Unos cuantos chupitos después, mi alcohólico compañero guardó sus enseres tintineantes, reclinó su cabeza sobre el cristal y se quedó dormido. El autobús avanzaba sin mayor novedad hacia nuestro destino, Kostromá, al que llegamos algo después del horario previsto, lo que nos obligó, como durante todo el día, a adaptar el guion a las necesidades del grupo. Siempre con prisas.
En Kostromá, el Volga es un río muy ancho. El centro de la ciudad se encuentra en la parte opuesta del río, y hacia allí que nos fuimos. Pero, al citar el Volga, ha llegado el momento de recuperar a Gilyarovsky, ese intrépido periodista viajero que en 1908 había escrito el libro de viajes que me acompañaba. Aproveché para echarle una nueva ojeada antes de comenzar a ver cosas, y en ello reparó mi vecino, que debía estar todo lo malhumorado que puede estar un borrachín graciosillo cuando le toca por compañero un tipo sosainas a más no poder y, lo que es peor, sobrio.
- ¡Huy, si ha comprado un librito! - dijo con un tonito de adolescente chuleta.
Como los libros no se beben, es indudable que mi vecino hubiera empleado de otra manera el importe de su adquisición; pero, como sin duda los lectores de esta bitácora son de natural culto, mejor será pasar a leer lo que dice Gilyarovsky de Kostromá.
En la confluencia con el río Kostromá se encuentra la ciudad de Kostromá, que se extiende por la margen izquierda del Volga y está comunicada con Yaroslavl por una línea ferroviaria con una estación en la orilla opuesta, a donde llegan los barcos de vapor.
Eso sigue ocurriendo. Entrentanto, sin embargo, la ciudad también se ha desarrollado por la margen derecha, donde sigue estando la estación de tren. En el plano de arriba tenemos el plano de Kostromá en 1781, por lo que, obviamente, no había tren.
Sí que lo hay, en cambio, en plano de la izquierda, que corresponde a los tiempos de Gilyarovsky y en donde también se distingue la ubicación del monasterio Ipatievsky, el principal monumento de la ciudad. Lo que no hay es ningún puente.
No hay un precio fijo para los cocheros. Normalmente se suele cobrar de la estación a la ciudad 75 kopeks en verano (el precio del barco que atraviesa el Volga por cuenta del cochero); en invierno son 50 kopeks; dentro de la ciudad, 20 kopeks; desde el muelle, de 30 a 35 kopeks; por hora, 60 kopeks.
Claro, en invierno es más barato porque el Volga se congela y no hace falta barca para cruzarlo. Hoy día ya no hay barca, porque se han construido dos puentes sobre el Volga; uno es ferroviario y el otro para el tráfico rodado y peatonal, pero cada puente mide un kilómetro de principio a fin.
Hoteles: «Moskovskaya», en la calle Pavlovskaya; «Kostromá» y «Severnaya», en la plaza Voskresenskaya; «Passage», en la plaza de Susanin. Las habitaciones cuestan a partir de un rublo por día.
Ninguno de esos hoteles subsiste actualmente, al menos no con esos nombres; pero, sobre hoteles, me reservo para la próxima entrada.
Kostromá parece como si se extendiera por la orilla menos elevada del Volga; desde el río es muy pintoresca. Rodeada de huertos, sorprende al observador por su extraordinaria extensión. Sobre un fondo verde brillan cúpulas multicolores o pasa la mirada por los tejados de las casas. La ciudad asombra por su estructura antigua: en el medio se encuentra la plaza de Susanin, y en todos los sentidos a partir de ellas, radialmente, se van alejando calles rectas. Dicha plaza empieza a partir del mismo muelle, y en la misma se erigió un monumento a Iván Susanin.
La estructura no ha variado gran cosa desde 1908. En el mapa contemporáneo se ven los dos puentes y cómo la ciudad ha ocupado también la margen derecha del Volga, donde, de hecho, estaba nuestro hotel.
En cuanto al monumento a Iván Susanin, es cosa que toca relatar otro día. Kostromá fue completamente destruida mediado el siglo XVIII, y dice la leyenda que Catalina II, discutiendo con sus arquitectos, echó su abanico abierto sobre la mesa y les dijo que el plan de la nueva Kostromá debía ser precisamente ése. Y efectivamente, Kostromá recuerda a un abanico, si bien la plaza recibe el nombre de "Skovorodka", que, en castellano, significa "sartén". Son formas de verlo.
¿Es posible, pues, que setenta y cinco años de comunismo totalitario hayan pasado por Kostromá como si tal cosa, sin afectar a la estructura de la ciudad? ¿Acaso hubo aquí un respeto escrupuloso por el patrimonio histórico, a diferencia de otros lugares como Yaroslavl, Tver, Moscú y muchísimos más que no han aparecido (todavía) en esta bitácora?
Pues claro que no. Pero lo que pasó con buena parte del patrimonio histórico tocara otro día, que hoy se hace tarde.
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