viernes, 31 de julio de 2020

Exiliados

Volviendo al tema de la entrada anterior, y mientras sigo mis investigaciones sobre el duque Juan el Victorioso, recordemos que la foto que ilustraba la misma no era del parque Raspail, sino de un señor, pero es que el susodicho señor es, precisamente, François-Vincent Raspail, que le da nombre al parque desde la mitad del siglo XIX.

Bélgica, y muy especialmente Bruselas y alrededores, siempre ha sido, desde su creación en 1830, un país acogedor para todo tipo de políticos con dificultades en su país de origen. No vayamos a pensar que lo de Puigdemont y sus compañeros es una novedad y que los belgas le tienen tirria a España, porque la verdad es que esta actitud viene de lejos. Bélgica, ya lo hemos relatado en alguna ocasión, nació ideológicamente como un país donde el liberalismo y el catolicismo iban a llevarse bien (y, como eso es imposible, el resultado es el que estamos viendo). El liberalismo es una doctrina tan dogmática como las demás, pero presume de no serlo, así que no es de extrañar que en Bélgica haya encontrado acomodo gente que, de permanecer en su país de origen, más que probablemente lo hubiera hecho entre rejas. Entre los españoles que se beneficiaron de la hospitalidad belga, uno de los primeros, si no el primero, fue Juan Van Halen, un golpista liberal, masón y afrancesado, que se distinguió en la corta guerra de la independencia belga y del que ya trataremos en otra ocasión. En tiempos más recientes, tenemos a un nutrido grupo de etarras y, ahora mismo, a Carles Puigdemont y sus acompañantes, aunque todos éstos son españoles a pesar suyo.

Entre los franceses, el exilio en Bruselas es casi temático, y es que está muy a mano. Luis XVI ya intentó exiliarse a los entonces Países Bajos Austríacos, pero fue detenido antes de llegar a ellos, y finalmente asesinado, como bien sabemos. Más adelante, la norma general fue el exilio de revolucionarios o republicanos, entre los que podemos destacar al pintor David, a Víctor Hugo, seguramente el más famoso de ellos, y a... François-Vincent Raspail.

Además de botánico y químico, actividades que no le debían reportar ningún disgusto y a las que seguramente hubiera hecho mejor consagrándose por completo, Raspail se dedicaba a la política, desde posiciones de izquierda, en su Francia natal. No estaba destinado en principio a estos menesteres, porque su padre, un legitimista como es debido, quería hacer de él un sacerdote, pero no tuvo éxito: a los diecinueve años dijo adiós al seminario y se dedicó a la docencia... y a la política. En aquel tiempo, segunda década del siglo XIX, se le puede considerar bonapartista, que ya es malo, pero es que poco después, cosa que seguro debió enfadar lo suyo a su padre, se hizo masón y republicano. Participó sucesivamente en la Revolución de 1830 que derrocó a Carlos X, y en las conspiraciones contra Luis Felipe de Orléans, con quien ya visitó la prisión, lo que le dio ocasión -y tiempo- de escribir tratados científicos de gran calidad y que le darían una posición económica confortable. En esto, estalló la siguiente revolución en Francia, la de 1848, y Raspail participa en las manifas de rigor, hasta que es detenido. Desde la cárcel es nada menos que candidato a la presidencia de la Segunda República, pero no llega ni al 1% de los votos. El elegido es el sobrino de Napoleón I, quien el 2 de diciembre (el día bonapartista por excelencia) de 1851 da un golpe de estado que le convierte en Napoleón III.

Raspail estaba en la cárcel, pero pudo salir de ella en 1853 y debió decidir que ya estaba bien por un tiempo de meterse en líos y decidió exiliarse a Bélgica, y se estableció precisamente en Uccle, donde se quedó diez años, y donde le alquilaron una casa con su jardín y su estanque que, desde entonces, no ha tenido otro nombre que el de parque Raspail.

Tras el retorno a Francia de nuestro prohombre, donde todavía tendría ocasión de hacer lío, como diría cierto papa siglo y pico después, la casa que habitó en Uccle pasó a desempeñar las funciones de albergue para niños minusválidos, hasta que fue vendida al Estado con el propósito de construir una oficina de correos, así que Belgische Post se hizo cargo del terreno. De lo que no se hizo cargo fue, no ya de construir la oficina, sino siquiera de conservarlo en condiciones mínimas de salubridad. En 1972 hubo que derribar la casa que había habitado Raspail, y el espacio se fue degradando progresivamente. La compañía de correos, que evidentemente dejó de pensar en construir oficina alguna, ofreció el predio al municipio de Uccle por 35 euros por metro cuadrado. Como la superficie es de algo más de 6.000 metros cuadrados, estaríamos hablando de algo más de doscientos mil euros, lo que al municipio le pareció caro, y es verdad que yo no los gano todos los fines de semana. El municipio ha sido muy criticado por no comprar, pero lo cierto es que 35 euros por metro cuadrado, que es lo que pedía Correos, parece poco, pero los doscientos mil euros dan que pensar algo más. Las asociaciones de vecinos intentaron reunir 195.000 euros para comprar el terreno, que supongo que es el precio que aceptó Correos, pero no lo consiguieron.

De todas formas, Correos había cedido la gestión al municipio, quedándose la propiedad. Cuando algo no es tuyo, sino que te lo han endilgado, tienes tendencia a descuidarlo, y el parque Raspail no ha sido una excepción. En 2009 fue cerrado al público, supongo que por temor a que sucediera alguna desgracia, y desde entonces es coto de todo tipo de botelloneros, okupas, diversa gente de mal vivir e, incidentalmente, alguna zorra (en sentido estricto), de las que Uccle dispone en abundancia, por no hablar de lo relativamente fácil que resultaba tirar allí la basura, en lugar de volverse loco con la gestión de residuos bruselense.

En las últimas elecciones municipales volvieron a ganar los liberales, como de costumbre en Uccle, pero los ecologistas subieron como la espuma y han logrado entrar en el gobierno municipal con varias concejalías, entre las que está la responsable de zonas verdes (y más cosas, pero quedémonos con ésta). Entre esto, y las asociaciones de vecinos, y la iniciativa del señor Da Schio que vimos en la entrada anterior con sus paseos, pues ya está el parque visible.

Tan visible como que el otro día entré y me puse a hacer fotos y a dar una vuelta por allí, de lo que daré puntual cuenta en la próxima entrada, antes de que se haga muy tarde. De momento, ahí queda para ilustrar ésta un mapa de Uccle tal y como debía de ser hacia 1853, cuando el señor Raspail purgaba por aquí sus veleidades republicanas y masónicas. En rojo he anotado el lugar donde debió pasar aquella temporada y donde hoy se encuentra el parque que lleva su nombre. Para verlo más grande hay que pinchar sobre el mapa.

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