Alberto II sucedió a su hermano Balduino a la muerte, repentina, de éste. Si la cosa hubiera podido hacerse con tiempo, quizá no estaría en la lista de mandamases y nos hubiéramos ahorrado una entrada, pero hubo que reaccionar de sopetón al infarto y fallecimiento del rey, y las monarquías son así y, de hecho, ésa es una de sus principales ventajas: el sucesor está previsto y a punto, sin votaciones ni manejos volubles. En España es el Príncipe de Asturias el que sube al trono desde que Enrique el Doliente inició la tradición, allá por el final del siglo XIV en Castilla. En Navarra y en la Corona de Aragón, donde la cosa gustó, eran el Príncipe de Viana y el Príncipe de Gerona, respectivamente; en Francia era el delfín, así, y en Bélgica el rey in pectore lleva el título de duque de Brabante.
Y el duque de Brabante, cuando Balduino I pasó a reunirse con su creador, era Alberto II. No era la primera vez que pasaban estas cosas inesperadas, como ya vimos, porque Alberto I ya se vio en las mismas, o en parecidas, pero comenzó a morir gente y, al final, le tocó a él ponerse la corona. Se dice que, si Balduino hubiera preparado con tiempo la sucesión, le hubiera tocado a su sobrino, hijo de Alberto, pero eso son habladurías y yo no les daría mucho crédito, porque los reyes no parecen muy proclives a alterar el orden sucesorio que les ha llevado a ellos mismos a la jefatura del Estado. Los que lo hacen, y no digamos si lo hacen ilegalmente y con desprecio de las normas más básicas, lo que a menudo provocan es una guerra civil, o más de una.
Si había dudas con respecto de la idoneidad de Alberto II para reinar, se debían a que en cuestiones de ejemplaridad estaba algo alejado de su hermano. Vale, a Balduino se le quiere elevar a los altares, cosa que supongo que sucederá un día u otro, mientras que a Alberto II no parece probable que nadie lo proponga para el santoral, ni siquiera cuando fallezca y todo el mundo diga lo buena persona que era, que seguro que sí, pero parece que le puso los cuernos a su esposa en alguna que otra ocasión. No creo que llegase a los extremos de Felipe el Bueno o de otros duques de Borgoña de gloriosa memoria, para quienes el adulterio era una costumbre más, pero que quede claro que Alberto II no sólo tiene hijos de su matrimonio con la reina Paola, aunque no lo terminó de reconocer hasta que no tuvo más remedio, después de someterse a pruebas de ADN por orden del Tribunal de Casación belga, y arrastrando mucho los pies.
Así como su hermano se negó a firmar la ley del aborto belga, Alberto II ha firmado sin el menor problema la de la eutanasia (él verá si se la acabarán por aplicar...) y la del llamado matrimonio homosexual, así que forma parte de los católicos (entendemos que se considera como tal) partidarios de quitarse el sombrero católico cuando les conviene y ponérselo sólo cuando no les ve nadie.
¿Y de qué se ocupa un rey de los belgas en estos tiempos en que se podría pensar que es un adorno? Pues, por ejemplo, de intentar que haya un gobierno, cosa nada sencilla en este bendito país. Él fue quien tuvo que lidiar con la crisis de 2010 y con los 541 días con gobierno en funciones, encargando a Fulano y a Mengano que intentaran formar una coalición, normalmente quedándose en el intento. Como además, no quería tener nada que ver con Vlaams Belang y siempre se negó a recibirlos, mientras que iban ganando en fuerza, la cosa se complicó bastante, pero finalmente hubo gobierno. Le tocó dirigirlo a un socialista homosexual, lo cual no parece muy monárquico, pero ya digo que Alberto II está bastante por encima de esas cosas. De todas formas, desde la reforma constitucional de 1994 que ya le tocó firmar a Alberto II, que era rey desde el año anterior, y el maremágnum de regiones, comunidades lingüísticas, competencias competencias y el sursum corda en que se ha convertido Bélgica, cualquiera que sea capaz de formar gobierno está haciendo un favor enorme al país, así sea homosexual o el mismísimo Marc Dutroux. Bueno, quizá éste último no sea un buen ejemplo...
Tanto lío cansa a cualquiera, y el rey estaba próximo a cumplir ochenta años, que es uno de esos momentos en que se piensa si no vale la pena jubilarse. No llevaba yo ni un año en este país que me acoge, cuando Alberto II anunció que lo dejaba y que pasaba el testigo a su hijo, que ya estaba preparado para hacerse cargo de las tareas inherentes a un rey. Así que, un buen 21 de julio de 2013, fiesta nacional, Alberto II se lavó las manos y su hijo Felipe dejó de ser duque de Brabante para convertirse en Felipe I.
Pero de ése hablaremos en otra ocasión, porque ahora se hace tarde.
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