lunes, 16 de agosto de 2021

La llegada de los Austrias

En la última entrada gafapastosa nos habíamos dejado a Carlos el Temerario palmándola ante los muros de Nancy, y se daba la circunstancia de que carecía de ningún hijo legítimo varón. Su única hija era María, un pibón de veinte años, en edad de merecer y soltera de toda soltería, frente a la cual se levantaba el rey de Francia, Luis XI, con unas ganas enormes de ajustar cuentas con Borgoña. Es más, las propias ciudades de Flandes y de Brabante, a las que Felipe el Bueno y Carlos el Temerario había sometido a un marcaje estrecho en forma de saqueo y quema en cuanto levantaban la cabeza o decían no sé qué de libertades y privilegios seculares, no estaban muy por la tarea de ayudar a su nueva duquesa.

María era un caso raro en la Edad Media de mujer sui iuris, que podía elegir marido ella misma, pero más le valía elegir bien y rápido, porque Luis XI no estaba por la tarea de perdonarle la vida. Sí que fue rápido, porque, si Carlos el Temerario la diñó en enero (mal mes, en general, para conducir campañas militares), en agosto vemos casada a su hija con Maximiliano, archiduque de Austria, y en poco tiempo más emperador del Sacro Imperio. Las negociaciones de dicho matrimonio en vida de su padre habían sido largas, pero María las acortó considerablemente con el efectivo sistema de decir sí a todo lo que pedían los Habsburgo.

Luis XI debió torcer el gesto, pero obtuvo la Picardía y parte de la Borgoña histórica que no pertenecía al territorio del Sacro Imperio. El resto, incluido lo que hoy son los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, y un trozo chiquito, pero importante, cual era el Franco Condado, quedó en poder de Borgoña. Esto está muy resumido aquí, pero lo cierto es que Francia y Borgoña estuvieron pegándose durante muchos años hasta llegar a un resultado provisionalmente aceptable para ambos. Provisionalmente.

La parejita residió, eso sí, no en los lejanos territorios austríacos de procedencia del marido, sino en Flandes y Brabante, feudo de la mujer, que podían considerarse con razón como los lugares más pijos de Europa, al estilo de lo que pueden ser hoy París o Londres. Para ganarse el apoyo de las ciudades que habían quedado muy quemadas (a veces literalmente) con el gobierno férreo de los duques anteriores, María les devolvió los privilegios de la Carta de Cortembergh y de la "Joyeuse Entrée", con lo que quedaron razonablemente contentas.

Sin embargo, el gobierno de la duquesa María fue corto, y terminó a los cinco años de acceder al mismo con una caída de caballo estando embarazada. Uno se pregunta qué ganas son ésas de montar a caballo estando embarazada, pero parece que la duquesa María era, además de una amazona ferviente, todo un carácter, y nadie se atrevió a toserle. La caída fue lo suficientemente desgraciada como para dejar Borgoña sin su duquesa, que fue enterrada en Brujas y allí sigue, como muestra la foto que ilustra esta entrada.

Con todo, en estos años le dio a la duquesa para dar dos herederos a su ducado y a su marido Maximiliano. Los dos dieron bastante que hablar en los años siguientes: el mayor, siguiendo una tradición familiar borgoñona, y que indica quién mandaba en ese matrimonio, se llamó Felipe, como su bisabuelo, y en España lo conocemos como Felipe el Hermoso. Si el actual jefe del Estado se hace llamar Felipe VI, el primero de esa serie de felipes es el susodicho Felipe el Hermoso, pero de ese hablaremos un poco más adelante.

La hija menor de la duquesa María atendió por el nombre de Margarita, también un nombre muy borgoñón, y a efectos del gobierno de Flandes y Brabante tiene una importancia fundamental, que también veremos más adelante. A Margarita la intentaron casar con el nuevo rey de Francia, Carlos VIII, hijo de Luis XI, pero, ya prometidos, Carlos VIII decidió cambiar de novia y asegurarse Bretaña, más que el Artois y el Franco Condado que hubieran sido la dote de Margarita. La verdad es que Margarita no estaba teniendo suerte en sus matrimonios o intentos de matrimonio, y fuerza es decir que las cosas no iban a mejorar en lo sucesivo.

Como Borgoña y Austria ya estaban unidas contra Francia, tocaría casar a ambos príncipes con alguien que también tuviera rencillas contra los gabachos. Los candidatos ideales se encontraron más al sur, en un país que estaba a punto de arrojar a los últimos sarracenos de su territorio y que se las tenía tiesas con Francia en el frente italiano.

Ahora que Borgoña había adquirido a los Austrias para su causa, le tocaba adquirir nada menos que a España.

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