Vladímir Vólfovich Zhirinovsky falleció el mes pasado a causa del COVID-19 después de varios meses de sucesivas entradas y salidas del hospital, sin que le diera tiempo a ver la victoria de Rusia en la guerra, u operación bélica especial, según donde se lean estas líneas, que su país mantiene en territorio ucraniano, o así. Ahora mismo no sabemos si esa victoria se producirá finalmente, pero lo que sí parece claro es que Rusia no tiene ninguna vocación de abandonar los territorios que ha ocupado y que más pronto o más tarde va a engullir, si sigue en ellos, claro.
Zhirinovsky nació de padre judío y madre rusa (lo de la ascendencia judía sólo se supo mucho después y de refilón, y él mismo se reía del asunto) en Alma-Atá. Se hizo conocido de sopetón, cuando su partido quedó segundo, después del comunista, en las elecciones de 1993, con un discurso nacionalista muy acentuado en términos absolutos, pero moderado en términos relativos, porque había cada uno que p'a qué.
El Kremlin y los sucesivos partidos del poder le pusieron palos en las ruedas de todo tipo, con tal de quedarse con su electorado, hasta acabar entrando en el Parlamento por los pelos. A todo esto, Zhirinovsky no tenía absolutamente nada de antisistema, sino que destacó en los debates frente a quienes intentaban convertirlo en una democracia de mentirijillas, como la nuestra (véase Nemtsov), o bastante más de verdad, véase Ryzhkov. Hay que decir que eso no le sirvió siempre para que les respetaran ni un poquito, como en las municipales de Moscú de 2009.
Yo ya sé que puede chocar un poco que califique a Zhirinovsky de nacionalista moderado, cuando en los medios occidentales lo más suave que se ha dicho de él es "ultranacionalista", pero es que en Rusia decir nacionalista no es decir mucho, porque lo son todos. Para ser ultranacionalista hay que ponerse, no sé, a reclutar un ejército para invadir países vecinos, como hizo el amigo Limónov.
Caramba, qué coincidencia...
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