miércoles, 12 de enero de 2022

Países Bajos Unidos jamás serán vencidos

El resultado del Congreso de Viena, en lo referente a Bruselas, consistió en unificar los antiguos Países Bajos Austríacos, lo que hoy es, pues, Bélgica y Luxemburgo, con las Provincias Unidas que se habían separado tras la guerra de los Ochenta Años y que se corresponden con lo que siempre hemos conocido, incorrectamente, como Holanda, y hoy debemos llamar Países Bajos, y a sus habitantes neerlandeses. Vamos, que se realizó el proyecto de Carlos V de crear un gran estado que lo uniera todo, excepto que lo que se había comido Francia a finales del siglo XVII ya no lo devolvió, y ciudades como Lila, Thionville o Valenciennes, que eran parte del dominio de los duques de Borgoña, se quedaron en Francia, donde siguen hasta el día de hoy. Eso los franceses deben agradecérselo a la habilidad del príncipe de Talleyrand, que no sé cómo convenció a las demás potencias que Francia no había perdido las guerras napoleónicas (y que él no era, por lo visto, el Ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón), sino que era una víctima más de la revolución, y que debía volver a sus fronteras de 1792, pero sin dar un paso atrás. Sólo le faltó volver a ser obispo de Autun, como efectivamente lo era antes de la revolución.

Bueno, hay otra parte que a Carlos V no le hubiera hecho demasiado tilín, y es que el mandamás de aquel conglomerado de territorios no era un descendiente suyo, sino Guillermo de Orange, descendiente de aquel taciturno que se rebeló contra su hijo y que, por más señas, era calvinista.

Guillermo de Orange -el del retrato- debía ser todo un carácter. Descendía de la familia de lo que en español conocemos como estatúderes, que es una castellanización de la palabra neerlandesa stathouder, que viene a ser jefe del Estado, pero no rey, aunque de hecho el título era hereditario, así que, si no era un rey, se le parecía mucho. Literalmente, es "lugarteniente". Tiene guasa que la primera república en el norte de Europa, la de las Provincias Unidas y rebeldes, hoy sea una monarquía de tomo y lomo, cuando las monarquías no conocen sus mejores tiempos, pero así es la historia.

Guillermo de Orange era hijo de... Guillermo de Orange, que fue el último estatúder, antes de que los ejércitos franceses lo echasen del país y se crease la República Bátava, un estado satélite de Francia. Nuestro Guillermo de Orange hizo lo que pudo por recuperar el poder, incluso en vida de su padre, pero la cosa no salió bien, falto de apoyo. Su padre, cómodamente exiliado en Inglaterra, parecía sensiblemente menos preocupado por volver a desempeñar el cargo de estatúder. La República Bátava terminó cuando Napoleón decidió que las monarquías comenzaban a molar, y puso a su hermano Luis como rey de Holanda (sí, Holanda, nada de Países Bajos ni Provincias Unidas). Tiene aún más guasa que fuese la Revolución Francesa la que acabase con la República de las Provincias Unidas y con su sucesora la República Bátava, para terminar creando una monarquía. Por cierto que finalmente Napoléon consideró que, si una monarquía molaba, su imperio molaba más, y el 1810 anexionó directamente el Reino de Holanda a su imperio. Mientras tanto, el futuro mandamás Guillermo de Orange estaba sometido de mala gana a Napoleón, que consintió en darle algunos territorios alemanes en calidad de vasallo suyo, con tal de que dejase de dar la tabarra con sus pretensiones neerlandesas.

En 1813, el Imperio napoleónico se estaba desmoronando militarmente. En noviembre, tras la batalla de Leipzig y en ausencia de Napoleón, que intentaba desesperadamente reclutar otro ejército para que hubiera otra campaña en 1814, Guillermo desembarcó en Scheveningen y recuperó los Países Bajos en calidad de "príncipe soberano", que ya es una mejora con respecto a "estatúder". Ya puestos, añadió también los países bajos meridionales, Bruselas incluída, aunque la cosa se puso problemática durante los Cien Días y la campaña de Waterloo. Por cierto que, aunque no se sabe mucho por ahí, técnicamente el comandante en jefe de los ejércitos aliados que derrotaron a Napoleón en Waterloo no fue Wellington, sino el hijo de Guillermo (que también se llamaba Guillermo). Eso sí, técnicamente.

Tras la definitiva derrota de Napoléon, que ya dejó de molestar por Europa para siempre, el Congreso de Viena confirmó a Guillermo de Orange como rey del Reino Unido de los Países Bajos. Además, cambió sus estados de Nassau por el Gran Ducado de Luxemburgo, con lo que el estado que se formó era de un tamaño considerable. Los aliados lo concebían, más que probablemente, como el típico estado-tapón para que Francia no volviera a desmandarse en algún tiempo.

Si Guillermo I hubiera sido listo y hubiera aprendido las lecciones de la historia, seguro que se hubiera podido consolidar como rey de todo eso. De momento, un paso en la buena dirección fue elevar a Bruselas al rango de co-capital, junto con La Haya, lo cual, después de unos años como mera cabeza de departamento francés, indudablemente era una mejora.

Otras cosas no lo eran tanto. Una de ellas era la representación parlamentaria, consistente en dar el mismo número de representantes al norte y al sur, cosa que tendría sentido... si no fuese porque el norte tenía dos millones de habitantes y el sur tres y medio, lo que comprensiblemente cabreaba al sur. Lo cierto es que, para lo que servía el parlamento en el entramado constitucional de aquel país, tanto daba tener el parlamento entero. Si Guillermo I no era monarca absoluto, le faltaba bastante poco para serlo: era jefe de gobierno y de todo, y el parlamento se limitaba a estar de acuerdo con él. Ni con Franco, tú.

Además de mandamás muy mandamás, Guillermo I era calvinista. Eso era pasable en el norte, en el que el número de protestantes era ligeramente superior al de católicos, pero es que en el sur, directamente, todos eran católicos, pero todos, salvo los muy revolucionarios, lo cual indica que en el conjunto del país los católicos ganaban por goleada, excepto en el puesto de jefe del Estado, desempeñado por un calvinista convencido y bastante comecuras, que estuvo fastidiando a los católicos más católicos todo lo que pudo permitirse.

Y luego estaba la cuestión lingüística. Hoy es un problema enorme en la Bélgica actual, y es el motivo de situaciones incluso ridículas, sobre todo en Bruselas, oficialmente bilingüe y francófona hasta la exageración, mientras que en Flandes el francés da repelús y en Valonia no encontraremos a nadie que hable flamenco medianamente bien. Entonces, sí, también era un problemón. No sé si habéis tenido contacto con francófonos en vuestra vida, especialmente si son franceses, pero los belgas también sirven. Si lo habéis tenido, sabréis que son la mar de pejigueros con su lengua, que consideran el no va más de la elegancia y el puturrudefuá, y en consecuencia muchos de ellos renuncian a expresarse en cualquier otra cosa, y no comprenden (genuinamente no comprenden) cómo el resto del mundo no reconoce su superioridad lingüística e impone el francés (aunque, ¡ay!, lo hablen a nivel inferior) como lengua culta -e inculta- en todo el universo mundo.

Pues el francés era una lengua minoritaria en el Reino Unido de los Países Bajos. Y en aquel entonces las cosas no son como hoy, en que el francés pierde posiciones en el mundo a ojos vistas, por más dinero que meta la Alliance Française en fomentar un idioma que retrocede sin remedio. No. Entonces el francés era la lengua de la cultura, la ciencia, la diplomacia, la filosofía y de todo lo que valía la pena, mientras que el flamenco-neerlandés era una lengua de paletos, al menos a los ojos de los francófonos.

El conflicto lingüístico iba a ser una vez más el detonante del siguiente rifirrafe, que veremos en la próxima entrada, porque hoy se hace tarde.



2 comentarios:

Balugante dijo...

Ha sido muy interesante tu historia. La historia de los belgas,holandeses y demás pueblos de la zona...creo que es una gran desconocida aquí en España. Y la influencia española totalmente olvidada.

Alfor dijo...

Balugante, gracias, y tampoco diría yo que la influencia española esté totalmente olvidada, pero es cierto que sólo quedan algunos retazos. A ver si para el 31 de enero, que es el Día de los Tercios, puedo descubrir alguna cosa.