- ¿Y por qué no quiere hablar el ruso? - dije, volviendo al idioma alemán.
- Es una lengua de una dictadura. No quiero tener nada que ver con ello. Todos los rusos están al lado de su gobierno, que nos ha invadido.
Yo tenía entendido que los hombres ucranianos estaban todos en el frente y que quienes andaban por Europa Occidental eran ancianos, mujeres y niños, pero se ve que hay algunas excepciones. Algunos residen en Múnich y se van de turismo por la Valonia profunda.
- ¿Todos? Eso de generalizar es lo mismo que hace Putin con los ucranianos, que dice que son nazis. No se ponga al mismo nivel.
- Insisto. No quiero tener nada que ver con lo ruso ¿Cuántos rusos hay que no apoyan a Putin? Prácticamente ninguno. Quizá un cinco por cien.
- Alguno más será. No entiendo por qué quiere renunciar a la cultura rusa, que no tiene nada que ver con lo que está pasando ahora.
- Claro que tiene que ver. La cultura rusa es la que ha producido una mentalidad y una situación como la actual. Las obras de Tolstoi, que todos los niños leen y donde se desprecia a los ucranianos, han llevado a una situación como la de ahora.
- Eso es pasarse ¿Y Gógol? ¿Qué hacemos con él? ¿Es cultura rusa o ucraniana?
Esto reconozco que era una pregunta pérfida. Sé perfectamente que los rusos consideran a Gógol ruso, mientras que los ucranianos siempre lo han considerado ucraniano, al ser allí donde nació, aunque escribió toda su obra en ruso. Así y todo, los temas ucranianos son relativamente frecuentes en sus escritos.
- Gógol escribió casi todo en ruso. Es cultura rusa.
Mi interlocutor estaba recorriendo a pasos agigantados el camino que los propios panrusos le querían hacer recorrer: identificar la lengua con la nación, que es el sueño húmedo de todo nacionalista, sea serbio, ruso o catalán, y abandonar todo lo que se exprese en una lengua que no sea la única que ellos consideran propia. Que lo digan los escritores catalanes en castellano, por ejemplo.
- Pero Gógol nació en Ucrania y escribió con frecuencia sobre temas ucranianos.
El ucraniano eludió el tema como pudo.
- A veces, pero principalmente escribió en ruso y sobre Rusia. El caso es que la cultura rusa produce una población rusa tan nazi como la actual. No quiero nada con la cultura rusa.
- Cuando dice usted que todos los rusos son nazis, usa el mismo argumento que Putin, que dice que los ucranianos son nazis. Y, bueno, ¿es que no hay nazis en Ucrania? Ya sabe usted que sí que los hay.
- Una minoría insignificante. Tan insignificante como los rusos que no quieren la guerra. Los oigo en Múnich, en las mesas vecinas de los restaurantes a los que voy. Ellos creen que no les entiende nadie y por eso hablan libremente, pero yo lo entiendo todo. Y, créame, todos apoyan la guerra.
- Todos los que ha oído usted. Mi experiencia con los rusos que conozco es diferente. Sé de varios que están muy descontentos con la situación actual. En todo caso, generalizar es injusto, aunque sólo hubiera un cinco por cien de contrarios a la guerra. Lo de deshumanizar al enemigo lo han hecho otros antes, incluido el mismo Putin, y nunca ha salido bien.
La conversación siguió todavía un ratito, pero ninguno de los dos nos movimos de nuestra posición. Puedo entender que a un ucraniano, no sé muy bien de qué zona de Ucrania, le sepa a cuerno quemado lo que está sucediendo en su país. De hecho, ¿quién no tiene la tentación de poner a todo un grupo poblacional en el mismo saco? No seré yo quien tire la primera piedra, cuando lo que me pide el cuerpo es precisamente eso, decir un todos los madrileños... o todos los catalanes... y cualquier barbaridad a continuación. Para evitar llegar a esos extremos, tengo que poner a trabajar la cabeza y convencerme de que hay madrileños que no tratan a quienes no viven allí como españoles de segunda (por mucho que abunden los que sí lo hacen), al igual que hay catalanes que abominan del nacionalismo y que no tienen la menor intención de anexionar Valencia y de largarse de España.
Pero la cabeza trabaja peor cuando tu país está invadido por otro y te están tirando bombas a tutiplén. En esos casos, lo que le a uno le pide el cuerpo se lo exije sin posibilidad de intervención de la razón. Ojalá con el tiempo se le pase este afán de generalización, tanto a Putin y su cuadrilla como a mi interlocutor ucraniano y al resto de ucranianos que son bombardeados, en primer lugar, por los rusos, y en segundo por su propia propaganda de guerra, que inevitablemente tiene interés en motivar a su población en el odio hacia el enemigo. Porque las guerras, lamentablemente, son así.
Ofrecí al ucraniano llevarle en coche de vuelta a Bruselas, pero ya se había comprado el billete de tren de vuelta y posiblemente no tuviera mucho interés en pasar hora y pico de viaje conversando con alguien con una postura demasiado transigente con los rusos, así que él se volvió a Bruselas en tren, mientras que yo lo hice en coche.
No llegué demasiado tarde, a diferencia de la hora que se ha hecho, así que daremos por cerrada esta historia de Tournai y volveremos a narrar otras aventuras, lo cual no ocurrirá sino en la próxima entrada. Hoy no, porque hoy sí se ha hecho tarde.
3 comentarios:
La guerra se libra en los frentes y en las mentes también...TERRIBLE Por cierto, acabo de publicar algo sobre esta guerra. Revísalo en cuanto puedas
Hola, Alí Reyes, he visto tu publicación sobre la guerra. Me temo que todavía quedan muchas publicaciones por realizar, y que esto va para más largo de lo que nadie pensó. Sigo con frecuencia la prensa rusa (ahora que se puede de nuevo), que se cuida muy mucho de criticar al régimen lo más mínimo, por la cuenta que les trae. Para mi sorpresa, tras la contraofensiva ucraniana más reciente, he visto algunos fragmentos de espacios televisivos donde, a pesar de estar teóricamente prohibido, algunos tertulianos, incluso próximos al régimen, no tienen empacho en llamar "guerra" a lo que evidentemente lo es. El problema es que, si las cosas se empiezan a torcer para Putin, quien le sustituya puede decretar la movilización general y la huida hacia adelante, con consecuencias imprevisibles, pero de las que no saldrá nada bueno.
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