Uno llega a Valencia, la millor terreta del món, abre un buzón atestado de cartas y, entre ellas, se encuentra la siguiente joyita:
Apreciado vecino:
Espero que se encuentre bien, mi nombre es María y le escribo para compartir con usted buenas noticias.
Me gustaría hacerle saber que Dios nos asegura "él no está muy lejos de cada uno de nosotros" (Hechos 17:27). Con ternura consuela a quienes sinceramente lo buscan.
Además Dios promete que estas condiciones solo serán temporales. Muy pronto viviremos en un tiempo en que "ningún residente dirá: estoy enfermo" (Isaías 33:24).
También en la página web: JW.ORG, la cual está en la hojita que le adjunto, podrá encontrar la respuesta a cualquier pregunta que usted tenga.
Deseo que todo le vaya bien y que usted y su familia estén a salvo del Covid-19.
Reciba un cordial saludo.
María
Y no es un envío con una carta fotocopiada, no. Escritura a mano, por mucho que todas las cartas que haya escrito María tengan exactamente el mismo contenido, dictado por la Hightower, y remitente pulcramente escrito en el reverso del sobre, por si quiero contestar a la dirección de María. Y sobre debidamente franqueado, con mi dirección, aunque no con mi nombre, que sustituye por "Apreciado vecino". No me conoce, pero me aprecia. Lo de vecino es relativo, porque, a juzgar por su dirección, la buena de María vive al final de la calle Carteros, ya cerca de Tres Cruces, y eso está a cosa de tres kilómetros de mi casa, lo cual en Siberia es el equivalente a vecino de puerta con puerta, pero en el casco urbano de Valencia hay que interpretar muy ampliamente la noción de vecino para que entre en ella la relación entre María y yo.
Los católicos deberíamos hacer una autocrítica muy seria a la luz de la mera existencia de los Testigos de Jehová, que sólo pueden haber surgido en lugares donde nos hemos dormido en los laureles. Esta secta se nutre de citas bíblicas mal traducidas y sacadas de contexto, que sólo pueden haber seducido a personas muy faltas de compañía y de formación adecuada, y de ambas cosas tenemos la culpa quienes podíamos hecho algo para paliarlas. Como no lo hemos hecho, y como esta gente, otra cosa no, pero inasequibles al desaliento son un rato, sus supercherías con apariencia de iglesia se han extendido y ahora a ver cómo les convences, una vez sorbido el seso, de que quienes les han sacado de la soledad y de su abandono son unos farsantes que han fundado una editorial con pinta de iglesia.
En fin, que hay mucho trabajo. Pero de eso tocará ocuparse en otra ocasión, porque ahora, con el Covid y esas historias, los Testigos de Jehová predican a distancia y sin contacto directo, y en ese contexto rebatir sus herejías es muy cansado.
Y, ya puestos, si a la señora que me llamó el otro día le respondí en neerlandés, lo propio sería responder a María en el equivalente nuestro, que es el valenciano, esa lengua que es oficial en la ciudad de Valencia, pero que no habla en ella casi nadie, ni los de Compromís.
A ver dónde tengo un sobre...
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