Sí, Leopoldo II no tiene muchas posibilidades de subir a los altares. No sé sabe por dónde andará ahora, pero es de temer que San Pedro esté poniendo pegas a dejarlo pasar, a saber por cuánto tiempo.
Sea como fuere, sí, Leopoldo II es conocido por haberse encaprichado de una prostituta francesa de dieciséis años, Caroline Lacroix, que lo acompañó durante los últimos diez años de su vida y de manera constante desde que enviudó en 1902. Bueno, tan constante que le construyó un palacio adyacente al suyo de Laeken. Por cierto que Leopoldo II, que tenía nada menos que 65 añazos cuando se enrolló con la adolescente, tuvo dos hijos con ella... o no. Digo o no porque Caroline Lacroix había estado enrollada antes con un tal Antoine Durrieux, que de cuando en cuando se pasaba por el palacete de Laeken haciéndose pasar por el hermano de la chica (sólo tenía dieciocho años más que ella, pero oye, cosas más raras se han creído), y no está muy claro lo que pasaba durante esas visitas.
Cuando Leopoldo II murió, en 1909, llevaba una semana casado por la iglesia con Caroline Lacroix. La chica, ya entonces toda una mujer de veintiséis años, tardó sólo siete meses desde el fallecimiento del rey en casarse con Antoine Durrieux, quien, además, reconoció a los dos retoños como suyos.
Vamos, que eso recuerda enormemente al chiste de aquel anciano que fue al médico con ochenta años y le comentó al médico que había dejado embarazada a su novia, de veinticinco, y que se estaba planteando una vasectomía.
- Como usted quiera. Por cierto, ¿sabe que soy cazador, y muy bueno? El otro día fui a cazar un oso, disparé al aire cuando lo vi acercarse, y enseguida cayó muerto en el suelo con una bala en la cabeza.
- Eso es imposible -dijo el paciente anciano-. Alguien más tuvo que haber disparado.
- Lo mismo le digo yo a usted.
Es curioso, pero su lío con la Lacroix, a la que convirtió en baronesa Vaugham y le dejó una herencia inmensa, fue mucho más decisivo en la impopularidad del rey que todas las barbaridades que había cometido en el Congo. Además, Leopoldo II no se cortaba un pelo y salía con su amante incluso a un lugar tan delicado como la corte inglesa, nada menos que a los funerales de la Reina Victoria en 1901. Y eso que aún no había enviudado. Desde que enviudó, aquello ya se mostraba a cielo abierto. El rey, directamente, era sumamente impopular, en el Parlamento había diputados que se tiraban de las barbas cuando se daban cuenta de que las inmensas riquezas que salían del Congo no se invertían necesariamente en mejorar la situación belga, sino en pagar los caprichos de las amantes del rey, así como en aumentar más y más su enorme fortuna, que no sólo estaba situada en Bélgica, sino literalmente por toda Europa.
Leopoldo II no sólo estaba liado con su churri adolescente francesa, sino que, desde muchísimos años antes, lo estaba con un número considerable de amantes, a las que tenía dispersas por Bruselas y sus alrededores. Supongo que mantener a tanta gente le debía costar un ojo de la cara, por lo que no es de excluir que mantener este tren de vida y sexo fuera una de las motivaciones que le llevaban a exprimir el Congo como un limón. El caso es que sus aventurillas de caza sexual le llevaban por el sur de Bruselas, por el espacio que hoy ocupa el Bois de la Cambre y, más allá, el bosque de Soignes. Y resulta que, cruzando el chaussée de Waterloo desde Uccle en dirección al bosque, aun hoy en día está el picadero real (en sentido estricto: hay caballos) y tres calles, pertenecientes entonces al término municipal de Uccle, en las que se alzan casoplones de bastante consideración. Parece que en tiempos de Leopoldo II, al menos una de las casas de esas calles era utilizada como picadero real (en sentido figurado: había yeguas).
No sé ahora cómo funciona el asunto, pero, por aquel entonces, cada vez que el Rey salía de palacio y atravesaba un municipio, el alcalde debía salir a su encuentro y cumplimentarlo como era debido. Claro, la cosa debía de dar algo de corte, cuando Leopoldo II salía de Laeken con cierto apetito, pasaba a Ixelles y allí tenía al alcalde esperándolo y dándole los buenos días, y luego, cuando estaba a puntito de puntita, y con más apetito aún, que pasara a Uccle y también tuviera al alcalde local esperándolo para hacerle saber cuán contentos estaban sus súbditos de Uccle de tener en su término al monarca.
La solución consistió en alterar los términos municipales, cosa que podría explicar por qué Ixelles está dividido en dos partes, una al norte y otra al sur, de la avenida Louise, mientras que la propia avenida Louise pertenece al municipio de Bruselas, al igual que el propio Bois de la Cambre. De esta manera, Leopoldo II podía llegar allí sin salir de su propio término municipal, porque Laeken pertenece también a Bruselas.
El segundo término municipal amputado fue el de Uccle, porque un oportuno real decreto convirtió esas cuatro calles más allá del chaussée de Waterloo en parte del término de Bruselas, lo cual ahorró a Leopoldo II y al alcalde de Uccle el embarazo del encuentro en una parte del territorio que el rey frecuentaba con cierta asiduidad, y no precisamente para arreglar el mundo.
Entonces, no sé si eso era un privilegio, pero hoy desde luego que no lo es: los impuestos municipales son muchísimo más elevados en Bruselas que en Uccle.
Pero dejemos en paz al segundo rey de los belgas, y pasemos al tercero, que, visto lo bajo que había dejado el listón su antecesor en cuestiones de popularidad, no debería esforzarse mucho para superarlo.
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