domingo, 22 de agosto de 2021

Carlos de Austria

En tiempos pasados, quedó aquí publicada una entrada sobre gente que no quería nadie, ejemplificada en la figura, a mi entender poco ejemplar, del general Walter, que despierta cierto rechazo en las que pueden ser sus patrias. Creo que una hija suya ha escrito una biografía elogiosa, cosa comprensible por amor filial, y creo que la izquierda española, la que sabe quién fue, tiene una opinión favorable porque estuvo en las Brigadas Internacionales, cuando quien debería tener una opinión favorable es más bien la derecha española por la gran contribución del general Walter a la victoria de Franco.

Bien al contrario, no es éste el caso de Carlos de Austria, a quienes todas sus posibles patrias quieren tener como nacional. Y con cierta razón.

Carlos de Austria, como se le debe conocer en España, nació en Gante, se crio en Malinas, su lengua materna era el francés, luchó en Italia y por toda Europa, y fue emperador de Alemania, pero, sobre todo esto, eligió ser español y eligió España para morir. Por supuesto, con permiso del Institut de Nova Història, que tiene tesis sobre el particular que, como mínimo, son entretenidas de leer, aunque me abstendré de expresar aquí la opinión que me merecen. También la tenemos en vídeo. Al parecer, desde hace poco, lo de que murió en el Monasterio de Yuste no es una opinión unánime, aunque sólo sea por el hecho de que aquí ya cualquiera puede expresar su parecer.

Durante sus primeros años, desde luego antes de cumplir los dieciséis, Carlos de Austria sólo tenía de español el apellido materno, con el añadido de que a su madre tuvo poquísima ocasión de conocerla, porque partió hacia Castilla para no volver cuando nuestro hombre tenía cinco años. Duque de Borgoña, Brabante, Flandes y todos esos estados desde los seis años, se crio en la corte que su tía Margarita, la viuda negra, tenía en la ciudad de Malinas, donde todavía se puede ver, y hasta visitar, el palacio donde vivió, que más tiene aspecto de casona que de palacio. En esto tuvo suerte, porque Margarita de Austria, una mujer que se conoce mucho menos de lo que merece, siempre estuvo allí para cubrir las ausencias de su sobrino de sus estados borgoñones y, básicamente, para lo que se terciara, ya fuera reprimir revueltas ciudadanas o negociar tratados con los franceses, como hizo brillantemente con motivo de la paz de Cambrai, bastantes años después.

El castellano no lo conocía apenas, y decir "apenas" quizá sea una exageración. Su abuelo envió un preceptor para enseñarle algo, pero las clases que pudo tomar no le aprovecharon en absoluto. En cambio, su padre Felipe sí que dispuso que su hijo tuviera una educación totalmente borgoñona.

Sin embargo, tarde o temprano hubo que tomar una decisión sobre qué hacer con los dominios que estaban cerca de caerle en suerte. Ese momento llegó en 1516, con el fallecimiento de su abuelo Fernando, V de Castilla y II de Aragón, que parece que no pudo aguantar el ritmo que se había impuesto para engendrar descendencia en sus estados aragoneses. Técnicamente, el heredero no era él, sino su madre, que llevaba algún tiempo encerrada en Tordesillas con serias sospechas sobre su salud mental. Sin embargo, Carlos se fue a España como un turista más y, a lo largo de unos cuantos años, y no sin problemas, se fue de gira por las cortes de los distintos reinos de las España hasta ser reconocido como rey en cada una de ellas. Ríase usted de la Vuelta a España.

Pero no estamos hablando de España, sino de la historia de los mandamases de Bruselas. Carlos de Austria sería el último que pasaría regularmente por allí en muchísimo tiempo, y también fue el que organizó mejor el cotarro, cosa que no suele conocerse en España, donde no se enseña mucho más que las guerras contra el francés, el turco y el hereje, además de las comunidades y las germanías. Sin embargo, por lo que nos toca, Carlos de Austria creó realmente un estado básicamente unificado en los Países Bajos, aunque duraría poco tiempo más. Le costó un montón, y no es de extrañar, porque llevamos algún tiempo viendo que los territorios en cuestión, que aun hoy están divididos entre cinco países, no tenían mucho más en común que la religión católica y el mismo señor (igual que Bélgica hasta la debacle de la Iglesia Católica), pero venían de realidades muy distintas, con distintas normas, lenguas e historia.

Con mucha paciencia, Carlos de Austria fue anexionándose lo que todavía no tenía, que era básicamente el ducado de Güeldres, un lugar bastante revoltoso desde donde se lanzaban expediciones punitivas por las tierras borgoñonas, así como otros territorios del norte de los actuales Países Bajos, ya fuera por las buenas (o sea, comprándolo) o por las malas. Del obispado de Lieja ya hemos hablado, y Carlos lo dejó como una especie de estado satélite. En 1549, lo vio todo maduro y decretó que los Países Bajos se constituían en una entidad territorial indivisible: las diecisiete provincias. Y la capital, o la sede del consejo de gobierno y de los Estados Generales, sería Bruselas, que empieza a destacar claramente sobre todas las ciudades vecinas.

En Bruselas, Carlos de Austria estaba claramente en su casa. Que sí, que era señor de no sé cuántos sitios, y subiendo (durante su reinado los dominios en América aumentaron considerablemente), pero él había nacido y se había criado en sus Países Bajos, y se puede decir con fundamento que fue el creador de su estructura, así que no es de extrañar que le tuviera cariño.

Y sí, Carlos de Austria finalmente eligió España como lugar donde pasar a mejor vida. Lo hizo en Bruselas, donde dejó los Países Bajos a su hijo Felipe, que, a diferencia de él, había tenido una educación totalmente española y no estaba tan a gusto en Bruselas como lo estaba él. Sin embargo, Felipe, al que conocemos en España como el Rey Prudente, sería el último mandamás de Bruselas que, al menos, pasó por ella, en muchísimo tiempo.

Para este momento, Carlos de Austria consta que ya hablaba perfectamente el español. Se sabe que era muy capaz de decir palabrotas, y ya hacía algún tiempo que sus confesores eran sacerdotes españoles. No sé si alguno de los lectores se ha confesado en lenguas distintas de su lengua materna, pero ya os digo yo que hay cosas más fáciles en la vida. A diferencia de sus antepasados, no tuvo hijos bastardos, sino sólo cuatro hijos naturales, porque parece que los escarceos extramatrimoniales que tuvo no se produjeron durante su matrimonio con la emperatriz Isabel (que ya apareció en los albores de esta bitácora, cuando ni se me pasaba por la cabeza que acabaría viviendo en Bruselas). Si uno compara esto con los innumerables hijos ilegítimos de Felipe el Bueno, indudablemente tenemos un cierto progreso.

Finalmente, el emperador Carlos se fue a pasar sus últimos días a España, como tantos jubilados centroeuropeos, y dejó los Países Bajos, su ojito derecho y lo que él consideraba como sus tierras familiares en sentido más estricto, a su hijo Felipe, con indicación expresa de conservarlos.

¿Atado y bien atado? Pues va a ser que no.

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