Después de unos días de locura, mayormente por culpa mía, que me meto en líos de los que me podría librar, vuelvo a estas pantallas a seguir escribiendo mi versión de lo que pasa a mi alrededor.
Y recordaremos que, durante los últimos meses del año pasado, mi proveedor de energía, esto es, de electricidad y gas, que además es la compañía de bandera del país, me estuvo dando la vara para que les pagara anticipos más jugosos, porque, de lo contrario, la factura anual de diciembre me iba a doler lo que no está escrito. Que estaba siendo malévolo y consumiendo más, y que los precios se habían puesto por las nubes.
¿Cómo quedó la cosa? Pues, efectivamente, en diciembre llegó la factura de regularización entre los anticipos que había ido pagando durante el año y lo que había consumido realmente. Lejos de las cantidades que la compañía temía que me iba a tocar pagar, el monopolista ha terminado por devolverme casi cien euros.
Pero el monopolista siempre gana: por mi bien, ha decidido por unanimidad fijarme el anticipo mensual en 210 euros, casi cien más de lo que venía pagando. Lo puedo cambiar, sí, y no excluyo que lo haga de aquí a poco, pero lo único que se me ocurre es que la Engie Electrabel tiene un morro que se lo pisa.
Eso sí, mis esfuerzos me ha costado. No puse la calefacción hasta mitad de noviembre, aprovechando que, hasta entonces, las temperaturas fueron bastante razonables. En ese momento, sin embargo, comenzó a hacer más frío y la casa se puso a quince grados, lo cual ya dolía, a despecho de todas las mantas y suéteres de que me había provisto; en fin, que puse la calefacción, pero sólo a dieciocho grados, que es como sigue ahora, algo por debajo de los diecinueve que recomiendan los políticos y bastante por debajo de los veinte del año pasado, con Ame todavía por aquí, y de los veintiuno de años anteriores, en que había presencia femenina (y friolera). Por la noche, la tengo normalmente a catorce, o sea, prácticamente no la tengo, pero estos días tengo una hija por aquí, me ha dado penica, y la he subido por las noches a dieciséis. Que no se diga.
He de reconocer también que tuve invitados desde Valencia a principios de diciembre, en esos días en que, gracias a los puentes que nos hemos dado, Bruselas se llena de españoles. Como venían de Valencia, y como me considero un buen anfitrión, decidí subir la calefacción a veinte grados, para que estuvieran a gusto en casa.
Ahora hace frío, la verdad. Andamos alrededor de los cero grados, a veces menos que eso, y nieva algo de vez en cuando. A regañadientes, pero voy a dejar el anticipo mensual donde lo han colocado los ladrones de la compañía, a sabiendas de que, en cuanto las temperaturas suban, que Dios quiera que sea pronto, mi consumo va a caer muy por debajo de lo que suponen esos chupópteros.
Para entonces, más vale que lo cambie todo antes de que sea tarde. Como ahora.
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