viernes, 30 de octubre de 2020

Cambiando de proveedor de internet... ¡en Bélgica!

Las cosas no van muy bien últimamente por casi ningún país de Europa, y desde luego no por Bélgica ni por España. Toques de queda. Estados de alarma. Mucho miedito, y gente que sale de su casa a hurtadillas, como si lo hiciera furtivamente. Teletrabajo generalizado. Uno esperaría que, en estas circunstancias, los proveedores de servicios belgas se concienciaran de que hay que disputarse los pocos clientes que van quedando, y que es hora de tratarlos con algo de respeto. Que yo diría que, en Bélgica, y muy particularmente en Bruselas, las encuestas de satisfacción no se hacen a los clientes, para ver si están satisfechos con sus proveedores, sino a los proveedores, para ver si están contentos ellos con sus clientes, no sean que les pidan muchas cosas o sean muy pesados.

Como ya vimos en otra ocasión, y si no lo repito aquí, la velocidad de la red en Bélgica es lamentable. En España hay fibra óptica en todas las grandes ciudades, y en muchas de las no tan grandes, y la velocidad es decente; en Bélgica no. En Bélgica la fibra óptica sigue siendo una excepción, y los proveedores de internet ofrecen velocidades de 30 megas de bajada como si fuera el no va más y el rayo que no cesa. Eso vale para nuestro actual proveedor, la antigua compañía de bandera belga, que es cara, muy mejorable, y tiene un servicio a la clientela entre penoso e inexistente.

Como en estos tiempos de teletrabajo y tele-estudio no queda otra sino tener una conexión lo más rápida que se pueda, he tomado la decisión de cambiar de proveedor. Se supone que es cosa fácil, incluida la portabilidad de números móviles y fijo.

Pues no. En Bélgica nada es del todo fácil.

Hay que reconocer que la cosa comenzó bien. Hice la petición en línea, y me llamaron en cuestión de minutos, de forma totalmente inesperada. A los tres días ya tenía las tarjetas SIM en mi poder y activadas, y el espacio de nuevo cliente. Sólo faltaba instalar internet y transferir el teléfono fijo al nuevo proveedor. El antiguo proveedor hizo amago de llamarme, pero me pilló en una tele-reunión de trabajo y no insistió más.

Pasaban los días y, a despecho de las buenas promesas de los comerciales del primer día, nadie se ponía en contacto conmigo para concertar una cita para instalar la conexión. Y, después de pasar los días, empezaron a pasar las semanas.

Llamar al servicio de atención al cliente era perder el tiempo y la paciencia, escuchando una cantinela interminable "todos nuestros operadores están ocupados, le pedimos que tenga paciencia" una y otra vez. Y seguía con el internet a pedales...

Al final, decidí hacerme pasar por un cliente nuevo, ya que parecía que lo único que funcionaba bien era el departamento comercial. Y, efectivamente, escribí como si me quisiera dar de alta desde cero, y a los pocos, no minutos, sino segundos, ya tenía a alguien llamándome, quizá uno de esos operadores que están ocupados si se marca el número de atención al cliente. Tiene narices que se trate mejor a quien se supone que no es cliente que a quien sí que lo es...

Le expliqué mi caso a la chica, amabilísima, que me atendió.

- ... y desde entonces nadie se ha puesto en contacto conmigo para concertar una hora para la instalación.

- Claro, es que tiene que llamar usted.

- ¿Yo? Eso no es lo que me dijeron.

- Voy a ver qué pasa.

Dentro de la calamidad que son los servicios en Bélgica, me da la impresión de que, o tuve suerte esta vez, o la tuve muy mala la primera. Por lo visto, nadie había validado mi tarjeta de identidad, que estaba durmiendo el sueño de los justos en la bandeja de entrada de su correo, y nadie había pensado que, además de tres tarjetas de móvil, no me vendría mal una línea telefónica fija y una de internet.

En fin, parece que mi interlocutora llevaba poco tiempo en la empresa y no había tenido tiempo de imbuirse del espíritu clientófobo de todo trabajador que se tercie, porque al poco tiempo (media hora larga, tampoco vayamos a pasarnos) ya tenía una cita con los técnicos, eso sí, dentro de dos semanas. Para entonces, Bélgica puede estar confinada completamente y las salidas a instalar cosas totalmente prohibidas, pero confiemos en que no.

Lo del cambio de proveedor de internet promete ser similar a la extraordinaria odisea de la puerta del garaje, y ya lo iré contando en estas pantallas, pero todavía hay un episodio más tremebundo en mi relación con el mundo de los servicios belgas: el cuarto de baño de Ame y las filtraciones en el piso de abajo. Llamarlo frustrante es poco, pero no nos precipitemos, que es asunto para una entrada larga y tendida. A moco tendida.

Pero eso será en otra ocasión, porque mañana sale mi vuelo a ese país en estado de alarma durante los próximos seis meses que, además, tiene a prácticamente todas las comunidades autónomas confinadas. Y, como sale mañana por la mañana, si Dios quiere (y, de momento, parece que aún no se ha opuesto), hoy se hace tarde.

domingo, 25 de octubre de 2020

En casita

El gobierno de la región de Bruselas (ésos de la foto) ha decidido ser más (o menos) papista que el Papa, y ha tomado una serie de decisiones que deja chiquitas a las que había adoptado el gobierno federal belga. De momento, el toque de queda (couvre-feu, se llama en francés, lo cual tiene un curioso origen que queda para otra ocasión) va más allá del federal. Como vimos, el federal transcurre entre medianoche, como el de Cenicienta, y las cinco de la mañana, mientras que el regional se aplica desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana.

El gobierno regional es, pues, aún más socialista que el federal, a la hora de hacer el trabajo de los demás, en este caso de los padres de adolescentes. Durante el próximo mes, ni me tengo que molestar en ponerle a Ame hora de llegada, cosa que podría ser objeto de conversaciones más o menos tensas: el benévolo gobierno regional bruselense ha cortado el problema de raíz. Su padre permite a Ame llegar a casa a la hora máxima que marca la ley, y más generosidad no es posible dentro del marco jurídico que nos limita. A las diez en casita. Qué gusto, tú...

Además, el gobierno regional lo ha prohibido casi todo: deporte, salvo que sea estrictamente individual; bares, restaurantes y establecimientos similares (otra ayuda a los padres de hijos adolescentes); la mascarilla vuelve a ser obligatoria en todo el territorio de la región; ah, y también ha prohibido las misas. En eso es en lo que, me imagino, son menos papistas que el Papa, aunque el Papa (éste) es a veces tan confuso que sólo Dios sabe con certeza su nivel de papismo.

A todo esto, para contagiarse en una iglesia hay que proponérselo con una seriedad admirable. He estado en cuatro iglesias distintas bruselenses en este período, y los responsables de las mismas han currado de tal forma que no te acercarías a menos de dos metros de ningún otro feligrés, a menos que tu intención fuera precisamente ésa: flechas, barreras, asientos señalizados... más que en parroquias de barrio, se diría uno en la capilla de una prisión de alta seguridad. Pero el gobierno regional, ese ente entre sociata, masónico y ecologeta, entiende que los templos pueden ser un foco de contagio; más, por ejemplo, que el Decathlon o el IKEA. Del último no sé (y es cierto que en la región de Bruselas no hay ninguno), pero estuve el sábado pasado en el Decathlon y allí no había ni limitaciones de aforo, ni distancia social, ni flechitas o barreras. Pero los Decathlon de Anderlecht y de Evere seguirán abiertos a despecho de la presencia de virus en este mundo en general, y en la región de Bruselas en particular.

Porque, sí, Bélgica se ha impuesto a sus perseguidores y hoy es el país más tocado por la pandemia, que está más rampante que el león del escudo de Flandes. Se veía venir, claro, tal y como es Bélgica, que, recordemos, es un país de voluntades libres que sólo se someten, y con desgana, al pago de impuestos. Ahora queda por ver cómo se someterán esas voluntades libres a la obligación de llevar mascarillas y de recogerse a las diez de la noche, obligación que comienza a partir del lunes. En lo de las mascarillas me voy a fijar; no, en cambio, en lo de recogerse a las diez, porque eso implicaría salir a deshora para curiosear y, con ello, rebelarse contra la misma norma, y no estoy yo a estas alturas de mi vida como para que me devuelva a casa la policía bruselense con un multazo, y que Ame se comience a hacer preguntas sobre si merece la pena o no llegar a casa a las diez, como su padre le pide y el gobierno regional le impone.

Y es que hay que dar ejemplo. Además de que, como es notorio a los lectores de esta bitácora, no me gusta a mí que se haga tarde. Como ahora.

viernes, 16 de octubre de 2020

Más noticias pandémicas

La llegada del nuevo gobierno ha acelerado las medidas de contención de la pandemia. Que se vea que hay alguien al mando. Así que:

1. Sólo podemos tener contacto con una persona que no pertenezca a nuestro núcleo familiar. Una al mes. Los misántropos están de enhorabuena, y la propia rueda de prensa en la que se anunciaron las medidas sería ilegal si se hubiera producido después del lunes, que es cuando entran en vigor.

2. Ni bares, ni restaurantes, ni nadie que sirva papeo o priva durante un mes. Toma ya. Van a volver los tiempos de las comidas a domicilio. Y de los cocinillas, y de las recetas fáciles para gente que no cocina demasiado bien...

3. Teletrabajo para todo el mundo. A mí no me va a cambiar la vida esto, porque ya estaba en ese régimen desde hace meses, pero habrá quien lo pase peor aún de lo que ya está.

4. Se prohíbe la venta de bebidas alcohólicas a partir de las ocho de la tarde. Pero no dicen a que hora se puede volver a vender... En todo caso, si los bares y restaurantes están cerrados, y teniendo en cuenta que en Bélgica a las ocho de la tarde, y aun antes, todo está cerrado a cal y canto, el impacto de la medidas se reduce a los after-hours que hay por la ciudad, a modo de farmacias de guardia.

5. Toque de queda desde medianoche hasta las cinco de la mañana. Como padre de un adolescente, entre eso y el detalle del alcohol, el gobierno ha hecho el trabajo por mí. Eso debe ser el socialismo. Ya no tendré que preocuparme por la hora a la que llega Ame a casa. Bueno, salvo que llegue esposado por pasarse de la hora, y me caiga un multazo.

En cualquier caso, y teniendo en cuenta que las medidas entran en vigor el lunes por la noche, auguro un fin de semana especialmente movido, con toda la juventud quemando Bruselas antes de que se acabe la juerga. Ame ya me ha dicho que seguramente se quede a dormir fuera.

Y ahora, que me diga alguien, ¿cómo adoptan esas medidas para que entren en vigor dentro de tres días? ¿Se creen que en esos tres días no va a pasar nada? Teniendo en cuenta lo descerebrado que es cierto populacho, dentro de unos cuantos días, cuando acabe el período de incubación de lo que pase este fin de semana, auguro una explosión de casos sin precedentes.

Eso, por si no tuviéramos bastante con la situación actual, que deja a Madrid, esa ciudad en estado de alarma y confinamiento premium, a la altura del betún en materia de contagios. Los barrios más pobres, como Molenbeek, superaban ayer los mil contagios por cien mil habitantes; entre los barrios más pudientes de la región de Bruselas, los contagios eran mucho menos frecuentes, con una notable excepción: Uccle. Sí, tenía que ser Uccle.

Lo de Uccle es un poco difícil de explicar, pero todo apunta que los contagios siguen un criterio lingüístico por lo menos curioso. En Molenbeek, Schaerbeek y otros sitios del lumpen -relativo- de la región, parece atacar a los que se comunican en árabe; en Uccle, como ya hemos visto en alguna ocasión, parece que hay terreno abonado a que el virus infecte a quienes se comunican en inglés, que aquí abundan. A ver si va a ser que hablar francés y flamenco protege de las infecciones.

La que desde aquí se ve algo mejor es España: si hace unos días Valencia, Castellón y Alicante habían pasado de color rojo a naranja, hoy lo ha hecho Cantabria y toda Galicia, menos Orense. E incluso hay un territorio español en verde: la isla de La Palma. Por algo se empieza.

En fin, que la cuestión parece comenzar a girar y dejar de ser si los belgas me iban a dejar entrar a su país, cuando vuelvo desde España, para pasar a ser si los españoles me van a dejar entrar en Valencia, sabiendo que vuelo desde Bruselas.

Dentro de dos semanas tengo un billete de avión para comprobarlo. Suponiendo, eso sí, que dentro de dos semanas esté permitido volar, que eso sólo Dios lo sabe. Entretanto, no es cuestión de perder el sueño por algo que no podemos cambiar y, como es tarde, vamos a dar esta entrada por buena.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Noticias pandémicas

Ha bastado con formar gobierno, sin llegar por poco tiempo a sobrepasar los dos años negociando, y desatarse la segunda ola de coronavirus en Bruselas. Las infecciones han subido como la espuma, cosa que debemos considerar bastante previsible en una ciudad, la mayoría de cuyos habitantes no sólo tienen sus raíces en otro lugar, sino que, durante el verano y aun después, se han dedicado a volver a ellas.

Cuando llegué a primeros de septiembre, las autoridades belgas estaban aparentando seriedad. De hecho, me libré por los pelos de tener que someterme a cuarentena y tests obligatorios, porque fue llegar y declarar zona roja todo el Reino de Valencia, que hasta entonces era naranja (como debe ser Valencia, claramente), y pintar toda España de rojo. La mascarilla era obligatoria en toda la región de Bruselas, aunque, la verdad, las veces que salí a la calle la llevaba uno de cada tres, y corría el bulo de que en los parques de la ciudad no era obligatoria. Digo que era un bulo porque en las entradas de todos los parques había un letrero, en francés y en neerlandés, que dejaba clarísimo que, o te ponías la mascarilla, o te ibas a casa. Pero se ve que hay gente que tiene dificultades con ambas lenguas, porque es verdad que te cruzabas con grupitos de adolescentes o jovenzuelos, totalmente desenmascarados, y hablaban inglés.

Las autoridades tenían la opción de poner a la policía a poner multas a troche y moche y a detener a los infractores, o de hacer la vista gorda. Básicamente han optado por lo segundo, porque éste es un país libre, o algo así, al menos en el sentido de que, con tal de pagar impuestos, aquí la gente hace lo que le sale de las narices. Lo de pagar impuestos, en cambio, es innegociable: si hay algo que funciona en Bélgica como un reloj, eso es la administración tributaria. El resto del país es un complicado engranaje de voluntades libres que sólo con pena y trabajo consiguen aunarse para llevar a cabo alguna tarea común.

Total, que el gobierno regional decidió que tampoco había que exagerar con las mascarillas, y que a partir del 1 de octubre su uso en la vía pública no iba a ser obligatorio, excepto allí donde no se pudiera mantener la sacrosanta distancia social de metro y medio. Es decir, en zonas comerciales especialmente concurridas y debidamente señalizadas.

Contra lo que pudiera esperarse, no he notado una reducción significativa entre quienes no llevan mascarilla y quienes han decidido conservarla: son los mismos de antes. Yo he decidido no llevarla, pero, si hace frío, la verdad es que tampoco le hago ascos, pero no tanto por no contagiarme ni contagiar al personal, sino porque tampoco hay que renunciar a unos cuantos grados de propina. Que ya sé que en España sigue haciendo una temperatura bonancible, pero en Bruselas la máxima de hoy ha sido de once grados, yo duermo con dos mantas y la calefacción ya está en marcha.

Hace un rato leía que en lugares como Molenbeek una de cada tres pruebas son positivas. Molenbeek es un municipio que engaña, como ya vimos hace unos años, porque está en Bruselas, pero uno se diría en África. Supongo que allí los contactos son bastante estrechos, lo cual es néctar y ambrosía para los virus, que deben estar frotándose el ADN y el ARN mientras infectan a diestro y siniestro.

Mientras tenemos la segunda oleada encima de nosotros, y yo sigo en teletrabajo, menos un par de días en que me he acercado a mi oficina a desempeñar unas tareas que se prestaban mal a ejecutarlas desde mi casa. La verdad es que aquello parecía una de esas películas de los ochenta en que los malos habían lanzado bombas de neutrones y te encontrabas con ciudades intactas, pero completamente vacías. Creo que, además de mí mismo, había dos colegas en todo el piso, que normalmente (pero, ¿qué es eso de normalmente ahora?) debían alojar unas cuarenta personas.

Yo no sé si volveremos a los viejos tiempos, pero lo dudo mucho. Eso sí, hay algo que no ha cambiado lo más mínimo: que se hace tarde y, por tanto, es hora de terminar esta entrada.

viernes, 9 de octubre de 2020

Más Pajottenland: el Congoberg

¿Y esos olvidos? No hace tanto estábamos paseando por el Pajottenland, y quedó pendiente describir un poco el paseo desde Vollezele hasta el Congoberg, así como el motivo de que el cerro en cuestión haya recibido un nombre tan colonial.

Vollezele es un pueblo flamenco cuco y bonito, y está rodeado por una campiña no menos cuca y bonita. Maizales en abundancia, sobre todo, y bastante ganadería. La verdad es que dan ganas de quedarse una temporada por aquí, lejos del bullicio de una Bruselas que, sin embargo, está sólo a una treintena de kilómetros. Las casas cercanas al pueblo presentan un aspecto bucólico, y en casi todas ellas han algún chiquillo curioseando quiénes son esos forasteros que pasan por sus calles.

La región es famosa, como vimos, por sus caballos de tiro, que conserva en un intento atávico de aferrarse a un símbolo, más que a un animal. Y siguen criándolos, como vimos por el camino, en que nos cruzamos con una pequeña manada retozando tranquilamente dentro de un cercado.

Además de las competiciones de caballos de tiro, que continúan organizándose cuidadosamente año tras año, los pajotten tienen otras justas, como la del árbol del año, galardón que no hace mucho recayó en el árbol de la imagen, sin que quede demasiado claro para el paseante lego cuáles son los criterios que guían al tribunal a la hora de elegir un árbol, y no otro de su misma especie y medidas, como representante de todos los árboles de la región en ese mismo año.

Pasado que hubimos el árbol del año, y siempre siguiendo el camino que nos sacó de Vollezele, llegamos al Congoberg, y hora es de preguntarse por el motivo de ese nombre. Contra lo que pudiera suponerse, no es un homenaje a la colonia belga por antonomasia, sino que tiene un origen más prosaico, de cuando la zona estaba jalonada de minas de carbón, y los mineros que trabajaban en ellas, cuando volvían de las mismas, pasaban por el cerro que acabábamos de coronar, con un aspecto bastante desastrado, sucios como un deshollinador chino y, obviamente, con tizne por todo el cuerpo, que les dejaba más negros que blancos. Y, si en Bélgica hay algún lugar de donde se considera que vienen los negros, ése es el Congo, con lo cual enseguida se bautizó el lugar como Congoberg.

Hoy, seguramente, tal desatino desde el punto de vista de la corrección política no sería posible, igual que el acompañante de San Nicolás ha dejado de ser conocido por estos pagos como Zwarte Piet (Pedro el Negro, literalmente). Bueno, en realidad sigue siendo conocido bajo ese nombre, que es difícil que sea considerado racista salvo por cerebros muy torturados, pero lo cierto es que genera controversia. El Congoberg, en cambio, se mantiene incólume, probablemente porque poca gente conoce el origen del nombre y porque, a simple vista, puede parecer un mero homenaje a la colonia, como quien le dedica una calle.

Y vamos a terminar aquí, de momento, las peripecias por el Pajottenland, hasta que haya mejor ocasión de proseguirlas. Entretanto, Bruselas, celosa quizá de la relevancia de las otras capitales europeas, o más bien tan torpe o más que quienes las habitan, está viviendo otra ola de casos de coronavirus, lo cual, si Dios quiere, será el objeto de la siguiente entrada.