Al final me ha tenido que tocar a mí. Mira que me he conseguido librar durante todos estos años en que he sido carne de aeropuertos, pero finalmente he caído en la trampa del overbooking. Vamos, que Vueling ha tenido a bien retrasar mi retorno al trabajo un día, mandarme a un hotel ¡en Valencia! y privarme de un día de vacaciones. Maldita sea su estampa.
No estaba solo, pero sí era el único español de los ocho afectados por la claramente mejorable política de ventas de Vueling. Los demás eran flamencos con conocimientos de español muy básicos, y que despotricaban entre ellos a base de bien de la compañía, de España, de Valencia y de todo lo que se movía, sin saber que yo capto más flamenco del que parece. Aun así, mi conocimiento del aeropuerto y del idioma local me llevó a ponerme delante de la cola, lo cual cabreó a mis compañeros de infortunio más de lo que ya de por sí estaban.
Hay compañías aéreas de trato solícito, que se deshacen en agasajos hacia el pasajero afectado por la desgracia que ellos han provocado, y que, de propia iniciativa, le hacen saber sus derechos y les dan espontáneamente las compensaciones a que tienen derecho. Vueling NO es una de esas compañías. Bien al contrario, el personal encargado de solucionar el entuerto trata de escurrir el bulto a la que puede, y el pasajero deberá ingeniárselas él mismo para salir del atolladero, e insistir muy seriamente ante el personal para que le den las compensaciones de rigor.
En este caso, me colocaron en el vuelo del día siguiente. Les obligué a confesar que la compensación establecida para conmigo era de doscientos cincuenta euros, que me recomendaron reclamar por internet, diciendo que tardarían entre siete y diez días en tramitarla (eso está por verse), y me enviaron en taxi a un hotel, además, no muy lejos de mi piso. Entre abrir el piso de nuevo por una noche y afrontar un posible encuentro con doña Margarita, y meterme en un hotel, preferí lo segundo.
Los derechos del pasajero vienen recogidos por un reglamento europeo de 2004. La verdad es que ha llovido bastante desde entonces, y se nota en uno de los derechos que tenemos: tenemos derecho a efectuar dos llamadas, o enviar dos faxes, o dos correos electrónicos.
Claro, en el lejano 2004, todo eso tenía sentido. En 2018, la itinerancia dentro de la Unión Europea es inexistente, las llamadas son baratas, y todo el mundo tiene tarifa de datos en su teléfono móvil, con lo que puede enviar correos electrónicos, o mensajitos por redes sociales anunciando su desgracia. De la posibilidad de enviar dos faxes será mejor que no comente nada. Lo miro, y me parece equivalente a que me ofrecieran enviar por mensajero un pedrusco grabado con un punzón de sílex.
En resumidas cuentas, que estoy convencido de que nadie pide ese derecho hoy en día, lo cual me da la posibilidad, al menos, de mitigar mi cabreo haciendo sudar un poco al personal de la compañía. Aclarados los demás aspectos, me puse en plan zumbón.
- Oiga, aquí pone que tengo derecho a efectuar dos llamadas telefónicas.
- Sí, sí, lo pone,
- ¿Y me puede usted decir cómo se instrumenta ese derecho?
- Ah, no sé...
- Pues tendrá que saber, ¿no? Si lo pone ahí...
El empleado de Vueling se rascó la cabeza. Como yo suponía, no debe enfrentarse a menudo con ese tipo de peticiones.
- Es que con el teléfono que yo tengo, que yo se lo dejaría, ¿eh?, no se pueden efectuar llamadas externas.
- Pues entonces, ¿qué solución tengo para las llamadas que tengo derecho a hacer?
Claro, entretanto, la familia ya sabía, a base de mensajitos, que la compañía aérea me había fallado, por lo que no había ningún motivo urgente para la llamada, amén de que lo más sencillo era pillar el móvil y llamar allí mismo, pero el objetivo de la maniobra era hacer pasar un trago a los empleados de tierra.
- No sé...
- Pues tendrá que saber. Luego, todo son procedimientos de reclamaciones incoados a diestro y siniestro, con nombres y apellidos y esas cosas.
Mi aspecto externo no daba la impresión de ser de nivel alto, pero me estaba dirigiendo al empleado en mi mejor jerga jurídica. Creo que el chaval debió entender que le convenía buscar una solución.
- Aquí los compañeros de la compañía que le va a buscar el hotel, Groundforce, le deberían ayudar.
- Más les vale que así sea.
Pasé a la ventanilla de al lado, y detrás de mí, unos minutos después, pasaron, uno tras otro, los flamencos cabreados. La señora de la ventanilla me dio la tarjeta de embarque para el vuelo del día siguiente, así como los bonos del hotel y de los taxis.
- Ah, su compañero me ha dicho que usted me va a facilitar la posibilidad de efectuar las dos llamadas a que tengo derecho.
Lo dije lentamente. Muy lentamente. La señora tragó saliva.
- ¿Y lo quiere ahora?
- ¿Por qué no?
- Tome este teléfono. Con 00 sale al exterior. Luego, para el extranjero, ha de pulsar de nuevo 00. Yo voy a por el taxi.
Marqué el móvil de Alfina, pero ni pum. Cuando volvió la señora, muy lentamente, le dije.
- Me parece que este teléfono no me permite llamar al número con el que tengo interés en comunicar.
- ¿Quiere que le ayude? Dígame el teléfono.
Se lo dije, pero, claro, sus dedos eran tan poco mágicos como los míos.
- Parece que no da línea.
- Usted comprenderá que me estoy comenzando a enojar, ¿no? -dije, nuevamente, muy lentamente.
La señora comenzó a preguntar a todo bicho viviente que aparecía por allí. Ni pum.
- ¿Sabe? ¡Puede llamar desde el hotel!
- No lo dudo. Ahora bien, ¿quién va a pagar eso?
- Ah, no sé...
- ¿Le parecería a usted correcto que lo pagase yo? Porque a mí esa posibilidad no me convence en absoluto - es ya obvio, pero sí, lo dije muy lentamente.
La señora se dio la vuelta, se retiró unos metros, habló con sus compañeras y dijo finalmente.
- He puesto un correo al hotel. Le dejarán hacer dos llamadas desde allí.
- ¿Así que no podré llamar hasta llegar al hotel? No me acaba de parecer bien. Aún estoy aquí.
- Enseguida llamo al taxi ¿Le importa compartirlo con esta señora?
'Esta señora' era una de las flamencas, y la dependiente la estaba intentando atender al mismo tiempo que a mí.
- A mí no me importa.
Jo, encima iba a quedar bien. Porque eché un ojo a la flamenca, y a mi humilde persona, y me quedó claro que a mí podía no importarme, pero anda que a la flamenca... la dependienta se lo explicó, para encontrarse con un exabrupto de la flamenca.
- I'm not the partner of this person! I want a taxi for me alone!
Desde luego, no parecía el comienzo de una bonita amistad. Ya habíamos quedado en que los flamencos son lo peor, y ellos no hacen sino corroborarlo.
En fin, que llegué al hotel en taxi, cogí el teléfono y me tiré media hora hablando con Alfina. Espero que a Vueling le cobren cada minuto de conversación a precio de oro fino, y que al figura que se dedica sistemáticamente a vender billetes por encima de su capacidad le entren picores rabiosos en el centro de la espalda, allí donde no llega uno a rascarse, al menos una hora por cada pasajero que ha dejado en tierra.
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