domingo, 2 de enero de 2022

Un día u otro tenía que ser

Algunos estábamos pensando que el año 2022 que acabamos de empezar lo tenía fácil para mejorar la calamidad de 2021 que nos ha tocado sufrir. O, al revés, que lo tenía difícil para superar las desdichas que han sucedido en 2021. En mi caso personal, 2022 se está empleando a fondo desde el principio, como bien muestra la foto que ilustra esta entrada y que corresponde al estado en que he amanecido tal día como hoy.

Supongo que a fuerza de haber esquivado al bicho a lo largo del último del año y medio largo, y de llevar la pauta de vacunación escrupulosamente al día (no, en esta bitácora no hay negacionismo, y menos negacionismo proselitista), uno termina por pensar que el virus es algo que les pasa a los otros. Es muy humano, ¿no? Adolescentemente humano. Las desgracias que vamos esquivando "es algo que les pasa a los demás", y eso vale para los virus, para las sobredosis, las vomitonas, los divorcios y las causas penales... hasta que nos pasa a nosotros, que pensábamos que controlábamos. Creo que nunca olvidaré mi primera clase de Derecho Penal, en que el profesor (que no parecía un profesor, porque iba desaliñado, era barbudo, calvo, gordo y con coleta... pero era un buen profesor) comenzó su exposición diciendo que todos pensábamos que el Derecho Penal es algo que les sucede a los demás, pero que debíamos comenzar a considerarlo como algo que nos puede suceder a nosotros mismos. Y es cierto que la perspectiva cambia por completo ¿A que sí?

En fin, que me ha tocado el virus, y me ha tocado en uno de los peores momentos posibles. Pudiéndome tocar en período laboral, con lo que simplemente me quedaría en casa teletrabajando, y nadie saldría perjudicado, me ha tocado en plenas vacaciones. Las televacaciones no se han inventado y, si lo han hecho, ni se me ha informado ni creo que sea satisfactorio. Y, por si fuera poco, me ha tocado confinarme unos días no en Uccle, lloviendo y a cinco grados de máxima, sino en Valencia, con veinte grados, sol y rechinando los dientes mientras miro por la ventana.

Por otra parte, parece que el virus ataca a los vacunados. Lo confirmo. Confirmo también que, a suponer que la variante que me ha tocado sea la famosa omicrón, muy asesina no es, al menos no en mi multivacunado caso. Lejos de llevarme a la UCI, ni siquiera tengo fiebre y mis síntomas se reducen al moqueo rinítico de toda la vida, con algo de tos y un pequeño dolor de cabeza, que ya ni tengo. No llega ni a una gripe clásica y, en condiciones normales, ni siquiera me hubiera molestado en preocuparme; de hecho, lo he estado atribuyendo un par de días a un resfriado por salir una tarde sin abrigo. Que los inviernos valencianos son muy traicioneros, aunque la temperatura no baje de diez grados. El caso es que, por una especie de quitarme la mosca de detrás de la oreja, he bajado a la farmacia de guardia, me he hecho con una prueba de antígenos, y el resultado queda fotografiado arriba.

Como siempre que viene una desdicha, toca ver las ventajas que alberga. En este caso, tan lejos como ayer expresaba mi intención de llegar a las setenta entradas en este año, y ya se echa de ver que, gracias a la inestimable ayuda del virus, voy por buen camino para materializar dicho objetivo.

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