martes, 4 de enero de 2022

Redes sociales vecinales

En una de las últimas entradas decía que las redes sociales vecinales tienen sus ventajas, como saber lo que hacen los demás, cuando, pongamos por caso, los chicos de la recogida de basuras, Alá sea loado (porque todos se llaman Ahmed, Mohamed, Abdul y nombres así, pero la Navidad la celebran, o al menos recogen pasta con ese pretexto), se acercan a sablear al vecindario. Luego también hay otras cosas.

Uccle, para qué negarlo, es un lugar al que hay que darle de comer aparte. Hace unos años, creo que ya lo he escrito en algún sitio, se planteó la posibilidad de que el metro de Bruselas llegara al municipio. Sometida la cuestión a votación popular, el resultado fue negativo, y las malas lenguas que el pretexto no era tanto la incomodidad de las obras (que era la razón oficial), sino evitar que la chusma apareciera por el municipio, porque para llegar aquí hay que proponérselo y, si es posible, tener coche o estar en muy buena forma. Y, efectivamente, apenas hay moros ni negros y los que hay seguro que tienen el riñón aceptablemente bien cubierto; el problema es que ahora la gente protesta porque no hay manera de salir de aquí y se forman unos atascos del quince en las pocas y estrechas vías de comunicación (por llamarlas de alguna manera) que unen, o así, Uccle con el resto del mundo, por ejemplo con Bruselas. Andando o en bicicleta se llega antes, doy fe de ello.

Y, claro, unos tipos capaces de votar que no a que el metro llegue cerca de tu casa, con tal de que no llegue la chusma a sus inmediaciones, pues habrá que decir que son un poquito particulares.

Es más, hay suficiente chusma en el mundo para repartir con cualquier grupo social diferente, incluyendo los votantes de que el metro no llegue a Uccle. Por cierto que ésos son los mismos que luego se quejan porque el metro no llega a Uccle y están aislados, ahora que han pasado cuarenta años desde la votación, se han hecho mayores y ya no pueden conducir.

El caso es que no todo el mundo en Uccle es blanco, europeo y tiene el bolsillo lleno. Y eso crea alarma en las redes sociales:

"El otro día un hombre encapuchado entró en mi jardín y estaba mirando por la ventana ¡Estuve a punto de llamar a la policía!"

"Están ocupando la casa abandonada de la calle del Suspiro Verde. La policía los desaloja, pero luego vuelven enseguida que les ponen en libertad a continuar ocupando. Tenemos un sistema lamentable."

Poco después, empiezan los lamentos: "¡Han entrado en mi casa! No echo nada en falta, pero está todo desordenado."

"Seguro que buscaban sólo dinero y joyas ¡Pero cómo lo dejan todo!"

Luego uno ve que todos los sitios en los que han entrado dan al mismo jardín interior, desde el que evidentemente los maleantes van escogiendo las casas a las que entran. En todo caso, eso no tranquiliza las cosas.

"No entiendo cómo la policía no refuerza este barrio ¡Voy a quejarme!"

No estaría mal, claro, que la policía reforzara el barrio, pero me da en la nariz que tienen cosas más urgentes que hacer reprimiendo a los manifestantes anti-vacunas y anti-medidas contra el COVID que últimamente pululan por Bruselas sin mascarilla y sin encomendarse a Dios ni al diablo.

En fin, que el vecindario que accede a las redes sociales, y que es activo (y beligerante) en las mismas, tiene un perfil muy particular. No necesariamente son belgas, porque esto está trufado de guiris, qué voy a decir yo, pero sí que se puede decir que son blancos prácticamente sin excepción, de edad relativamente avanzada o, si no son tan mayores, entonces son siempre o casi siempre de sexo femenino, y suelen tener algo de tiempo libre y, con total seguridad, los suficientes posibles como para vivir por aquí, que no es barato.

Pero está bien que dejen esos mensajes, porque no todos son de quejas por los intentos de robo (aunque yo diría que algún mensaje lo ha podido dejar un bot del equivalente belga de Securitas), sino que también se ofrece ayuda o se piden favores, y eso tiene su encanto. En realidad, no pocas de las ofertas de ayuda, en realidad, son ofertas de empleo, como la que ofrece clases de yoga en su casa, pero gratis no son. Yo no entiendo nada de yoga, ni de yoga con apellidos, pero los que quieran estirar el cuerpo deberían hacer más bien pilates gimnasia, que no tiene nada que ver con dioses hindúes ni aberraciones varias. Pero, eh, en Uccle hay vecinas que ofrecen cursos de eso, sin encomendarse a Dios (a Ése desde luego que no) ni al diablo (o eso espero, al menos).

En fin, que yo sigo de observador, al menos de momento, a la espera de intervenir no sé muy bien en calidad de qué, porque la verdad es que me puse el perfil en neerlandés, y todavía tengo que leer un mensaje en ese idioma. Todo quisqui se expresa en francés y, cuando perciben que hay algún elemento guiri, se pasan al inglés, como ser guiri y dominar el inglés fuera la misma cosa. 

Entretanto, se me ha hecho tarde, y no es plan de seguir elucubrando sobre cómo arreglar el mundo, o al menos el municipio que me aloja. Así que voy a esperar a próximos anuncios en redes sociales, que ya digo que están calentitas.

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