El gobierno regional es, pues, aún más socialista que el federal, a la hora de hacer el trabajo de los demás, en este caso de los padres de adolescentes. Durante el próximo mes, ni me tengo que molestar en ponerle a Ame hora de llegada, cosa que podría ser objeto de conversaciones más o menos tensas: el benévolo gobierno regional bruselense ha cortado el problema de raíz. Su padre permite a Ame llegar a casa a la hora máxima que marca la ley, y más generosidad no es posible dentro del marco jurídico que nos limita. A las diez en casita. Qué gusto, tú...
Además, el gobierno regional lo ha prohibido casi todo: deporte, salvo que sea estrictamente individual; bares, restaurantes y establecimientos similares (otra ayuda a los padres de hijos adolescentes); la mascarilla vuelve a ser obligatoria en todo el territorio de la región; ah, y también ha prohibido las misas. En eso es en lo que, me imagino, son menos papistas que el Papa, aunque el Papa (éste) es a veces tan confuso que sólo Dios sabe con certeza su nivel de papismo.
A todo esto, para contagiarse en una iglesia hay que proponérselo con una seriedad admirable. He estado en cuatro iglesias distintas bruselenses en este período, y los responsables de las mismas han currado de tal forma que no te acercarías a menos de dos metros de ningún otro feligrés, a menos que tu intención fuera precisamente ésa: flechas, barreras, asientos señalizados... más que en parroquias de barrio, se diría uno en la capilla de una prisión de alta seguridad. Pero el gobierno regional, ese ente entre sociata, masónico y ecologeta, entiende que los templos pueden ser un foco de contagio; más, por ejemplo, que el Decathlon o el IKEA. Del último no sé (y es cierto que en la región de Bruselas no hay ninguno), pero estuve el sábado pasado en el Decathlon y allí no había ni limitaciones de aforo, ni distancia social, ni flechitas o barreras. Pero los Decathlon de Anderlecht y de Evere seguirán abiertos a despecho de la presencia de virus en este mundo en general, y en la región de Bruselas en particular.
Porque, sí, Bélgica se ha impuesto a sus perseguidores y hoy es el país más tocado por la pandemia, que está más rampante que el león del escudo de Flandes. Se veía venir, claro, tal y como es Bélgica, que, recordemos, es un país de voluntades libres que sólo se someten, y con desgana, al pago de impuestos. Ahora queda por ver cómo se someterán esas voluntades libres a la obligación de llevar mascarillas y de recogerse a las diez de la noche, obligación que comienza a partir del lunes. En lo de las mascarillas me voy a fijar; no, en cambio, en lo de recogerse a las diez, porque eso implicaría salir a deshora para curiosear y, con ello, rebelarse contra la misma norma, y no estoy yo a estas alturas de mi vida como para que me devuelva a casa la policía bruselense con un multazo, y que Ame se comience a hacer preguntas sobre si merece la pena o no llegar a casa a las diez, como su padre le pide y el gobierno regional le impone.
Y es que hay que dar ejemplo. Además de que, como es notorio a los lectores de esta bitácora, no me gusta a mí que se haga tarde. Como ahora.
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