No me preguntéis por qué, pero los belgas decidieron en algún momento hacer tabla rasa de toda su historia anterior a 1830 y empezar de cero, así que el actual rey no es Felipe IX, sino Felipe I. Hasta ahora se habían limitado a Albertos, Leopoldos y un Balduino, nombres que no aparecían en las listas de monarcas anteriores, pero con el actual jefe del Estado, la cosa cambia. Claro que es fácil argumentar que no procede usar la misma numeración con reyes que con duques, y es bien cierto, pero da un no sé qué ver a un Felipe I a estas alturas del felipismo. Se me podrá replicar con razón que los prusianos hicieron algo muy similar cuando el elector de Brandemburgo pasó a ser rey de Prusia tras la guerra de Sucesión de España, pero también hay casos en sentido contrario, como cuando Pedro I se convirtió en emperador ruso y entre sus sucesores a nadie se le ocurrió cambiar la numeración, y así tuvimos a un Iván VI, que fue emperador, cosa que no fueron los cinco anteriores ivanes que había conocido el Gran Ducado de Moscovia.
Pero estas disquisiciones interesan poco a nuestros efectos. Del actual rey, parece que es un señor bastante discreto cuya mayor ocupación, actos institucionales aparte, debe consistir en que exista un gobierno o alguien intentando formarlo. En un país tan sumamente dividido como éste, en que, más que coaliciones, lo que hay son rompecabezas, éste no es un trabajo menor y no tiene aspecto de mejorar, sobre todo si en el cordón sanitario se incluye no sólo Vlaams Belang, sino la Alianza Neoflamenca, también independentista y que a veces se incluyen ellos mismos en el cordón sanitario, a pesar de que son el partido más votado del país y gobiernan en Flandes y en no pocos de sus municipios.
Del rey Felipe se han esparcido bastante rumores, probablemente bastante infundados. Como familia real, le saca cierta ventaja a la que se hace pasar por tal en España: no sólo tienen cuatro hijos, pulcramente divididos entre varones y mujeres, en lugar de quedarse en dos, espero que porque Dios no les diera más, sino que la reina Matilde, todo sea dicho, le saca cierta ventaja a la consorte de nuestro Felipe. No sólo es de familia noble, caso único en las descastadas monarquías europeas actuales, sino que sonríe con mucha más frecuencia y evidentemente de manera menos forzada que el protoanoréxico y archivegano caso español, que a fuerza de escuálida no es extraño que encuentre dificultades para sonreír y se limite a esbozar una mueca que no es sencillo interpretar como aprobación de nada. La familia real belga, en cambio, cae bien a casi todo el mundo, aunque de vez en cuando haya algún malentendido. Incluso veranean en España, como un porrón de sus súbditos belgas, sin llamar demasiado la atención, y hasta se les ha visto en familia peregrinando a Santiago de Compostela como quien no quiere la cosa.
Lo que es difícil decir del rey Felipe de Bélgica es que sea mandamás, cosa que se podría haber podido llegar a predicar de alguno de sus antecesores. Bien mirado, hemos llegado a un punto en que da la impresión de que en Bélgica hace tiempo que ha dejado de haber mandamases, si por mandamás entendemos alguien que puede, al menos hasta cierto punto, hacer y deshacer sin que nadie le enmiende la plana. Un Sánchez de la vida, puestos a comparar con lo que sería el caso español.
Aquí, las competencias están tan divididas que es difícil identificar quién manda. Entre regiones, municipios, comunidades lingüísticas, micropartidos políticos y un enjambre de entidades a cuál más complicada, aquí manda demasiada gente, y el resultado es un pandemonio de mil pares de narices.
Pues señor, hemos llegado finalmente al final de esta bendita serie de mandamases de Bruselas, después de casi dos años y medio y no sé ni cuántas entradas. No sé el respetable lector, pero yo he aprendido muchísimo escribiéndola. Para un español, es un poco sorprendente cambiar de perspectiva y ver el mundo no desde la óptica española, que es como estudiamos nosotros el período de la Casa de Austria, sino desde una perspectiva mucho más global, o simplemente belga. Es curioso descubrir que la rivalidad franco-española es, también, o quizá mucho más, la rivalidad franco-borgoñona, y que posiblemente viene de la Guerra de los Cien Años y del asesinato de Juan sin Miedo, antepasado de los reyes de España que siguieron, aunque eso no lo veréis en ningún libro de Historia de España. Y no es menos curioso ver que los Reyes de España, con todo el jaleo que se montó por estas tierras y con todo lo que tenían que perder (y perdieron) si se quedaban, jamás consintieron en abandonarlas o cambiarlas, porque las consideraron el origen de su familia, una especie de tierras patrimoniales, e invirtieron lo que no tenían en enviar tropas para resistir a los distintos enemigos que las rodeaban. España sólo abandonó Flandes cuando la Casa de Austria se extinguió y pasó a ser Rey un chaval francés que no tenía ya la concepción de Flandes como la cuna de sus antepasados. De hecho, no mostró demasiados problemas en cederlos a la Casa de Austria que seguía gobernando en Austria y que sí consideraba aquellos estados como la cuna de su dinastía.
Sea como fuere, hasta aquí hemos llegado con esta serie, pero seguirá habiendo oportunidad de echarle un ojo a la historia y otras circunstancias de estas tierras, que dan para mucho. Pero eso será en otra ocasión, porque hoy se hace tarde.
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