Y así es. La práctica ha demostrado que las frambuesas van por su cuenta y que, al menos las que crecen en el jardín, son lo que en la jerga naranjera se llama “añero”, es decir, que un año dan fruto bastante abundante, mientras que el siguiente apenas dan. Las varas se van secando con regularidad, pero van surgiendo otras a su libre albedrío. Últimamente ya ni les pongo tutores por pura y dura falta de tiempo, y este año, que tocaba poca cosecha, ni siquiera arranqué las malas hierbas que crecen entre las varas. Y efectivamente, la cosecha ha sido escasa, y además la he tenido que compartir con las avispas, que visitan el jardín con más frecuencia que yo, que tengo que trabajar y dedicarme a otros quehaceres y no estoy todo el tiempo pendiente de cuándo hay una frambuesa en su punto justo de maduración. Las avispas no. Las avispas están a la que salta y, en cuanto detectan una frambuesa lo suficientemente dulce para su paladar, van a por ella.
En fin, que este año habré comido un puñadito, siendo generosos, y es lástima, porque me encantan. Espero que el año próximo, si Dios me da salud y me conserva el jardín, pueda resarcirme, porque entonces tocará cosecha más abundante y tengo la intención de ponerme las botas.
Entretanto, toca buscar alternativas, y las hay. Se trata de una alternativa que también se comparte con las avispas, pero este año la cosecha está siendo excelente y está habiendo para todos. Se trata de las moras, fruto que vamos a dejar para la próxima entrada, porque hoy voy un poco pillado de tiempo.
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