viernes, 8 de marzo de 2024

No paran

La verdad es que resulta cada vez más difícil seguir el ritmo de los comunicados cada vez más atrevidos de los obispos católicos (eso dicen ellos...) belgas. En esta ocasión, y no sé si es un precedente, se han unido valones y flamencos para lanzar un comunicado de preparación de la segunda parte del sínodo que viene y que, si Dios no lo remedia, tendrá lugar en octubre de 2024 .

El comunicado, que se puede descargar en francés aquí, consta de cinco páginas. Es un poco difícil de tragar, pero bueno, toca intentarlo. Empieza con un ejemplo de libro de "excusatio non petita, accusatio manifesta", diciendo que abrirse y entablar un diálogo con el mundo, como ellos proponen, no es una voluntad de adaptarse al mundo moderno, ni renunciar a la identidad propia, además de que, en ese diálogo, la Iglesia puede aprender cosas y enriquecer sus posiciones, por ejemplo en materia de derechos humanos, democracia y libertades modernas.

Es difícil no pensar, leyendo semejante pieza, en la reciente aprobación en Francia del derecho al aborto, incrustado en su Constitución. Vaya con los derechos humanos, la democracia y las libertades modernas. Por cierto, que la noticia de marras ha merecido en Cathobel un artículo básicamente equidistante, en el que, si no supiéramos que los autores trabajan en un medio (al menos sedicentemente) católico, no tendríamos claro si están a favor o en contra de la medida. Total, que los obispos belgas exigen una "cultura sinodal de la conversación" que, en el diálogo con el mundo que nos rodea, nos ayudará a comprender mejor los signos de los tiempos a la luz del Evangelio. Miedo me dan.

Pero no se quedan ahí, no, señor, nada de eso. Lo siguiente es preguntarse si la Tradición de la Iglesia representa la mejor interpretación posible de las Escrituras en la actualidad. Si se hacen esa pregunta, cuya respuesta siempre ha sido que por supuesto que sí, es que ellos piensan que no, que de ninguna manera. Así que ellos quieren tradiciones dinámicas y en constante desarrollo. La Tradición es el pasado que llega hasta nosotros para hacerse futuro, según bonita frase de un príncipe que era tradicionalista cuando la pronunció. Ese mismo príncipe se pasó a la teoría de las tradiciones dinámicas y en desarrollo, en cuyo camino perdió a todos sus seguidores. Si estuviera entre nosotros, podría decirles a los obispos belgas que su experiencia no recomienda ir por ahí, pero, como falleció en 2010, no está en condiciones de advertirles. Además daría igual. Los obispos belgas belgas ya hace tiempo que siguen sus ideas de "tradiciones dinámicas" sin necesidad de sínodos, comunicados ni zarandajas varias, con lo que han perdido para Cristo a casi todos sus seguidores y está visto que no tienen ninguna intención de detenerse hasta que los pierdan absolutamente todos. Yo, si tuviera que presentarme al Juicio Final con esos resultados, estaría aterrorizado, pero, oye, se ve que hay gente que no conoce el miedo.

Y siguen adelante, claro. Como se huelen que su camino de perdición no va a ser seguido por los carcas de los africanos, por ejemplo, o esos orientales que insisten en no dejar avanzar al resto, los obispos belgas piden una descentralización, que permita, ojo, "una cooperación en la unidad con una diversidad más legítima". En plata, que, ahora que la Iglesia católica en Bélgica está al borde del precipicio, se les deje dar ese paso adelante que están deseando.

Y todo esto lo concretan en tres temas que, según ellos, preocupan enormemente a la Iglesia en Bélgica. Que son ellos sobre todo y los que llevan la voz cantante en las parroquias. Y vamos a lo de siempre: el lugar de las mujeres en la Iglesia ¡Queremos mujeres diaconisas! Bueno, queremos sacerdotisas, obispas, papisas incluso, pero comencemos por algo. Es que, según ellos, nuestra sociedad enseña la igualdad de los sexos y la igualdad de oportunidad, y este desarrollo refuerza la comprensión del "Nuevo Testamento de la igualdad de hombres y mujeres en Cristo". Están a un paso de reescribir los evangelios y nombrar seis apóstolas.

Lo siguiente que quieren es ordenar sacerdotes casados. Mis sospechas son que una parte no desdeñable de los pocos sacerdotes católicos que quedan en Bélgica no acaban de ver claro eso de vivir en castidad y ya están obrando en consecuencia. Y ahora hay dos posibilidades: o eres un adúltero como otro cualquiera (u otra cualquiera, que estamos en 8 de marzo), al ser infiel a tus votos, o cambias la doctrina y consigues que lo que era pecado deje de serlo. A ver, no lo consigues, porque las cosas son como son y no como uno siente, pero al menos debe ser un consuelo.

Y lo último es prestar atención al mundo digital. Eso tiene sentido, pero la verdad es que hay multitud de católicos, normalmente de recta doctrina, que en todo el mundo le prestan mucha atención al mundo digital y tienen contenido estupendos, que son mucho más seguidos que, por poner un caso, Cathobel y su legión de comentaristas heterodoxos, los cuales, si no fuera por su carácter de página oficial, no los iba a seguir más que Satanás y sus engendros. Para difundir las ocurrencias de los obispos belgas en el mundo digital, mejor es que las cosas se queden como están.

Esto se hunde, chicos. Se ha venido hundiendo desde hace décadas, pero es que ahora el paciente apenas boquea un poco y los médicos siguen erre que erre con las recetas que le ha llevado a este estado lamentable. Alguien debería decirles a estos señores que no son una ONG, sino que deberían ser la sal del mundo, pero se han vuelto tan sosos que son indistinguibles del mundo ¿Qué va a elegir una persona que ve una Iglesia mundanizada, pero siempre ridiculizada, y un mundo que viene a hacer lo mismo, pero sin siquiera una sombra de ese Dios que la propia Iglesia católica belga intenta disimular lo mejor que puede? Elegirá el mundo. De hecho, lo viene haciendo desde hace muchísimo.

Si no fuera porque, al final, Dios ha hecho una promesa a su pueblo y no va a traicionarla, uno pensaría que las monsergas del comunicado de los obispos belgas son señal inequívoca de que se ha hecho tarde. Es más, la noche es inminente.

lunes, 4 de marzo de 2024

Polizones

Para mi último viaje a Luxemburgo en tren, decidí salir a media mañana, creyendo que así esquivaría las hordas de estudiantes que lo atestan y que, cuando se les acaban los sitios en segunda clase, pasan a los vagones de primera como si tal cosa. Sí, a mí me pagan un billete de primera, en un tren que, la verdad, no tiene gran cosa que ofrecer al viajero. Por no haber, no hay ni un triste vagón restaurante donde comer o beber algo, así que, por mucho que vayas en primera, te toca llevar las vituallas que necesites y, si sales a media mañana, está claro que la hora de comer la vas a pasar de camino.

Como esperaba, el vagón de primera estaba en esta ocasión casi vacío. Casi. A medida que lo fui atravesando para llegar a mi sitio vi un jovencito entre mulato y negro con una mochila, un par de viajeros trajeados y, al fondo, dos sujetos con una gorra blanca vuelta y una cazadora multicolor que se comunicaban en una jerigonza incompresible para mis oídos, y además a grito pelado. Comoquiera que el resto del enorme vagón estaba vacío y había sitio de sobra, me senté donde mejor me pareció y me puse a sacar los bártulos con que me quería ocupar durante el viaje, y muy en particular el billete de tren, que había imprimido oportunamente.

Y menos mal que lo hice, porque, apenas hubimos salido de la estación, apareció por el vagón una revisora bajita y rechoncha, escoltada por dos bigardos de seguridad, de hombros amplios y expresión poco conciliadora, que iba controlando que quien estuviera por allí tuviera derecho a quedarse. Después de un par de controles satisfactorios, le llegó el turno al mulato. Como podía sospecharse, el mulato no había pagado quince euros de más para hacer el viaje en primera; lo malo es que ni siquiera había pagado los veinticinco euros del billete de segunda. El mulato puso cara de sorpresa, pero tenía bastante buen perder, aceptó bajarse del tren en la siguiente estación, Ottignies, y se encaminó hacia el fondo del tren con la mochila a la espalda. Igual es que no iba más allá de Ottignies, en cuyo caso, evidentemente, el precio del billete era mucho menor que el que queda escrito ahí arriba.

La revisora llegó a mi altura y me aceptó el billete sin mayor problema. Los siguientes eran los dos viajeros del fondo. No volví la cabeza, pero intenté no perder ripio de lo que se tratara por allí.

De momento, a la exhortación de la revisora a que los dos tipos enseñaran su título de transporte, uno de ellos, el que llevaba la voz cantante, porque el otro no dijo ni mu, respondió en la jerigonza que estaban utilizando. La revisora, a la vista del percal, dejó el paso a los dos seguratas que la acompañaban.

- Enséñeme el billete - dijo uno, mirando con cara de pocos amigos al que estaba hablando.

- ¿Qué billete? - respondió éste con tono despreciativo, en un francés bastante bueno.

- El tren no es gratis -explicó el agente- . La gente que está aquí ha pagado dinero por subirse. Usted también tiene que hacerlo.

- ¿Por qué? He venido aquí a solicitar asilo. Tengo derecho.

- No lo tiene. Y menos a subirse al vagón de primera clase.

- Nos podemos subir a cualquier vagón ¿Primera? ¡Bah! Eso sólo es un número pintado en el vagón ¿No ves todo el sitio que hay? 

Sí, sí, tuteando al segurata con todo el desparpajo del mundo. Eso es un polizón con clase. De toda la vida de Dios, los polizones se han subido al lugar más disimulado del tren procurando pasar lo más inadvertidos posible. Éstos no. Éstos se han metido en pleno vagón de primera clase a ser polizones a todo boato. Di que sí, recontra: si pides asilo, pídelo como un rey. Porque tú lo vales.

- No, no se pueden subir al tren sin pagar, y menos al vagón de primera.

- Pues nosotros tenemos que ir a Namur a la oficina que nos han dicho, y tenemos derecho a hacerlo.

- Pero será pagando.

- No tengo dinero - dijo en un tono todavía más desafiante que hasta entonces, que ya es decir.

- Entonces, ¿qué hacemos? Pues yo se lo diré: se van a bajar del tren en Ottignies, la próxima parada, y allí ya les dirán en la oficina de allí cómo llegar a donde tengan que ir.

- Esto es racismo. Eres un racista.

- No. No es racismo. Aquí hay unas leyes y unas reglas, y hay que cumplirlas. No tiene nada que ver con el racismo.

- ¡Racista!

- Ya le he dicho que aquí hay unas normas que cumplir, y para subir al tren hay que pagar como todos los demás pasajeros.

- Ya te he dicho que no tengo dinero. Yo estoy pidiendo asilo. Por Francia ya he pasado. Estoy aquí para pedir asilo, y tengo derecho a hacerlo. Y tú eres un racista y no me vas a quitar mi derecho.

La verdad es que los dos sujetos tenían tan aspecto de refugiados políticos como de cruzados medievales, pero supongo que era el estribillo que les habían enseñado quienquiera que les hubiera asesorado. Si les hubiera enseñado a no faltar al respeto a quienes se encontraran por el camino, es posible que les hubiera hecho un favor mayor, pero me da a mí que hay cosas que requieren algo más de tiempo y de base, y los modales pertenecen a este tipo de cosas.

- Levántense. Vamos a llegar a Ottignies.

- ¡Racista! ¡Que eres un racista!

- Bajaremos con ustedes y les acompañaremos a la oficina. Es posible que allí les den dinero, que pueden utilizar para pagarse un billete hasta donde tengan que ir. Cuando lo tengan, suben al tren. Lo que no pueden es subir sin billete.

El tren se detuvo en la estación de Ottignies y los dos solicitantes de asilo, muy a su pesar, descendieron del mismo, seguidos de los dos agentes de seguridad y precedidos unos metros por delante por el mulato, que debía ser belga y que ya sabía cómo funcionaba aquello. No sé cómo continuaría la aventura de aquel grupito, porque mi destino se separó del suyo y me condujo a Luxemburgo más de dos horas y un bocadillo de queso y pechuga más tarde.

En todo caso, con solicitantes de asilo tan descarados como los que me tocaron en el vagón, Vlaams Belang terminará por tener mayoría absoluta incluso en Valonia.

sábado, 24 de febrero de 2024

Patinetes

Lo de Bruselas con los patinetes no tiene nombre, o mejor no lo tenía. Estaban por todos los sitios y eran de todo tipo o condición. Cualquier mindundi se podía pillar uno alquilado entre los tropecientos que había en cualquier sitio. Y luego, cuando llegaba al sitio al que quería llegar el mindundi, el susodicho mindundi lo arrojaba allí mismo, en mitad de la acera, o tirado por el suelo, o en el bosque, o en el cementerio, o apoyado al reves en una papelera, o encajado en un buzón de correos. Donde más rabia le diera al mindundi.

Pues se acabó. Desde hace unos días, sólo dos empresas (Bolt y Dott, que eran las más grandes. Lime, Tier y Bird eran las otras tres oficiales, y a saber qué más había por ahí) tienen permiso para operar en Bruselas. El resto de la chusma ha perdido esa posibilidad. Es más, el parque móvil, que se calculaba que era de 20.000 patinetes, ha quedado reducido a ocho mil, que sigue siendo abundante, pero menos. Finalmente, el gobierno regional ha designado mil quinientas zonas de depósito de los patinetes, así que se acabó también abandonarlos delante de la entrada de una garaje o atravesados en la acera.

Como no soy usuario de los patinetes, no sé exactamente cómo ha afectado la medida al populacho que los utiliza. Yo sigo viéndolos, pero sí que parece que la cosa se ha vuelto más civilizada. Las dos operadoras que quedan son razonablemente serias y no tienen los patinetes trucados para que vayan a toda leche, así que no se ven tantos conductores suicidas como antes. También parece que se ha terminado realmente lo de dejar los patinetes a donde a uno mejor le pareciera.

Entretanto, he leído y escuchado en la radio que las nuevas autoridades municipales de Valencia se están dedicando también a poner coto a los patinetes, que en Valencia son más bien de propiedad privada, y no de alquiler, como aquí, y que les obligan a ponerse casco, a no llevar auriculares y a ir por donde deben.  Bueno, eso de ir por donde deben, en lugar de por las aceras, parece que afecta también a los ciclistas, ahora que la actual alcaldesa no se desplaza en bicicleta. Dentro de unas semanas volveré a Valencia a comprobarlo personalmente, espero que no en mis propias carnes, aunque yo en general no voy por las aceras (está bien, con alguna excepción), pero me querría detener en lo de la prohibición de llevar auriculares.

En España, hasta donde yo sé, está prohibido a rajatabla. En Bélgica, cuando llegué, yo pensaba que llevar auriculares en bicicleta era obligatorio, porque apenas había nadie que no los llevase. En mis primeras clases de idioma de por aquí, había quien se indignaba por el hecho de que en según qué sitios del mundo estuviese prohibido. También pensaba yo que en Bélgica, al igual que en Moscú, hablar por el móvil en el coche mientras uno conducía era igualmente obligatorio, y parece que no, que también está prohibido.

En fin, debo reconocer que, a fuerza de ver al resto del mundo andar con auriculares, me compré unos de conducción ósea que están de moda, que no aíslan del ruido ambiente, cosa que sería demasiado peligrosa, y los uso por la mañana para oír la radio. Ya sé yo que, en Valencia, me puede caer un multazo del quince a la que se me ocurra llevarlos por ahí, pero es que uno tiene que intentar adaptarse a las condiciones de allá a donde va, no se le vaya a hacer tan tarde como ahora mismo.

sábado, 17 de febrero de 2024

El definitivo fin de una época

Cuando uno pensaba que hacía tiempo que todo había terminado, he aquí que llega una pedrada desde el pasado para dar el cierre definitivo a un período de mi vida (y de esta bitácora) que ya pasó irremediablemente.

Aeroflot, esa línea aérea que me transportó de la Ceca a la Meca (bueno, de Moscú a donde fuera, normalmente Madrid) ha decidido que, después de diez años de no utilizar sus servicios, ha llegado la hora de darme de baja automáticamente de su programa de fidelidad. Bueno, a no ser que algún participante del programa me pase alguna milla que le sobre o, por lo menos, que me meta en mi espacio personal del programa. Se conforman con poco, pero me temo que, a estas alturas y en plena guerra, no me merece especialmente la pena conservar ese programa de fidelidad.

Sobre todo, teniendo en cuenta que el espacio aéreo de la Unión Europea está cerrado para los vuelos de Aeroflot.

Me da penica, porque Aeroflot ha sido protagonista de grandes momentos de mi vida y de esta bitácora. Uno se acuerda de aquellos tiempos en los que todavía no había teléfonos inteligentes ni aplicaciones de líneas aéreas y había que comprar los billetes a pelo, en las propias oficinas de la compañía o en alguna agencia de viajes, lo cual dio pie a situaciones tan curiosas como ésta. Vamos, que hubo un tiempo en que llegué a tener la tarjeta plata (la oro era para los muy expertos), con pase a las salas VIP de Aeroflot, cosa que merecía mucho la pena. Y culminamos la serie con uno de los últimos viajes, en que estuve pensando si convertirme al judaísmo. Al menos desde el punto de vista culinario, claro.

No sé si volveré a volar con Aeroflot algún día, pero lo cierto es que uno, al final, termina recordando las cosas buenas y riéndose de las malas, porque ya pasaron. Al final, romper el último vínculo con la compañía aérea que más me ha hecho sufrir y reír, pero que no deja indiferente, es como cuando un amigo se va: algo se muere en el alma.
 

jueves, 25 de enero de 2024

Fiducia supplicans en Flandes

Cuando hablamos de posiciones rayanas con la heterodoxia religiosa, y no siempre por el lado más católico, es preciso referirse a la iglesia católica (a veces) en Flandes. El otro día hurgábamos un poco en la posición oficial de la iglesia valona, haciéndonos eco de lo que hay en su página oficial (que, por cierto, la acaban de renovar de cabo a rabo) y que empieza a rivalizar con la página flamenca en lo referente a "hacer lío". Se ve que lo de la bendición de las parejas homosexuales lo dan por hecho y conseguido, y ahora han pasado al tema de los transexuales, transgénero, o como quiera que se llamen. Pero eso es asunto para otro momento...

La página de la Iglesia Católica en Flandes es kerknet.be, un lugar que en otros tiempos el Santo Oficio hubiera cerrado de inmediato, pero que hoy, por contra, se ha convertido en una plataforma de opiniones dudosas y, de vez en cuando, algún artículo ortodoxo. Nada más fue publicada Fiducia supplicans, sus administradores, con buen criterio, crearon una etiqueta, lo cual nos permite consultar todo lo que en ese portal tiene que ver con esa famosísima declaración. Lo último, hasta hoy, es una declaración de los obispos neerlandeses en que manifiestan que, ojo, se bendicen personas individuales, pero no parejas en situación irregular, lo cual es completamente ortodoxo de toda la vida. Sí, los neerlandeses. Salta la sorpresa en Las Gaunas.

Nada más publicarse el texto, la redacción publicó un artículo sobre las reacciones al mismo. Naturalmente, el primer partidario de la declaración es el obispo de Amberes, Johan Bonny, del que se habló aquí y siempre tengo pendiente dedicarle una entrada a él solo, porque la merece. Atención a lo que dice: De paus reageert hiermee op het nee van een paar jaar geleden van de Congregatie voor de Geloofsleer in Rome’, zei hij in Gazet van Antwerpen. ‘Dat leidde overal tot negatieve reacties. Bij ons hebben mensen zich om die reden uitgeschreven uit het kerkregister, wat ik heel jammer vond. Nu kan ik vragen of ze nog eens nadenken over de beslissing van toen, als dat de reden was.

Ahora voy con la traducción, claro que sí: "El papa reacciona con esto al 'no' de hace un par de años de la Congregación para la Doctrina de la Fe en Roma (dijo en la Gazet van Antwerpen). Ello condujo a reacciones negativas por todos los sitios. Por esta razón, aquí hay gente que se ha borrado del registro de la iglesia, cosa que encuentro muy lamentable. Ahora les puedo preguntar si no quieren pensarse de nuevo esa decisión de entonces, puesto que la causa ha desaparecido."

El articulista menciona a continuación todo tipo de reacciones favorables, incluyendo, no faltaría más, al mediático jesuita James Martin, al que faltó tiempo para bendecir a una pareja homosexual casada civilmente. Vamos, que hay un apoyo generalizado a la declaración, únicamente oscurecida por unos cuantos obispos polacos y ucranianos. Claro que, incluso dentro del artículo, hay alguna contradicción flagrante cuando dice que no se había visto una oposición tal con anterioridad y que eso podía llevar a una protesta contra el curso del papa Francisco.

La existencia de esta declaración quizá nos aclare por qué pasó lo que pasó en su día, y el Vaticano no dijo ni mu. Me temo que no dijo ni mu porque le parecía de perlas. 

Y, bueno, queda la cuestión pendiente ¿Esto le parece bien a todo el catolicismo belga, o queda alguien que piense que Trento mola?

Esto queda para otro día, porque buscarlo es muy cansado, cuesta mucho tiempo, y hoy se hace tarde.

domingo, 21 de enero de 2024

Fiducia supplicans en Bélgica

Sí, yo también hacía tiempo que venía escudriñando cuál sería la reacción de la desnortada iglesia católica en Bélgica al último documento procedente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Fiducia supplicans, un texto ambiguo (y probablemente ambiguo a propósito) que ha puesto patas arriba, o no, que para eso el texto es ambiguo, la doctrina de toda la vida de la Iglesia Católica en materia sexual. Vamos, que uno ya no sabe a qué se refiere exactamente el sexto mandamiento, y no digamos el noveno, que siempre fue mucho menos claro que el anterior.

En Bélgica, la cosa estaba calentita. En algún momento, ya se dijo en esta bitácora que los obispos flamencos se habían puesto a encargar un ritual de bendición de parejas homosexuales. Eso podría pensarse que es una ida de olla como otra cualquiera que le puede pasar al más pintado, aunque tenga órdenes mayores, pero resulta que no, que iban en serio. Después de las cosas que dicen los del camino alemán, que es como el procès catalán, pero mucho más descabellado, uno pensaría que en Roma iban a poner coto a todo esto, pero, lejos de ello, lo que han hecho es emitir un documento tan claro como el chocolate español, donde la cuchara se mantiene de pie.

Naturalmente, me he puesto a curiosear por los medios (más o menos) católicos belgas. El oficial es la página Cathobel, de los obispos de la Bélgica francófona, donde encontramos un testimonio como éste. Se trata de un homosexual católico, o así se considera, que no quiere dejar de ser católico ni de mantener relaciones sexuales contra natura con el hombre con el que convive, y eso con la conciencia tranquila. Uno pensaba, en su inocencia, que ambas cosas eran poco compatibles, o más bien nada, pero aquí está monseñor Fernández para liarla parda.

El homosexual del artículo está decepcionado con Fiducia supplicans, porque no va lo suficientemente lejos. No acepta el matrimonio homosexual, ni siquiera bendecir su unión, al menos claramente. Sin embargo, ha decidido apoyar al Papa (que seguro que se lo agradecerá) a la vista de los ataques que está recibiendo. Pobret.

Bueno, el hecho de que el equipo de redacción de Cathobel haya escogido ese testimonio ya nos debería indicar de qué pie cojea, y eso que los obispos francófonos pasan por ser un poquito (pero muy poquito) más ortodoxos que los flamencos. Es el momento de ver cuál es el editorial de la publicación, que nos encontramos aquí. No dice nada demasiado claro, lo cual comienza a ser una costumbre bastante lamentable... pero uno ya puede ver como piensa un editorialista que escribe "genre" en lugar de "sexe", y eso que la Academia Francesa parece todavía tenerlo bastante claro, ya veremos por cuánto tiempo.

Para hacernos una idea de por dónde tira la iglesia católica en la Bélgica francófona, podemos echar un vistazo a la foto adjunta, que ha sido publicada en Cathobel y a quienes me remito. Podríamos pensar que son un matrimonio más bien talludito, miembros de algún movimiento, y que quizá ayuden en alguna parroquia, o que son unos voluntarios. Uno se preguntaría, por ejemplo, por qué la señora de la izquierda, que es una mujer (sí, lo es) lleva el pelo tan corto, como si fuera independentista vasca de los ochenta o Sinead O'Connor después de empezar a tener malas ideas. Lo que pasa es que esta señora es un cargo importante en la iglesia de Bruselas, nada menos que la adjunta al vicario episcopal de Bruselas.

Que es... el señor de la derecha. Sí, amigos, ese señor del jersey azul claro y de la corbata a rayas amarillas y negra, en lugar de sotana, o al menos clergyman, y alzacuellos, es sacerdote, y no contable. Y no un sacerdote cualquiera, sino canónigo y vicario episcopal de Bruselas. Con lo que ha sido Bruselas en la Cristiandad. Al cardenal Mercier, que en gloria esté, le iba a dar un síncope a la que se enterara de cómo se las gastan hoy en la que fue su diócesis.

Yo entiendo que la iglesia belga anda escasa de personal consagrado. No sé qué esperaban. La culpa nunca es del camino mundano que han ido llevando, claro, porque los belgas no se equivocan jamás, sino de cualquier otra circunstancia, la que sea. Éstos son capaces de echarle la culpa al duque de Alba del estado en el que se encuentran hoy en día, fruto, por ejemplo, de la vergüenza que les da que les reconozcan por la calle como sacerdotes. O de que se pongan a designar laicos, hombres y mujeres, para desempeñar funciones que sólo deberían ejercer sacerdotes o, como mucho, diáconos. Ah, pero es que quieren ser inclusivos.

En el fondo, es como lo del homosexual del artículo anterior: no se puede pensar que el pecado, por ejemplo, las relaciones fuera del matrimonio, está bien y al mismo tiempo ser católico. Tampoco se puede actuar como el mundo, con tu inclusión, tu igualdad de género, tus opiniones progresistas, tu corbatita, tu camisita y tu canesú, y esperar que la gente te respete. Es que no te respetas ni tú.

Esto no va a quedar así, porque todavía no hemos hablado de Flandes, y de otra circunstancia que podríamos añadir ¿Queda alguien, por aquí, que piense como Dios manda?

Pero eso será asunto de otro momento, porque hoy se hace tarde.

sábado, 13 de enero de 2024

Dinastías de políticos

Una de las cosas que me llama la atención de la clase política (sí, habrá que llamarla clase) en Bélgica (y no sólo, pero aquí está muy claro) es la existencia de dinastías de políticos. En el Antiguo Régimen, según la versión distorsionada del mismo que nos venden, los hijos seguían casi necesariamente la profesión del padre, y las hijas seguían, también, los pasos de las madres, generalmente cuidando de la casa, en el caso de las clases más bajas, o casándose con alguien de su nivel en el de las más altas. Si había más hijos que profesiones, siempre quedaba la iglesia o la milicia para labrarse un futuro. Con la extinción de los gremios, la Revolución liberal y todos esos "logros" de la modernidad, se consiguió, según parece, que las clases sociales se hicieran permeables y que el ascensor social funcionara a las mil maravillas.

Eso es muy discutible, pero bueno, no seré yo quien lo niegue, porque, si seguimos la misma lógica del Antiguo Régimen, yo debía estar cultivando naranjos y sembrando arrozales, como hizo mi padre y todos mis antepasados de que se tiene memoria, en lugar de estar sentado en una oficina resolviendo expedientes en Bruselas, a mil quinientos kilómetros de esos naranjales y arrozales. Como ha sido una elección mía, supongo que he salido ganando. A veces no estoy muy seguro de haber elegido bien, la verdad.

Charles Michel, en cambio, ese presidente del Consejo que es uno de esos pocos políticos belgas conocidos en España, desmiente por completo lo anterior. Su padre, Louis Michel, ya había ocupado cargos muy parecidos al suyo. Bueno, es que los dos son parecidos hasta físicamente, y así se ve en la foto que acompaña esta entrada. Charles Michel, probablemente masón como su padre y como buena parte de los miembros del Movimiento Reformador, ese partido que algún periodista español, seguramente no muy informado, describe como "de derechas", ya había mamado política desde la cuna, así que hizo carrera con velocidad, pasando por concejal de Namur, ministro, presidente del Gobierno belga y presidente del Consejo Europeo, que ya es una carrera impresionante. Su última movida ha consistido en anunciar que se va a presentar a las elecciones europeas, uno entiende que como cabeza de lista en Bélgica, sección Valonia, del Movimiento Reformador, lo cual lleva consigo con casi total seguridad que a partir de junio será eurodiputado y, por consiguiente, deberá abandonar la presidencia del Consejo Europeo. Digo yo que él cree que sale ganando con la jugada o que se huele que los liberales van a salir trasquilados de las elecciones europeas y que eso no le va a favorecer para mantener su puesto.

Porque sí, para los periodistas españoles poco informados, el Movimiento Reformador no es el equivalente belga (es decir, valón) del PP, sino más bien de Ciudadanos. Y es verdad que pintan tiempos difíciles para esta familia política en las próximas elecciones europeas, sin ir más lejos para los actualmente siete europarlamentarios de Ciudadanos, que en su día fueron un relativo fracaso y que, si se consiguieran, no ya mantener, sino dejar en uno sólo, ya sería un éxito considerable para ese partido, y seguro que sus líderes lo considerarían así. Y, como los chicos de Macron, que es el líder europeo de esos liberales, no están tampoco muy boyantes, supongo que Michel sospecha que sus posibilidades de repetir como presidente del Consejo no son demasiado altas, con lo que toma las de Villadiego, entiendo que con esperanza de medrar por otros caminos. Y de asegurarse un jugoso sueldo público, porque los Michel, obviamente, no viven del aire.

Sí, porque hay más Michel que longanizas en Bélgica. Hay un tercero en la foto, que atiende por Mathieu Michel, es hijo de Louis (el de la izquierda) y hermano de Charles (el del centro), y que desde hace unos años es secretario de Estado encargado de la agenda digital (y dos o tres cosas más) en el gobierno De Croo (cuyo padre, por cierto, también fue ministro). Cuando lo nombraron, llevaba cinco años sin publicar nada en redes sociales, pero supongo que eso es lo de menos para alguien encargado de la agenda digital. Parece que es más importante tener el apellido correcto y, en este caso concreto, pertenecer a una familia razonablemente alopécica.

Vamos, que el secretario de Estado en cuestión es hermano de un antiguo primer ministro, hijo de otro, y está en un gobierno, el padre de cuyo jefe también había sido ministro. Estamos en el siglo XXI con sus mandangas de igualdad, democracia y tralarí tralará, no nos creamos que esto es la Edad Media y el feudalismo en pleno auge, pero se ve que hay cosas que no cambian en absoluto y el que se sube al machito no sólo no se baja, sino que hace lo que sea menester por que sus descendientes sigan en él, supongo que retorciendo los sistemas de designación de los partidos políticos belgas.

A todo esto, nos hemos estado ocupando en esta entrada del partido liberal masoncillo, al que habrá que llamar de derechas siquiera sea por comparación con los demás ¿No hay otra cosa de derechas de verdad, en Bélgica?

Pues es difícil de decir, pero, como es difícil, y hoy se hace tarde, tocará dilucidar la cuestión en una próxima entrada.