lunes, 31 de octubre de 2022

Cortinas (IV). La instalación

¿Quién se dedica a ir montando cortinas en este mundo? Ya se lo pregunté al que vino a tomar las medidas de mi irregular habitación.

- Bueno, enviaré a uno de mis operarios, que es especialmente ágil y podrá trepar por estas alturas.

Casi tres metros. Porque claro, aunque los techos de mi habitación no parezcan especialmente altos, los triángulos, fatalmente, tienen vértices, y por ahí iban las medidas del vértice superior, que era la altura máxima a la que debía llegar la cortina. Y sí, alguien tenía que llegar hasta allí esquivando las vigas que había plantadas por el medio y que estorbaban lo suyo.

Al final, no vino el instalador titular, ése que era especialmente ágil y que podría trepar por las alturas. Por un malentendido, el día que tocaba, pero que nunca me confirmaron, no me pilló en casa, y hubo que traer un día de reserva, con una instaladora muy pequeñita y delgada, que parece que es el tipo perfecto para hacer ese tipo de trabajos. Además, tenía una voz atiplada y, por si fuera poco, no llevaba la escalera plegable y le tuve que ayudar a subir la que llevaba ella. Vamos, una alfeñique de libro, o eso me parecía a mí, pero qué va. En cuanto cogió el taladro, la mujer se transformó y se puso a hacer unos agujeros en los bloques que aquello parecía más mantequilla que hormigón. Y trepaba que no veas.

La verdad es que la mujer tardó bastante y no le pude hacer un seguimiento muy detallado porque yo estaba teletrabajando y tenía bastantes cosas que hacer, pero me llamó cuando todo estuvo terminado. Era un día soleado, de ésos que hay pocos en Bruselas por marzo, pero los hay, y las cortinas eran efectivamente muy opacas y no dejaban pasar apenas luz. Las agarré con satisfacción y, al extenderlas, vi un punto de luz, poca cosa, pero punto al fin, que pasaba a través del material.

- ¡Huy! ¿Qué es esto? - le pregunté a la operaria.

- ¡Ya lo sé! - dijo desconsolada - Ya se lo he dicho a la tienda. Hay cinco como ésos en el tejido.

- Pero esto no puede ser…

- Le tendrán que hacer una nueva cortina. Aun así, me han dado instrucciones para que le pida a usted que pague el resto de la factura.

“¿Están de coña?”, pensé. Evidentemente, si pagaba el resto de la factura, la reparación de las cortinas iba a pasar a la cola de las prioridades de la tienda. De las prioridades presentes y futuras.

- Señora, no puedo hacer eso. Eso sería como aceptar que el trabajo ha estado terminado correctamente, cuando no es así.

- Lo comprendo - dijo la señora cabizbaja.

Claramente la señora no estaba por la labor de discutir, ni era su trabajo.

- Déjelo estar así por ahora, y yo llamaré a la tienda y les pediré una reparación.

- De momento, por lo menos, podrá usted dormir sin que le moleste la luz.

- Eso sí.

Los cinco poros, funcionalmente, no representaban el menor problema, y menos de noche, pero no es lo que uno espera cuando paga un pastonazo por el producto, tanto más cuanto que pueden ser el origen de que se rasguen por ahí en un futuro. El caso es que sí, el producto estaba defectuoso, pero la persona que tenía delante era simplemente la instaladora de un producto que le venía dado por las costurera y no tenía la menor culpa del asunto, así que se fue presentándome mil disculpas por algo que no había hecho ella, y yo me quedé con unas cortinas opacas a más no poder, excepto en algunos puntillos que sólo se veían si uno prestaba atención. Cinco, según la instaladora, aunque yo no descubrí más que tres, así que supongo que los otros dos estaban por allí arriba, en lugares que yo no alcanzaba a divisar.

A partir de ahí, comencé a dormir mucho mejor. No es que durmiera mal antes, pero no comparemos. El tercer grado terminó y, como tantas otras veces sucede, bastó que tuviera mi cortina opaca en su sitio para que la escuela de donde venía la luz cegadora decidiera que no tenía ningún sentido mantenerla encendida de noche, y la quitó sin más. La luna no. La luna, cuando no había nubes, seguía reflejando la luz como debe ser y ha hecho siempre. Cómo se nota que no tiene que pagar las facturas a Engie Electrobel.

Muy bonito todo, pero, claro, quedaba un fleco por resolver. Supongo que la tienda querría cobrar el resto de la factura, al igual que yo quería unas cortinas sin poros traslúcidos. Pensar en que la tienda tomara la iniciativa, pensé para mis adentros, era un poco ilusorio. Yo no sé cuál sería el coste de fabricación de unas cortinas nuevas, pero no tengo nada claro que Heytens estuviera obteniendo beneficio de esta operación, así que quizá les saliera a cuenta dejarlo correr y renunciar a los alrededor de quinientos euros que les quedaban por percibir, con tal de no arrostrar el engorro de volver a encargar la confección de unas cortinas nuevas y proceder a su instalación.

El caso es que, en un alarde de poner al sistema frente a sus límites, me dije que iba a exigir mis derechos como cliente y les iba a pedir que me proporcionasen unas cortinas sin defectos. Respiré hondo y me senté resueltamente frente a mi ordenador para explicar a la tienda hasta qué punto sus servicios estaban por debajo de mis expectativas.

Cosa que veremos en la próxima entrada, porque, claro, hay otras cosas que hacer y se hace tarde para ello.

sábado, 29 de octubre de 2022

Huelguistas

En España, hace poco que he visto un vídeo de un discurso, creo que de Santiago Abascal, que se pregunta por qué, con la inflación desbocada y los precios de la energía por las nubes, no hay protestas sociales, y la respuesta que da es que el gobierno (de izquierdas) financia generosamente a las organizaciones sindicales (a las de izquierdas, que son las mayoritarias que pueden armar jarana), las cuales se cuidan muy mucho de morder la mano que les da de comer.

Yo, como no vivo en España, desconozco si lo que dice Santiago Abascal es verdad en todo, en parte o en nada. Sí que es cierto que el panorama sindical español lo componen dos sindicatos fundamentales, uno socialista, la  UGT, y otro comunista, Comisiones Obreras, y algunos sindicatos menores, de los que me suenan USO, heredera de los sindicatos católicos, CGT, anarquista, y ahora habrá que añadir al propio sindicato que ha auspiciado el partido de Santiago Abascal y que, de forma que recuerda poderosamente a sus aliados polacos, se llama Solidaridad. Y también, lo sé, hay sindicatos de ámbito regional, como los nacionalistas vascos ELA-STV y LAB. En general, los sindicatos están vinculados a partidos de izquierda, menos USO, que -hasta donde yo sé- no está vinculado a ninguno, ELA-STV, que es el bicho más raro de todos ellos, y Solidaridad, que está vinculado a un partido de derechas, y que supongo heredero de sindicatos como Fuerza Nacional del Trabajo y no sé si de los sindicatos verticales. Vamos, que no es insólito que exista. Los obreros tienen derecho a ser nacionalistas españoles (o patriotas, si les gusta más) y los hay que ejercen este derecho.

En Bélgica, el gobierno no es de izquierda, sino del MR, Movimiento Reformador, con una pléyade de partidos que dificultan la adscripción de este gobierno a un ámbito ideológico mínimamente concreto, pero de izquierdas no parecen y, de hecho, no están en el gobierno ni los partidos socialistas de Flandes o Valonia, ni el extravagante partido de extrema izquierda que surgió en las últimas elecciones.

Quizá ello explique que, a diferencia de España, en Bélgica sí que esté habiendo huelgas. Ya hemos hablado de alguna. La próxima, si Dios quiere, tendrá lugar dentro de poco, a principios de noviembre. Convocada en un principio por el sindicato socialista, se ha unido a la convocatoria el sindicato cristiano y, atención, el sindicato liberal ha anunciado que, aunque no se sume a la huelga, sí que apoyará las acciones paralelas que se organicen.

¿Cómo que sindicato liberal? ¿De verdad? Pues sí, de verdad, en Bélgica hay un sindicato liberal, cosa totalmente impensable en España. Uno pensaba que el liberalismo y el sindicalismo eran como el agua y el aceite, pero esto es Bélgica, amigos, y todo es posible. De momento, el liberalismo belga no es un libertarianismo a ultranza ni mucho menos. Ya digo que los liberales no sólo están en el gobierno, sino que mandan en él, a pesar de lo cual Bélgica es un marasmo funcionarial con unos impuestos tan elevados que me hacen reír los que se quejan de la presión fiscal española. Que sí, que el gobierno es de coalición y que los liberales no tienen poder absoluto, pero el que piense que los liberales lo son más que de boquilla, o para llevar a buen término la ideología de género o la Agenda 2030 (eso lo hacen de buen grado), simplemente está aviado.

Aun así, la existencia de un sindicato liberal es chocante, pero no es lo único que llama la atención en la estructura del sindicalismo en Bélgica. Lo primero que resulta llamativo es que los tres sindicatos nacionales, que son los tres convocantes de la próxima huelga, son eso, nacionales. No hay un sindicato flamenco y uno valón, sino uno nacional, eso sí, con su bilingüismo pulcramente establecido a todos los niveles. En un país en el que no hay un partido político de importancia de ámbito nacional (con la excepción de los verdes -Ecolo/Groen- y el marxista partido de extrema izquierda que pulula por ahí), que los sindicatos hayan sido capaces de entenderse entre ellos y de conservar su carácter belga tiene su encanto.

Otro día seguiremos investigando sobre el sindicalismo belga, pero, entretanto, más vale que nos quedemos con los motivos de la huelga, que, tristemente, son los mismos que deberían llevar a acciones parecidas en España, o a peores si estuviera gobernando la derecha: la enorme pérdida de poder adquisitivo de los salarios en el contexto de inflación. Por lo visto, como cualquier economista serio sabe perfectamente, eso de que la culpa de la inflación la tiene Putin es una milonga de tres pares de narices, porque, no en vano, la inflación es en buena medida un fenómeno monetario y, para fenómenos, los mandamases del Banco Central Europeo, que llevan varios años dándole a la maquinita de imprimir billetes bajo la presión y con la connivencia de los gobiernos nacionales, más endeudados que nosotros con nuestro Señor. Putin tendrá una parte pequeñita de culpa, pero, insisto, pequeñita. Y los sindicatos belgas se lanzan a la calle como si una subida salarial fuese a servir para algo, almas de cántaro, más que para alimentar la inflación un poquito más.

La huelga y las otras acciones tendrán lugar el 9 de noviembre. En principio, vamos a dejar aparcado este asunto hasta entonces, mientras medito si sumarme a las acciones o dejarlo estar. Pero ya lo meditaré en otra ocasión, porque ahora se hace tarde.

jueves, 27 de octubre de 2022

Cortinas (III)

Sorprendentemente, muy pocos días después me llamó el operario de la empresa que debía tomar las medidas para confeccionar la cortina. Lo que en circunstancias normales hubiera sido complicadísimo, como es tomar una cita en horario laboral, se ha hecho mucho más sencillo con el teletrabajo generalizado, de manera que pudimos quedar un martes por la mañana, que es un día en que, salvo necesidad imperiosa, me quedo en casa redactando documentos diversos y asistiendo a reuniones a través de pantallas.

El señor apareció con una puntualidad británica, bien vestido y armado con una escalera plegable que yo no sabía ni que existían, pero qué buena idea, tú. La agarró de buen brazo, subió los dos pisos que separan la puerta de entrada a la casa de mi habitación, salvó los seis escalones de la ampliación de autor que hizo el arquitecto anteriormente propietario y, ni corto ni perezoso, desplegó la escalera con ánimo de no entretenerse un minuto más de lo estrictamente necesario. Qué gusto, tú.

- ¿Necesita algo? - le pregunté todo lo solícito que supe.

- No, no, ya me arreglo.

Así le dejé con sus cintas métricas y volví al espacio que he habilitado como despacho en mi casa, y donde redacto documentos diversos y asisto a reuniones a través de pantallas, pero creo que esto lo he escrito ya.

Al rato, y no muy largo, el operario me avisó de que ya había terminado de tomar medidas y, por tanto, se iba.

- Ahora pasaré el encargo a la tienda, que pasará los datos a la costurera con la que trabajan, y ya le avisarán para colocar las cortinas.

Nos despedimos, y yo me quedé admirado de la eficiencia del sistema de la tienda, que hasta entonces, fuerza es decirlo, estaba funcionando como un reloj. Se me aducirá que, con los precios que clavan, ya puede funcionar bien, pero no estemos tan seguros, que no faltan los negocios en Bélgica que, aun desollando vivo al cliente, dan un servicio manifiestamente mejorable.

Me las prometía muy felices y, para colmo, no había pasado apenas nada de tiempo cuando me enviaron la factura de la tienda, para que les pagara una parte a cuenta, cosa que hice sin titubear. Éste es el momento en que podría pensarse que el entusiasmo del proveedor de bienes y servicios belga se enfriaría, pero qué va, a los pocos días me llamaron para concertar una cita y poner la cortina.

- ¿Ya?

- Bueno, le llamo para concertar la cita con tiempo. La costurera nos han dicho que podría estar para finales de marzo.

O sea, cosa de dos meses después de las fechas en las que nos encontrábamos. Con lo bien que habían ido las cosas hasta entonces... Pero bueno, no deja de ser cierto que no estábamos hablando de unas cortinas banales y estándar, sino de algo muy adaptado, muy... triangular y, claro, un trabajo cuidado lleva su tiempo. Hay que comprenderlo.

Acepté, pues, con algo de resignación, la cita que se me ofrecía.

Las siguientes semanas fueron de espera. Es verdad que la lámpara del colegio y la luna llena, cuando la había, eran las mismas de siempre, pero algo había cambiado. No era lo mismo haber pasado todos estos meses, años incluso, bañado por las noches por la luz exterior y sin esperanzas ni perspectivas de que la cosa cambiara lo más mínimo, que la situación actual, en que había una fecha límite a estos sinsabores, que sí, seguían siéndolo, pero el hecho de que su fin estuviera próximo los hacía, si cabe, más insoportables.

Es curioso. Tan lejos como ayer estuve hablando con un compañero cuya fecha de jubilación está a la vuelta de la esquina. De hecho, le quedan cuatro meses casi exactos, antes de descontar vacaciones y esas cosas de última hora. Me dijo que últimamente se enfadaba por cualquiera cosa, y eso que estamos hablando del prototipo de belga, siempre contando cosas graciosas, chistes, y sacándole punta a todo. Pues ni por ésas: asuntos que un año antes le hubieran resbalado sin afectarle lo más mínimo, ahora le sacaban de sus casillas. "Eso es que ya conozco el día final. Ya te pasará a ti", me decía ayer.

Pues lo mismo debía suceder con las cortinas. Mientras no había solución posible, la luz que entraba por la noche en mi habitación era un mal necesario, o más bien inevitable, y es inútil enfadarse por las cosas inevitables. Pero la cosa había cambiado: la luz seguía entrando única y exclusivamente porque aún no había llegado la fecha de la instalación de la cortina. Por lo tanto, de alguna manera la incomodidad de la luz era más molesta: porque tenía fecha de fin.

En estas digresiones se nos ha quedado una entrada un poco más larga de lo deseado. Es más, incluso diría que, entretanto, se ha hecho tarde. Dejemos, pues, la luz invadiendo mi dormitorio durante un par de meses más, y pasemos finalmente al día en que las cortinas se instalaron, pero no ahora, sino que dejémoslo para la próxima entrada.

martes, 25 de octubre de 2022

Cortinas (II)

El caso es que poner cortinas en el ventanal de mi nueva habitación no era un asunto sencillo, porque, como quedó dicho, mi casa es una casa de autor, de un autor que se perdía por los triángulos (seguro que era masón), y el resultado es que el ventanal de mi habitación es, también, triangular.

Le tuvo que costar una pasta, porque a ver dónde encuentras quién te haga ventanas, marcos y cristales triangulares, como no sea a medida y con un operario maldiciendo a quienquiera que se le haya ocurrido la ideíta de salirse de los paralelepípedos a la hora de diseñar las ventanas, mientras busca una forma de transportar ángulos que no son de noventa grados.

El caso es que el anterior dueño me consta que tenía cortinas, pero se las llevó, no entiendo muy bien para qué, como no fuera que el tejido fuera de buena calidad y quisiera reutilizarlo. Uno pensaría que, total, de noche no hay luz y que qué más dará que haya o no cortinas, pero esto no es exacto. La ventana da al patio trasero de un colegio, en el que, vaya usted a saber por qué, había una potente luz enfocada directamente sobre mi habitación. Uno se acostumbra a todo, cierto, y no digamos si tiene sueño, pero la verdad es que la luz en cuestión resultaba molesta. Entretanto, las medidas de ahorro energético adoptadas por las autoridades belgas han dado al traste con esa iluminación nocturna perfectamente inútil (algo bueno tenía que traer la crisis energética), pero, durante demasiado tiempo, aquello parecía más un tercer grado que un dormitorio.

Algunos desacuerdos dieron al traste con la posibilidad de atenuar al menos el tercer grado en cuestión. La cosa se arregló a medias colgando una antigua cortina que no era muy opaca que dijéramos, pero que algo hacía, de la parte inferior del ventanal, la que sí era más o menos rectangular, pero el pico del triángulo seguía allí, dejando el paso expedito a la malhadada lámpara del colegio, o a la luna llena en los días de rigor y noche despejada, que alguno hay en Bélgica, no vayamos a creer. 

Finalmente, a principio de este año, después de superar la crisis de las inundaciones del verano pasado, hacer arreglar los estropicios que se produjeron y decidir que no estaba por la tarea de seguir ahorrando luz por las noches a base de aprovechar lo que entraba por la ventana, resolví por unanimidad poner remedio al asunto y encargar unas cortinas.

He de decir que no había sido el primer intento. El primer intento, sin embargo, que tuvo lugar un par de años antes de la pandemia, se saldó con un sonoro fracaso, porque la fantasiosa, virguera y cara solución que propuso el dependiente no parecía muy satisfactoria. Poco menos que se requería un motor para poner el marcha el engendro a base de láminas, que tampoco estaba muy claro que se fueran a cerrar completamente, para dejar el cuarto completamente a oscuras.

La tienda de la que hablo, que a estas alturas no merece el menor anonimato, se llama Heytens. Un buen día de enero de este año, sábado por la mañana, me planté allí con unas cuantas fotos de mi cuarto y un precioso plano del ventanal que había dibujado a mano alzada. La dependiente me miró con cierto desdén, o eso me pareció, porque claro, si voy allí es porque tengo un problema, y el que tiene un problema no merece sino ser tratado con desdén, estaría bueno.

Le expliqué, en mi mejor francés, que tampoco es que sea gran cosa, pero algo se entiende, que en mi habitación tenía serios problemas para conciliar el sueño, a causa del ventanal que se veía en la foto.

La dependiente frunció el ceño.

- Claro.

Y tan claro. Demasiado. Por eso estaba allí, precisamente.

- Tenemos un tejido opaco que podría convenirle ¿De qué color lo quiere?

- ¿Tienen blanco? La pared es azul, pero el techo y el armario del fondo son blancos.

Yo es que el blanco sé lo que es, o eso creo. Hace mucho tiempo que decidí dejar de discutir sobre colores.

La dependienta miró a diestra y siniestra las distintas posibilidades, descubrió que sí que tenía blanco entre las mismas, se quedó con mi precioso plano a mano alzada, copió mis fotos en su ordenador y finalmente me dijo:

- Claro que esto habrá que hacerlo a medida, porque de otro modo no tenemos nada específico para su tipo de ventanal.

- Sí, ya lo supongo.

Me tomó los datos, me hizo un cálculo del que se dedujo que la broma me iba a salir por mil doscientos euros de nada, y yo dije que sí a todo, y sobre todo al precio, porque la primera solución original con motor puturrudefuá hubiera salido, a juzgar por el presupuesto que se hizo, por bastante más del doble, e incluso del triple. Que ya sé que esa morterada puede parecer un pastón, y lo es, pero lo de la luz en la habitación ya estaba siendo algo insoportable, hasta el punto de que me temía que el día menos pensado comenzara a aullar, con o sin luna llena.

- Nos pondremos en contacto con usted dentro de unos días. Le enviaré el presupuesto por correo electrónico, con una factura por una parte de la cantidad que hemos dicho. Pasará una persona de nuestra empresa a tomar medidas.

Con esta conclusión me despedí de la dependiente con la esperanza de que, dentro de no demasiado tiempo, pudiera disfrutar de la oscuridad que debe acompañar a toda noche que se precie, y salí de la tienda a ocuparme de mis otros quehaceres.

Los siguientes pasos en la confección y adquisición de las cortinas serán materia de la próxima entrada, porque ésta se está alargando mucho y, después de todo, se hace tarde.

sábado, 22 de octubre de 2022

El servicio al cliente. Cortinas (I)


Recordaremos la serie sobre la instalación de la puerta del garaje (y un día contaré lo de la instalación de la cocina, de verdad. Es que aún me dura el cabreo). Pues esto no ha terminado, porque, del mismo autor y sobre el tenebroso tema de la calidad del servicio al cliente en el nunca suficientemente ponderado Reino de Bélgica, comienza una serie sobre el mismo principio, aplicado a la compra, confección y colocación de unas cortinas.

Parece simple, ¿verdad? Pues no. Nada es simple.

Vamos a comenzar por el principio. Mi casa bruselense es un producto de autor. Construida en algún momento de mitad del siglo pasado, fue adquirida más adelante por un arquitecto, que tenía en ella su estudio y que, antes de entrar en ella, la puso a su gusto. A nuestro arquitecto le gustaban los triángulos y despreciaba los ángulos rectos. No se le ocurrió cambiar mucho de lo que ya estaba construido, pero emprendió una ampliación hacia lo que era el jardín, y allí construyó su propio estudio, en la planta baja, así como un trastero disimulado; en el primer piso, tras salvar seis escalones de desnivel (éstos son los Países Bajos, pero no los países planos), construyo un salón muy coqueto; en el segundo piso, otros seis escalones después, construyó una habitación bastante grande que reservó para él y su esposa, y en la que actualmente duermo yo desde que en el poco a poco lejano 2016 di con mis huesos en ella.

La habitación es enorme. Para alguien que pasó su infancia compartiendo ocho metros cuadrados con un hermano, es un progreso indudable. Ahora bien, hay un pero.

El pero es que la parte más alejada de la puerta, y que da al jardín, es todo un ventanal que ocupa toda la pared, con lo que entra la luz a chorros, porque, además, está orientada al sur ¿Cómo puede ser un pero que entre luz natural en una habitación, pensará quien lea esto? Pues es un pero, porque, al mudarse, el arquitecto y su esposa se llevaron las cortinas a su nueva residencia.

Quienquiera que haya llegado hasta aquí se dará cuenta de que la casa tiene más escalones que el Miguelete, y que no hay forma de acceder a prácticamente ninguna estancia sin salvar un desnivel. Cuando uno es joven, no es algo que a nadie le importe demasiado, pero nuestro arquitecto fue cumpliendo años, y sus rodillas también, hasta que llegó el día en que empezó a considerar mudarse a una residencia sin tantas barreras arquitectónicas, y puso la casa en venta.

Cuando la compramos, y después de quedarnos con los bolsillos vacíos entre la compra de la casa y las reformas que hubo que llevar a cabo, nos instalamos en ella, y en la habitación sin cortinas y con un ventanal enorme ¿Y por qué no se pusieron cortinas inmediatamente? Claro, el que lea esto puede pensar que tampoco hay para tanto y que, por muy pelada que esté la cuenta corriente de los dueños, siempre se puede comprar alguna cosa de emergencia en IKEA para tapar el ventanal en tanto se mejora de condición.

En este caso, sin embargo, IKEA no era una solución, pero la razón la veremos en la próxima entrada, porque hoy se está haciendo tarde.

miércoles, 19 de octubre de 2022

El monopolista sigue atacando

No hacía ni un día de la entrada anterior, en la que me choteaba un poco de las intenciones de mi suministrador de gas y electricidad de hacerme anticipar los pagos de mi consumo (porque pagar, antes o después, voy a pagar lo que me toque), cuando me ha llegado un mensaje aún más terminante.

Mi compañía de mis amores, Engie-Electrabel, considera que mi pago fijo mensual de 112 euros es bajo. Cree que, hasta diciembre, debería pagar algo más, porque el coste de mi consumo supera esa cifra ¿Qué cómo lo saben? Claaaaro, gracias a la aplicación Boxx, que mide constantemente mi consumo.

La aplicación, a la que (¡qué menos!) yo también tengo acceso, me dice que en 2022 mi consumo de gas ha llegado sólo hoy a la mitad de todo lo que gasté en 2021, y quedan menos de dos meses y medio para terminar el año (de los que al menos entre tres y cuatro semanas no voy a estar por casa). La electricidad no llega a semejante nivel, pero sí parece claro que no voy a llegar ni de lejos a los niveles de consumo de 2021, a no ser que me vuelva loco y comience a poner todos los electrodomésticos en marcha y a encender todas las luces.

Sin embargo, mi monopolista de cabecera sugiere que recapacite y que pase de un pago mensual de 112 euros a otro de 326 euros, hasta diciembre. Prácticamente quieren que lo triplique, tú.

Que yo ya sé que el precio de la energía ha subido, pero a mí me sigue pareciendo que me quieren hacer pagar por anticipado, y eso que ya tienen en la caja. La cosa se pone emocionante, porque en diciembre llegará el balance anual, y ya veremos en qué consiste el asunto.

Yo voy a dejar las cosas como están, firme en mi propósito de no creer una palabra de lo que diga un monopolista, pero voy a apartar unos eurillos para hacer frente a lo que pueda venir, que, si no, luego, todo son apreturas y prisas, porque se haya hecho tarde...

sábado, 15 de octubre de 2022

No os creáis una palabra de un monopolista

Este año se presenta complicado en cuanto a combatir el frío. La compañía que me suministra gas y electricidad, que es la antigua compañía de bandera del país, me ha advertido de que debería pagar más por mi consumo estimado. En Bélgica, la compañía eléctrica y gasística, que es la misma, te fija un importe constante basado en tus facturas previas, la composición de tu familia y cosas como ésas. Así, te dicen ellos, no tendrás sustos y sabrás todos los meses lo que tienes que pagar. Parece que se desvelen por tu bienestar, pero, en realidad, lo hacen por su propio beneficio, porque leer el contador todos los meses es muy cansado (y caro). Creo que aún no ha sido constituida la empresa prácticamente monopolística que haga un favor a sus clientes por las buenas, sin ganar nada a cambio.

Bueno, pues el caso es que Engie Electrabel (antes sólo Electrabel), que tal es el nombre de la compañía en cuestión, se teme que en diciembre, cuando llegue la factura de compensación entre lo que he pagado y lo que he gastado realmente, me vaya a llegar un facturón del quince y me lleve un susto de espanto. Por este motivo, propone que fije un montante mensual de pago mucho mayor, porque mi consumo es superior.

Claro, uno pensará que cómo sabe Engie que mi consumo es superior. Ellos dicen que lo saben gracias a un aparatito que hace las funciones de termostato y que mide mi consumo constantemente. Si fuera cierto, sabrían que hace un par de meses que vivo solo (a despecho de que, teóricamente, la composición de mi familia siga siendo de cinco personas, ahora desperdigadas), y que el consumo de energía, medido con ese mismo aparatito, lo que indica es que se ha reducido enormemente con respecto al año pasado, muy por debajo de la mitad en lo que respecta al gas, y algo menos de la mitad por lo que hace a la electricidad. Aunque el precio de la energía se haya duplicado, yo debería seguir por debajo de la factura del año pasado.

Naturalmente, la compañía no lo hace por mi bien, a pesar de sus desvelos. Tiene guasa lo de poner por testigo al aparatito medidor, cuando yo lo veo igual que ellos y sé que lo deberían sugerirme no es precisamente eso. La compañía prefiere que yo pague más ahora, atemorizado por que me llegue una factura enorme en diciembre, antes que hacerlo dentro de dos meses. Porque, ahora que vuelve a haber intereses por los ahorrillos, al menos si eres lo suficientemente grande (y Engie lo es), dos meses de ingresos de mucha gente no deja de ser algo goloso.

Por lo demás, las temperaturas aún no son demasiado bajas. Por las noches, apenas alguna vez ha bajado de los diez grados, y por el día sigue siendo posible, y cómodo, salir a correr en camiseta y pantalón muy corto, así que la calefacción no es muy necesaria. De ahí mis ahorros energéticos, porque lo que sí he hecho ha sido proveerme de ropa abrigada. Luego, si no, todo son prisas.

No soy el único que se está preparando para que los cortes de energía y de calefacción me pillen acostumbrado. Desde este mes, en mi trabajo, los jueves por la tarde se desconecta la calefacción y, el que venga, que lo haga abrigado. Llamé a una compañera de trabajo, que estaba trabajando desde casa, y me la encontré abrigada hasta extremos desusados, señal de que, como me confirmó, tampoco ponía la calefacción en casa. Tiene toda la pinta de que la gente está, no sé si decir concienciada o simplemente asustada por la que puede caerle a una sociedad tan mal acostumbrada como ha estado la belga, y me temo que la europea occidental en general, durante estos últimos años.

Al final, aún vamos a tener que lamentar que el calentamiento global no sea más acelerado...

miércoles, 12 de octubre de 2022

Rusia y sus guerras

¿Es posible la democracia en Rusia como se entiende en Occidente? A pesar de la tozudez de quienes se empeñan en que sí, me temo que la respuesta es que no y que la mayoría de los rusos son conscientes de eso y no les importa lo más mínimo.

Cuando uno conversa con un ruso culto, y una buena parte lo son, no faltan los que piensan que Rusia sólo funciona bien cuando les llevan bien rectos, sometidos a un tipo sanguinario a quien no se le puede discutir absolutamente nada. Si no hay una dictadura, pero una dictadura de verdad, no una chuminada como la de Franco u otras de ese jaez, los rusos se desmandan.

Para los rusos, hay tres tipos que lograron su objetivo de controlar Rusia y ser obedecidos por todo el mundo, para lo cual, como hemos dicho, hay que ser especialmente despiadado. Esos tres tipos son Iván el Terrible, Pedro el Grande y Stalin.

Iván el Terrible se pasó su reinado peleándose con todo quisqui, en general con éxito, mandó a hacer gárgaras el janato de Kazán (algo parecido al fin de nuestra Reconquista) y se pasó el resto de su reinado peleándose con los suecos en una interminable guerra que sólo pudo sostener con un régimen de terror en el interior. Seamos claros, este tipo no bromeaba: en un ataque de cólera se cargó con sus propias manos a su hijo y heredero, montando una crisis a su muerte que significó el fin de su dinastía. Pero eso fue cuando murió. Mientras vivió, no le tosió nadie.

El segundo tipo despiadado fue Pedro el Grande. Éste también se las traía. Se empeñó en modernizar Rusia a toda costa y, cuando escribo toda costa, no estoy exagerando un pelo. Se empeñó en construir una capital nueva en un lugar estratégicamente interesante, pero insalubre hasta decir basta, que causó la muerte de muchos de entre quienes la construyeron. También se puso a darse de leches con los suecos hasta que los consiguió derrotar (por cierto en Poltava, hoy en Ucrania) y se quedó con Finlandia, enterita, además de con lo que hoy son las tres repúblicas bálticas.

Como Iván el Terrible, el tipo tampoco bromeaba ni un poquito con los disidentes. Los había, claro, porque no dejaba de haber gente que no comprendía eso de afeitarse las barbas, una obligación que impuso el zar. Cuando se descubrió una conspiración, y que en ella estaba implicado su propio hijo, el zarévich Alejo, la aplacó a saco, incluyendo la ejecución de su hijo. Si se es un tirano en Rusia, se es un tirano de verdad.

Y el tercer tipo implacable es Pepe Stalin. Éste nos pilla más cerca en el tiempo, por mucho que haya quien lo quiera blanquear desde que murió, y aún antes. Podemos recordar las purgas, que dejaron temblando a cualquiera que destacara por cualquier cosa. No es que la vida humana tuviera mucho valor en la Rusia de ningún tiempo histórico, pero en la Unión Soviética de Stalin es probablemente cuando este valor fuera menor. Eso sí, como logro militar de su época está la victoria en la Gran Guerra Patria (porque la Unión Soviética, como ha quedado dicho en alguna ocasión en estas pantallas, no participó en la Segunda Guerra Mundial, sino en guerras aisladas contra Alemania, Finlandia, Japón...), obtenida a costa de enormes bajas en el ejército y en la retaguardia, porque el sistema soviético de hacer la guerra lanzando carne de cañón es lo que tiene.

Eso sí, las ganancias territoriales fueron de aúpa. La Unión Soviética se expandió hacia Occidente incluso a territorios que nunca habían pertenecido al Imperio Ruso, como Prusia Oriental o la región de Leópolis y, si contamos lo que se quedó como zona de influencia, prácticamente estados satélites, se metió de lleno en Europa Central.

¿Y el hijo de Stalin? Pues tampoco le sobrevivió. Cayó prisionero de los alemanes durante la guerra y su padre se negó repetidamente a intercambiarlo por cualquier prisionero alemán, haciendo ver la poca estima que tenía por los soldados del Ejército Rojo que caían prisioneros (después de la guerra un enorme número no fue liberado, sino que pasó directamente a los campos de concentración). Murió en cautiverio.

Bueno, pues estos tres pollos, a los que calificarlos de desalmados es seguramente ser benevolentes con ellos, son los que han logrado realmente meter en vereda a los rusos y hacerles ganar guerras. Los demás han tenido más bien tendencia a perderlas, sobre todo cuando han librado guerras ofensivas, como es ésta de Ucrania. No me vale la invasión napoleónica de 1812, porque aquélla no fue una guerra de invasión, sino defensiva. A Nicolás I (que era un autócrata empedernido, sí, pero no mató a su hijo ni nada) le dieron una buena paliza en la guerra de Crimea ¿Y qué decir de Nicolás II? En el fondo, era un buenazo (de hecho, está canonizado como mártir), pero perdió la guerra ruso-japonesa (¡ésa la vimos!) y la Primera Guerra Mundial, con consecuencias fatales para la corona imperial.

Es decir, para que los rusos ganen guerras expansionistas se requiere un líder poco menos que maligno, capaz de matar a su hijo con tal de que no le tosa ni el Tato, y que trate a la población a base de zurriagazo y campo de concentración.

Y lo siento mucho, pero Putin no da la talla. Yo sé que en Occidente se le considera una personificación del demonio y el nonplusultra de la maldad, pero no llega a las rodillas de ninguno de los tres personajes descritos arriba.

Todavía.

Es decir, Putin tiene un claro margen de empeoramiento, lo que pasa es que el siglo XXI no ha llegado en balde. Si sus antecesores de siglos anteriores contaban con amplias capas poblacionales que no tenían nada que perder, o a quienes podían maltratar impunemente, eso ya no pasa ahora o, al menos, no pasa tanto. El ruso del siglo XXI está viajado, y no sólo los de clase alta, sino que quien más, quien menos, tiene unas comodidades básicas que la práctica totalidad de los súbditos de Iván el Terrible, Pedro el Grande o Pepe Stalin no podían ni soñar sin babear. Aquellos se iban a la guerra dejando atrás una isbá en medio de la taigá en la que pasaban la vida lo menos mal que podían, mientras que los de ahora, a poco que tengan posibles, tienen lavadora, lavavajillas y, no lo olvidemos, calefacción, televisión y teléfonos móviles. Y vacaciones con viajes al extranjero de vez en cuando. Y van al bar con los amigotes. Tienen algo que perder. No dudo que existan los tres hipermotivados de la última entrada alistándose con entusiasmo aunque no les llamen a filas, pero existen también los que son llamados a filas y se buscan cualquier subterfugio para escurrirse. Y éstos son muchos más.

La única posibilidad de Putin es convertirse en un tirano de verdad, de los que dan miedo, como los tres antecesores citados en esta entrada. De los que matan o dejan morir a sus hijos. Que se sepa, Putin tiene dos hijas, y las dos están vivitas y coleando, a diferencia de los vástagos de los tiranos de verdad. Eso, para los estándares rusos, no es un dictador ni es nada. No hay campos de concentración ni trabajos forzados, e incluso hay gente que no está de acuerdo con alguna cosa (eso sí, sin pasarse) y lo dice, incluso en televisión, de manera totalmente impune. Así, en Rusia, no se puede ganar una guerra de agresión.

Porque, además, como ellos mismos dicen, los que tienen delante son la misma cosa. Los ucranianos no pasaron por Iván el Terrible, vale, pero los de la parte oriental ya tuvieron que vérselas con Pedro el Grande, y todos pasaron por la experiencia, relativamente reciente, de vivir bajo la bota de Pepe Stalin. La Gran Guerra Patria les pasó por encima más que a ninguna otra república de la URSS, porque allí se pegaron a base de bien durante prácticamente tres años sin pausa. Tienen por lo menos el mismo callo que los rusos.

Se dirá, y no sin razón, que Zelenski tampoco es un tirano sin escrúpulos como los tres anteriores, pero la diferencia es que, desde el punto de vista ucraniano, lo que está pasando no es una guerra de agresión, sino una guerra defensiva por la supervivencia, como la campaña napoleónica de 1812 o la Gran Guerra Patria, o la agresión polaca de 1604-1612 (¡también la vimos!). Esas guerras las puedes ganar sin necesidad de ser Belcebú redivivo, porque ahí el pueblo suele apoyarte por cenutrio que seas. La de agresión ya es otra cosa.

Digamos que Putin ha elegido últimamente otra opción: en lugar de convertirse en un tirano sin entrañas, cosa difícil, porque las transformaciones a los setenta años no son cosa sencilla ni creíble, lo que parece estar intentando es convertir la guerra de agresión en una guerra defensiva, ésa que se puede ganar siendo un dictador estándar o incluso un buen tipo. Para eso, lo más sencillo ha sido declarar las zonas ocupadas como territorio ruso, mediante el preceptivo referéndum.

No creo que le salga bien, porque nadie en su sano juicio puede pensar que se puede celebrar un referéndum cuando no controlas todo el territorio cuyos habitantes están votando, pero oye, si cuela, ya hemos convertido esto en una guerra en que los dos bandos están defendiendo su propio territorio.

Por el bien de todos, incluso el de Putin y su tropa, espero que se repitan los precedentes anteriores y que Rusia salga escaldada de la guerra, como en 1854, 1905 o 1917. Lo contrario sería extraño en el contexto en que estamos y, repito, sólo puede suceder si Putin se convierte en alguien realmente malo, hasta extremos difíciles de imaginar. Como eso no sería bueno para nadie, ni siquiera para él mismo, espero que pierda la guerra, tras un período de tiempo más o menos grande, que eso sí que no se sabe y hasta Nicolás II sobrevivió doce años a la derrota de 1905.

Eso lo veremos más adelante. Para cuando suceda, se habrá hecho tarde muchas veces, y una de ellas es hoy.

lunes, 10 de octubre de 2022

Una ojeada a Rusia

Esta bitácora nació en Rusia y vivió allí durante sus primeros seis años y medio. Por consiguiente, sin ser prorrusa en el sentido estricto de la palabra, le tiene mucho cariño a Rusia y no deja de echar un vistazo furtivo a lo que está pasando por allí. Como todos sabemos, desde febrero Rusia está en guerra con Ucrania, por mucho que lo quieran disfrazar de "operación militar especial", la cual es cada vez menos especial, porque se parece sospechosamente a una guerra, cosa que nadie con ojos en la cara puede ignorar.

La pregunta que se hace todo el mundo es cómo van a desarrollarse los acontecimientos. Tiene toda la pinta de que Putin se ha decidido a poner algo más de carne en el asador y que está en marcha una movilización de un importante número de soldados que debe conceder al ejército ruso una sensible superioridad numérica sobre el teatro de las operaciones. Parece que ese teatro de las operaciones se está acercando peligrosamente a la frontera ruso-ucraniana anterior a las hostilidades, y que el ejército ruso ha pasado a la fase de hablar de "maniobras de rectificación o de agrupamiento". Incidentalmente, exactamente ése era el eufemismo con el que la Wehrmacht adornaba sus comunicados a partir de 1943, antes de -en un segundo nivel- confesar abiertamente su retirada. No sabemos si el ejército rojo (sí, se le puede llamar así, es oficial) llegará a este segundo nivel.

Con independencia de lo que digan los medios de comunicación rusos, la movilización rusa no parece estar siendo un éxito. Primero veamos lo que dice un medio de comunicación ruso que nunca fue demasiado gubernamental, aunque ahora supongo que no le queda más remedio que serlo. El original está en el enlace. La traducción, a través de mis cada vez más apolillados conocimientos de ruso, es la siguiente:

Según informa un periodista de la agencia "Moscú", cada vez llegan más voluntarios a los puntos especiales de movilización de la capital rusa. Uno de los ciudadanos que llegaron a la comandancia militar sin haber sido citados declaró en particular: "He venido a la comandancia sin cita, quiero cumplir mi deber con mi patria como voluntario. Es mi deber ciudadano, quiero ayudar a los chicos; creo que les hará falta nuestra ayuda." Un voluntario más dice: "He venido a ofrecerme, hice el servicio militar, quiero ayudar. Vine sin que me llamaran, es mi posición personal." La agencia también cita a un tercer ciudadano, que observa: "He venido a servir como voluntario, mi estado de ánimo es positivo."

Recordamos que, el 21 de septiembre, el presidente de Rusia Vladímir Putin, declaró el comienzo de la movilización parcial. Según el ministro de Defensa Serguéi Shoigú, se calcula enrolar a alrededor de trescientos mil rusos, que actuarán en el marco de la operación militar especial en Ucrania.

Hasta aquí, un medio oficial. La cosa no debe ir demasiado bien, porque, si pasamos al medio gubernamental por definición (aunque sólo sea porque es propiedad del gobierno), cualquiera se entera de que algo está fallando. Por ejemplo, se anuncia el cambio en la jefatura militar de la operación especial. A partir de ahora, el jefazo va a ser el pollo de la foto de ahí al lado, que atiende por Serguéi Surovíkin, está claro que no tiene un pelo de tonto (vale, de listo tampoco) y parece ser que el tipo al que envían allí donde las cosas se tuercen, como Siria o Chechenia. Hasta ahora estaba al mando del las fuerzas rusas en el sector sur. Un experto en asuntos militares hace en la Rossiyskaya Gazeta una semblanza de Surovíkin, asegurando que con él las cosas van a cambiar (señal de que muy bien no iban) y que sólo gracias a él el ejército ucraniano no logró éxitos de consideración en esa zona a pesar de su superioridad numérica. Cualquiera que lea esto, por muy fanático de Putin que sea, no podrá ignorar que los ucranianos han obtenido éxitos de consideración en otras zonas, mayormente en el este. El asesor concluye que, ahora que va a haber más efectivos rusos en la zona, tocaba darle el mando a un militar con experiencia. Miedo me da quién estaba al mando hasta entonces, según se lee esto.

Sobre el terreno, mucho me temo que lo que está pasando es otra cosa. He sondeado a algún conocido que sigue por allí, alguno con hijos en edad de reclutamiento, y las ganas de luchar por la patria, contra... ejem, otra patria muy parecida, son cercanas a cero, aunque una agencia estatal haya entrevistado a tres pollos que se han presentado voluntarios sin cita ni leches para enrolarse en el ejército. El que puede ha mandado a sus hijos al extranjero; quien no puede está esperando a verlas venir... Tiene toda la pinta de que esos tres tipos que han entrevistado son tres personas sin oficio ni beneficio que no sé yo si van a cambiar el curso de la guerra. Es cierto que mis conocidos en la zona son gentes con una visión relativamente internacional de las cosas, conocimientos de idiomas y nacionalismo inexistente, pero no es que sean malos patriotas ni mucho menos. Aún así, la resistencia a la movilización es evidente.

Bueno, pues esto es el contexto de lo que hay. Como historiador, me encanta poner las cosas en el contexto histórico y explicar el presente a partir del pasado, así que voy a hacer un pronóstico: si comparamos lo que está pasando con situaciones similares en el pasado, esta guerra no pinta nada bien para la Federación Rusa, y el resultado será seguramente el final del mandato de Putin, de una u otra manera.

La explicación de este pronóstico debería venir inmediatamente, pero se está haciendo muy tarde, así que lo dejo para la entrada siguiente.

 

sábado, 8 de octubre de 2022

¿Qué fue primero?

Antes de nada, debo aclarar que ésta es una entrada sobre religión, así que, a quien no le interese el asunto, queda avisado. Al lector no se le ocultará que un porcentaje relativamente importante de las entradas de la presente bitácora versa, efectivamente, sobre religión, a pesar de que es un dominio que está ausente del debate actual, como si no tuviera importancia o, si la tiene, no debiera tenerla.

Pero la tiene. Y la ha tenido siempre. La tiene hasta el punto de que uno de los rasgos que emplean los prehistoriadores a la hora de valorar el desarrollo intelectual del hombre primitivo son los indicios de que dicho hombre tenía un concepto de lo sobrenatural, por ejemplo, enterrando a los muertos de la tribu en sepulcros construidos con ajuares, como señal de que la muerte no es el final.

La creencia generalizada en Dios ha sido constante hasta hace bien poco. Ciertamente, eso no es incompatible con la presencia de gente que no crea en Dios, prácticamente desde siempre, pero siempre ha habido una masa mayoritaria de personas que sí que creía y que venía actuando en consecuencia. Hoy no estoy tan seguro, ni siquiera entre los que asisten a misa, al menos en Bélgica. El ejemplo más claro que conozco se da en la liturgia católica. Cuando se acerca el momento de la consagración, en que la hostia se transforma realmente en cuerpo de Cristo y, por lo tanto, en Dios, la norma litúrgica señala que lo que procede es arrodillarse y quedarse de rodillas todo el tiempo que dura la liturgia de la consagración, y hasta después, como señal de respeto y adoración. Que es Dios, y no el Black Lives Matter o cosas así.

Cuando llegué a Bélgica, me sorprendió sobremanera cómo estaban dispuestas las iglesias. En España, todavía hoy, y esperemos que por mucho tiempo aún, en las iglesias hay bancos, que tienen una especie de reclinatorio por detrás para facilitar que el feligrés que se siente en el banco de detrás pueda arrodillarse sin dificultad sobre el reclinatorio del banco anterior.

Aquí, no. Es decir, en según qué sitios, sí, pero pasa poco, al menos en Bruselas.

La regla en Bruselas consiste en que los bancos no se usan. Se usan sillas, y dentro de esta categoría uno encuentra realmente de todo. Suelen ser sillas acolchadas, de asiento bajo, que dan la posibilidad, al menos teórica, de girarlas cuando llega el momento de la consagración y arrodillarse sobre ellas, pero en realidad hay poquísima gente que lo hace. En San Marcos, la iglesia más próxima a mi casa, ni siquiera hay ese tipo de sillas, sino unas de lo más cutre, de plástico, que hacen juego con ese templo construido en los desnortados años setenta y actualmente en práctico desuso.

El resultado es que en los templos católicos belgas apenas se arrodilla nadie. En el mejor de los casos, la gente se queda de pie durante la consagración, pero también hay quien, quiero pensar que por problemas de movilidad, se queda sentado. Comoquiera que, luego, los que se quedan sentados terminan por levantarse para salir del templo, los problemas de movilidad parecen ser relativos.

Lo que pasa es que arrodillarse es un signo. Un signo de que lo que está pasando delante de uno es la llegada de Dios a la presencia del pueblo que está ahí, esperando. Si nadie salvo cuatro (o menos) se arrodilla, no deja de ser un signo también, pero un signo de lo contrario, de que lo que está sucediendo no implica la presencia real de Cristo. Estoy segurísimo de que si Cristo no llegara bajo la forma de un trozo de pan, sino entre truenos y relámpagos en toda su majestad, como creemos que pasará al final de los tiempos, no sólo nos íbamos a arrodillar todos, sino que nos tumbaríamos en el suelo a dar barrigazos. Pues el caso es que es lo mismo, pero tengo la viva impresión de que quienes están allí no lo terminan de creer.

Y aquí me pregunto yo, ¿qué fue primero? ¿Dejaron los belgas de creer en Dios, y luego, como no se arrodillaban, cambiaron los bancos por esa porquería de sillas? ¿O primero pusieron las sillas, dejaron de arrodillarse, y finalmente de creer en la presencia de Dios en la Eucaristía? No tengo ni idea, pero estoy casi seguro de que las dos cosas van unidas.

En la situación actual, el caso es que arrodillarse requiere un esfuerzo. Los pocos que lo hacemos terminamos con las rodillas en el duro suelo de piedra, mientras los demás nos miran con aspecto de estar viendo un bicho raro. Entre las cosas que nunca pensé que echaría de menos de España ocupan un lugar destacado nada menos que los bancos de las iglesias con su tabla (¡a veces acolchada!) para arrodillarse. No los valoramos lo bastante porque no nos imaginamos lo mal que lo pasan las rodillas cuando no están.

Se me dirá que la población belga que asiste a misa es bastante provecta, por regla general, y que a ciertas edades no es exigible que la gente se arrodille. Sí y no. Hay ancianos que bastante tienen con mantenerse en pie, cierto, y que no están en condiciones de arrodillarse; desde luego, no en el duro suelo, aunque quizá un poco más si la infraestructura se lo permitiera. Pero hay gente más joven que yo, quincuagenario de pro, y no hacen el menor esfuerzo por dejar su posición vertical.

No sé si los lectores de esta bitácora que quedan han asistido en algún momento de sus vidas a las misas celebradas según la liturgia anterior a la reforma que volvió los altares del revés y abandonó el latín por las lenguas vernáculas. Yo lo he hecho en alguna ocasión, y créanme que casi pasa uno más tiempo de rodillas que de otra manera. Es literalmente imposible que uno no tenga presente que allí está pasando algo que exige mucho respeto.

Me suena que la reforma litúrgica se ratificó en 1969. Sí, poco antes de la construcción de San Marcos. Ya venía cociéndose desde diciembre de 1963. Al principio, supongo que por la inercia de la situación anterior, lo más probable es que no hubiera grandes diferencias. Pero desacralizar la liturgia no ha salido gratis. Quizá no sea la única causa de lo que está pasando en Bélgica y en el mundo, pero va a ser muy difícil convencerme de que no es una de las causas.

Se empieza simplificando la liturgia, haciendo opcional el arrodillarse, sobre todo para los que tienen dificultades para ello. Se sigue haciéndolo opcional, de hecho, para todo el mundo, porque arrodillarse es muy pesado para cualquiera. En algún momento se quitan los bancos y se sustituyen por sillas, porque, total, arrodillarse es opcional, con lo dejan de hacerlo los que seguían en sus trece. Y se acaba perdiendo la fe y yendo a misa por inercia. Inercia que termina en algún momento en que uno se da cuenta de que está perdiendo el tiempo o haciendo el canelo. Y, si no se da cuenta, llega una pandemia y los obispos belgas suspenden todas las misas, lo que permite sospechar que tampoco ellos terminan de dar mucha importancia a lo que está pasando. Después de todo, uno empieza suspendiendo misas, porque huy qué miedo tenemos a contagiarnos, y termina bendiciendo uniones de homosexuales.

No vamos a terminar aquí. Si alguien cree que Cristo no está presente en la Eucaristía, las consecuencias no han hecho sino empezar.

Espero que no sigan mucho tiempo, al menos hoy, que se ha hecho tarde.

martes, 4 de octubre de 2022

Adivinos

Con cierta regularidad, aparecen en mi buzón de correo pasquines de hechiceros africanos que me ofrecen sus servicios de adivinación y brujería.

Tiene toda la pinta de que los belgas se marcharon demasiado pronto del Congo, cuando todavía quedaban demasiadas supersticiones (o algo peor) que erradicar. Bueno, también es cierto que, hoy que la gran mayoría de los belgas ha dejado de creer en Dios, lo normal es que crean en otras cosas. Y eso puede ser una de las explicaciones del éxito de los hechiceros africanos por estos pagos. Porque a buenas horas se iban a molestar los susodichos hechiceros en dejar sus pasquines por los buzones de Uccle si no supieran que les iban a llover los encargos.

Después de todo, son adivinos.

Yo no soy mucho de llamar a adivinos. Ni poco. Supongo que será que sigo creyendo en Dios (una fe mejorable, pero fe al cabo), por eso debo sospechar de un adivino que deja su pasquín en el buzón de quien sabe que no le va a llamar. Y, si no está seguro, no vale un pimiento como adivino.

En este caso, el hechicero atiende por el nombre de Monsieur Karamba. En Bélgica, llamarse así tiene un pase, pero en España el choteo iba a ser considerable. Los servicios que ofrece son la repera, desde aprobar el examen de conducir hasta el retorno al hogar del ser amado. Además, garantiza resultados en tres días, y el pago se produce después del éxito. Más vale que el ser amado no esté muy lejos, porque tres días se antojan escasos para convencerlo, si el mentado ser está enfurruñado o escéptico en cuanto a la perspectiva de volver al hogar. O si tiene que organizar una mudanza, que son cosas difíciles.

Ante estos casos, a mí siempre me asalta la duda, de por qué el hechicero no se dedica a aprobar las oposiciones (es uno de sus servicios) él mismo, en lugar de seguir con sus monsergas para favorecer al prójimo. Porque me da la impresión de que estar siempre pendiente de que los vaticinios y conjuros se cumplan como mucho en tres días debe ser muy estresante, mientras que, con una oposición, no sé, a policía belga, deberías tener la vida resuelta. Imaginemos a Monsieur Karamba, con los poderes que le adornan, resolviendo crímenes. Debe ser pan comido para él, sin confidentes ni engorros de ningún tipo.

En fin, que el mero hecho de que un hechicero deba anunciar sus servicios para aumentar su clientela, ya dice muy poco de su capacidad de adivinación. Lo suyo sería que se dirigiera directamente, sin tapujos ni pasquines, a puerta fría, al domicilio de quien él sabe positivamente que va a contratar sus servicios, por la razón que sea, desesperación, estupidez, curiosidad, todas las anteriores...

O bien puede haber un motivo un poco más puñetero, como sería llamarlo por teléfono para ver si se cumple el chiste de Eugenio:

- Buenas tardes, ¿puedo hablar con el adivino?

- Sí, ¿quién es?

- Pues vaya mierda de adivino...

Me están entrando ganas.

domingo, 2 de octubre de 2022

Belgas en otros albumes de Astérix

Naturalmente, la mayor parte de los belgas de las aventuras de Astérix aparece en el álbum objeto de estas entradas, pero con anterioridad Goscinny ya había hecho aparecer a belgas en otros dos álbumes. Claro, también aquí en las versiones en español prácticamente no se nota que sean belgas, pero en la versión francesa es más que evidente, a causa de los dejes lingüísticos que Goscinny pone en su boca.

El primero de los belgas que aparece es el druida Septantesix (en español tuvieron que traducirlo como pudieron, con el nombre de ...), que asiste al congreso de los druidas en el bosque de las Carnutes y que se encuentra con Panorámix en el camino al congreso. Ya el nombre nos dice algo, porque, aunque en español está claro que el número al que hace alusión es el setenta y seis, ese mismo número, en francés de Francia, como ya sabemos, es "soixante-seize"  (sesenta y dieciséis, literalmente) y en el de Bélgica es, efectivamente "septante-six".

Pero es que, además, el invento que Septantesix presenta en el congreso de los druidas es un mejunje que te hace invulnerable al dolor, por lo que puedes meter las manos en aceite hirviendo y sacar las patatas fritas con las manos, lo cual es otra alusión a las cuestiones culinarias belgas.

El otro álbum en que aparece un belga es "Astérix Legionario", en el que Astérix y Obélix se enrolan en una suerte de legión extranjera romana que debe ayudar a César en sus luchas en África contra los pompeyanos. Claro, la finalidad de los galos no es ayudar a César, sino liberar a Tragicómix (con T, como Timeo danaos et dona ferentes), un galo que ha sido enrolado a la fuerza en la legión. En la centuria a la que pertenecen, hay una serie de legionarios de las distintas partes del mundo conocidas: el griego Sopaconondas (en la versión original, se llama Plazadetoros, que también suena griego, pero el traductor español no se atrevió a dejarlo así), el egipcio Campodetenis, el godo Quiméric, el bretón Espiquininglis (en la versión original Faupayélatax, es decir, "hay que pagar los impuestos") y también el belga Moulefix.

Para mi gusto, Astérix Legionario es el álbum más logrado de toda la colección (en dura lucha con otros, ciertamente). En lo que respecta al belga, tiene todos los tópicos: por supuesto, el nombre ya evoca el plato típico belga, los mejillones con patatas fritas (moules frites). Además, se pasa el día contando chistes o riéndose de los que a veces cuentan los galos. En cuanto llega al campamento de César, se marcha con el godo a buscar cerveza (y acaban en la tienda de César, que confunden con una cantina). Y, obviamente, todas las muletillas lingüísticas que hemos visto en las entradas precedentes aparecen en el habla de Moulefix. Incluso diría yo que a Goscinny le supo mal tener que dejarse muchas en el tintero, porque Moulefix no deja de ser un personaje secundario en aquella aventura, y que posiblemente de ahí partió la idea de elaborar Astérix en Bélgica.

Así pues, sirvan estas entradas como homenaje a los creadores de uno de los mejores tebeos de todos los tiempos, Goscinny y Uderzo, coincidiendo con el reciente fallecimiento del segundo, que aún siguió con el personaje escribiendo él los guiones ("La gran zanja"), pero que terminó por ceder los trastos a otros dibujantes que han podido imitarle a él como dibujante, pero me temo que no llegan a la altura de Goscinny como guionista. Fatalmente, los últimos álbumes de Astérix huelen cada vez un poquito más a igualdad de género, empoderamiento femenino y ecolatrías varias, cuestiones que Goscinny había dejado, muy juiciosamente, fuera de todos los tebeos en los que participó. Posiblemente, porque sobre ellas es imposible bromear, lo cual conduce inevitablemente a la consecuencia de que los últimos tebeos de Astéerix tienen menos gracia que los de su época dorada, aunque se sigan vendiendo mucho. Y yo, sí, los sigo comprando, seguramente más por nostalgia de lo que fue que por apreciar lo que son ahora, que no es que sea malo, pero no es lo mismo.

Y ahora iremos a por nuevas aventuras, porque las de Astérix se las vamos a dejar a sus creadores. Pero eso será otro día, porque hoy se hace tarde.