¿Quién se dedica a ir montando cortinas en este mundo? Ya se lo pregunté al que vino a tomar las medidas de mi irregular habitación.
- Bueno, enviaré a uno de mis operarios, que es especialmente ágil y podrá trepar por estas alturas.
Casi tres metros. Porque claro, aunque los techos de mi habitación no parezcan especialmente altos, los triángulos, fatalmente, tienen vértices, y por ahí iban las medidas del vértice superior, que era la altura máxima a la que debía llegar la cortina. Y sí, alguien tenía que llegar hasta allí esquivando las vigas que había plantadas por el medio y que estorbaban lo suyo.
Al final, no vino el instalador titular, ése que era especialmente ágil y que podría trepar por las alturas. Por un malentendido, el día que tocaba, pero que nunca me confirmaron, no me pilló en casa, y hubo que traer un día de reserva, con una instaladora muy pequeñita y delgada, que parece que es el tipo perfecto para hacer ese tipo de trabajos. Además, tenía una voz atiplada y, por si fuera poco, no llevaba la escalera plegable y le tuve que ayudar a subir la que llevaba ella. Vamos, una alfeñique de libro, o eso me parecía a mí, pero qué va. En cuanto cogió el taladro, la mujer se transformó y se puso a hacer unos agujeros en los bloques que aquello parecía más mantequilla que hormigón. Y trepaba que no veas.
La verdad es que la mujer tardó bastante y no le pude hacer un seguimiento muy detallado porque yo estaba teletrabajando y tenía bastantes cosas que hacer, pero me llamó cuando todo estuvo terminado. Era un día soleado, de ésos que hay pocos en Bruselas por marzo, pero los hay, y las cortinas eran efectivamente muy opacas y no dejaban pasar apenas luz. Las agarré con satisfacción y, al extenderlas, vi un punto de luz, poca cosa, pero punto al fin, que pasaba a través del material.
- ¡Huy! ¿Qué es esto? - le pregunté a la operaria.
- ¡Ya lo sé! - dijo desconsolada - Ya se lo he dicho a la tienda. Hay cinco como ésos en el tejido.
- Pero esto no puede ser…
- Le tendrán que hacer una nueva cortina. Aun así, me han dado instrucciones para que le pida a usted que pague el resto de la factura.
“¿Están de coña?”, pensé. Evidentemente, si pagaba el resto de la factura, la reparación de las cortinas iba a pasar a la cola de las prioridades de la tienda. De las prioridades presentes y futuras.
- Señora, no puedo hacer eso. Eso sería como aceptar que el trabajo ha estado terminado correctamente, cuando no es así.
- Lo comprendo - dijo la señora cabizbaja.
Claramente la señora no estaba por la labor de discutir, ni era su trabajo.
- Déjelo estar así por ahora, y yo llamaré a la tienda y les pediré una reparación.
- De momento, por lo menos, podrá usted dormir sin que le moleste la luz.
- Eso sí.
Los cinco poros, funcionalmente, no representaban el menor problema, y menos de noche, pero no es lo que uno espera cuando paga un pastonazo por el producto, tanto más cuanto que pueden ser el origen de que se rasguen por ahí en un futuro. El caso es que sí, el producto estaba defectuoso, pero la persona que tenía delante era simplemente la instaladora de un producto que le venía dado por las costurera y no tenía la menor culpa del asunto, así que se fue presentándome mil disculpas por algo que no había hecho ella, y yo me quedé con unas cortinas opacas a más no poder, excepto en algunos puntillos que sólo se veían si uno prestaba atención. Cinco, según la instaladora, aunque yo no descubrí más que tres, así que supongo que los otros dos estaban por allí arriba, en lugares que yo no alcanzaba a divisar.
A partir de ahí, comencé a dormir mucho mejor. No es que durmiera mal antes, pero no comparemos. El tercer grado terminó y, como tantas otras veces sucede, bastó que tuviera mi cortina opaca en su sitio para que la escuela de donde venía la luz cegadora decidiera que no tenía ningún sentido mantenerla encendida de noche, y la quitó sin más. La luna no. La luna, cuando no había nubes, seguía reflejando la luz como debe ser y ha hecho siempre. Cómo se nota que no tiene que pagar las facturas a Engie Electrobel.
Muy bonito todo, pero, claro, quedaba un fleco por resolver. Supongo que la tienda querría cobrar el resto de la factura, al igual que yo quería unas cortinas sin poros traslúcidos. Pensar en que la tienda tomara la iniciativa, pensé para mis adentros, era un poco ilusorio. Yo no sé cuál sería el coste de fabricación de unas cortinas nuevas, pero no tengo nada claro que Heytens estuviera obteniendo beneficio de esta operación, así que quizá les saliera a cuenta dejarlo correr y renunciar a los alrededor de quinientos euros que les quedaban por percibir, con tal de no arrostrar el engorro de volver a encargar la confección de unas cortinas nuevas y proceder a su instalación.
El caso es que, en un alarde de poner al sistema frente a sus límites, me dije que iba a exigir mis derechos como cliente y les iba a pedir que me proporcionasen unas cortinas sin defectos. Respiré hondo y me senté resueltamente frente a mi ordenador para explicar a la tienda hasta qué punto sus servicios estaban por debajo de mis expectativas.
Cosa que veremos en la próxima entrada, porque, claro, hay otras cosas que hacer y se hace tarde para ello.