¿A quién le interesa que Bélgica siga existiendo? Da la impresión que no a mucha gente y, los que están a favor, lo normal es que tampoco se atrevan mucho a alzar la voz. En cambio, los que dicen estar encantados de la -posible- desaparición de Bélgica son muchos, y se agrupan fundamentalmente en dos partidos: la NVA y el VB.
La NVA, de la que ya hemos escrito en alguna ocasión, es la Alianza Neoflamenca (Nieuw-Vlaamse Alliantie), un partido que, así como quien no quiere la cosa, es el más numeroso de Bélgica, a pesar de que, obviamente, sólo existe en Flandes. Para ser el más numeroso, le favorece el hecho de que en Bélgica no hay partidos importantes y presentes en todo el país. Los tres grandes grupos, socialistas, liberales y democristianos, tienen su partido flamenco y su partido valón, y en Bruselas, rompeolas de ambas comunidades lingüísticas, hacen lo que Dios les da a entender, o se presentan los dos. Así que la NVA, un partido socialmente yo diría que conservador, incluso ha hecho sus pinitos en el gobierno federal que aspiran a hacer desaparecer. Es verdad que no son, obviamente, un socio que dé mucha confianza, y de ahí que con sus bravatas y dimisiones han terminado por provocar la caída del gobierno y la convocatoria de las elecciones de este domingo pasado.
Su líder es Bart De Wever, el alcalde de Amberes, una ciudad en la que puedes intentar hablar francés si quieres, pero en la que es más seguro obtener una respuesta si haces las preguntas en inglés, suponiendo, claro, que el flamenco o el neerlandés no sean lo tuyo. El alcalde de Amberes tiene un plan muy interesante para terminar con Bélgica: básicamente, consiste en mirar cómo se va vaciando de contenido, hasta que llegue un momento en que se desvanezca cual pompa de jabón. Nos ha salido un nacionalista quietista, que se limita a mirar cómo el país se convierte en un espectro, y luego en la nada más absoluta.
Y lo cierto es que yo creo que no le falta razón. Uno mira en derredor de uno y se pregunta qué narices une a un tipo de Namur con otro de Gante. En un país extremadamente descentralizado, como es éste, las decisiones se toman en el municipio, la administración más próxima al ciudadano y que sí habla su idioma. Porque ése es el principal talón de Aquiles: los elementos que pudieran aglutinar al país han perdido importancia hasta un punto tan extremo, que uno tiene realmente la impresión de que Bélgica es, no sé si una pompa de jabón, vale, pero sí un castillo de naipes que se mantiene de pie en tanto nadie le dé un empujoncito, mientras las regiones le van quitando una carta, y luego otra, esperando el momento en que se derrumbe.
En su día, había tres elementos fuertes, que conformaban la identidad belga. El rey, la religión católica y la resistencia frente a las tres potencias que la rodean y con las que ha estado en guerra en algún momento. Lo que pasa es que los tres elementos están de capa caída.
Los reyes del siglo XXI no son lo que fueron sus antepasados, fuerza es decirlo, a despecho de los que nos decimos monárquicos. Además, los reyes de los belgas, en muchos casos, han distado de ser ejemplares, sin necesidad de remitirse a Leopoldo II, que no se explica cómo no se encuentra en la lista de criminales políticos más conspicuos de todos los tiempos, cerca de Stalin, Hitler, Mao o Pol Pot. Hay otros ejemplos poco ejemplares, como Leopoldo III, otro que tal baila, o Alberto II, que antes de subir al trono pasaba por ser un crápula de cuidado. Vamos, que menos Leopoldo I, el fundador del reino, o Alberto I, que pasa por ser un héroe de guerra o, si se quiere, Balduino I, a quien corren rumores de que quieren canonizar, el resto de los monarcas locales es difícil que pasen la criba de aglutinadores de los amores de sus ciudadanos, que no súbditos. En fin.
Si nos referimos a la Iglesia Católica como aglutinadora nacional, vamos listos. Gracias a personajes como los cardenales Suenens y el recientemente fallecido Daneels, por no hablar del famoso obispo de Amberes, monseñor Bonny, que es quien más destaca entre los prelados heterodoxos locales, la Iglesia Católica en Bélgica ha experimentado una caída en picado sin apenas parangón en Occidente. A misa va, según parece, el 3% de los belgas, y los sacramentos los reciben cuatro gatos. Apenas hay vocaciones, y viven de los sacerdotes que les envía la antigua colonia, el Congo, en la que dio tiempo, antes de que se independizara, a que los misioneros que la otrora pujante iglesia belga llegó a enviar evangelizaran al país antes de que fuera demasiado tarde ¿Aglutinadores? Desde que desapareció el latín como lengua litúrgica, y se tuvo que celebrar en francés y flamenco, aquí no hay pegamento que valga.
A los países los suele aglutinar, a falta de un proyecto nacional, la presencia de un enemigo exterior. Bélgica se enorgullece de ser el campo de batalla de Europa, hasta el punto de que resulta difícil encontrar un país cuyos ejércitos no hayan invadido el territorio de la actual Bélgica en algún momento. Los tres países fronterizos (Luxemburgo no cuenta, por birria), desde luego, lo han hecho. Francia lleva desde el comienzo de la Edad Moderna queriendo hacerse con los Países Bajos, hasta que Napoleón lo consiguió por algún tiempo. En cuanto a Holanda, es el país del cual se independizó Bélgica después de una corta guerra, pero, de todas maneras, las Provincias Unidas, antecesoras de lo que hoy es el Reino de los Países Bajos, ya se las tuvieron tiesas con la potencia que mandaba en la actual Bélgica desde muchísimo antes.
Y de Alemania, ¿qué vamos a hablar de Alemania? Alemania tiene casi una tradición de violar la neutralidad belga y arrasar con el país de paso a su siguiente invasión. Por aquí se acuerdan aún de la Primera Guerra Mundial y de la heroica resistencia en la punta de Ypres. De la segunda se acuerdan menos, ya que la Wehrmacht no llegó antes a sus últimos objetivos porque sus tanques tenían límites de velocidad.
Pues bien, ya hace varios decenios que todo esos países son la mar de amiguitos, están dentro de lo que hoy es la Unión Europea, y todo son parabienes entre ellos. No hay guerra a la vista, ni enemigo exterior que se precie.
Total, que en estas circunstancias, lo único que podría salvar el país sería un proyecto nacional. Algo que hacer, una misión en el mundo. Ni por ésas. Es triste decirlo en voz alta, pero Bélgica existe para hacer de tapón entre potencias mucho más boyantes, y porque a los ingleses les venía bien en el siglo XIX un aliado en el continente. El resto son pamplinas. Hubo un tiempo en que se pensó en que Bélgica podría ser un ejemplo de catolicismo liberal, algo que en el siglo XIX iban buscando los liberales (mucho más que los católicos). El descalabro de la Iglesia Católica en Bélgica me excusa de explicar qué le pasa al catolicismo cuando se quiere hacerlo compatible con el modernismo, el liberalismo, y los ismos que, en el fondo, son como el agua y el aceite.
El líder de la NVA lo sabe. Y sabe que esto no puede durar mucho. Y sabe también que, en la burocracia y parte política de la Unión Europea, los federalistas que hay por ahí y que abundan lo suyo estarían encantados de dar el poder a las regiones (que no se atreverían a llevarles la contraria) y de quitárselo a esos molestos, grandes y demasiado poderosos estados nacionales, que -habráse visto- ponen palos en las ruedas a sus designios.
Por si fuera poco, el líder de la NVA se ha dado cuenta de que con referendos y otras pirulas no va a ir muy lejos, y ahí están los casos de Escocia y Cataluña para dar fe. Perspicaz como es, ha visto que el Reino Unido y España tienen mucha más enjundia que Bélgica (siquiera sea porque en ambos países sí hay un idioma común), pero que en Bélgica le basta con sentarse a esperar y con actuar como si el país no existiera. En ello está.
A todo esto, la NVA es un partido simpaticote con el cual se trazan alianzas y coaliciones, y es parte del establishment, por muy independentista que sea, e incluso participa en tareas gubernativas, no sin antes hacerse querer y dejar un tiempo de gobierno en funciones, supongo que para chotearse un poco de lo inútil que puede ser el gobierno central. Pero no es el único partido independentista, no; hay otro, del cual ya hemos escrito alguna vez, pero al que igual toca referirse de nuevo. Se trata de VB, siglas de Vlaams Belang, o Interés Flamenco.
Vlaams Belang no es un partido simpaticote para el establishment. Vlaams Belang es un partido nacionalista, independentista, un pelín racista (y me quedo corto) y, por tanto, denostado por todos los demás partidos, que le hacen el vacío sistemáticamente. No les gustan los musulmanes; bueno, a casi nadie en Bélgica le gustan los musulmanes, pero la diferencia es que, así como nadie lo dice abiertamente por miedo a parecer facha, los de Vlaams Belang no se cortan ni un poquito y, si no reciben más votos todavía, es porque, en el fondo, los que le votarían saben que ser belga, o flamenco, no es para estar particularmente orgulloso. De hecho, los candidatos de Vlaams Belang, para mi gusto, tienen un serio problema de imagen: visten de pena, están gordos y dan una imagen tabernera que, la verdad, no es muy compatible con pertenecer a una raza superior. Como para votarles, tú. Se supone que son católicos, pero digo yo que lo serán más de boquilla que otra cosa, porque los católicos no vamos por ahí diciendo que pasamos de ayudar al prójimo y que les zurzan a los de fuera. Bueno, por lo menos no deberíamos decirlo; luego, oye, cada cual.
En fin, que este domingo ha habido elecciones en Bélgica, coincidiendo con las regionales y con las europeas, y que ya veremos qué sale de todo eso, y si consiguen formar gobierno. Porque, si en España la composición de las Cortes se las trae para obtener una mayoría absoluta, en Bélgica es directamente imposible. A ver qué pasa.
Pero, pase lo que pase, es asunto que habrá que tratar en otra ocasión, porque en esta se está haciendo tarde. De momento, Vlaams Belang ha subido un 6% en Flandes, que es la única zona del país que les importa. Esto se pone nuevamente interesante.
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