viernes, 2 de septiembre de 2022

La visita guiada a Tournai

Esta bitácora estaba de vacaciones. Yo sé que es de buen gusto, y así lo hacen los autores más prestigiosos, advertir a los lectores de que las entradas se van a interrumpir por un tiempo... antes de que se interrumpan. En mi caso, no tenía intención de detenerlas por completo, pero está visto que he sido demasiado optimista con mis ganas de escribir mientras hacía otras cosas como plantar árboles, jugar un torneo de ajedrez, correr carreras populares, llorar por los bosques quemados en mi tierra, y hasta jugar al futbolín. Total, que el descanso activo que tenía intención de practicar ha sido mucho más activo que descanso, lo cual ha ido en detrimento de las entradas de la bitácora, que ha entrado en un letargo equivalente, de hecho, a unas vacaciones.

Sin embargo, las vacaciones han terminado. Ya estoy de vuelta -y media- en Bruselas, desde donde retomo las entradas con nuevos bríos. Ahí va una que dejé a medio redactar antes de partir, que continúa la anterior. Y no, no me he olvidado de continuar la serie sobre Astérix en Bélgica, pero ya es sabido que es usual en este espacio intercalar temas. Ya irán encontrando su sitio.

 

La oficina de turismo de Tournai bullía de animación. Relativamente, claro, que esto no son las fallas. Compré por cinco euros el derecho a ser guiado por el centro de Tournai, y resulta que había no una, sino dos visitas guiadas. Como me despisté un poco, y me senté un rato para descansar después de hora y media de paseo, y de lo que me esperaba todavía, casi me equivoqué y estuve a punto de unirme a la visita en neerlandés. Hubiera sido una buena forma de practicarlo, claro, pero, estando en territorio francófono, quedaba un poco forzado no hacer la visita en francés.

Cuando finalmente me uní al grupo francófono, vi que realmente tenían necesidad de mi presencia para considerarnos grupo, porque sólo éramos dos. La guía era una arqueóloga que hacía estas visitas en el tiempo que no dedicaba a sus excavaciones, mientras que el otro participante era un hombre de unos treinta y cinco años, acento extranjero, incluso más que el mío, y que en un momento de la conversación dijo que vivía en Múnich, por lo que pensé que era alemán. Por su forma de conducirse, el otro miembro del grupo me resultó curioso. Preguntaba todo tipo de detalles, así como todas las palabras que no entendía, pero, cuando creía saber algo, resultaba categórico a más no poder, por lo que realmente pensé que era alemán, además de vivir allí. Ya se sabe que muchos alemanes creen tener razón en todo. Lo único que me llamaba la atención es que este alemán hablaba un francés bastante bueno para no haber residido nunca en suelo francófono.

De momento, nos detuvimos minuciosamente en el objeto principal de la visita guiada, que era la catedral de Tournai, un templo enorme, mayor que Notre-Dame de París, pero únicamente por el exterior. El interior estaba capado. Más de la mitad del templo estaba púdicamente tapada por una gran lona, tras de la cual se vislumbraban una serie de andamios que, aunque menos aparatosos que los del Palacio de Justicia de Bruselas, no por ello resaltaban el estado mejorable de la edificación. Nuestra guía confirmó que el edificio, tras unas tormentas históricas que tuvieron lugar diez años hacía, había tenido que ser poco menos que apuntalado para estabilizar lo que amenazaba quedar algo así como la torre de Pisa.

En esas condiciones, vimos lo que pudimos. En principio, la visita guiada se refería únicamente a la catedral, pero la guía nos encontró animados y preguntones y eso la motivó para enseñarnos alguna cosilla más por el centro, incluyendo en monumento que tenían en la plaza, dedicado a una señora que por lo visto encabezó la resistencia de Tournai cuando Alejandro Farnesio apareció por allí para pacificar Valonia. En aquellos tiempos, oponerse a los tercios españoles era muy malo para la salud y, si los mandaba Alejandro Farnesio, quizá el mejor general que tuvieron en toda su historia, era especialmente malo. Parece que la señora en cuestión vio acortados sus días en esta tierra, por rebelde y sediciosa, pero, por lo menos, en Tournai hay una estatua suya en la plaza principal. Si le vale...

La guía se despidió poco después, y el supuesto alemán y yo nos quedamos junto a la torre. Yo seguí hablando en alemán, él me respondía en francés, y al final acabé por preguntarle si era de Múnich, o era de otra ciudad y luego se había trasladado a Baviera.

- Soy ucraniano - terminó por decir.

- Ah, pues entonces podemos hablar seguramente en ruso - respondí, en mi ruso casi inmaculado.

El ucraniano me miró como si fuera el demonio.

- ¡No! ¡En ruso no!

Ay, madre...

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