Antes de nada, debo aclarar que ésta es una entrada sobre religión, así que, a quien no le interese el asunto, queda avisado. Al lector no se le ocultará que un porcentaje relativamente importante de las entradas de la presente bitácora versa, efectivamente, sobre religión, a pesar de que es un dominio que está ausente del debate actual, como si no tuviera importancia o, si la tiene, no debiera tenerla.
Pero la tiene. Y la ha tenido siempre. La tiene hasta el punto de que uno de los rasgos que emplean los prehistoriadores a la hora de valorar el desarrollo intelectual del hombre primitivo son los indicios de que dicho hombre tenía un concepto de lo sobrenatural, por ejemplo, enterrando a los muertos de la tribu en sepulcros construidos con ajuares, como señal de que la muerte no es el final.
La creencia generalizada en Dios ha sido constante hasta hace bien poco. Ciertamente, eso no es incompatible con la presencia de gente que no crea en Dios, prácticamente desde siempre, pero siempre ha habido una masa mayoritaria de personas que sí que creía y que venía actuando en consecuencia. Hoy no estoy tan seguro, ni siquiera entre los que asisten a misa, al menos en Bélgica. El ejemplo más claro que conozco se da en la liturgia católica. Cuando se acerca el momento de la consagración, en que la hostia se transforma realmente en cuerpo de Cristo y, por lo tanto, en Dios, la norma litúrgica señala que lo que procede es arrodillarse y quedarse de rodillas todo el tiempo que dura la liturgia de la consagración, y hasta después, como señal de respeto y adoración. Que es Dios, y no el Black Lives Matter o cosas así.
Cuando llegué a Bélgica, me sorprendió sobremanera cómo estaban dispuestas las iglesias. En España, todavía hoy, y esperemos que por mucho tiempo aún, en las iglesias hay bancos, que tienen una especie de reclinatorio por detrás para facilitar que el feligrés que se siente en el banco de detrás pueda arrodillarse sin dificultad sobre el reclinatorio del banco anterior.
Aquí, no. Es decir, en según qué sitios, sí, pero pasa poco, al menos en Bruselas.
La regla en Bruselas consiste en que los bancos no se usan. Se usan sillas, y dentro de esta categoría uno encuentra realmente de todo. Suelen ser sillas acolchadas, de asiento bajo, que dan la posibilidad, al menos teórica, de girarlas cuando llega el momento de la consagración y arrodillarse sobre ellas, pero en realidad hay poquísima gente que lo hace. En San Marcos, la iglesia más próxima a mi casa, ni siquiera hay ese tipo de sillas, sino unas de lo más cutre, de plástico, que hacen juego con ese templo construido en los desnortados años setenta y actualmente en práctico desuso.
El resultado es que en los templos católicos belgas apenas se arrodilla nadie. En el mejor de los casos, la gente se queda de pie durante la consagración, pero también hay quien, quiero pensar que por problemas de movilidad, se queda sentado. Comoquiera que, luego, los que se quedan sentados terminan por levantarse para salir del templo, los problemas de movilidad parecen ser relativos.
Lo que pasa es que arrodillarse es un signo. Un signo de que lo que está pasando delante de uno es la llegada de Dios a la presencia del pueblo que está ahí, esperando. Si nadie salvo cuatro (o menos) se arrodilla, no deja de ser un signo también, pero un signo de lo contrario, de que lo que está sucediendo no implica la presencia real de Cristo. Estoy segurísimo de que si Cristo no llegara bajo la forma de un trozo de pan, sino entre truenos y relámpagos en toda su majestad, como creemos que pasará al final de los tiempos, no sólo nos íbamos a arrodillar todos, sino que nos tumbaríamos en el suelo a dar barrigazos. Pues el caso es que es lo mismo, pero tengo la viva impresión de que quienes están allí no lo terminan de creer.
Y aquí me pregunto yo, ¿qué fue primero? ¿Dejaron los belgas de creer en Dios, y luego, como no se arrodillaban, cambiaron los bancos por esa porquería de sillas? ¿O primero pusieron las sillas, dejaron de arrodillarse, y finalmente de creer en la presencia de Dios en la Eucaristía? No tengo ni idea, pero estoy casi seguro de que las dos cosas van unidas.
En la situación actual, el caso es que arrodillarse requiere un esfuerzo. Los pocos que lo hacemos terminamos con las rodillas en el duro suelo de piedra, mientras los demás nos miran con aspecto de estar viendo un bicho raro. Entre las cosas que nunca pensé que echaría de menos de España ocupan un lugar destacado nada menos que los bancos de las iglesias con su tabla (¡a veces acolchada!) para arrodillarse. No los valoramos lo bastante porque no nos imaginamos lo mal que lo pasan las rodillas cuando no están.
Se me dirá que la población belga que asiste a misa es bastante provecta, por regla general, y que a ciertas edades no es exigible que la gente se arrodille. Sí y no. Hay ancianos que bastante tienen con mantenerse en pie, cierto, y que no están en condiciones de arrodillarse; desde luego, no en el duro suelo, aunque quizá un poco más si la infraestructura se lo permitiera. Pero hay gente más joven que yo, quincuagenario de pro, y no hacen el menor esfuerzo por dejar su posición vertical.
No sé si los lectores de esta bitácora que quedan han asistido en algún momento de sus vidas a las misas celebradas según la liturgia anterior a la reforma que volvió los altares del revés y abandonó el latín por las lenguas vernáculas. Yo lo he hecho en alguna ocasión, y créanme que casi pasa uno más tiempo de rodillas que de otra manera. Es literalmente imposible que uno no tenga presente que allí está pasando algo que exige mucho respeto.
Me suena que la reforma litúrgica se ratificó en 1969. Sí, poco antes de la construcción de San Marcos. Ya venía cociéndose desde diciembre de 1963. Al principio, supongo que por la inercia de la situación anterior, lo más probable es que no hubiera grandes diferencias. Pero desacralizar la liturgia no ha salido gratis. Quizá no sea la única causa de lo que está pasando en Bélgica y en el mundo, pero va a ser muy difícil convencerme de que no es una de las causas.
Se empieza simplificando la liturgia, haciendo opcional el arrodillarse, sobre todo para los que tienen dificultades para ello. Se sigue haciéndolo opcional, de hecho, para todo el mundo, porque arrodillarse es muy pesado para cualquiera. En algún momento se quitan los bancos y se sustituyen por sillas, porque, total, arrodillarse es opcional, con lo dejan de hacerlo los que seguían en sus trece. Y se acaba perdiendo la fe y yendo a misa por inercia. Inercia que termina en algún momento en que uno se da cuenta de que está perdiendo el tiempo o haciendo el canelo. Y, si no se da cuenta, llega una pandemia y los obispos belgas suspenden todas las misas, lo que permite sospechar que tampoco ellos terminan de dar mucha importancia a lo que está pasando. Después de todo, uno empieza suspendiendo misas, porque huy qué miedo tenemos a contagiarnos, y termina bendiciendo uniones de homosexuales.
No vamos a terminar aquí. Si alguien cree que Cristo no está presente en la Eucaristía, las consecuencias no han hecho sino empezar.
Espero que no sigan mucho tiempo, al menos hoy, que se ha hecho tarde.
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