lunes, 2 de marzo de 2020

El vértigo del cambio

Dejamos aparcada hasta la siguiente entrada la aventura de los atavíos rocieros del Manneken Pis, y la recepción en la sala del ayuntamiento de Bruselas que la precedió, y volvemos a las bruseladas de la entrada anterior, "Inestabilidad política". Quedamos en que, ante la creciente inestabilidad del sistema político belga, los bienpensados y paniaguados del sistema han comenzado a preocuparse. Un ejemplo es el artículo cuya imagen adorna esta entrada, y que no está en acceso libre ni en "Le Soir", que es quien lo publicó en un principio, ni en "El País", que es quien lo tradujo al castellano y lo publicó en España. El artículo me lo envío un buen amigo que me consta que sigue leyendo estas entradas esporádicas que pergeño ¡Un saludo a Agullent!

El artículo es buenísimo, y lo es porque revela la insoportable condición del ser humano del siglo XXI, y no digamos del siglo XXI en Bélgica. Bélgica (y me temo que no sólo Bélgica) está llena de irresponsables, a quienes el bien común les importa lo justito, y aun esto de boquilla, y quienes dejarían que se hundiera el mundo con tal de quedarse con su plato de lentejas.

De momento, lo que dice el artículo es verdad: como vimos, los partidos más votados, y subiendo, son partidos antisistema. Los independentistas, unos más posibilistas que otros, y los estalinistas, llevan la voz cantante ante el patético espectáculo que están dando los partidos del sistema. Probablemente bastaría con que alguien, quien fuera, tuviera lo que se llama sentido de Estado para que el temporal amainara, pero la jaula de grillos que es la política belga no da para más. El sistema está tan sumamente enfermo que no es de extrañar que el votante cabreado se decante por quienes quieren destruirlo. Incidentalmente, añadiré que en Bélgica el voto es obligatorio, y que el abstencionista se arriesga a que lo multen; a mí, si en un domingo me obligan a votar sí o sí, y todos los que forman el establishment, encima, dan vergüenza ajena, no es de extrañar que termine votando a los estalinistas o al Vlaams Belang, y que les zurzan a todos los politicastros.

"Le Soir", por su parte, es un periódico pro-socialista, que no es de extrañar que esté aliado con "El País". La autora del artículo, Béatrice Delvaux, es la jefa de la sección de opinión, y ha sido muchos años jefa de redacción, así que no estamos hablando de una becaria, precisamente. Probablemente es una persona con miedo, o quizá con vértigo, como lo son muchos de los que tienen de sesenta años para arriba (ella tiene 59, podemos decir que entra por los pelos), que se han estado beneficiando de un sistema que se cae a ojos vista para dar paso a algo que no sabemos qué será, pero sí sabemos (y ellos los primeros) que a ellos les pillará demasiado mayores y faltos de fuerzas como para poder jugar un papel relevante. No es extraño que esta señora tan socialista se nos ponga tan conservadora a la hora de salvar el sistema del que come, porque vaya a usted a saber qué nos espera, y si la jefa de opinión de "Le Soir" tendrá un papel tan relevante como el de ahora. Creo que ella se barrunta que no.

Yo no sé si Bélgica sobrevivirá a otras elecciones y a otro parlamento ingobernable. Quizá no. O quizá la inercia de su propia existencia todavía dé para unos cuantos años más de renquear. O quizá un acontecimiento externo venga a cambiar la dinámica de las cosas, y tengamos Bélgica para mucho tiempo.

Cuando tuvieron lugar las últimas elecciones, me dio para escribir algo que, lamentablemente, se está cumpliendo a pies juntillas: Bélgica tenía sentido como estado tapón, o como experimento de Estado capaz de hacer compatibles catolicismo y liberalismo. Lo segundo ha sido un completo fracaso, y lo primero es totalmente superfluo en el siglo XXI. Las consecuencias están a la vista.

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