miércoles, 2 de febrero de 2022

Tras los pasos de don Juan de Austria

En la anterior entrada habíamos realizado una aproximación a la batalla de Gembloux, pero las cosas es mejor verlas sobre el terreno, así que esta bitácora se desplaza a la aldea de Temploux, hace 444 años y algún que otro día, para ver cómo podían ser las cosas un frío día de enero, o principios de febrero, de 1578. De momento, jorobadillas. Uno se baja del coche en Temploux, o donde sea en Bélgica, con un vientecillo molesto y un cielo gris y medio lluvioso, y se pregunta qué diantre hace a la intemperie, teniendo una casa donde ponerse a cubierto. Y eso sin tener enfrente a un ejército de veinticinco mil soldados de los Estados Generales dispuestos a dar un disgusto a las tropas del Rey de España y mandarlas de vuelta al Luxemburgo de donde venían.

Don Juan de Austria llevaba algún tiempo en Namur, ciudad que cuenta con unas fortificaciones impresionantes, pero que dejaremos para otra ocasión. El ejército de los Estados Generales se suponía que estaba haciendo un simulacro de asedio no muy afortunado, porque ni de lejos contaba con los medios para rematarlo, así que comenzó una retirada hacia el Oeste, en dirección a Bruselas. Don Juan de Austria observaba los movimientos de los ejércitos desde una elevación, y supongo que los debió observar de cine, porque el paisaje de la zona es tan sumamente llano que le hubiera bastado con subirse, no a una elevación, sino a un taburete.

Alrededor de Temploux, que era el lugar donde estaba la tropa de los Estados Generales, fue donde se montó el cirio, muy probablemente sin intervención de ningún tipo, como no fuera rezando desde la colina donde estaba, de don Juan de Austria, que vio cómo, al mínimo empuje de la caballería española, la desbandada de los rebeldes fue casi inmediata. De hecho, el camino, o los caminos, entre Temploux y Gembloux están jalonados con lugarcillos donde hubo ligeros encuentros entre destacamentos españoles y tropeles neerlandeses en retirada: Ferooz, Lonzée, Bossière... la escabechina a aquellos insurrectos fue de las que hacen época. Doce kilómetros hay entre Temploux y Gembloux y, a despecho del tiempo de perros que debía estar haciendo por aquel entonces, los levantiscos soldados de los Estados Generales debieron hacerlos a una velocidad inusitada, perseguidos, supongo que entre carcajadas y algún que otro improperio, por los tercios que ellos habían pretendido desalojar. Supongo que más de uno de los soldados españoles tenía más de una cuenta pendiente con aquellas gentes que les habían hecho la vida imposible mientras estuvieron allí de guarnición, no mucho tiempo antes. Y las cuentas hay que cobrárselas.

Ya que estamos aquí, sin embargo, vamos a dejar a los tercios hacer su trabajo, y nosotros podemos hacer una pausa en la persecución de un ejército en desbandada, y dar un paseo por Temploux. Al fin y al cabo, no somos Alejandro Farnesio y no tenemos ninguna intención de dejar claro quién mandaba allí. Ya nos reuniremos con don Juan de Austria en una próxima entrada, ante los muros de Gembloux, porque es fuerza que se detenga allí algún tiempo para tomar la ciudad, lo que nos dará ocasión de alcanzarlo.

2 comentarios:

Fer Sólo Fer dijo...

¡Excelentes entradas! Revisión histórica muy interesante. ¡Gracias¡

Alfor dijo...

Gracias, Fer Sólo Fer, alguna cosa más queda por hacer, pero la verdad es que últimamente voy a salto de mata y no me alcanzan las horas. Poco a poco.