¿Y esos olvidos? No hace tanto estábamos paseando por el Pajottenland, y quedó pendiente describir un poco el paseo desde Vollezele hasta el Congoberg, así como el motivo de que el cerro en cuestión haya recibido un nombre tan colonial.
Vollezele es un pueblo flamenco cuco y bonito, y está rodeado por una campiña no menos cuca y bonita. Maizales en abundancia, sobre todo, y bastante ganadería. La verdad es que dan ganas de quedarse una temporada por aquí, lejos del bullicio de una Bruselas que, sin embargo, está sólo a una treintena de kilómetros. Las casas cercanas al pueblo presentan un aspecto bucólico, y en casi todas ellas han algún chiquillo curioseando quiénes son esos forasteros que pasan por sus calles.
La región es famosa, como vimos, por sus caballos de tiro, que conserva en un intento atávico de aferrarse a un símbolo, más que a un animal. Y siguen criándolos, como vimos por el camino, en que nos cruzamos con una pequeña manada retozando tranquilamente dentro de un cercado.
Además de las competiciones de caballos de tiro, que continúan organizándose cuidadosamente año tras año, los pajotten tienen otras justas, como la del árbol del año, galardón que no hace mucho recayó en el árbol de la imagen, sin que quede demasiado claro para el paseante lego cuáles son los criterios que guían al tribunal a la hora de elegir un árbol, y no otro de su misma especie y medidas, como representante de todos los árboles de la región en ese mismo año.
Pasado que hubimos el árbol del año, y siempre siguiendo el camino que nos sacó de Vollezele, llegamos al Congoberg, y hora es de preguntarse por el motivo de ese nombre. Contra lo que pudiera suponerse, no es un homenaje a la colonia belga por antonomasia, sino que tiene un origen más prosaico, de cuando la zona estaba jalonada de minas de carbón, y los mineros que trabajaban en ellas, cuando volvían de las mismas, pasaban por el cerro que acabábamos de coronar, con un aspecto bastante desastrado, sucios como un deshollinador chino y, obviamente, con tizne por todo el cuerpo, que les dejaba más negros que blancos. Y, si en Bélgica hay algún lugar de donde se considera que vienen los negros, ése es el Congo, con lo cual enseguida se bautizó el lugar como Congoberg.
Hoy, seguramente, tal desatino desde el punto de vista de la corrección política no sería posible, igual que el acompañante de San Nicolás ha dejado de ser conocido por estos pagos como Zwarte Piet (Pedro el Negro, literalmente). Bueno, en realidad sigue siendo conocido bajo ese nombre, que es difícil que sea considerado racista salvo por cerebros muy torturados, pero lo cierto es que genera controversia. El Congoberg, en cambio, se mantiene incólume, probablemente porque poca gente conoce el origen del nombre y porque, a simple vista, puede parecer un mero homenaje a la colonia, como quien le dedica una calle.
Y vamos a terminar aquí, de momento, las peripecias por el Pajottenland, hasta que haya mejor ocasión de proseguirlas. Entretanto, Bruselas, celosa quizá de la relevancia de las otras capitales europeas, o más bien tan torpe o más que quienes las habitan, está viviendo otra ola de casos de coronavirus, lo cual, si Dios quiere, será el objeto de la siguiente entrada.
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