Uno lleva ya unos cuantos meses sin pisar su casa, y es normal que, al abrir el buzón de correos, se encuentre un montón de papeles. Además de la carta de María, la Testigo de Jehová, a su apreciado vecino que vive a cuatro kilómetros de su casa, contamos con una barbaridad de publicidad. En otros viajes, la estrella de la publicidad eran los dentistas. El boom de las dentaduras impecables, vamos. Todo son ofertas de dentistas, odontólogos y todo tipo de profesionales de la parte más accesible del aparato digestivo.
Es cierto que también en esta ocasión ha sucedido lo mismo, pero la repetición del mismo pasquín me hace sospechar que algún vecino ha decidido liberarse fácilmente de los pasquines que le habían tocado a él.
No, en esta ocasión, los anuncios estrella son los de las inmobiliarias. Vuelven a la carga, como en los primeros años del siglo. Parecía que habían desaparecido, pero estaban ahí, agazapadas, dándose cuenta de que su momento llegaría, y da toda la impresión de que su momento ha llegado ahora. A diferencia de los dentistas, todos los pasquines son distintos, y también está el típico folletín de mujer (porque siempre es mujer) que deja "inocentemente" una hojita en el buzón declarando su necesidad de encontrar un piso precisamente en esa finca, y añadiendo un número de teléfono móvil, con el ruego -encarecido- de contactar con ella. Tiene toda la pinta de ser un truquito de las inmobiliarias para captar clientes y ampliar cartera.
El hecho de que todos los pasquines sean distintos implica que mis vecinos, a diferencia de lo que pasa con los dentistas, no han metido sus propios pasquines en mi buzón, en ningún caso. Es decir, que están potencialmente interesados en vender su propiedad. La verdad es que este edificio vive poca gente, y este agosto únicamente me he cruzado con el chino del quinto, que parece el mismo de Pascua. Digo que parece porque me da en la nariz que los chinos del quinto cambian con frecuencia de personalidad, pero no es sencillo descubrirlo, porque ya de por sí los occidentales tenemos problemas para distinguir un chino de otro, y no digamos si llevan mascarilla hasta los ojos. Porque otra cosa no sé, pero los chinos llevan lo de la mascarilla a rajatabla, sea o no obligatoria.
Los otros vecinos que conozco deben estar de veraneo como veraneamos los valencianos, es decir, a pocos kilómetros de nuestro lugar de residencia habitual. Una, a la que le gusta el interior, está en Godelleta; otra, mi vecina de rellano, es incluso más atrevida y pasa el verano en Gandía, nada menos que a ochenta klometrazos de su vivienda. Y otros vecinos simplemente tienen la vivienda, pero se han ido a residir a otros lugares que supongo que le convenían más. Incluso la señora Margarita, a la que siempre he pillado en verano por estos pagos, parece haber desaparecido del mapa, dejándome solo con el chino del quinto, un tío muy risueño que saluda cordialmente (a diferencia de sus antecesores chinos) y se desplaza en bicicleta por ahí.
En fin, que parece que los tiempos del ladrillo vuelven, no entiendo muy bien cómo, ni quién está en condiciones de dejarse los cuartos en inmuebles, con la que está cayendo. Pero se ve que sí, que hay más pasta de la que nos pensamos los que vemos la tormenta desde fuera. Esperemos que la cosa no termine como en 2008, pero no las tengo todas conmigo, porque hay un refrán que dice que de los escarmentados nacen los avisados, pero estoy completamente seguro de que el que inventó ese refrán no vivía en la España del siglo XXI.
Entretanto, toca pasar unos días tranquilos en compañía de la tropa, Abi, Ro y Ame, tres rapaces de rompe y rasga lejos de los niñitos adorables que eran en los tiempos en que está bitácora vio la luz. Lo más probable es que haya gente más interesada que otra en hacer planes, pero tengo la esperanza de meter alguna que otra excursión cultural por los rincones del Reino de Valencia. Por si acaso, y no hay nada que contar, siempre nos quedan las entradas gafapastosas de los duques de Borgoña y otros mandamases que han gobernado la ciudad de Bruselas.
Pero eso será otro día, que hoy se hace tarde, y en Valencia alguien ha decidido imponer un toque de queda. Que ya son ganas.
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