sábado, 29 de junio de 2013

Snowden in limbo

¡La que se ha montado con el amigo Snowden, ese entrañable espía estadounidense arrepentido! El caso es que se ha atraído la ojeriza de su país, que es un pésimo enemigo, y ahora le están persiguiendo por todo el mundo, y él se va escapando y, según parece, en su periplo ha ido a parar a un lugar que conozco perfectamente: la zona de tránsito, o zona internacional, del aeropuerto de Sheremetyevo, es decir, del principal aeropuerto de Moscú.

Como Snowden no lleva visado ruso, no puede entrar en Rusia. Se ve que el tío salió de Hong-Kong con un billete para Hispanoamérica, pero por el otro lado del globo, que ya es capricho, pero no se subió a su segundo avión y ahora está allí, en Moscú, dando pena. Putin debe haber decidido que con Depardieu ya tiene bastante y que no va a hacer más triquiñuelas con occidentales díscolos, así que Snowden se queda donde está hasta que alguien decida dejarlo pasar a su país. Como "técnicamente" no está en territorio ruso (eso es muy dudoso, pero bueno, aceptaremos pulpo), Putin passa ampliamente de solicitudes de extradición y de zarandajas como ésa, y así se puede reír de Obama un poquito y pisarle un poco el pie. Es majo, Putin.

Sheremetyevo es un aeropuerto que ha mejorado muchísimo en los dos últimos años. En los primeros noventa, y en la terminal 1, que era la tradicional, recuerdo que poco menos que se podía hacer avión-stop, y que las azafatas de los vuelos iban buscando a los viajeros a grito pelado ("¡Eh! ¡Los de Múrmansk! ¿Quién se va a Múrmansk?"); la terminal 2, la de los vuelos internacionales, era un poquito mejor, fue inaugurada para impresionar a los visitantes con motivo de los Juegos Olímpicos de Moscú, en 1980, y desde entonces hasta hace bien poco yo diría que la dejaron como quedó y no se gastaron un rublo ni en apretar los tornillos flojos. Pero entonces a Sheremetyevo le salió Domodiédovo, un aeropuerto competidor (y privado) al sur de la ciudad, y decidió esmerarse y construir dos terminales a la última, además de una línea de tren fantástica que lo conecta en poco más de media hora con el centro de la ciudad, eludiendo atascos. Y eludir atascos, en Moscú, es mucho. Muchísimo.

Antes de tales mejoras, cuando viajaba a España, y pasaba el control de pasaportes, uno se metía en la rimbombante zona internacional, y en ella había dos pisos. En el piso de abajo, donde estaban, y siguen estando, las puertas de embarque, uno podía comprar caviar, vodka, y lo que suele haber en las tiendas libres de impuestos para los compradores compulsivos o los que necesitan un regalito de última hora. En el piso de arriba hay un par de bares cutrísimos, las salas VIP (que ésas sí que están bien) y un montón de gente tirada por los pasillos.

Tirada, sí. En el aeropuerto de Moscú había montones de gente, incluso grupos enteros, literalmente instalada allí, con mantas tiradas por el suelo a modo de colchones, pijama, zapatillas y objetos personales desparramados. Ninguno era ruso, sino que la mayoría eran, o bien orientales, o bien negros o moros. Si les preguntabas, y eran capaces de entenderte en algún idioma, te decían que estaban esperando un avión, que, hay que reconocerlo, es lo que hacíamos todos, pero sin vivaquear en el aeropuerto.

Al parecer, Sheremetyevo era una de las principales fuentes de inmigrantes ilegales a Europa Occidental. Yo nunca lo hubiera dicho, pero parece que las redes de entrada de gente lo usaban bastante como paso de entrada, y nunca supe cómo lo hacían, ni me pude enterar; pero, claro, las redes delictivas son como los magos: si te cuentan cómo hacen sus trucos, pierde la gracia. No sé, igual era una patera aérea, quién sabe.

El caso es que por allí está Snowden, o eso nos quieren hacer creer, porque otra de las cositas de Sheremetyevo es que todos los guiris sin visado que pasan por allí no son iguales. Como escribió Orwell, los hay que son más iguales que otros. Yo recuerdo algún español adinerado, pero tontaina, que llegó allí pensando que no hacía falta visado o que, si la hacía, ya lo compraría en el aeropuerto (lo que no sé es cómo le dejaron subir al avión), y no se quedó haciendo compañía a los moros del piso de arriba, sino que le llevaron convenientemente controlado al Novotel que hay junto al aeropuerto a dormir en una cama mientras se arreglaba su asuntillo. Supongo que la broma le saldría cara.

Por cositas como ésa creo que Snowden tampoco debe estar haciendo compañía a los chinos ni a los moros, si es que siguen estando por allí, porque entonces lo sabríamos todos. Ya lo tendrán a buen recaudo en algún lugar más cómodo, ya, a donde, eso sí, llegué el wifi gratuito del aeropuerto. Sí, hijos, sí, tanto quejarse de Rusia, pero nos dan sopas con ondas en algunas cosas, y una de ellas es que en Sheremetyevo hay wifi gratuito en casi todos los sitios. Lo pusieron cuando se enteraron de que en Domodiédovo los competidores lo habían puesto también. Y es que la competencia da gusto.

En todo caso, el jueves que viene vuelvo a Sheremetyevo y el viernes me toca pasar por la antigua terminal, la de los moros y chinos, a tomar un vuelo interno. Si me cruzo con Snowden, ya le daré saludos de parte de los lectores.

jueves, 27 de junio de 2013

Más vendepatrias

Una semana larga llevo sin publicar nada. He estado por España, de hospitales, que son malos sitios para inspirarse, y no digamos si el único teclado a mano es el del teléfono móvil.

Dentro de lo malo que resulta andar por los hospitales, hay que reconocer que son lugares muy aleccionadores donde uno se encuentra con una España con la que no suele relacionarse. No es que mi familia sea de nivel alto, más bien lo contrario, y por eso terminamos siempre que vienen mal dadas en la sanidad pública, pero lo que sí somos es gente con un nivel de educación y modales superior a la media. En cambio, llega uno al hospital, y ahí se ve claramente que la enfermedad no conoce de clases sociales y ataca por igual al obrero y al patrón, y todos terminan en la misma habitación codo con codo y quejándose lo mismo.

Normalmente, la gente que lee esta bitácora también tiene un nivel cultural estimable y, supongo que como consecuencia más o menos necesaria, se relaciona con gente de sus mismas características. Y no digamos si los lectores de esta bitácora es gente con una veteranía en el extranjero. Aunque, por ejemplo, no sea cierto que el nacionalismo se cure viajando (ni el carlismo leyendo, eso seguro que no), como pretendía Pío Baroja, lo cierto es que deja un poso y eleva el nivel.

Toda esta introducción viene por los comentarios que me he encontrado a mi vuelta a la actividad en Internet y, en particular, éste escrito por Parrado Segura, en que hace diversas salvedades a la entrada sobre "Vendepatrias", que publiqué hace unos días. Y, como me ha parecido bien pertinente, y puesto que además parece que Parrado Segura tiene también sus horas de vuelo por el extranjero y sabe de lo que escribe, pues vamos a por ello.

La crisis, efectivamente, ha venido a ser algo así como cuando baja el nivel del agua de un lago, hasta dejarlo medio seco, y se ve toda la basura que había en el fondo y que hasta entonces había quedado cubierta por el agua. En España, ese país que iba bien, había mucho dinero cubriendo el lago, y todo parecía estupendo. Los que salíamos al extranjero éramos gente que aspirábamos a algo y que teníamos una formación muy específica, con idiomas y conocimientos en relaciones internacionales, cosa no demasiado común en España hasta hace poco, y aun hoy no lo bastante frecuente. Éramos la gente que no estaba cubierta ni siquiera por el elevado nivel de agua que lucía el lago español.

Pero llegó la sequía, bajó el nivel del agua, y comenzaron a vérsenos las vergüenzas. No es que no existieran, es que el nivel del agua había dejado el paro en niveles desconocidos desde que mandaba Franco, y todo cenutrio tenía ocupación sin esforzarse demasiado. Algún amigo mío, profesor él, me comentaba tan lejos como anteayer que tenía alumnos que se dejaron los estudios, donde lo cierto es que no rendían gran cosa, y que a los pocos meses aparecían con unos cochazos de impresión, y al poco tiempo hasta tuvieron algún hijo, lo que de por sí no está mal, claro, pero llegó la crisis, perdieron el trabajo y enseguida el coche. Hace diez días, un conocido mío, empresario español en Moscú, me comentaba que estaba montando un negocio de venta de coches de segunda mano en Rusia, porque en España se estaban vendiendo coches de segunda mano a precios increíbles (otra cosa es que Rusia permita la entrada de estos coches impunemente, que no lo hace).

El caso es que esta gente existe, y existe porque nos la hemos ido ganando a pulso. Existe porque España se ha convertido en una sociedad adolescente y, como buen adolescente, piensa mucho en sus derechos y casi nada en sus obligaciones. Después del famoso 15-M y sucesivos de hace dos años, y de las manifestaciones de los escrachadores y de los distintos grupos protestadores que aparecen por España contra los recortes, esto está todavía más claro: nadie, pero nadie, ha hablado de cumplir obligaciones, sino de derechos y más derechos; todo el mundo habla de ese famoso "Estado del bienestar" que evidentemente España no está en condiciones de pagar, pero nadie habla de ser responsable y de que los servicios de ese rimbombante Estado del bienestar quizá no deban ser cosa del Estado, ni de las empresas con ánimo de lucro, sino sobre todo de la sociedad. Pero eso implica arremangarse, organizarse y, en una palabra, trabajar en un sistema. Y de eso nada. Es mucho más fácil juntar a dos docenas de macarras con vuvuzelas y montar un escrache.

La adolescencia tiene esos problemas. Ojo, no quiero decir que todos los españoles seamos adolescentes, sino que la sociedad en general lo es y que hay una generalización de adolescentes mentales, además bastante malcriados. Y, claro, como en España hay más dinero del que parece y otro de los problemas de España es que no hay padres, sino sólo madres y además bastante consentidoras, Europa está llena de adolescentes mentales españoles cantando a los cuatro vientos que tenemos derechos, pero no obligaciones, y así ocurre lo que le decía a Parrado Segura su compañera de Abitur, y cito: "los españoles gritamos por las calles a altas horas de la madrugada, robamos bicicletas y dañamos los inmuebles arrendados e incluso metemos en los pisos más personas de las autorizadas, de tapadillo". Que me lo digan a mí, que vivo en el mismísimo centro de Bruselas y los veo a diario, y me hago cruces de los ejemplares que estamos enviando a este bendito país, que si tuviéramos que alistarlos en los tercios, antes se nos hacían protestantes que levantaban un dedo contra los holandeses, que eso cuesta mucho.

Uno de los factores suicidas para que sucedan estas cosas es el absurdo sistema universitario que tenemos, en el que todo quisqui tiene derecho a estudiar pagando mucho menos de lo que cuestan sus estudios, obteniendo becas aunque sea un percebe unicejo y, además, si chapurrea lo que sea medio mal, se pasa un año de Erasmus en cualquier país de Europa empalmando una juerga con la siguiente, y encima le aprueban (o, de lo contrario, no pasa nada), con lo que, encima, los hechos vienen a corroborar que los estudiantes españoles tienen todo el derecho del mundo a correrse juergas durante unos cuantos meses en dos cursos de sus estudios (por llamarlos de alguna manera), pero no hay una obligación correlativa a este derecho. El hecho de que esta actitud no sea exclusiva de los españoles, sino que la compartamos con estudiantes de toda Europa en mayor o menor medida, es un consuelo muy relativo.

En estos días se ha estado hablando de la reforma educativa de Wert, y de que iba a quitar las becas a quien no obtuviera al menos un 6,5 ¡La que se ha montado! ¡Nos quitan un derecho! ¡Es clasista! ¡Viva la igualdad de oportunidades! Y yo lo veo y no lo creo: esa gente quiere hacer el bachillerato toda su vida, y no cumplir nunca los dieciocho, que eso es muy cansado. Y yo, universitario que soy, me he estado quemando las pestañas durante el tiempo que no tengo, escribiendo trabajos de Historia del Mundo Clásico en trenes y aviones, y me tirado tres horas escribiendo un examen hasta que los dedos me crujían de tanto escribir, para sacar un 7. Un 7. Y esta gente, que son hijos de papá en su práctica totalidad, pidiendo que les den becas con sólo que aprueben, y yo, que vengo de familia de las que han pasado apuros para llegar a fin de mes y que soy el primero de mi familia que ha pisado una universidad, jamás me he quejado de igualdad de oportunidades, y mira que podría.

El problema no es sólo que seamos una sociedad adolescente, que también, sino que el padre que tenemos es un ser apocado que se deja dominar por nosotros. A los peperos que nos gobiernan se les llena la boca de falta de valores y blablablá, en lugar de especificar qué valores son ésos (queda muy feo decir que son valores cristianos, que es lo que deberían decir, pero les da vergüenza), y luego, a la hora de la verdad, el hijo adolescente les grita un poco y enseguida se echan para atrás: Wert ha aceptado que se puedan recibir becas con un 5,5. Es una madre.

Sin embargo, creo que saldremos de ésta. Porque no todos los españoles robamos bicicletas, ni gritamos de madrugada, y hasta cuidamos los pisos en los que vivimos. El día que recuperemos el padre que tuvimos y aceptemos que también tenemos obligaciones, esto cambiará a mejor, incluso aunque el nivel del agua siga bajo, y parece que esto último va para rato.

miércoles, 19 de junio de 2013

Malpensados

Para los corredores aficionados como un servidor, las bandas de los pulsómetros, ésas que se llevan en el pecho para que los sensores envíen al reloj las pulsaciones que tienes en cada momento, puedes ser una tortura china. En mi caso particular, me rozan debajo del pecho y, si a eso añadimos que la ropa, por amplia y ligera que sea, también provoca sus rozaduras cuando llevas mucho tiempo corriendo, la cosa se pone molesta.

Al final, ya tocó ir a la farmacia a comprar vaselina y que las rozaduras no sean lo mismo. Menos mal que en francés se dice casi igual.

- Je voudrais acheter un tube de vaseline, s'il vous plaît - le dije al dependiente.

El dependiente miró mi mochila rosa, frunció el ceño, echó un suspiro al aire y me dio la vaselina.

Hay momentos en que es mejor no dar explicaciones. Total, p'a qué.

domingo, 16 de junio de 2013

Vendepatrias

Muy a menudo, hay amigos míos que, desde España, me preguntan cómo nos ven en Bélgica (antes era en Rusia, claro) a los españoles. Ya sólo la pregunta es una muestra de ingenuidad y de cierto complejo de inferioridad, como temiéndonos que lo más probable, con la que está cayendo, es que fuera de España nos miren a los españoles como una banda desbandada de picaruelos sin escrúpulos. Sin embargo, yo, que he visto algo de mundo, sé que hay cosas que son mejores en España que en cualquier otro sitio. Una de ellas no son los políticos, con total seguridad, pero las carreteras son claramente mejores que las belgas, los trenes son mejores y más puntuales, la sanidad le da cien patadas, y hasta en algo tan belga como son las bicicletas, resulta que Valencia, que es una ciudad denostada como pocas, tiene una red de carriles-bici que todavía tengo que ver por aquí, y creo que no llegaré a verla.

Vamos, que los españoles tenemos unos complejos que son bastante injustificados y que, si tuviéramos mejores señores, seríamos unos vasallos ideales. Me temo que el problema está en el detalle de los señores. El caso es que yo suelo tranquilizar a los amigos que me preguntan y les digo que aquí nos ven bien, que los que han estado en España no albergan dudas sobre nuestro país, y que sigamos dando el callo, que, al final, saldremos del hoyo.

Lamentablemente, hay gente, en Europa, que no ha estado en España y que, por consiguiente, no puede hacerse una idea propia de cómo es, así que se cree a pies juntillas lo que dicen los medios de comunicación. Y los medios de comunicación, a saber por qué, se frotan las manos cuando salen las noticias, por ejemplo, de un jefe de Estado cazando elefantes en África, de yerno de jefe de Estado pillado en choriceo evidente, de pepero repeinado hacia atrás que ha perdido la cuenta de la pasta que tiene en Suiza, de sociata visitante de gasolineras, o de región que se quiere separar, pero cuyo partido gobernante no le anda a la zaga a los anteriores, antes al contrario, a la hora de meter la mano en el cazo. Todo ello resulta bananero a más no poder, fuerza es reconocerlo.

Hasta ahí, podría pensarse que culpa nuestra es. El problema es cuando los propios españoles somos los autores y los difusores de esas noticias que, lo sabemos bien, porque nosotros sí que conocemos España, son sólo una pequeña, aunque sonora, parte de nuestra realidad; sin embargo, somos los primeros que nos enfangamos en las mismas, para darnos golpes en el pecho y pedir que vengan de fuera a salvarnos, que nosotros somos malos malísimos.

Esto no es un problema nuevo, qué va. En el brillante siglo de oro, con España de primera potencia mundial por goleada, ya había españoles, normalmente judíos o protestantes, que se habían ido a vivir fuera de España (por razones obvias, claro) y que desde París, Londres o Ámsterdam se dedicaban a hablar mal de España y a poner todas las zancadillas que se pudieran y hasta a apoyar invasiones. El famoso secretario de Felipe II, Antonio Pérez, fugado a la corte de Isabel I de Inglaterra, era uno de ellos, y otro que se me viene a la cabeza es Antonio Enríquez, literato de segundo orden, admirador de Quevedo (de quien estaba lejísimo), herejote judaizante de pro, que llegó a ser quemado en efigie por la Inquisición y que pasó buena parte de su vida en Francia, y no hablando precisamente bien de España.

Hoy, el papel de aquellos egregios próceres lo desempeña, o eso parece, algún periodista, y en los últimos días ha sido noticia uno, español él, quizá muy a su pesar, que escribe en "Der Spiegel", y que atiende por Juan Moreno.

"Der Spiegel" es una publicación alemana que confieso que seguía con relativa regularidad en mis tiempos de Alemania y mis primeros meses en Rusia. En aquel tiempo publicaba artículos tremebundos contra Oskar Lafontaine, que entonces era el presidente del Sarre (el "Napoléon del Sarre"), miembro del SPD (eso ya pasó) y ganador de elecciones por mayoría absoluta, pero que algo malo le debía haber hecho al director de "Der Spiegel". Para mí que le había quitado la novia . Por lo demás, la publicación era chula y estaba bien escrita, aunque intentaba manipular sin que se notara demasiado. Algo así como "El País" en España: bien escrito, y ni siquiera parece que te estén llevando al huerto, aunque, tras el ERE, vale, deben haber perdido algo de calidad.

"Der Spiegel" comenzó a ser un poco burdo, o quizá yo me he ido haciendo más difícil de llevar a otro huerto, el caso es que las últimas noticias que he tenido de la publicación han venido de un amigo austríaco, que tras residir en Moscú unos años ahora anda por Ankara, y que, siempre que aparecen artículos sobre España (y sobre otros temas controvertidos entre ambos), nos envía un enlace a Alfina y a mí. Iba a especificar que los artículos sobre España eran denigrantes, pero es que todos lo son, así que me puedo ahorrar el epíteto.

Los artículos iban firmados por el tal Juan Moreno, que resulta que es de un pueblo de Almería, aunque criado en Berlín, y que hace unos días publicó un artículo que era como un resumen enfático de todos los anteriores, en el que ponía juntos todas las cosas que le cargaban de España, como si la conociera enterita y como si no encontrara explicación al hecho de que España, centro de todos los defectos y rompeolas de todos los vicios, continuara existiendo sobre la faz de la Tierra. Naturalmente, "Der Spiegel", que poco a poco, o mucho a mucho, se ha ido convirtiendo en una publicación tendenciosilla y tirando a sensacionalista, lo ha publicado con alborozo y añadiendo que el señor Moreno iba a renunciar a su pasaporte español. Porque, claro, el alemán que no ha pasado por España tiene que estar informado de que Alemania y el Deutschtum en general es el paraíso sobre la Tierra, y de que los demás países, y España en particular, están habitados por unos seres derrochones y corruptos que merecen toda la basura que les pueda caer encima.

Como la cosa ha tenido repercusión, ahora Moreno recula y dice que cree que no va a renunciar a su pasaporte español, ni va a pasar a llamarse Hans Braun, y que siempre defiende a España en Alemania. Lo primero, que haga lo que quiera, pero que no vaya diciendo que "siempre" defiende a España en Alemania, porque yo he leído con estos ojitos que se ha de comer la tierra, en enlace puntualmente llegado desde Ankara, unos textos que difícilmente pueden considerarse defensa de España. Más bien no.

En fin, que así es como está el patio, y no sabemos cómo va a continuar. España, mucho me temo, seguirá teniendo mala imagen, cosa de la que todos somos un poco culpables, y el único consuelo es que a los vendepatrias, históricamente, las cosas tampoco les han ido demasiado mejor. Antonio Pérez, despreciado por todos, murió en París en la más absoluta pobreza, y Antonio Enríquez, a quien las cosas no fueron demasiado bien por el extranjero, volvió a España con identidad falsa, le trincaron los corchetes a los que tanta cera dio en sus obras, y acabó sus días de muerte natural en las cárceles de la Inquisición en Sevilla, poco antes del final de su proceso (que curiosamente acabó por serle favorable), tras haber confesado sus tretas.

En cuanto a Juan Moreno, no le deseo yo el fin de los anteriores, ni mucho menos, pero estoy seguro de que, a no tardar, me va a llegar un enlace alusivo desde Ankara enviado por el amigo austríaco, que sólo envía enlaces sobre lo mal que va todo en España y sobre lo australopitecos que somos los católicos, y no digamos si somos heterosexuales, y ya está bien, leche. A ver si al señor Moreno le da por escribir sobre las cosas que funcionan bien en España, que las hay también, y sorprende así a sus lectores y, sobre todo, a su director, que probablemente le echará una bronca y le dirá que no le paga para que alabe a ese país de vagos, corruptos y mentirosos.

A ver si lo hace, y así seré yo el que envíe un enlace a Ankara, que a mí también me gusta.

miércoles, 12 de junio de 2013

Idealistas

En la última semana, pues señor, he tenido el honor de asistir a dos tipos de formaciones diferentes, en cada caso con sus formadores correspondientes. En el primer caso, los participantes en la "convivencia" éramos gente relativamente recién llegada a la organización. En este caso, además, los formadores eran internos. En el segundo caso, en cambio, los participantes eran gente curtida en muchas batallas, veterana y con responsabilidad en el funcionamiento de la organización. En este caso, los formadores eran consultores externos y, creo que no hace falta decirlo, el hotel era mucho mejor.

Creo que voy a tardar en olvidar la semana pasada, al menos por el choque de las formas de pensar de dos grupos tan iguales y tan diferentes. En estos casos, y creo que lo he visto en todas las formaciones "espirituales" a las que he asistido, al final te dividen en grupos y te ponen a trabajar sobre un proyecto, más o menos el que tú quieras, con el que entretenerte cuando vuelvas a tu puesto de trabajo y te hayas librado de los setecientos correos electrónicos que se han acumulado en tu bandeja de entrada, para que aprendas a irte de convivencia por ahí, pardillo.

El primer grupo era generalmente de gente más joven que yo, como recién llegados. Cuando llegó el momento de proponer temas, yo tenía uno que me ha ido rondando la cabeza estos últimos meses.

- Pues yo creo que podríamos hacer un proyecto sobre la implantación de la firma electrónica. Así seríamos más productivos y ahorraríamos mucho, porque podríamos imprimir mucho menos.

Mis compañeros de grupo me miraron con desagrado, como si yo fuera un pragmático repugnante, incapaz de levantar la vista hacia horizontes más elevados.

- Yo creo que deberíamos proponer algo para cambiar el mundo - dijo uno.
- No nos pasemos - dijo otro -. Vamos a conformarnos con un proyecto que sea capaz de cambiar Europa.
- Bueno, vale, igual lo de cambiar el mundo era demasiado.

Casi todos mis compañeros, menos un par que eran mayores que yo y a quienes mi proyecto les parecía atractivo, estuvieron de acuerdo en que cambiar el mundo era quizá excesivo, pero que nuestro proyecto debería, por lo menos, cambiar Europa. Yo, que me vi en minoría, vi cómo aprobábamos un proyecto flipadísimo e irrealizable, por necesitar un presupuesto brutal, pero un proyecto muy bonito. Yes.

Salí de la formación pensando que los años me habían convertido en un materialista carente de ideales. O tal vez es que siempre fui así y siempre me gustó poner los pies en la tierra. Vamos, que soy un puro prosista.

Al día siguiente tuvo lugar la segunda formación y, naturalmente, llegó el momento del proyecto. Ya que no había funcionado en la primera formación, traté de colarlo en la segunda.

- Pues yo creo que podríamos hacer un proyecto sobre la implantación de la firma electrónica. Así seríamos más productivos y ahorraríamos mucho, porque podríamos imprimir mucho menos.

Mis compañeros de grupo me miraron con desagrado, como si vieran en mi idea un idealista con la cabeza llena de pájaros, incapaz de poner los pies en el suelo.

- Eso es muy general - dijo uno.
- Yo creo que deberíamos proponer algo más concreto.
- El lavabo de los baños del segundo piso gotea un poco. Creo que habría que arreglarlo.
- Buena idea. Lo presentamos.
- Alfor, lo tuyo no es que esté mal, pero es un poco... no sé... idealista. Poético.

Moraleja: Idealismo, divino tesoro, que te vas para no volver.

sábado, 8 de junio de 2013

De ejercicios (I)

Los ejercicios espirituales son una invención de San Ignacio de Loyola que ha tenido un exitazo tremendo, y no sólo entre jesuitas. San Ignacio los concibió como una forma de aumentar la experiencia en la fe, y ése fue su cometido desde el siglo XVI hasta hace poco; luego, hubo otros pensadores católicos que adaptaron el formato a períodos más breves, para que no duraran más de una semana, e incluso un fin de semana para hacer las cosas muy breves. Ya no eran exactamente los ejercicios que concibió San Ignacio, pero seguían teniendo su función religiosa.

El Diablo, sin embargo, que no descansa en su empeño de urdir materias con las que atormentar al ser humano y alejarlo de Dios, ha debido decidir utilizar los ejercicios y, despojándolos de su carácter trascendente, ponerlos al servicio de las fuerzas malignas. Y, entonces, lo que hizo fue crear consultores, muchos consultores.

Los consultores son una especie de sabelotodos con corbata y aspecto más o menos estrafalario que saben mucho mejor que tú cómo hacer tu trabajo. Da igual que tú sólo te dediques a él y que tus jefes te hayan seleccionado a ti (y a él no) porque pensaban que eras el mejor que pudieron encontrar para desempeñarlo; él sabe más. Le han dicho un poco por encima a qué te dedicas, y ha entendido perfectamente cómo ayudarte a resolver problemas que tú, so ignorantón, no sabías que tenías.

Es más, hay consultores que han dado un paso más adelante y, como han visto que hay más temas que longanizas, se dedican a ir por las empresas gordas y hablarles sobre cómo crear grupos, espíritu de equipos y zarandajas de calibre semejante, como si las máquinas de café no existieran para eso ¿Y cuál es el lugar ideal para sorber el seso a la peña? ¡Pues cuál va a ser! ¡Bruselas!

En Bruselas tienen oficina todas los empresones que se precien. Por si fuera poco, hay cosa de cuarenta mil funcionarios europeos, quince mil lobistas, bancos por doquier, la OTAN, otras organizaciones internacionales y asociaciones de todo lo imaginable: gente con presupuesto para formación a troche y moche. Vamos, el caldo de cultivo ideal para la presencia de consultores.

Y los consultores lo saben, ya lo creo que lo saben. Los consultores saben que, cuando hay presupuesto para formación, al final hay que gastarlo sí o sí, venga o no a cuento. Las nuevas teorías sobre espíritu de grupo han sido un chollazo para ellos. Lo de saber hacer cualquier trabajo mejor que nadie ya estaba muy gastado y había gente a la que ya no podían engañar por mucho que emplearan vocabulario técnico y citaran autores con una consonante entre el nombre y el apellido. En cambio, lo de colaborar en la convivencia de grupos humanos vale tanto para un roto como para un descosido y, en particular, para cualquier sitio donde trabaje más de una persona a la que vender la moto.

He de reconocer que las técnicas de dinámica de grupos que utilizan estos (lo voy a decir) gurúes me resultan en general bastante conocidas, porque anda que no las he tenido que utilizar en mi pasado remoto de catequista (en mi pasado reciente de catequista digamos que llevaba otro rollo). Esa suerte que tienen ellos, los consultores, porque en esas circunstancias me siento bastante solidario, no trato de hacer la puñeta e intento que la cosa salga bien; es decir, hago lo que me hubiera gustado que me hubieran hecho a mí. En honor a la verdad, pocas quejas puedo tener de mi pasado de dinámica de grupos.

El caso es que, durante esta semana que termina, me ha tocado ir a dos convivencias diferentes, con gente diferente, y con un plan bastante distinto. Lo cual, una vez terminada de momento la temporada de exámenes, será asunto de la próxima entrada, no de ésta, porque con tanto ajetreo he pillado un trancazo del quince y lo mejor será que me vaya a dormirlo. Y ya va siendo hora.

miércoles, 5 de junio de 2013

La burbuja

Sí, hace tiempo que no había una entrada. No me he muerto, ni me ha dejado de gustar escribir, ni se me ha cortado la inspiración (bueno, un poco sí, que esto es Bruselas, leche...), pero voy de cráneo. Y, además, estoy de exámenes hasta este sábado. Un lector cualquiera se podría preguntar qué hace este tipo teniendo exámenes en Bruselas, cuando ya tiene un trabajo bastante estable (todo lo estable que puede ser un trabajo en estos tiempos revueltos, vamos), un currículum, modestia aparte, que desborda títulos y experiencia laboral, y además el muy esclavito se pasa el santo día currando y haciendo las labores propias del sexo opuesto, esto último porque no hay nadie del sexo opuesto para hacerlas y porque en los tiempos que corren más te vale ser apañado y saber hacer las tareas de cualquier sexo. Que aquí, en el centro de Bruselas, no estoy seguro de que sólo sean dos, pero este último punto mejor lo dejamos aquí.

El caso es que estoy ocupado. Muy ocupado. En los primeros meses aún escribía las entradas en los trenes y en los aviones, pero estos últimos dos meses casi que prefiero tomar los libros y ocuparme de la historia del mundo clásico, que es de lo que me examino el próximo sábado. Las entradas, excepto las que tengo en la cabeza, que avanzan regularmente, vendrán más adelante y, como en esta bitácora los latinajos están a la orden del día, primum vivere, deinde philosophare.

Y vivere, en mi situación, significa meterse en la burbuja en la que vivimos los no belgas que trabajamos en la capital de Europa: la denostada Euroburbuja de funcionarios internacionales, miembros de grupos de presión (lobistas, en neoespañol), becarios, erasmus y toda la jungla de desarraigados que gravita en torno al barrio europeo y, por extensión, en torno a esta ciudad babélica que acepta todas las lenguas y las deforma y degenera a placer hasta dejarlas hechas un monigote irreconocible.

Entre viaje y viaje, entre Catón y Demóstenes, y entre César y Filipo de Macedonia, algún vistacillo le he echado al panorama internáutico sobre Bruselas, porque, al final, algo habrá que meter en la barra de la derecha para reemplazar a las difuntas bitácoras sobre Rusia que cayeron en la pelea. Y unas almas compasivas me soplaron esto: El resultado es que llevo algún tiempo leyendo su bitácora y he visto todos los vídeos (y me he muerto de risa con ellas). Aún así, hasta el sábado aquí no se meten nuevas entradas.

Porque me queda un monton que estudiar ¡y se me hace tarde!