Asumámoslo. La lengua es una cuestión política desde hace bastante tiempo, yo diría que desde el comienzo de la Edad Moderna. Antes, pues había algunos pinitos, pero en Europa había una lengua, que era el latín, y el resto era romance, de este tipo o del otro, que era latín corrompido, u otras lenguas bárbaras. Fuera de esto, los documentos de la época están escritos en lo que haga falta, porque, total, sólo podían leerlos cuatro gatos, así que nadie se iba a poner a discutir por ellos. Recientemente he visto documentos de las Cortes del Reino de Valencia de 1528 en una jerigonza de castellano, valenciano y latín, que pasó sin problemas el filtro de todos los oficiales y se imprimió tranquilamente, lo cual es buena prueba de que, al menos en Valencia, los talibanes lingüísticos no existían. Entonces.
Pero la cosa cambió después, al menos en el resto del mundo (en Valencia tardó bastante más, que para eso somos bastante dejados). Para que nos hagamos una idea, el follón que se está montando en Ucrania comenzó cuando, entre otras cosas, el nuevo gobierno ucraniano decidió eliminar la oficialidad del ruso, que es la lengua materna de millones de personas por aquellos pagos. Y seguro que esas personas no tienen ningún problema en comprender el ucraniano, porque, si yo, que no soy nativo de ruso y escucho el ucraniano de uvas a peras, pillo bastante, ellos seguro que lo entienden todo y, si no lo hablan, es por tozudez pura y dura. Pero, aun así, la cosa joroba lo suyo.
Lo que pasó en 1830 en lo que hoy es Bélgica fue una cosa similar. Ya quedó dicho que el rey Guillermo era protestante a base de bien, lo cual, ya de por sí, no le iba a granjear las simpatías de la población del sur de su reino. Eso del ecumenismo está muy bien y eso de la libertad religiosa tiene su aquél, pero pongámonos en época preconciliar y tratemos de entender cómo lo vivían unos pollos que se habían pasado literalmente siglos pegándose por Dios y el Emperador, para que ahora llegase un tipo al que otros habían colocado en el cargo a cargarse la religión católica y...
Y algo más. De momento, corrió el rumor de que el Rey iba a decretar que la única lengua oficial en Flandes fuera el neerlandés, en detrimento del francés (de hecho, llegó a ocurrir). A los flamencos, supongo, la cosa ni les iba ni les venía, porque el francés que debían hablar era con toda seguridad mediocre en el mejor de los casos, pero la alta nobleza y burguesía del sur era francófona y quería seguir siéndolo, así que el lío estaba servido.
En esto, en julio de 1830 estalló una revolución liberal en Francia que tuvo éxito. Carlos X, el último rey legítimo reinante en Francia, tuvo que salir del país y fue sustituido por un "Rey" liberal, Luis Felipe de Orléans, que, como la soberanía nacional residía -para él- en el pueblo, ya no fue "Rey de Francia", sino "Rey de los franceses". Claro, los futuros belgas veían el asunto con simpatía, tanto más cuanto que desde hacía unos años llevaban aliados contra el neerlandés del norte nada menos que los católicos y los liberales, lo cual es una alianza bastante contraria a la naturaleza de las cosas, pero vaya, cosas más raras se han visto, y hay (en Bélgica y en otros lugares) quien piensa que catolicismo y liberalismo van de la mano.
En todo este embrollo que siguió, hay una figura que en España es completamente desconocida, pero que es un caso de supervivencia en el poder, y es el señor de la foto, ése que parece que tenga dolor de garganta de tantos cuellos como me lleva. Se trata de Cornelis Felix van Maanen, y era holandés, además holandés de los de verdad, porque era de La Haya. Además de holandés, era el ministro de Justicia del rey Guillermo, pero es que ya había sido ministro de Justicia con Luis Bonaparte, así que constituye un interesante ejemplo de supervivencia política. Vamos, que prácticamente no hubo un gobierno en los Países Bajos sin su presencia entre 1806 y 1846 (año en que murió), que, no es por nada, pero tiene mérito. Es que incluso entre 1810 y 1813, bajo el Imperio Napoleónico, en que no fue ministro, lo que fue es presidente del Tribunal Imperial en La Haya, que no está mal tampoco.
Van Maanen era el señor que le escribía al Rey las órdenes impopulares (de las otras parece que apenas había). Y era un partidario decidido de neerlandizar los Países Bajos meridionales, lo cual, para un señor que había sido presidente de un tribunal bajo Napoleón, tiene su gracia. Además, no se cortaba un pelo. Ya había convertido el neerlandés en única lengua oficial en lo que hoy es la región de Flandes, y su próximo objetivo era Bruselas, Lovaina y lo que pillara, además de neerlandizar la educación en todo el país para crear élites neerlandófonas, en lugar de esos pesados francófonos con su matraca del francés. Los de Vlaams Belang no sé si lo conocen, pero tienen no pocos puntos en común con él.
Cuando estalló la revolución a finales de agosto, lo primero que hicieron los revolucionarios, algo acalorados, fue prender fuego a la casa de van Maanen en Bruselas, además de exigir al Rey su cese. Ya se sabe el típico "el Rey es bueno, son sus malos consejeros los que lo llevan por el mal camino". En este caso, se vio pronto que el Rey estaba totalmente de acuerdo con su ministro de Justicia, al que simbólicamente cesó por un brevísimo espacio de tiempo, para reinstalarlo después. El caso es que la revolución, animada por agentes franceses, que no le hacían ningún asco a debilitar el reino del norte, y quizá a anexionarse lo que hoy es Bélgica, siguió su marcha. De momento, los revolucionarios se inventaron una bandera, que ha tenido éxito hasta hoy y sigue siendo la oficial, porque ¿qué es una revolución sin su bandera?
Los revolucionarios se montaron un ejército voluntario, que incluía numerosos extranjeros (y de alguno hemos hablado antes), que desplazaron al ejército del rey Guillermo, que tampoco es que fuera excesivamente combativo, porque en buena medida estaba compuesto por belgas que no estaban por la tarea de dar mucho la lata por allí. Al mes siguiente, los revolucionarios controlaban prácticamente todo el actual estado belga.
Pero esta serie va de mandamases de Bruselas ¿Y quién era aquí el mandamás? Bueno, pues los mandamases eran nueve señores: Alexandre Gendebien, André-Édouard Jolly, Charles Rogier, Louis De Potter, Sylvain Van de Weyer, Feuillien de Coppin, Félix de Merode, Joseph Vanderlinden y Emmanuel-Constant-Prismes-Ghislain van der Linden d’Hoogvorst. Como se ve, la gran mayoría tenían un apellido bastante francófono. Esos nueve pollos se habían constituido en gobierno provisional y actualmente tienen calles, estatuas y hasta estaciones de metro en Bruselas, no como van Maanen, que no ha dejado huella alguna en el callejero de la ciudad. Hubo un congreso nacional, elecciones, y la correspondiente constitución liberal, que preveía que Bélgica sería una monarquía, como la francesa. Supongo que todo el mundo se ha fijado que Felipe I no es "Rey de Bélgica", sino "Rey de los belgas". Pues viene de ahí.
Claro, cuando eres una monarquía, necesitas un pequeño detalle para completar el cuadro.
Pero de eso tocará escribir en la próxima entrada de esta laaaarga serie. Hoy ya se hace tarde.
2 comentarios:
No sé si es el lugar oportuno, pero habida cuenta de tu experiencia en "rusadas" (Miguel, te añoramos), ¿cuál crees que puede ser el desarrollo del "conflicto ucraniano"? Gracias y perdón si no procede.
Bueno, Fer Sólo Fer, pues supongo que habrá que reflexionar sobre la cuestión. Eso sí, yo no tengo una bola de cristal para saber en qué puede terminar todo, pero las reflexiones las voy a ir escribiendo. Luego ya volveremos a Gembloux, que tengo más cosas.
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