Vuelto ya de la missa d'infants, de la que igual me da por escribir en otra ocasión, voy a hacer algo que últimamente era bastante desusado en esta bitácora: voy a terminar una serie, la de doña Margarita.
Doña Margarita, con los años, con los lustros, y hasta con las décadas, va perdiendo fatalmente el respeto de sus convecinos. Creo que el primer aldabonazo se lo dio el vecino del cuarto en una reunión de la comunidad, una de las pocas a las que pude asistir.
El administrador, tratados que fueron los asuntos del orden del día, pasó al punto de ruegos y preguntas, y doña Margarita tomó la palabra con ánimo de no soltarla hasta exprimirla como un limón.
- En el deslunado (que es como en Valencia llamamos a lo que en otros sitios es el patio de luces) me cae todo tipo de porquerías. Hay vecinos que son unos guarros, y que me tiran hasta las uñas ¿Quién hace eso?
Obviamente, nadie dijo nada. El vecino del quinto derecha se puso a hablar de su equipo de radioaficionado, y hubo un pequeño debate sobre si la antena exterior de la terraza molestaba a alguien o no. Doña Margarita se debió sentir ninguneada, y hasta ahí podíamos llegar ¡Ningunear a doña Margarita!
- ¿Y de las uñas qué? ¿Quién tira las uñas por el deslunado? - insistió, recuperando el uso de la palabra más de fuerza que de grado.
El vecino del quinto, el de la antena, que tiene bastante buen sentido, intervino.
- Mire, Margarita, quien sea que haya tirado las uñas a su patio no es probable que lo diga aquí, pero, si está presente, esté segura de que se ha enterado de que le molesta y de que no lo volverá a hacer.
Y, dicho esto, siguió la conversación sobre la antena de radioaficionado. Doña Margarita, enojada, dijo subiendo el tono de voz.
- ¿Y quién arregla lo de las uñas?
Aquí intervino el vecino del tercero, un jubilado faltón de uñas amarillas por el tabaco y respiración ruidosa, por la misma razón.
- Mire, yo creo que usted debería recoger las uñas de su patio, y luego las llevaremos a hacer un análisis de ADN para saber quién ha sido y depurar responsabilidades.
- ¡Se me falta al respeto! ¡Yo me voy de aquí!
Y, uniendo la acción a la palabra, subió muy digna las escaleras hasta su primer piso y desapareció de la reunión, para alivio de quienes seguíamos allí.
El segundo hito en la decadencia de doña Margarita fue la pérdida de su feudo de aparcamiento. Ya en la entrada anterior vimos cómo lo ocupé temerariamente, lo que me enajenó las simpatías de mi némesis. Y, lo que es peor para ella, bastó que los demás vecinos vieran que la chatarra de doña Margarita estaba en otro sitio, para que también ellos se animaran a ocupar el sitio. De hecho, últimamente he visto en el sitio de la discordia más bien el coche de Castillo, un jubilado que en tiempos era un buen jugador de ajedrez y que a la vejez ocupa durante días enteros la plaza que nadie pensó que tocara a otro coche que la antigualla veloz de doña Margarita.
Últimamente, doña Margarita, como ya vimos, ha encontrado la motivación de guardar las esencias del nuevo patio, pero lo hace hasta extremos ridículos. En la penúltima entrada vimos cómo me acusaba de rayar el ascensor con la bicicleta. Y, en efecto, un par de días después me vio salir del ascensor con el bulto misterioso, y me tomó por banda.
- ¡Ha rayado las puertas del ascensor!
- Que no.
- Sí. Con la bicicleta.
- ¿Dónde están las rayas?
- ¿Dónde, dice? Aquí.
Y doña Margarita señaló una zona situada a metro y medio del suelo, es decir, a más altura que la suya propia, donde con pena y trabajo se podía argumentar que había unas muescas.
- Eso no lo he hecho yo.
- ¿Pues quién?
- Ni idea. Pero, para hacer yo eso con la bicicleta, tengo que sostenerla en el aire y forzar un giro. Como si no tuviera yo nada que hacer...
- Pues ha sido usted. Con la bicicleta.
En éstas estábamos cuando pasó un vecino, me miró sonriente y juntó las manos elevando su vista al cielo. Me sentí aliviado.
Uno nunca está seguro de cuándo tendrá lugar el siguiente agarrón de doña Margarita. De momento, voy a estar unos meses ausente de Valencia, lo que me asegura un tiempo de asueto vecinal, pero tengo la intención de pasar por aquí en agosto, y no dudó que entonces será el momento de continuar la saga.
Pero eso será entonces. Ahora no. Ahora, se ha hecho tardísimo.
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