La casa llevaba algún tiempo vacía. Los anteriores inquilinos decidieron convertirse en propietarios y compraron una vivienda en Saint Job. Estaba un poco más lejos del centro de Bruselas y de su lugar de trabajo, pero, por lo menos, iba a ser suya y ya no tendrían que preocuparse de pagar un alquiler todos los meses o de que, el día menos pensado, el dueño decidiera que necesitaba la casa para él mismo (poco probable) o para algún pariente y les echara. Sí, en Bélgica el inquilino -o el okupa- no goza de la misma protección que en España, y un propietario no tiene demasiadas dificultades para rescindir un contrato, con tal de que esté bien asesorado. Y doy fe de que el dueño de la casa vecina, que tiene el dinero por castigo y que pasa casi tanto tiempo veraneando en Portugal como en Bélgica, donde vive más de las rentas que de su empresa, está bien asesorado.
El caso es que la vivienda se quedó vacía y yo lo lamenté, porque eran buenos vecinos y ahora a saber quién iba a ocupar la casa. Pasó un mes, pasaron dos y una compañera de trabajo, que andaba buscando casa en Bruselas y se había enterado de que estaba libre ésa, me preguntó cómo contactar con el dueño.
De resultas de algunas humedades en la pared medianera, había contactado en su día con el dueño y disponía de sus datos. Se los pasé a la compañera de trabajo, una griega casada con un alemán, y con la que, por supuesto, terminé comunicándome en alemán.
Al poco tiempo, como no tenía noticias de ella, la llamé.
- ¿Habló usted con el dueño?
- Lo hice, pero llegué tarde. Va usted a tener nuevos vecinos.
- Ah... Lo siento por usted.
- Si quiere, le digo quiénes son sus nuevos vecinos, que se van a mudar dentro de un par de semanas.
- Si es tan amable...
- Es una familia mixta. Él es inglés. Creo que es el representante del Partido Laborista británico en Bruselas. Al menos, parece que lo era. No sé si, después del Brexit, el Partido Laborista mantiene representación en Bruselas, pero es posible.
Y tanto que es posible. Los británicos no pierden ocasión de hurgar y de sacar tajada, a pesar de la pifia que cometieron.
- Ella es alemana. Creo que trabaja en un lobby, pero no sé en cuál. O quizá represente al SPD en Bruselas, más o menos lo mismo que hace su marido.
- Vaya.
- Tienen dos hijas que irán al colegio religioso que hay en el barrio.
Uno podría admirarse de que dos socialistas lleven a sus hijas a un colegio religioso, en lugar de a la escuela pública que también está en el barrio, pero ya hace algún tiempo que es mejor no admirarse de nada. Probablemente ese colegio religioso lo sea más de nombre y por inercia que de contenido. También los hijos de los vecinos anteriores iban al mismo colegio, y me consta que al menos el padre veía la religión como algo más histórico que actual, y aceptaba que sus hijos fueran a clase de Religión como el precio que había que pagar por que sus hijos asistieran a clase en un colegio que, después de todo, debe ser bueno, prescindiendo de su carácter confesional o no.
A las dos semanas, en efecto, apareció un camión de mudanzas y una cuadrilla de mozos. Durante un día completo, muebles y más muebles pasaron del camión a la vivienda, con la ayuda de una grúa, una plataforma y mucha paciencia. Uno de aquellos días estaba yo teletrabajando desde casa y escuché en el jardín algunas conversaciones en inglés y en alemán, de manera indistinta. Quizá el inglés hubiera aprendido alemán, todo es posible; desde luego, las hijas lo hablaban con corrección.
En Bélgica, y creo que también en España, es el nuevo vecino el que tiene la obligación de presentarse a los anteriores. No es realmente una obligación, claro, pero es de buen gusto. Cuando llegamos nosotros, los anteriores propietarios nos presentaron directamente a los vecinos que les caían bien, pero no a los que les caían mal. Eso ya tuvimos que hacerlo nosotros.
Los vecinos actuales pasaron ampliamente de presentarse. Igual me pillaron fuera y, teniendo en cuenta que vivo solo, renunciaron a tomar contacto conmigo, pero, qué sé yo, hay un buzón en el que me pueden dejar una nota. También es posible que se acercaran y vieran mi nombre escrito en la placa de la puerta, con los dos apellidos que delatan mi condición de sureño, y ya se sabe que ciertos ingleses y alemanes tienen un marcado complejo de superioridad.
Pero, claro, después de todo vivimos puerta con puerta y pared con pared. Es imposible no encontrarse. Y así fue. Alguna vez nos cruzamos. Él era un hombre muy entrada la cuarentena, o quizá algo mayor, razonablemente corpulento, por no decir obeso, y con gafas tan gruesas como él mismo. Yo, que soy miope, pero no demasiado, cuando salgo a la calle no suelo llevar gafas, así que tengo un aspecto como ausente, con la mirada perdida, además de ser de natural huraño, de modo que -lo reconozco- no animo mucho a que se me dirija la palabra.
Las primeras veces que nos vimos nos limitamos a un gesto con la cabeza. El mío debía ser más perceptible, porque, al fin y a la postre, yo tengo cuello. El cuello del británico estaba oculto tras una capa de pellejo que unía la cabeza con el tronco. Yo no veía claro que no se hubieran presentado ellos, y él a saber qué pensaría de mí, pero seguro que nada bueno.
Un día le pillé cargando el coche con un montón de cachivaches, como quien se va de viaje, y decidí abordarlo ¿En inglés? Jamás. En alemán, por supuesto.
- Naja, viel zu tun heute? (¿Qué, mucho que hacer hoy?)
El inglés se me quedó mirando, obviamente desconcertado por el hecho de que un extranjero le abordara en otro idioma que no fuera el inglés, esa lengua que todos tienen la obligación de conocer.
- Ja - contestó.
Mucha conversación no daba, la verdad.
- Viel Spaß noch! (¡A seguir disfrutando!)
En alemán y en directo queda menos irónico que en español, pero a saber cómo se lo tomó. Dicho esto, y como se me hacía tarde, más o menos como ahora mismo, monté en la bicicleta y me alejé de allí.
Desde entonces, nos hemos encontrado por la calle bastantes veces. Nunca hemos pasado de la inclinación de cabeza, y parece difícil que lo consigamos, al menos en el corto plazo. Igual piensa él que soy un poco rarito, o soy yo el que piensa que él hubiera debido dar el primer paso. El caso es que hemos empezado la relación de manera muy mejorable, y que sólo Dios sabe si pasaremos a conversaciones de cierto calado.
Puesto que con él las cosas están complicadas, cabría preguntarse si con la esposa la relación sería menos tirante, al menos para lo que un español considera tirante, porque igual un inglés cree que somos los mejores amigos. Pero este aspecto queda para una entrada posterior, porque el año se termina, y hay que hacer balance antes de que se haga tarde.