Es el momento de echar un vistazo a la cosecha. Quien más quien menos, el fenómeno de la jardinería en Bruselas es frecuente, y no se trata únicamente de jardinería ornamental, sino que muchos bruselenses desempeñan una jardinería mixta, en la que no faltan flores, ciertamente, pero se deja un espacio para cultivos con destino a la cocina, y no a los jarrones.
Entre esos bruselenses con jardín de comestibles me encuentro yo, que llevo un par de primaveras y veranos, al menos mientras lo permite el tiempo, que no siempre, transformando el jardín para ponerlo todo lo posible a mi gusto. Comencé por la operación parra, y aquí tengo que confesarme de que la parra es uno de mis recuerdos de infancia más agradables. He pasado veranos enteros en mi primera juventud en que, las tardes de más bochorno, tomaba un cubo con agua y me acercaba en bicicleta a un caserón deshabitado, propiedad en su día de mis abuelos, donde a la sombra de una parra y de una higuera me dedicaba a la lectura de literatura intrascendente, como novelas de detectives ¿Que para qué era el cubo? Para lavar la fruta que tomaba de la misma parra, o de la misma higuera, y que se convertía en mi merienda. Y así volvía a casa cuando la luz no daba para continuar la lectura y a veces, llevaba a mis padres, en el mismo cubo que ya no tenía agua, algún racimo de uvas o algún higo para hacerme perdonar la ausencia de toda la tarde.
Cuando entramos en la casa de Bruselas, había una parra, pero una parra rastrera, enroscada en una barandilla que conduce de la casa al jardín, y que daba una uva menuda, negra y huesuda, aunque, eso sí, dulce. Por diferencias sobre qué hacer con ella, no fue hasta la primavera del año pasado que no pude tomar decisiones sobre su destino por unanimidad, que es como se deben tomar las decisiones, ¿no? Pero llegó ese momento y, con él, llegaron las primeras obras.
Pues señor, en aquel momento decidió la vecina de pared medianera y de jardín que ya tenía suficientemente visto el seto que divide nuestros respectivos jardines. No era para menos: el seto estaba medio muerto y, a medida que pasaba el tiempo, se veía cómo pasaba de medio a tres cuartos, de manera que daba pena verlo, por una parte. Por la otra parte, lo que se veía a través del cada vez más magro seto eran nuestros respectivos jardines y a quienes, es un suponer, retozaban en ellos o hacían topless. En fin, que me parece que mi vecina quería un poco de intimidad, además de vérsela una persona preocupada por la estética que el seto medianero estaba perdiendo a ojos vista.
Llegamos fácilmente a un acuerdo y se cambió el seto por otro, más o menos por el lugar donde surgía del suelo la parra. Coincidiendo con ello, yo levanté un palo que clavé al suelo para montar una suerte de emparrado primitivo, desenrollé la parra de la barandilla y, con bastante trabajo, la podé de manera que se enredara por los alambres con los que uní los puntos más elevados de esa parte del jardín. La parra se estresó de manera más que evidente. No ya le cambiaban el seto vecino, sino que la cambiaban de sitio, todo lo que a un árbol se le puede cambiar de sitio. Así pues, el año pasado se limitó a echar un par de racimos birriosos, que las avispas devoraron, y a lanzar un par de sarmientos vacíos, pero que eran un inicio.
Este año, sin embargo, libre ya de las cuitas de la primavera y verano precedentes, la parra ha decidido que se iba a dedicar a crecer y reproducirse, y así lo ha hecho. Ha echado ramas a derecha e izquierda, lo cual ya viene a dar una sombra que comienza a ser bastante decente, mientras por otra parte, a su debido tiempo, se ha puesto a producir racimos a troche y moche. En España, la uva de mesa comestible se encuentra ya en agosto. No es así en Bruselas, donde el tiempo es bastante menos caluroso. En el caso que nos ocupa, hasta entrado septiembre no hay esperanza de encontrar uvas con la suficiente maduración como para que no nos hagan torcer el gesto al probarlas.
Dicho esto, la verdad es que este año la sombra de la parra la he disfrutado hasta ahora más bien poco. En realidad, aunque ahora hace buen tiempo, el período que me he esperado en Bruselas hasta empezar a disfrutar de las vacaciones ha sido escaso en sombras, así, en general. Para que haya sombra al aire libre es fuerza que haya sol, y de eso no se ha visto mucho en los primeros días de agosto, en los que sólo en contadas ocasiones he podido apreciar mi propia sombra, cuánto más la de la parra de mis entretelas.
Pero bueno, ya asoman las uvas, gracias al buen tiempo que comienza a hacer, así que espero manipular las uvas como es debido para comer las que estén de mejor ver y hacer mosto con las restantes, antes de que lleguen las avispas y, como tantas veces, se haga tarde, como hoy mismo está sucediendo, así que cortemos esta entrada por lo sano, como en una poda cualquiera, y vayámonos a otros quehaceres que quedan por abordar en este día de hoy.
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