Hace poco pudimos conocer a quien, con diferencia, pasa por ser el personaje más derrochador de todos los tiempos, capaz de pulirse una fortuna enorme, como fue Mariano Téllez-Girón y Beaufort-Spontin, duque de Osuna y de muchos más sitios. Este personaje, como vimos, acabó rindiendo su alma al Señor en Beauraing, un lugar, en general, bastante oscuro, del cual conviene, sin embargo, saber algo más.
Beauraing está lejos de todo. Bueno, lejos para lo que es Bélgica, que no estamos hablando de Rusia ni de Canadá. Está en Valonia, en un rinconcito bucólico pegado a la frontera francesa, y a medio camino entre Bruselas y Luxemburgo, en las proximidades de las Ardenas. La ciudad más cercana es Namur, y estamos hablando de un buen porrón de kilómetros hasta allí. Bien, pues éste es el lugar que eligió el duque de Osuna para pasar sus últimos años y gastar sus últimos millones, e incluso algunos millones que ya no eran suyos y que tomó prestados. Esto que gastó bien se puede decir que se convirtió en humo en el pavoroso incendió que consumió su castillo.
En las décadas siguientes, Beauraing no vivió ningún acontecimiento de relumbrón. La Primera Guerra Mundial vivió una molesta ocupación alemana, como casi la totalidad de Bélgica y, de hecho, cuando tuvo lugar el armisticio alemán del 11 de noviembre de 1918, el frente sólo se estaba acercando y Beauraing seguía ocupada por el ejercito alemán.
En esto llegamos a los últimos días de 1932.
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Esto de las apariciones es un asunto delicado. Las de Beauraing, como las de Lourdes, La Salette, Fátima y algunas más, tampoco tantas, están confirmadas por la Iglesia Católica. Otras, muy notablemente las de Garabandal, que está en España, o Medjugorje, que está en Bosnia, no lo están, pero en los dos sitios hay santuarios y se producen conversiones espectaculares.
Sin embargo, si tal cosa existiera, Beauraing se ha quedado en una especie de segunda división de apariciones. Quizá sea porque el catolicismo belga, con honradísimas excepciones, es cada vez menos militante y cada vez más escaso, y no se diría sino que los obispos belgas caminan firmemente por ese camino que no sabemos dónde llega, porque no podemos estar totalmente seguros de nada que suceda en el futuro, pero no parece estar dando muchos frutos.
Quizá sea eso, pero Beauraing es indudablemente un lugar mariano. Cuando se levantó un sabado frío, pero soleado, hace unas cuantas semanas, me dije que era el momento de hacer una excursión más larga que de costumbre en el coche, y pensé en Beauraing, sin saber ni siquiera dónde estaba. En esto, comenzando los preparativos, me llamó desde Asia Central una amiga con la que hacía mucho tiempo que no hablaba, y nos tiramos más de una hora de palique. Total, que pasaba del mediodía, y yo seguía en casa, y entonces vi que Beauraing estaba mucho más lejos de lo que yo pensaba, y ya dudé si no dejarlo para otro día.
No tengo muy claro por qué no lo hice, pero sí que no hacerlo no era una decisión racional con los datos que tenía. Iba a tardar casi dos horas en llegar, no sabía lo que me iba a encontrar por allí, e iba a tardar otras casi dos horas en regresar. Un palizón de volante, sin saber si aquello iba a valer mínimamente la pena.
Tomé, pues, el camino de Luxemburgo y seguí la autopista hasta pasado Namur, momento en el que me desvié y seguí por una carretera aceptable, pero poco más, y luego por un nuevo camino que ya me llevó hasta Beauraing, poco antes de las tres de la tarde de un sábado. Para un español, las tres de la tarde de un sábado no es hora hábil, sencilla y llanamente; pero yo busqué un lugar para aparcar, cosa que no me costó demasiado, y saqué el teléfono con ánimo de informarme de cómo orientarme en un sitio como aquél.
Me acerqué hasta la oficina de Turismo de Beauraing, que encontré cerrada a cal y canto. Pandemias aparte, ya vimos en una ocasión lejana que las oficinas de turismo municipales en Bélgica son de calidad variable: las hay excelentes, y las hay bastante indolentes, y parece que la de Beauraing podría ser de las segundas, porque sus horarios de aperturas no parecen coincidir con los de probable llegada de turistas.
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El sábado es un día mariano. Sin embargo, no sé si como consecuencia de la pandemia y de las medidas del gobierno, o porque normalmente las cosas son así, el santuario de Beauraing, a muy poca distancia de la oficina de Turismo, estaba muy tranquilo. Con cierta timidez, porque no sabía muy bien qué iba a hacer allí, subí por una rampa que me llevó a una capilla. La puerta estaba cerrada. Me acerqué hasta ella y empujé sin mucha convicción, pero, para mi sorpresa, la puerta cedió y yo pude acceder al interior.
El interior estaba totalmente desierto. Una capilla oscura estaba iluminada únicamente por un par de velas rojas. Más adelante, había una puerta de cristal, y un letrero junto a ella, que, en francés, rezaba, "timbre para las confesiones". Empujé la puerta de cristal, y también estaba abierta; al otro lado de la misma, había unos cuantos confesionarios a derecha y a izquierda, pero estaban todos vacíos.
Mmm... confesiones.
Salí de la capilla por donde había entrado y subí más, hasta una iglesia moderna acristalada, de esos horrores setenteros que hicieron arquitectos poco respetuosos con las obras de quienes les habían precedido. Busqué la entrada, que estaba rodeando el edificio por la izquierda; junto a la entrada, un mural narraba la historia de las apariciones de fin de 1932 y principios de 1933, que leí atentamente.
Entré en la iglesia. Por fin, allí había gente. Me dio la impresión de que era una adoración perpetua, quizá de las pocas que quedan en la secular Bélgica. Unas cuantas personas, dos o tres de las cuales, a juzgar por su aspecto y sus botas, eran evidentemente peregrinos que habían llegado hasta allí desde muy lejos, rezaban al Santísimo expuesto; me uní a ellos un rato.
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Pasado el rato, desanduve mi camino y me encontré junto al primer edificio del santuario, un centro de información del santuario. Entré en el mismo y me dirigí a la voluntaria que lo atendía.
- Est-ce qu'il y aurait un prêtre pour confesser? - pregunté sin mucha convicción.
- Tout a fait, monsieur! Est-ce que vous êtes allé à la chapelle? Il faut sonner la sonnette là-bas, et après vous devez aller à l'église; le prêtre ira vous rencontrer.
- Un grand merci!
Volví a la capilla, volví a empujar la puerta, volví a entrar, volví a atravesar la puerta de cristal, y esta vez reparé en un botón que no había visto antes, que evidentemente había que apretar para avisar a un sacerdote de que alguien quería confesarse. Lo apreté con fuerza, salí de la capilla y, como me había dicho la voluntaria, me dirigí a la entrada de la iglesia.
Allí esperé un tanto confundido, hasta que oí una voz que me saludaba. Me volví y vi a un sacerdote de mediana edad avanzar con paso firme hasta donde yo estaba.
- C'est moi qui a sonné... - dije.
- Venez avec moi - y me hizo pasar a la sacristía, donde se había habilitado un espacio de confesión pandémica, con dos sillas separadas por la distancia de seguridad y por una pantalla de plexiglás; además, tanto el sacerdote, como yo mismo y todos los que por allí estaban llevábamos una mascarilla.
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En el camino de vuelta, no podía dejar de pensar en por qué había terminado por allí. No vi nada más de Beauraing, ni siquiera las ruinas del castillo-palacio del duque de Osuna (lo cual, desde luego, es un motivo para volver por allí), sino que me volví inmediatamente a Bruselas. Diríase que el único motivo tangible de mi presencia allí era una confesión, que yo estaba tratando de evitar, como diciendo que "no había para tanto", y que Dios me estaba diciendo que "sí había para tanto" y que, para poder participar dignamente en la Eucaristía de las quince personas, tocaba pasar por el perdón previo de lo mismo de casi siempre. Sí, aunque la confesión anterior datara de sólo dos semanas antes, o quizá ni eso. Y que había terminado en el único lugar más o menos cercano a Bruselas en el que había posibilidad de recibir un mensaje, claro, estridente en su silencio.
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No tengo muy claro cuándo volveré a Beauraing, ni en qué condiciones; ni siquiera tengo claro si volveré a Beauraing, después de todo. Pero sí puedo decir que Beauraing ha dejado en mí una fuerte impresión; como dicen de Medjugorje, "es un lugar donde hay muy buena cobertura", aunque en el caso de la ciudad bosnia las apariciones no estén aprobadas oficialmente... pero la cobertura es la que es. Beauraing es infinitamente más modesta, y estoy seguro de que lo que vemos hoy es un reflejo pálido de lo que fue el santuario cuando Bélgica era todavía un país mayoritariamente católico, pero, os lo prometo, sigue habiendo buena cobertura.