Los vecinos de la izquierda actuales son un matrimonio mixto, como tantos en Bruselas, en este caso anglo-alemán. La mujer es alemana y el marido es británico. Por supuesto, hablo alemán con los dos, sobre todo con él. El inglés, como el francés, hay que evitarlo todo lo posible y más con los nativos, con la posible excepción de Claudine, que es de armas tomar.
El caso es que la separación entre los jardines no está muy cuidada, porque el propietario, un geómetra belga forrado que tiene varias casas en alquiler y pasa medio año o más en Portugal, no está por la tarea y sus inquilinos no se ven allí para siempre. Y la verdad es que yo tampoco, aunque sea (co)propietario del inmueble. La separación consiste, pues, en una alambrada y, en algunas zonas, en unas tablas de madera a guisa de valla. Ello no quiere decir que carezcamos de intimidad, no. Como quedó dicho al principio, entre los jardines de ambos hay vegetación bastante espesa, incluyendo un par de árboles y, y ahora llegamos al tema de esta entrada, un enjambre de zarzas con sus correspondientes espinas.
A mí me gustan las moras, pero no tanto como para compensar el disgusto que me producen las zarzas y sus pinchos, así que, a la que tuve tiempo, me dediqué a rebajar las zarzas todo lo que estuvo en mi mano. Bueno, la verdad es que lo que pronto estuvo en mi mano fue un número enorme de heridas y agujeros, porque, por mucho que llevara guantes, lo cierto es que las espinas de las zarzas son puntiagudas y se las traen. Pero, al final, tras muchas horas de podar y podar, conseguí no eliminar, cosa imposible, pero sí al menos rebajar bastante las zarzas. Vano intento: como si la poda las hubiera reforzado, al año siguiente regresaron con enorme fuerza, pero, al menos, ya se pusieron a dar frutos, y la verdad es que este año, para compensar las pocas frambuesas que me han tocado, he podido comer bastantes moras que, aprovechando el calor que hizo en junio (y no en julio ni agosto, pero sí en septiembre), han madurado con rapidez.
Por lo demás, después de unos días de asueto, he vuelto a Bruselas y al jardín y me he encontrado con muchas malas hierbas, además bastante altas, pero parece que ha hecho el suficiente calor como para que no hayan crecido en exceso. Los primeros días de septiembre pasarán a la historia de Bélgica como los más calurosos, no sé si desde que hay registros, pero con seguridad desde que estoy por aquí. Llevamos una semana por encima de los treinta grados y, así como a los invitados que tuve en agosto no había manera de convencerlos de que en Bélgica podía no llover, de tan mal tiempo como hizo, a los invitados que acabo de acompañar al aeropuerto no ha habido manera de convencerlos de que en Bélgica han vivido un fenómeno único y que lo más normal es que haga mucho menos calor y que tengan que hacer uso intensivo de ese chubasquero que les convencí de que trajeran y que se han limitado a sacar de paseo y a cargar inútilmente en su maleta.
En fin, sea como fuere, y por muy domingo caluroso que sea, voy a salir al jardín a trabajar un rato, no se me vaya a hacer tarde, cosa que ocurrirá indefectiblemente si continúo escribiendo líneas y más líneas de esta entrada.
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