atención de los medios de comunicación nacionales y que podemos leer aquí en francés, y a continuación traducido por mí mismo.

Ésta es la historia de un pequeño parque que quizás se haya salvado gracias al coronavirus. En Uccle, el parque Raspail estaba abandonado desde hacía más de diez años, usurpado, cubierto de desperdicios. Y ha sido un poco por casualidad que Nicola da Schio descubrió su existencia con motivo de sus paseos por el barrio. Este parque de 2,5 hectáreas, atrapado entre una pared de ladrillo y una línea de tranvía, es propiedad de B-post, que hace varios años delegó su gestión al municipio de Uccle. Las obras, muy necesarias, para ponerlo en buen estado nunca se habían acometido hasta ahora. Pero la movilización de Nicola y de las asociaciones de vecinos puede que aceleren las cosas.

A primera vista, el parque Raspail no tiene buena pinta. Pero los voluntarios que acaban de pasar el fin de semana limpiando las sendas le han devuelto un poco de su atractivo de antaño. El agua verde del estanque, el muro derribado de un antiguo nevero, y sobre todo la majestad de ciertos árboles hacen de él una envoltura vegetal en la que la naturaleza ha recuperado sus derechos. Armados con desbrozadoras y con bolsas de basura, han hecho el lugar accesible a los paseantes y han conseguido que el municipio autorice la apertura temporal del lugar.

Por otra parte, la concejala de Zonas Verdes de Uccle, la ecologista Maelle De Brouwer, lo reconoce con gusto. Las gestiones de las asociaciones vecinales han sido determinantes para aceptar esta apertura temporal del parque. Tanto más cuanto que al barrio le faltan zonas verdes, reconoce que "todos salen ganando". El público podrá, pues, acceder al parque este verano, hasta el comienzo de las obras de acondicionamiento, que deberían comenzar en 2021.

Y después, tras el confinamiento, tras la obras de acondicionamiento, ¿qué quedará de este bello impulso? En este verano de 2020, Nicola da Schio querría que quedase algo. "Claro, está la protección del patrimonio y la diversidad, y esto es importante, pero lo que creo que habría que conservar es la buena convivencia que ha nacido aquí." Este investigador de Ecología Urbana de la VUB (Universidad Libre de Bruselas) espera que los vecinos sigan ocupándose del parque, incluso tras las obras. "Está claro que los servicios públicos deben ocuparse de la limpieza del parque, pero nosotros, los vecinos, debemos sentirnos también responsables de lo que vaya a suceder con él."


Hasta aquí, el artículo. Por mi parte, a despecho de la situación en Bélgica y del neoconfinamiento de los últimos días, porque no penséis que los rebrotes son sólo cosa de España, voy a aprovechar para darme una vuelta por ese parque y sacar una foto, porque todas las que hay por ahí tienen sus derechos de autor, y por eso me he conformado con un retrato de un señor que, a primera vista, no tiene nada que ver con el parque... pero sólo a primera vista.

lunes, 27 de julio de 2020

Pajottenland

La periferia de Bruselas es la gran desconocida entre los guiris que habitamos dentro de ella, lo cual es una verdadera lástima y algo que, al menos en nuestro caso, vamos a intentar remediar poco a poco.

Así como en Moscú disponíamos del "Anillo de Oro" (Золотое кольцо), como un cinturón de ciudades históricas razonablemente bien conservadas a las que poder realizar excursiones culturales, suponiendo que fuésemos capaces de eludir los atascos infinitos para entrar o salir de la ciudad, en Bruselas tenemos el "Groene Gordel" (Cinturón Verde), que se corresponde con la zona pintada de verde (¡claro!) en el mapa y que los flamencos han construido teniendo un cuidado enorme de impedir que figurara en la misma ni un solo municipio valón, y eso que Waterloo es verde como pocos sitios y está a tiro de piedra de Bruselas, sólo separada de ella por una estrecha franja de Flandes que, naturalmente, sí que está en el Gordel, porque un cinturón que no rodea completamente la cintura no es cinturón ni es nada.

La parte de poniente del Gordel es el Pajottenland, que, cuando hablé de él a Ame, que está pasando unos días, digamos, especialmente confinado, le pareció una palabra fea y malsonante, y hay que reconocer que en castellano destaca lo suyo. De hecho, la procedencia del término no es clara del todo. Según algunos, podría proceder de la palabra paja, efectivamente, pero en sentido estricto, al ser de este material como estarían construidos los techos de la región, al modo de barracas valencianas. Otros quieren pensar que el término procede de pays, que, naturalmente, es país, unido al sufijo francés -ot, y que vendría a denominar a los soldados enrolados en el ejército imperial naturales de los propios Países Bajos, por oposición a los austríacos forasteros. El caso es que en esta zona, incluida hoy en el Brabante Flamenco, no es adecuado intentar siquiera hablar francés, pero su nombre, sea cual sea la versión que se adopte, viene del valón.

Se trata de una zona agrícola, muy fértil, poblada de maizales, trigales, y cultivos de verdura como el apio y la patata, pero también algunos frutales como el cerezo, el nogal, el manzano y algunos otros que no identifico. Y mucha ganadería. Es fácil ver vacas y caballos por el campo, que aquí no han sido completamente reemplazados por los tractores, aunque sea por apego a las tradiciones, más que por productividad.

Ya nos habían hablado en alguna que otra ocasión de la zona, así que decidimos aprovechar uno de estos fines de semana de fronteras semiabiertas y turismo problemático para hacer una primera incursión por la zona. El lugar elegido fue el más alejado de Bruselas, Vollezele, que, de todas formas, sólo nos llevó unos tres cuartos de hora alcanzar. Unos cuarenta kilómetros, que en Rusia es poco menos que ser vecino, pero que aquí es una distancia considerable.

El lugar es agrícola y ganadero, como quedó dicho y, como es habitual en casi todos los sitios rurales, pero curiosamente no en España, de derechas de toda la vida. Uno mira a los resultados de las elecciones municipales y se encuentra con una hegemonía aplastante del CDV, el equivalente flamenco del PP. En los últimos años, sin que peligre aún la mayoría absoluta del CDV, el votante parece escorarse algo... hacia la derecha, porque han aparecido concejales de la Alianza Neoflamenca y, desde las últimas elecciones, un flamante concejal de Vlaams Belang.

Vollezele era un municipio independiente hasta 1977. Criticamos mucho a Bélgica por su complicada estructura administrativa, pero debemos reconocer que, a nivel municipal, algo han hecho para simplificarla, y que el momento decisivo fue precisamente 1977, cuando tuvo lugar la fusión de municipios más considerable y Bélgica pasó de 2359 a 596 municipios (en España hay más de ocho mil). Uno de los que desapareció fue Vollezele, un precioso pueblo que hoy cuenta con algo menos de dos mil habitantes y que está englobado en el municipio de Galmaarden. Se le permite ostentar el título de deelgemeente, algo así como "municipio parcial", pero es pura cuestión de ostentación, porque no tiene la menor consecuencia.

Vollezele es un lugar apegado a sus tradiciones, la más visible de las cuales es el caballo de tiro, hasta el punto de que hay un museo dedicado al mismo. Precisamente ese museo, hoy cerrado a causa de la pandemia, es el punto de partida del itinerario que vamos a realizar, que nos llevará al Congoberg (monte Congo) y a las razones de este nombre, y que será objeto de una entrada posterior, porque ésta se está haciendo muy larga.

jueves, 23 de julio de 2020

Juglares y mazmorras

Enrique III de Brabante era mucho menos belicoso que sus antecesores: lo suyo era la trova y la poesía, y así buscó siempre escabullirse de los líos que asolaron el Imperio durante el Gran Interregno y, en su lugar, hacer de Brabante un lugar tranquilo y culturalmente desarrollado. No es ya que protegiera a los trovadores y poetas que le merecían aprecio, es que él mismo era un notable poeta, pero...

Pero no creo que sea muy caro a los actuales nacionalistas flamencos, porque, en aquel entonces, como hoy y seguramente más que hoy, la lengua predominante en sus dominios era el flamenco o como queramos llamar a la jerigonza por unificar que se usaba en la Edad Media. En el extremo sur de sus dominios, se usaba también el valón o picardo, que, si hoy se considera un idioma diferente del francés estándar, entonces, teniendo en cuenta que el francés estándar no existía, debía ser directamente ininteligible para un francófono actual.

Enrique III no decidió que hubiera un idioma oficial, porque tal cosa en sus tiempos, el siglo XIII, directamente no existía ni en la imaginación del jurista más boloñés, pero introdujo en sus dominios el francés y no trovó en otra lengua. Y no en el provenzal que estaba de moda entre los trovadores, sino en el francés de la Isla de Francia, es decir, el de París y esos andurriales, que es la base del francés actual y el que hoy se habla en Bruselas y en media Bélgica, tanto como se detesta en la otra media. Su modelo era su contemporáneo San Luis, rey de Francia, ahí es nada, y hasta consiguió ennoviar a su hijo mayor con la de San Luis.

El caso es que Enrique III quiso imitar a las cortes de Flandes y de Champaña y hacer de Brabante y su corte de Lovaina un lugar galante, no la patota de guerreros que hemos visto hasta ahora. Fuerza es decir que no le duró mucho, a diferencia de la Provenza, donde tal espíritu tuvo mucho más éxito, pero algo sí que le duró. Él se dedicó a la música, la poesía y, en una concesión pseudobélica, a los torneos de caballería. En aquel tiempo esas ocupaciones tan poco arriesgadas para la época tampoco garantizaban una longevidad muy elevada, y Enrique III murió en Lovaina en 1261, probablemente sin haber cumplido los treinta años. Si hubiera sido con 27 le hubiéramos encontrado un paralelismo con Kurt Cobain, o con Janis Joplin, pero ni eso.

Le sucedió su hijo mayor, Enrique IV, que era flojo y cortito, por no decir subnormal. En 1267 tuvo la prudencia de desaparecer, romper el compromiso con la hija del Rey de Francia (para alivio de todos) y hacerse agustino poco después, lo cual seguramente lo salvó de algún disgusto, y también a Brabante, porque quien se hizo con el ducado fue su hermano, Juan I, llamado el Victorioso. Éste también fue un notable trovador, pero lo dejaré para la próxima entrada, porque desde luego la poesía no fue su actividad principal. De hecho, es uno de los primeros turistas que recibió España procedente de Bélgica, aunque el suyo fue un turismo aún más belicoso que el de los británicos de Magaluf. Ya lo veremos.

martes, 14 de julio de 2020

Ya tenemos Grezzi

El confinamiento ha tenido un efecto interesante en Bruselas, combinado con el triunfo de una coalición socioverde en las elecciones regionales. Recordemos que hace no mucho tiempo lamentaba que en Bruselas no hubiera alguien parecido a Giuseppe Grezzi, quien, para quien no lo sepa, es el concejal de movilidad de Valencia y una de las personas más odiadas de la ciudad, por su política de expansión de la red de carriles-bici. Grezzi no deja indiferente a nadie: tuve la mala idea de elogiarlo en un grupo de WhatsApp de compañeros de colegio tirando a derechistas, y me llovieron todo tipo de comentarios negativos y poco menos que soeces, lo que desdice mucho de la educación que han recibido, pero, como es la misma que he recibido yo, no voy a insistir sobre el particular.

Grezzi, según sus -numerosos- detractores, ha conseguido que en Valencia, lugar donde no había atascos, ahora los haya. Los más zumbones de sus émulos dicen que era lógico el resultado que iba a tener poner a alguien ¡de Nápoles! como concejal de movilidad. Porque Grezzi es de Nápoles, aunque es capaz de comunicarse en valenciano normalisat (uy, no, normalitzat) con soltura. Al parecer, es un señor que se enamoró de una valenciana durante una estancia Erasmus y, desde entonces, ya lo tenemos por allí. Le debió pillar gusto a la movida nacionalista y d'esquerres, sector bicicleta, y ahora es una de las caras más conocidas de Compromís, y eso que tiene una buena parte tapada con el bigote.

Mientras tanto, en Bruselas las cosas han cambiado algo. Recordaremos que el ministro de movilidad regional era Pascal Smet, un socialista profesional poco enterado de cuestiones específicas de su ramo (vistas sus tendencias, se le daba mejor encargarse de asuntos de igualdad). Esto ha cambiado, y la actual ministra bruselense de movilidad es Elke Van Den Brand, una ecologista flamenca que ha aprovechado el confinamiento para aumentar el número y la longitud de los carriles-bici de la ciudad. Seamos claros: siguen siendo rayas pintadas sobre el asfalto, pero ahora ya están pintadas con más decisión. Algo es algo. Se trata de la señora de la foto, sacada de su perfil de Twitter.

El que no ha cambiado es el ministro federal de movilidad ¡Serà per ministres! Sigue siendo el mismo François Bellot cuya prioridad era que hubiera más mujeres, sobre todo extranjeras, en bicicleta, lo que demuestra que no sale apenas a la calle, porque yo no percibo que haya más hombres que mujeres montando en bici por Bruselas, aunque con pañuelo es verdad que se ven pocas. El caso es que Bellot, que es liberal, lo cual en Bélgica lo convierte con gran probabilidad en filomasónico, de repente está preocupado porque los nuevos carriles-bici han reducido el espacio destinado a los coches, y eso puede provocar atasco cuando la gente vuelva de vacaciones. "Si ya los hay -dice-, no veas lo que nos podemos encontrar en septiembre."

El debate promete. De momento, en Bruselas ya tenemos Grezzi, y se avecina un período interesante, en que veremos lo que dura el modelo belga de coche de empresa con un solo ocupante, que es hegemónico en las calles de Bruselas. Elke Van Den Brandt avanza un argumento por lo menos original, y es que, según ella, los ciclistas son los mejores aliados de los automovilistas, porque ocupan menos espacio y no usan plazas de aparcamiento. No sé yo si alguien lo había visto así hasta ahora, pero, por si acaso, quizá sea adecuado ser prudente en los elogios hacia la señora, porque, igual que pasa con Grezzi, vaya usted a saber si el interlocutor de uno está hasta las narices de los nuevos carriles-bici y ha jurado enemistad eterna a quien los pondere positivamente.

En todo caso, no podrá decir, como mis amigos valencianos, que antes no había atascos. En Bruselas los ha habido al menos desde que llegué.

miércoles, 8 de julio de 2020

El Kauwberg (II)

El Kauwberg es un lugar extraño, porque parece natural, y no lo es; pero tampoco es artificial del todo. Es un espacio a medio camino entre un solar y un bosque, entre un huerto urbano y un monte comunal. Es un lugar rústico en medio de una zona urbana, una anomalía en medio de una gran ciudad, una víctima, pero también un beneficiario, de ese no saber qué hacer tan belga, de ese encogerse de hombros y dejar las cosas como están a la espera de que las solucione alguien que venga detrás.

Mientras esperaba su destino como autopista destinada a solucionar el aislamiento de Uccle, o como campo de golf para solaz de los pijos del lugar (y de algún deportista, que no todos los golfistas deben ser pijos por necesidad), la vegetación, que no entiende de planes de ordenación urbana, se fue desarrollando a su manera. Así, hay especies autóctonas, pero también invasivas; hay algún huerto urbano junto a alguna pradera imposible; hay agujeros producidos por las bombas alemanas, al lado de desniveles improbables. Hay que verlo para empezar a interpretar un espacio que sólo supera por los pelos medio kilómetro cuadrado.

Probablemente, lo que hay que hacer es estudiarlo menos y disfrutarlo más. Quizá sea por las horas en que paseo yo, que es poco antes del anochecer, pero es rara la vez que me encuentro a alguien. Supongo que la gente decente está en su casa a esas horas, y los que estamos estirando las piernas a las diez y media de la noche, aunque sea verano y siga siendo de día, somos unos trasnochadores impenitentes que deberíamos recogernos lo antes posible. Al menos para la mentalidad local.

El caso es que el lugar es agradable, y yo creo que habría que dejarlo estar y corregirlo lo justo. Desde que perdió su uso fabril, agrícola e incluso militar (parece que los alemanes alcanzaron a lanzar algunas V1 en 1945 contra los británicos que habían instalado allí su base), la naturaleza ha hecho de su capa un sayo, primero por la inacción de todos los que pensaban que la expropiación del Kauwberg era inminente, y luego porque se ha convertido en un espacio más o menos protegido y por esa asociación de amigos del Kauwberg que condiciona, de momento para bien, cualquier uso que se quiera dar al terreno, incluso por sus propietarios, que los hay.

El resultado es un territorio cada vez menos artificial y más salvaje, pero que sigue sin ser salvaje del todo. Hay senderos, unos más anchos, otros medio ahogados por las ortigas o por las zarzas, y no hay tantas vías de acceso como para que sea un parque público.

Que lo dejen como está. Hace su papel y, para los paseantes de crepúsculo como yo, es un lugar idóneo, ni tan grande como para perderse en él, ni tan pequeño como para no tener la sensación de estar fuera de un lugar habitado.

lunes, 6 de julio de 2020

El Kauwberg (I)

De entrada, un aficionado ciclista se quedará algo perplejo, porque lo que le sonará al leer este nombre será más bien el Cauberg, que es un lugar mucho más famoso, al menos en el mundillo ciclista, porque se trata de una elevación en los Países Bajos (alguna tenía que haber) que se ha utilizado frecuentemente en el recorrido de carreras clásicas y que suele ser decisiva en su conclusión. Pero no vamos a referirnos a esta elevación, sino al Kauwberg, que se pronuncia igual, pero no está en los Países Bajos, sino en el sur de la región de Bruselas.

El Kauwberg existe porque Bélgica es el país del desacuerdo. Los españoles pensamos que el país donde la gente discute más y nos tratamos más a cara de perro es España, y puede que sea así, pero en España, al menos, manda alguien. Podremos estar más o menos de acuerdo con ese alguien, pero, lo que es mandar, manda. Y decide. Y gasta. A veces, las más de ellas, gasta demasiado, pero gasta.

Aquí, no. Aquí la gente se puede tratar con relativa cortesía y buenas maneras, pero los desacuerdos se quedan estancados por décadas y, como no está muy claro quién manda, si es el gobierno central, o las regiones, o el municipio, o Angela Merkel, al final es muy difícil tomar decisiones, y no digamos si las decisiones son caras. Ahí la gente se pone flamenca.

Un ejemplo de libro es el ferrocarril de Bruselas a Luxemburgo, una tortuga que recorre doscientos kilómetros en tres horas, casi todas por territorio... valón (ahí está el problema), con numerosas interrupciones de servicio y unos trenes desangelados a los que más vale subir con toda suerte de provisiones, armas y equipo, por si acaso. Los planes para construir una conexión digna entre dos ciudades con un trasiego importante se han estrellado sistemáticamente contra el desacuerdo. No va a contribuir Flandes, la región rica, a una infraestructura que no discurre ni un metro por su territorio.

Y el Kauwberg es otro ejemplo de lo que digo. El Kauwberg es un espacio semisalvaje olvidado en el sur de la región bruselense que, si todo hubiera pasado en un país donde se supiera quién mandaba, hoy sería una autopista que uniría el anillo de circunvalación de Bruselas con la carretera de Waterloo. Cuando uno ve los atascos que se producen en la carretera de Stalle, se entiende un poco mejor por qué se quería construir esa autopista que, efectivamente, lo más seguro es que los redujera a cero. Eso sí, a costa del Kauwberg.

Los políticos no se pusieron de acuerdo, igualito que hoy, y el resultado es que no se tomaron decisiones. Cuando la democracia falla tan estrepitosamente, o no, llega el momento de quien quiera tomar las riendas de la situación. Primero fueron los promotores inmobiliarios, que pensaron en un campo de golf, para lo cual quizá no había mucho sitio, y después en casoplones, como toda la zona.

No se sabe muy bien por qué, alguien debió coscarse de que con poco esfuerzo era posible tener un peso importante en las decisiones que se tomaran sobre el destino del Kauwberg (y sobre cualquier cosa en Bélgica, donde lo sencillo es que las cosas se queden como están). Ahí apareció una asociación vecinal, llamada "SOS Kauwberg", que desde luego da una impresión de urgencia. En Valencia, el equivalente son los "salvem", que se hicieron famosos mientras Rita Barberá fue alcaldesa como única oposición digna de tal nombre, tuvieron bastante éxito, y han desaparecido con la llegada de Joan Ribó a la alcaldía, cosa normal, porque de hecho han llegado al poder y hacen lo que pretendían.

"SOS Kauwberg" parece una asociación mucho menos politizada que los "salvem". Lo suyo era, efectivamente, salvar el Kauwberg, no cambiar el gobierno municipal, regional o nacional. Es posible que los ecologistas anden detrás, pero a primera vista no se nota. El caso es que se pusieron manos a la obra, y han logrado que los planes de construcción de la autopista se hayan archivado definitivamente en un cajón, donde supongo que siguen hoy día criando polvo hasta que los descubra algún historiador de infraestructuras frustradas y decida escribir una tesis doctoral sobre los mismos.

De la autopista nonata escribiré otro día, porque, nonata y todo, ha dejado huellas en la configuración urbana del municipio de Uccle. Del Kauwberg seguiré escribiendo, también otro día, porque hoy se hace tarde.