miércoles, 18 de agosto de 2021

La llegada de los españoles

Margarita de Austria (a la derecha), tras el fiasco del matrimonio con el rey de Francia, se casó con el heredero de Castilla y de Aragón, Juan, que se hubiera convertido en el Juan III de ambas coronas... si hubiera vivido lo suficiente para heredarlas. Nuestra Margarita se desplazó a Burgos para casarse con el príncipe de Asturias y, al parecer, se cayeron muy bien desde el principio. Pero que muy bien. Lo que pasa es que ese principio sólo duró seis meses, al cabo de los cuales el príncipe Juan falleció de unas fiebres, quizá por unir a su constitución, no demasiado fuerte, los frecuentes esfuerzos que hizo para concebir descendencia. El caso es que la descendencia póstuma, que la hubo, murió en el parto, con lo que Margarita volvió a Flandes y luego se casó con el duque de Saboya Filiberto II, del que también enviudó poco después. En estas condiciones, y con veinticuatro años, decidió que ya estaba bien de matrimonios y se negó a casarse en lo sucesivo.

Su hermano Felipe (a la izquierda) se casó con la tercera hija de Isabel y Fernando, la princesa Juana, que se desplazó hasta los estados del novio para contraer matrimonio. También ellos se cayeron pero que muy bien, hasta el punto de que hubo de casarlos a toda prisa porque la cosa se iba de las manos. La ceremonia fetén, al día siguiente de la urgente, tuvo lugar en la iglesia principal de Lier, una ciudad muy chula a medio camino entre Malinas y Amberes, y a partir de ahí fueron llegando los hijos, además con bastante rapidez: Leonor, Carlos, Isabel, Fernando, María y Catalina, ésta última póstuma.

Las cosas, que parecían sencillas, se fueron complicando bastante. Juana no parecía tener aspiraciones serias a la sucesión en España, siendo sólo la tercera hija de los reyes, pero la muerte sucesiva de sus hermanos mayores la situó como heredera, así que su madre se las compuso para traerla de vuelta a España, no fuera a ser que le tocara heredar. Llegado que hubieron los cónyuges a España, aquí nació el cuarto hijo, Fernando, que ya se quedó por el centro de la península y fue completamente educado como español y en español, mientras que los primeros hijos, que habían nacido en Flandes, tiraban más por el lado borgoñón.

En Flandes y Brabante, el duque era Felipe, que dejó sus estados para un par de viajes a Castilla. Del primero, que hemos visto ahora mismo, volvió rápidamente, pero del segundo ya no volvería, y eso que era el más importante, porque fue para hacerse reconocer como Rey de Castilla, cosa que consiguió, pero no por mucho tiempo, porque no tardó en palmarla, dícese que por hidratarse mal después de una partida de pelota y haber sudado mucho. Cómo se nota que era huérfano de madre, que no hubiera consentido que bebiera tanta agua fría sin más ni más.

Así pues, Felipe el Hermoso fue el primer mandamás de Bruselas que holló suelo español; también fue el último mandamás de Bruselas en mucho tiempo que residió regularmente en los Países Bajos. Para sus sucesores, Bruselas dejó de ser el núcleo de sus estados para convertirse en una zona periférica y, en muchísimas ocasiones, problemática. A Felipe el Hermoso debemos los españoles una expresión popular, aunque poco casta, cual es la de poner a alguien "mirando a Cuenca". Como sus ancestros, Felipe iba camino de engendrar hijos bastardos a porrillo, por mucho que su propia mujer le pusiera bastante; la princesa Juana era una mujer bastante celosa y, por lo visto, todo un carácter, así que Felipe I se hizo construir un torreón, precisamente orientado a Cuenca, que utilizaba a veces como observatorio y mucho más frecuentemente como picadero, así que llevar allí a alguna de sus amantes equivalía a ponerlas mirando a Cuenca.

El sucesor de Felipe en sus estados flamencos, brabanzones y borgoñones era su hijo mayor, Carlos, que recibió ese nombre en memoria de su bisabuelo Carlos el Temerario. Lo que pasa es que tenía seis años, que no es edad como para ponerse a gobernar, así que su abuelo Maximiliano, que ya era emperador, recuperó la regencia durante la menor edad de su nieto y, como ser emperador y regente a la vez es muy cansado, delegó la regencia en su hija segunda, Margarita, que ya había enviudado de todo el mundo y residía tranquilamente en Malinas.

Este Carlos había nacido en Gante y, efectivamente, se le conocía entonces como Carlos de Gante. De verdad que nadie pensaba en semejante concentración de poder, porque, cuando sus padres se casaron, su madre no estaba previsto que heredara nada de nada, pero las cosas no siempre salen como uno pretende, así que murió tanta gente mejor situada para heredar que a Carlos le quedó Brabante, Flandes y, en general, Borgoña y los Países Bajos Borgoñones que le venían de su abuela materna, la hija de Carlos el Temerario; le quedó Austria y el Tirol, además de una fuerte candidatura al título imperial, por parte de su abuelo Maximiliano, que seguía, eso sí, vivito y coleando; le quedó Castilla de su abuela, Isabel la Católica, y le terminó por quedar Aragón de su abuelo, ese genio de la política que se llamó Fernando el Católico y que durante su reinado se ocupó de agrandar su corona añadiendo la de Nápoles, la de Navarra y todo lo que quedaba por allí más o menos vacante. Lo que no le salió nada bien fue lo de conseguir otro heredero, y eso que se puso a ello con todo el fervor que pudo y se casó con uno de los pibones más resultones de la época, Germana de Foix, que podía ser su hija y hasta su nieta.

Así las cosas, tenemos a otro Carlos, bisnieto de Carlos el Temerario, como mandamás de Bruselas, pero éste merece entrada aparte, lo que tendrá lugar en otra ocasión, porque hoy se hace tarde.

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