domingo, 22 de agosto de 2021

Carlos de Austria

En tiempos pasados, quedó aquí publicada una entrada sobre gente que no quería nadie, ejemplificada en la figura, a mi entender poco ejemplar, del general Walter, que despierta cierto rechazo en las que pueden ser sus patrias. Creo que una hija suya ha escrito una biografía elogiosa, cosa comprensible por amor filial, y creo que la izquierda española, la que sabe quién fue, tiene una opinión favorable porque estuvo en las Brigadas Internacionales, cuando quien debería tener una opinión favorable es más bien la derecha española por la gran contribución del general Walter a la victoria de Franco.

Bien al contrario, no es éste el caso de Carlos de Austria, a quienes todas sus posibles patrias quieren tener como nacional. Y con cierta razón.

Carlos de Austria, como se le debe conocer en España, nació en Gante, se crio en Malinas, su lengua materna era el francés, luchó en Italia y por toda Europa, y fue emperador de Alemania, pero, sobre todo esto, eligió ser español y eligió España para morir. Por supuesto, con permiso del Institut de Nova Història, que tiene tesis sobre el particular que, como mínimo, son entretenidas de leer, aunque me abstendré de expresar aquí la opinión que me merecen. También la tenemos en vídeo. Al parecer, desde hace poco, lo de que murió en el Monasterio de Yuste no es una opinión unánime, aunque sólo sea por el hecho de que aquí ya cualquiera puede expresar su parecer.

Durante sus primeros años, desde luego antes de cumplir los dieciséis, Carlos de Austria sólo tenía de español el apellido materno, con el añadido de que a su madre tuvo poquísima ocasión de conocerla, porque partió hacia Castilla para no volver cuando nuestro hombre tenía cinco años. Duque de Borgoña, Brabante, Flandes y todos esos estados desde los seis años, se crio en la corte que su tía Margarita, la viuda negra, tenía en la ciudad de Malinas, donde todavía se puede ver, y hasta visitar, el palacio donde vivió, que más tiene aspecto de casona que de palacio. En esto tuvo suerte, porque Margarita de Austria, una mujer que se conoce mucho menos de lo que merece, siempre estuvo allí para cubrir las ausencias de su sobrino de sus estados borgoñones y, básicamente, para lo que se terciara, ya fuera reprimir revueltas ciudadanas o negociar tratados con los franceses, como hizo brillantemente con motivo de la paz de Cambrai, bastantes años después.

El castellano no lo conocía apenas, y decir "apenas" quizá sea una exageración. Su abuelo envió un preceptor para enseñarle algo, pero las clases que pudo tomar no le aprovecharon en absoluto. En cambio, su padre Felipe sí que dispuso que su hijo tuviera una educación totalmente borgoñona.

Sin embargo, tarde o temprano hubo que tomar una decisión sobre qué hacer con los dominios que estaban cerca de caerle en suerte. Ese momento llegó en 1516, con el fallecimiento de su abuelo Fernando, V de Castilla y II de Aragón, que parece que no pudo aguantar el ritmo que se había impuesto para engendrar descendencia en sus estados aragoneses. Técnicamente, el heredero no era él, sino su madre, que llevaba algún tiempo encerrada en Tordesillas con serias sospechas sobre su salud mental. Sin embargo, Carlos se fue a España como un turista más y, a lo largo de unos cuantos años, y no sin problemas, se fue de gira por las cortes de los distintos reinos de las España hasta ser reconocido como rey en cada una de ellas. Ríase usted de la Vuelta a España.

Pero no estamos hablando de España, sino de la historia de los mandamases de Bruselas. Carlos de Austria sería el último que pasaría regularmente por allí en muchísimo tiempo, y también fue el que organizó mejor el cotarro, cosa que no suele conocerse en España, donde no se enseña mucho más que las guerras contra el francés, el turco y el hereje, además de las comunidades y las germanías. Sin embargo, por lo que nos toca, Carlos de Austria creó realmente un estado básicamente unificado en los Países Bajos, aunque duraría poco tiempo más. Le costó un montón, y no es de extrañar, porque llevamos algún tiempo viendo que los territorios en cuestión, que aun hoy están divididos entre cinco países, no tenían mucho más en común que la religión católica y el mismo señor (igual que Bélgica hasta la debacle de la Iglesia Católica), pero venían de realidades muy distintas, con distintas normas, lenguas e historia.

Con mucha paciencia, Carlos de Austria fue anexionándose lo que todavía no tenía, que era básicamente el ducado de Güeldres, un lugar bastante revoltoso desde donde se lanzaban expediciones punitivas por las tierras borgoñonas, así como otros territorios del norte de los actuales Países Bajos, ya fuera por las buenas (o sea, comprándolo) o por las malas. Del obispado de Lieja ya hemos hablado, y Carlos lo dejó como una especie de estado satélite. En 1549, lo vio todo maduro y decretó que los Países Bajos se constituían en una entidad territorial indivisible: las diecisiete provincias. Y la capital, o la sede del consejo de gobierno y de los Estados Generales, sería Bruselas, que empieza a destacar claramente sobre todas las ciudades vecinas.

En Bruselas, Carlos de Austria estaba claramente en su casa. Que sí, que era señor de no sé cuántos sitios, y subiendo (durante su reinado los dominios en América aumentaron considerablemente), pero él había nacido y se había criado en sus Países Bajos, y se puede decir con fundamento que fue el creador de su estructura, así que no es de extrañar que le tuviera cariño.

Y sí, Carlos de Austria finalmente eligió España como lugar donde pasar a mejor vida. Lo hizo en Bruselas, donde dejó los Países Bajos a su hijo Felipe, que, a diferencia de él, había tenido una educación totalmente española y no estaba tan a gusto en Bruselas como lo estaba él. Sin embargo, Felipe, al que conocemos en España como el Rey Prudente, sería el último mandamás de Bruselas que, al menos, pasó por ella, en muchísimo tiempo.

Para este momento, Carlos de Austria consta que ya hablaba perfectamente el español. Se sabe que era muy capaz de decir palabrotas, y ya hacía algún tiempo que sus confesores eran sacerdotes españoles. No sé si alguno de los lectores se ha confesado en lenguas distintas de su lengua materna, pero ya os digo yo que hay cosas más fáciles en la vida. A diferencia de sus antepasados, no tuvo hijos bastardos, sino sólo cuatro hijos naturales, porque parece que los escarceos extramatrimoniales que tuvo no se produjeron durante su matrimonio con la emperatriz Isabel (que ya apareció en los albores de esta bitácora, cuando ni se me pasaba por la cabeza que acabaría viviendo en Bruselas). Si uno compara esto con los innumerables hijos ilegítimos de Felipe el Bueno, indudablemente tenemos un cierto progreso.

Finalmente, el emperador Carlos se fue a pasar sus últimos días a España, como tantos jubilados centroeuropeos, y dejó los Países Bajos, su ojito derecho y lo que él consideraba como sus tierras familiares en sentido más estricto, a su hijo Felipe, con indicación expresa de conservarlos.

¿Atado y bien atado? Pues va a ser que no.

miércoles, 18 de agosto de 2021

La llegada de los españoles

Margarita de Austria (a la derecha), tras el fiasco del matrimonio con el rey de Francia, se casó con el heredero de Castilla y de Aragón, Juan, que se hubiera convertido en el Juan III de ambas coronas... si hubiera vivido lo suficiente para heredarlas. Nuestra Margarita se desplazó a Burgos para casarse con el príncipe de Asturias y, al parecer, se cayeron muy bien desde el principio. Pero que muy bien. Lo que pasa es que ese principio sólo duró seis meses, al cabo de los cuales el príncipe Juan falleció de unas fiebres, quizá por unir a su constitución, no demasiado fuerte, los frecuentes esfuerzos que hizo para concebir descendencia. El caso es que la descendencia póstuma, que la hubo, murió en el parto, con lo que Margarita volvió a Flandes y luego se casó con el duque de Saboya Filiberto II, del que también enviudó poco después. En estas condiciones, y con veinticuatro años, decidió que ya estaba bien de matrimonios y se negó a casarse en lo sucesivo.

Su hermano Felipe (a la izquierda) se casó con la tercera hija de Isabel y Fernando, la princesa Juana, que se desplazó hasta los estados del novio para contraer matrimonio. También ellos se cayeron pero que muy bien, hasta el punto de que hubo de casarlos a toda prisa porque la cosa se iba de las manos. La ceremonia fetén, al día siguiente de la urgente, tuvo lugar en la iglesia principal de Lier, una ciudad muy chula a medio camino entre Malinas y Amberes, y a partir de ahí fueron llegando los hijos, además con bastante rapidez: Leonor, Carlos, Isabel, Fernando, María y Catalina, ésta última póstuma.

Las cosas, que parecían sencillas, se fueron complicando bastante. Juana no parecía tener aspiraciones serias a la sucesión en España, siendo sólo la tercera hija de los reyes, pero la muerte sucesiva de sus hermanos mayores la situó como heredera, así que su madre se las compuso para traerla de vuelta a España, no fuera a ser que le tocara heredar. Llegado que hubieron los cónyuges a España, aquí nació el cuarto hijo, Fernando, que ya se quedó por el centro de la península y fue completamente educado como español y en español, mientras que los primeros hijos, que habían nacido en Flandes, tiraban más por el lado borgoñón.

En Flandes y Brabante, el duque era Felipe, que dejó sus estados para un par de viajes a Castilla. Del primero, que hemos visto ahora mismo, volvió rápidamente, pero del segundo ya no volvería, y eso que era el más importante, porque fue para hacerse reconocer como Rey de Castilla, cosa que consiguió, pero no por mucho tiempo, porque no tardó en palmarla, dícese que por hidratarse mal después de una partida de pelota y haber sudado mucho. Cómo se nota que era huérfano de madre, que no hubiera consentido que bebiera tanta agua fría sin más ni más.

Así pues, Felipe el Hermoso fue el primer mandamás de Bruselas que holló suelo español; también fue el último mandamás de Bruselas en mucho tiempo que residió regularmente en los Países Bajos. Para sus sucesores, Bruselas dejó de ser el núcleo de sus estados para convertirse en una zona periférica y, en muchísimas ocasiones, problemática. A Felipe el Hermoso debemos los españoles una expresión popular, aunque poco casta, cual es la de poner a alguien "mirando a Cuenca". Como sus ancestros, Felipe iba camino de engendrar hijos bastardos a porrillo, por mucho que su propia mujer le pusiera bastante; la princesa Juana era una mujer bastante celosa y, por lo visto, todo un carácter, así que Felipe I se hizo construir un torreón, precisamente orientado a Cuenca, que utilizaba a veces como observatorio y mucho más frecuentemente como picadero, así que llevar allí a alguna de sus amantes equivalía a ponerlas mirando a Cuenca.

El sucesor de Felipe en sus estados flamencos, brabanzones y borgoñones era su hijo mayor, Carlos, que recibió ese nombre en memoria de su bisabuelo Carlos el Temerario. Lo que pasa es que tenía seis años, que no es edad como para ponerse a gobernar, así que su abuelo Maximiliano, que ya era emperador, recuperó la regencia durante la menor edad de su nieto y, como ser emperador y regente a la vez es muy cansado, delegó la regencia en su hija segunda, Margarita, que ya había enviudado de todo el mundo y residía tranquilamente en Malinas.

Este Carlos había nacido en Gante y, efectivamente, se le conocía entonces como Carlos de Gante. De verdad que nadie pensaba en semejante concentración de poder, porque, cuando sus padres se casaron, su madre no estaba previsto que heredara nada de nada, pero las cosas no siempre salen como uno pretende, así que murió tanta gente mejor situada para heredar que a Carlos le quedó Brabante, Flandes y, en general, Borgoña y los Países Bajos Borgoñones que le venían de su abuela materna, la hija de Carlos el Temerario; le quedó Austria y el Tirol, además de una fuerte candidatura al título imperial, por parte de su abuelo Maximiliano, que seguía, eso sí, vivito y coleando; le quedó Castilla de su abuela, Isabel la Católica, y le terminó por quedar Aragón de su abuelo, ese genio de la política que se llamó Fernando el Católico y que durante su reinado se ocupó de agrandar su corona añadiendo la de Nápoles, la de Navarra y todo lo que quedaba por allí más o menos vacante. Lo que no le salió nada bien fue lo de conseguir otro heredero, y eso que se puso a ello con todo el fervor que pudo y se casó con uno de los pibones más resultones de la época, Germana de Foix, que podía ser su hija y hasta su nieta.

Así las cosas, tenemos a otro Carlos, bisnieto de Carlos el Temerario, como mandamás de Bruselas, pero éste merece entrada aparte, lo que tendrá lugar en otra ocasión, porque hoy se hace tarde.

lunes, 16 de agosto de 2021

La llegada de los Austrias

En la última entrada gafapastosa nos habíamos dejado a Carlos el Temerario palmándola ante los muros de Nancy, y se daba la circunstancia de que carecía de ningún hijo legítimo varón. Su única hija era María, un pibón de veinte años, en edad de merecer y soltera de toda soltería, frente a la cual se levantaba el rey de Francia, Luis XI, con unas ganas enormes de ajustar cuentas con Borgoña. Es más, las propias ciudades de Flandes y de Brabante, a las que Felipe el Bueno y Carlos el Temerario había sometido a un marcaje estrecho en forma de saqueo y quema en cuanto levantaban la cabeza o decían no sé qué de libertades y privilegios seculares, no estaban muy por la tarea de ayudar a su nueva duquesa.

María era un caso raro en la Edad Media de mujer sui iuris, que podía elegir marido ella misma, pero más le valía elegir bien y rápido, porque Luis XI no estaba por la tarea de perdonarle la vida. Sí que fue rápido, porque, si Carlos el Temerario la diñó en enero (mal mes, en general, para conducir campañas militares), en agosto vemos casada a su hija con Maximiliano, archiduque de Austria, y en poco tiempo más emperador del Sacro Imperio. Las negociaciones de dicho matrimonio en vida de su padre habían sido largas, pero María las acortó considerablemente con el efectivo sistema de decir sí a todo lo que pedían los Habsburgo.

Luis XI debió torcer el gesto, pero obtuvo la Picardía y parte de la Borgoña histórica que no pertenecía al territorio del Sacro Imperio. El resto, incluido lo que hoy son los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, y un trozo chiquito, pero importante, cual era el Franco Condado, quedó en poder de Borgoña. Esto está muy resumido aquí, pero lo cierto es que Francia y Borgoña estuvieron pegándose durante muchos años hasta llegar a un resultado provisionalmente aceptable para ambos. Provisionalmente.

La parejita residió, eso sí, no en los lejanos territorios austríacos de procedencia del marido, sino en Flandes y Brabante, feudo de la mujer, que podían considerarse con razón como los lugares más pijos de Europa, al estilo de lo que pueden ser hoy París o Londres. Para ganarse el apoyo de las ciudades que habían quedado muy quemadas (a veces literalmente) con el gobierno férreo de los duques anteriores, María les devolvió los privilegios de la Carta de Cortembergh y de la "Joyeuse Entrée", con lo que quedaron razonablemente contentas.

Sin embargo, el gobierno de la duquesa María fue corto, y terminó a los cinco años de acceder al mismo con una caída de caballo estando embarazada. Uno se pregunta qué ganas son ésas de montar a caballo estando embarazada, pero parece que la duquesa María era, además de una amazona ferviente, todo un carácter, y nadie se atrevió a toserle. La caída fue lo suficientemente desgraciada como para dejar Borgoña sin su duquesa, que fue enterrada en Brujas y allí sigue, como muestra la foto que ilustra esta entrada.

Con todo, en estos años le dio a la duquesa para dar dos herederos a su ducado y a su marido Maximiliano. Los dos dieron bastante que hablar en los años siguientes: el mayor, siguiendo una tradición familiar borgoñona, y que indica quién mandaba en ese matrimonio, se llamó Felipe, como su bisabuelo, y en España lo conocemos como Felipe el Hermoso. Si el actual jefe del Estado se hace llamar Felipe VI, el primero de esa serie de felipes es el susodicho Felipe el Hermoso, pero de ese hablaremos un poco más adelante.

La hija menor de la duquesa María atendió por el nombre de Margarita, también un nombre muy borgoñón, y a efectos del gobierno de Flandes y Brabante tiene una importancia fundamental, que también veremos más adelante. A Margarita la intentaron casar con el nuevo rey de Francia, Carlos VIII, hijo de Luis XI, pero, ya prometidos, Carlos VIII decidió cambiar de novia y asegurarse Bretaña, más que el Artois y el Franco Condado que hubieran sido la dote de Margarita. La verdad es que Margarita no estaba teniendo suerte en sus matrimonios o intentos de matrimonio, y fuerza es decir que las cosas no iban a mejorar en lo sucesivo.

Como Borgoña y Austria ya estaban unidas contra Francia, tocaría casar a ambos príncipes con alguien que también tuviera rencillas contra los gabachos. Los candidatos ideales se encontraron más al sur, en un país que estaba a punto de arrojar a los últimos sarracenos de su territorio y que se las tenía tiesas con Francia en el frente italiano.

Ahora que Borgoña había adquirido a los Austrias para su causa, le tocaba adquirir nada menos que a España.

miércoles, 11 de agosto de 2021

Casas

Uno lleva ya unos cuantos meses sin pisar su casa, y es normal que, al abrir el buzón de correos, se encuentre un montón de papeles. Además de la carta de María, la Testigo de Jehová, a su apreciado vecino que vive a cuatro kilómetros de su casa, contamos con una barbaridad de publicidad. En otros viajes, la estrella de la publicidad eran los dentistas. El boom de las dentaduras impecables, vamos. Todo son ofertas de dentistas, odontólogos y todo tipo de profesionales de la parte más accesible del aparato digestivo.

Es cierto que también en esta ocasión ha sucedido lo mismo, pero la repetición del mismo pasquín me hace sospechar que algún vecino ha decidido liberarse fácilmente de los pasquines que le habían tocado a él.

No, en esta ocasión, los anuncios estrella son los de las inmobiliarias. Vuelven a la carga, como en los primeros años del siglo. Parecía que habían desaparecido, pero estaban ahí, agazapadas, dándose cuenta de que su momento llegaría, y da toda la impresión de que su momento ha llegado ahora. A diferencia de los dentistas, todos los pasquines son distintos, y también está el típico folletín de mujer (porque siempre es mujer) que deja "inocentemente" una hojita en el buzón declarando su necesidad de encontrar un piso precisamente en esa finca, y añadiendo un número de teléfono móvil, con el ruego -encarecido- de contactar con ella. Tiene toda la pinta de ser un truquito de las inmobiliarias para captar clientes y ampliar cartera.

El hecho de que todos los pasquines sean distintos implica que mis vecinos, a diferencia de lo que pasa con los dentistas, no han metido sus propios pasquines en mi buzón, en ningún caso. Es decir, que están potencialmente interesados en vender su propiedad. La verdad es que este edificio vive poca gente, y este agosto únicamente me he cruzado con el chino del quinto, que parece el mismo de Pascua. Digo que parece porque me da en la nariz que los chinos del quinto cambian con frecuencia de personalidad, pero no es sencillo descubrirlo, porque ya de por sí los occidentales tenemos problemas para distinguir un chino de otro, y no digamos si llevan mascarilla hasta los ojos. Porque otra cosa no sé, pero los chinos llevan lo de la mascarilla a rajatabla, sea o no obligatoria.

Los otros vecinos que conozco deben estar de veraneo como veraneamos los valencianos, es decir, a pocos kilómetros de nuestro lugar de residencia habitual. Una, a la que le gusta el interior, está en Godelleta; otra, mi vecina de rellano, es incluso más atrevida y pasa el verano en Gandía, nada menos que a ochenta klometrazos de su vivienda. Y otros vecinos simplemente tienen la vivienda, pero se han ido a residir a otros lugares que supongo que le convenían más. Incluso la señora Margarita, a la que siempre he pillado en verano por estos pagos, parece haber desaparecido del mapa, dejándome solo con el chino del quinto, un tío muy risueño que saluda cordialmente (a diferencia de sus antecesores chinos) y se desplaza en bicicleta por ahí.

En fin, que parece que los tiempos del ladrillo vuelven, no entiendo muy bien cómo, ni quién está en condiciones de dejarse los cuartos en inmuebles, con la que está cayendo. Pero se ve que sí, que hay más pasta de la que nos pensamos los que vemos la tormenta desde fuera. Esperemos que la cosa no termine como en 2008, pero no las tengo todas conmigo, porque hay un refrán que dice que de los escarmentados nacen los avisados, pero estoy completamente seguro de que el que inventó ese refrán no vivía en la España del siglo XXI.

Entretanto, toca pasar unos días tranquilos en compañía de la tropa, Abi, Ro y Ame, tres rapaces de rompe y rasga lejos de los niñitos adorables que eran en los tiempos en que está bitácora vio la luz. Lo más probable es que haya gente más interesada que otra en hacer planes, pero tengo la esperanza de meter alguna que otra excursión cultural por los rincones del Reino de Valencia. Por si acaso, y no hay nada que contar, siempre nos quedan las entradas gafapastosas de los duques de Borgoña y otros mandamases que han gobernado la ciudad de Bruselas.

Pero eso será otro día, que hoy se hace tarde, y en Valencia alguien ha decidido imponer un toque de queda. Que ya son ganas.

lunes, 9 de agosto de 2021

Carlos el Temerario

Suele pasar que un soberano monta una estructura del quince y administra sus territorios de narices, sin meterse en líos ni guerras, para que llegue su sucesor y se eche al mundo por montera, dejando sus estados earrasados, si le va mal o, si resulta que es un genio y nadie le tose, mejorando incluso la situación. Un ejemplo palmario de lo segundo lo tenemos, por ejemplo, en Prusia, con un rey como Federico Guillermo I, el "Rey Sargento", que le dejó un reino cincelado a su hijo después de un par de décadas de paz en que dejó Prusia con un ejército impecable y una administración milimétrica. En este caso, tuvo la suerte de encontrarse con que su hijo, que sí usó profusamente el ejército, era una especie de genio que no en vano ha pasado a la historia como Federico II, el Grande.

En España, las cosas no fueron tan bien, y por eso tenemos más casos de lo primero. Lo más parecido son las dos décadas de relativa paz bajo Felipe III, a las que sucedió un reinado enormemente belicoso bajo su hijo Felipe IV, que por alguna razón difícil de explicar también tiene el sobrenombre de "el Grande", pero desde luego no debería ser por sus éxitos políticos y militares, sobre todo a partir de 1640. Hay otro ejemplo inmediatamente posterior, pero en general podemos decir que España no ha tenido suerte con quienes, después de un período de paz, han tomado el camino de las armas.

En Borgoña, Brabante y todo ese conglomerado de tierras que había reunido Felipe el Bueno, el ejemplo viene ahora. Al gobierno básicamente pacífico y próspero de Felipe el Bueno, le siguió el de uno de los personajes más inquietos de este siglo, al que, además, le salió un adversario nada caballeroso y muy h*j*p*t*, como era el rey de Francia, Luis XI. Lo que son las cosas: si cambiamos el orden de los números romanos nos encontramos con Luis IX, más conocido como San Luis, que era obviamente un tipo modélico, mientras que Luis XI era totalmente lo contrario, y no sólo en el orden de los números romanos.

El personaje inquieto era Carlos el Temerario, un tipo fundamentalmente belicoso que se puso como objetivo que hubiera continuidad geográfica entre sus dominios, dispersos entre lo que hoy son los Países Bajos y la frontera actual con Suiza, con un montón de tierras intermedias que no dominaba, que hoy se conocen como Alsacia y Lorena y que han puesto en pie de guerra a alemanes y franceses durante siglos. Una vez conseguida la continuidad geográfica, la idea de Carlos era convertirse en rey. El vasallaje con respecto a Francia no estaba resuelto. Felipe el Bueno había conseguido librarse del vasallaje a título personal, pero no quedaba claro si esto era aplicable para sus sucesores. Obviamente, Luis XI pensaba que no, y Carlos el Temerario pensaba que sí.

Lo malo es que Luis XI conocía Borgoña como la palma de su mano. Un intrigante como él había terminado por enemistarse con su padre, Carlos VII, y había terminado por refugiarse en la corte borgoñona de Felipe el Bueno, que realmente debía ser bueno, porque recibió encantado a su sobrino lejano y le pasó una pensión generosísima, ante la sorpresa de Carlos VII, que dejó dicho que su primo Felipe había cobijado a un zorro que, llegado el tiempo, le comería los polluelos. Está claro que Carlos VII sabía de qué hablaba. Luis XI, al que se conocía como "la Araña", no paró de tejer conspiraciones durante todo el tiempo que pasó en la corte de su tío. Cuando murió Carlos VII, dijo adiós muy buenas y tomó posesión del trono francés.

De momento, pareció que en la rivalidad iba ganando Borgoña. Carlos se puso al frente de los descontentos con el rey de Francia, que respondió pagando a los rebeldes de Lieja; pero lo hizo en tan mal momento que Carlos lo hizo prisionero y le obligó a presenciar cómo arrasaba Lieja. Pero luego las cosas se torcieron. Después de llevar a Borgoña a su máxima expansión, sometiendo tierras y poniendo obispados bajo su tutela, Carlos el Temerario, con su ejército profesional compuesto en buena parte por caballería pesada, fue derrotado por los piqueros suizos, que ya serían los amos en el campo de batalla durante los siguientes cincuenta años, hasta 1522. Todavía prosiguió la campaña en el año siguiente, hasta ser derrotado y muerto en el asedio de Nancy, dejando una hija soltera, pero casadera, de veinte años, una situación económica catastrófica después de tanto años pagando guerras, y un enemigo tan malo como Luis XI frotándose las manos y con unas ganas enormes de recuperar territorios en el norte y en el este de Francia. Parecía que las cosas se ponían de color hormiga para Borgoña.

viernes, 6 de agosto de 2021

Felipe el Bueno: Bruselas es la capital de una potencia mundial

Felipe el Bueno era una persona muy avanzada respecto a su tiempo. Mucho. En una época en la que los capitostes basaban su autoridad en quién tenía la cachiporra más gorda y la hueste más nutrida y salvaje, Felipe el Bueno no era un militar, sino un político, y un político enorme, que supo aprovecharse de las rencillas entre Francia e Inglaterra durante la Guerra de los Cien Años para desligarse del vasallaje que debía al Rey de Francia. Efectivamente, en 1435 firmó el Tratado de Arras y se convirtió en duque soberano de Borgoña, a cambio de abandonar su alianza con los ingleses. Incidentalmente, era realmente un aliado importantísimo de los ingleses, y quizá baste recordar que fueron las tropas borgoñonas las que hicieron prisionera a Juana de Arco en 1430 y la entregaron a los ingleses.

Aun así, Felipe el Bueno nunca tuvo simpatía por los franceses, lo cual tiene su cosa, porque él era francés y su bisabuelo era el rey de Francia Juan II, el Bueno (se ve que los sobrenombres venían de familia, aunque los motivos eran diferentes). La tirria le viene por la muerte de su padre, Juan sin Miedo, que fue asesinado por sicarios a sueldo del delfín de Francia, futuro Carlos VII, de forma absolutamente indigna. Felipe el Bueno juró vengar la muerte de su padre y se alió con los ingleses, pero incluso después de dejar esta alianza siguió muy mosca con Francia. Esto es interesante, porque los españoles pensamos que la rivalidad de los Austrias españoles con Francia es muy nuestra y muy española, y a lo mejor no lo es tanto como pensamos y viene de aquel asesinato traidor de Juan sin Miedo, porque no olvidemos que el retataranieto de ese Juan sin Miedo fue un tal Carlos de Austria, rey de España, emperador del Sacro Imperio, y señor de un montón de sitios más, que se pasó toda su vida pegando a los franceses.

La ciudad que eligió Felipe el Bueno como sede de su corte no fue Dijon, que era la capital tradicional del ducado de Borgoña, sino Bruselas, donde se estableció en el tradicional castillo de los duques de Brabante. Bueno, la verdad es que iba pululando de aquí para allá, y tenía palacios por doquier, pero es que el tío podía permitírselo. Habíamos visto en el pasado que muchos duques de Brabante tenían serios problemas para cuadrar las cuentas, y que para hacerlo se veían obligados a conceder privilegios a las ciudades, como la Carta de Cortenbergh o la "Joyeuse Entrée". Felipe el Bueno no. Felipe el Bueno estaba forrado, por sus dominios pasaba todo el comercio de la Europa de aquel tiempo, y como, además, no le dio por guerrear más que lo imprescindible, tampoco tenía demasiados gastos militares. Flandes era una mina, y encima su autoridad sobre ciudades como Gante o Brujas aumentó cuando aplastó las sublevaciones de ambas.

Para colmo, Felipe el Bueno se dedicó a amasar territorios. De su padre Juan sin Miedo heredó, además del ducado de Borgoña, los ducados de Flandes y Artois. Como hemos visto, cuando murió Felipe de Saint-Pol, último duque de Brabante, adquirió Brabante y Limburgo. Para entonces, ya había puesto pasta sobre la mesa y había comprado el condado de Namur. Cuando murió Jacoba de Baviera se quedó con los condados de Henao y de Holanda (que era mucho menos que los Países Bajos actuales, todo hay que decirlo). Para pagar su neutralidad en la guerra de los Cien Años, Carlos VII tuvo que cederle toda la Picardía, con ciudades como Arras o Amiens. Finalmente, puso más pasta sobre la mesa y compró el ducado de Luxemburgo, que era entonces bastante más grande del Gran Ducado actual y comprendía buena parte de lo que hoy es la región belga de Luxemburgo, en Valonia.

Felipe el Bueno montó la corte más molona de Europa. Fue el creador de la Orden del Toison de Oro (ese collar que lleva en la imagen que ilustra esta entrada), que hoy otorgan, tras algunas rencillas dinásticas en la guerra de Sucesión de España, dos personas diferentes. Fue un mecenas de primer orden, que tuvo mucho que ver en la explosión artística de Flandes en aquel tiempo. Incidentalmente, fue tan rijoso como sus antecesores, y tuvo hasta treinta amantes, que le dejaron numerosos hijos ilegítimos, que colocó debidamente en puestos destacados de su ducado.

Pero todo tiene un fin, y también lo tuvo Felipe el Bueno, que falleció en 1467 después de haber prometido un par de veces montar una cruzada para reconquistar Constantinopla. Al final, se ve que prefirió quedarse en la corte disfrutando de la vida y no meterse en líos.

Para meterse en líos, ya estaba su único hijo legítimo, Carlos, que ha pasado a la historia como Carlos el Temerario. Pero su historia es asunto de la siguiente entrada.

miércoles, 4 de agosto de 2021

Más predicación en tiempos de pandemia

Uno llega a Valencia, la millor terreta del món, abre un buzón atestado de cartas y, entre ellas, se encuentra la siguiente joyita:

Apreciado vecino:

Espero que se encuentre bien, mi nombre es María y le escribo para compartir con usted buenas noticias.

Me gustaría hacerle saber que Dios nos asegura "él no está muy lejos de cada uno de nosotros" (Hechos 17:27). Con ternura consuela a quienes sinceramente lo buscan.

Además Dios promete que estas condiciones solo serán temporales. Muy pronto viviremos en un tiempo en que "ningún residente dirá: estoy enfermo" (Isaías 33:24).

También en la página web: JW.ORG, la cual está en la hojita que le adjunto, podrá encontrar la respuesta a cualquier pregunta que usted tenga.

Deseo que todo le vaya bien y que usted y su familia estén a salvo del Covid-19.

Reciba un cordial saludo.

María

Y no es un envío con una carta fotocopiada, no. Escritura a mano, por mucho que todas las cartas que haya escrito María tengan exactamente el mismo contenido, dictado por la Hightower, y remitente pulcramente escrito en el reverso del sobre, por si quiero contestar a la dirección de María. Y sobre debidamente franqueado, con mi dirección, aunque no con mi nombre, que sustituye por "Apreciado vecino". No me conoce, pero me aprecia. Lo de vecino es relativo, porque, a juzgar por su dirección, la buena de María vive al final de la calle Carteros, ya cerca de Tres Cruces, y eso está a cosa de tres kilómetros de mi casa, lo cual en Siberia es el equivalente a vecino de puerta con puerta, pero en el casco urbano de Valencia hay que interpretar muy ampliamente la noción de vecino para que entre en ella la relación entre María y yo.

Los católicos deberíamos hacer una autocrítica muy seria a la luz de la mera existencia de los Testigos de Jehová, que sólo pueden haber surgido en lugares donde nos hemos dormido en los laureles. Esta secta se nutre de citas bíblicas mal traducidas y sacadas de contexto, que sólo pueden haber seducido a personas muy faltas de compañía y de formación adecuada, y de ambas cosas tenemos la culpa quienes podíamos hecho algo para paliarlas. Como no lo hemos hecho, y como esta gente, otra cosa no, pero inasequibles al desaliento son un rato, sus supercherías con apariencia de iglesia se han extendido y ahora a ver cómo les convences, una vez sorbido el seso, de que quienes les han sacado de la soledad y de su abandono son unos farsantes que han fundado una editorial con pinta de iglesia.

En fin, que hay mucho trabajo. Pero de eso tocará ocuparse en otra ocasión, porque ahora, con el Covid y esas historias, los Testigos de Jehová predican a distancia y sin contacto directo, y en ese contexto rebatir sus herejías es muy cansado.

Y, ya puestos, si a la señora que me llamó el otro día le respondí en neerlandés, lo propio sería responder a María en el equivalente nuestro, que es el valenciano, esa lengua que es oficial en la ciudad de Valencia, pero que no habla en ella casi nadie, ni los de Compromís.

A ver dónde tengo un sobre...