El de la foto es probablemente el rey más famoso (y también el menos apreciado) de los reyes belgas que ha habido. Es posible que haya sido, eso sí, la persona más rica de su época, e incluso de cualquier época, como propietario que fue de un país enorme y riquísimo. Pero mejor vamos por partes.
Ya de jovencito debía apuntar maneras de avaricioso y pesetero, y eso que posibles no debieron faltarle nunca. Sin embargo, eso no era incompatible con un mecenazgo relativamente generoso. Durante su largo reinado, el más largo de cuantos ha habido en el Reino de Bélgica, Bruselas se convirtió casi en la urbe que es hoy, con una serie de monumentos emblemáticos, entre los que podríamos citar el Palacio de Justicia o el Parque del Cincuentenario, que le dieron a la ciudad el empaque que le faltaba como capital europea de primer orden. Y muchos de esos monumentos se construyeron con una generosa aportación de Leopoldo II.
Es cierto que, en estos tiempos de "Black lives matter" su figura no ha resistido el paso del tiempo. A decir verdad, en su tiempo ya era una figura sumamente controvertida, porque no le faltaron críticos en ningún momento, pero quizá lo que se piensa de él sea un poco exagerado. Por ejemplo, es creencia popular que el Palacio de Justicia, probablemente el monumento más destacado de la ciudad, se pagó con el dinero que se exprimió del Congo. Así se me explicó cuando realicé una visita al monumento en un día de puertas abiertas y no tengo la menor duda de que el abogado togado en ejercicio que nos daba las explicaciones nos lo decía de buena fe. Sin embargo, basta cotejar las fechas para darse cuenta de que el Palacio de Justicia se terminó de construir algunos años antes de que las potencias europeas le adjudicaran el Congo a Leopoldo II, de modo que la contribución del rey, que la hubo y fue considerable, estaba limpia de las atrocidades que se cometieron más adelante.
En tiempos de Leopoldo II, Bélgica pasó a convertirse en una potencia industrial, en especial Valonia, donde la industria siderúrgica funcionaba a toda mecha. Las condiciones de trabajo eran todo lo infames que en casi cualquier lugar de Europa de la época, pero, paradójicamente, al mismo tiempo Bélgica daba asilo a todos los revolucionarios y conspiradores que pasaban por allí, como Víctor Hugo o el propio Carlos Marx. Lo que hoy llamaríamos un lugar tolerante con lo que fuera. Bueno, a decir verdad Carlos Marx, aun en tiempos de Leopoldo I, fue arrestado por un quítame acá esas revoluciones y tuvo que salir por piernas hacia Francia, que ya había pasado su propia revolución de 1848.
Los dos grandes baldones de Leopoldo II eran su vida personal y su enorme avaricia, que le llevó a hacer la vista gorda sobre lo que estaba pasando en su dominio personal africano. Creo que ya he escrito alguna vez la frase que se le atribuye al emperador alemán, Guillermo II, el cual tampoco era un santo, que decía que no creía que hubiese alguien absolutamente malo en el mundo, "con la posible excepción de Leopoldo II de Bélgica".
Sobre el asunto del Congo se ha escrito mucho. Leopoldo II creó una sociedad filantrópica y, de alguna manera, logró que las potencias le adjudicaran a él, personalmente, es decir, no a Bélgica, el territorio del Congo, curiosamente llamado "Estado Libre del Congo". Lo que siguió fueron varias décadas de explotación del territorio absolutamente demencial, pero que tuvieron la virtud de hacer a Leopoldo II inmensamente rico... mientras se hacía pasar por un filántropo preocupado por el bienestar de los nativos africanos. A esos nativos africanos se les exponía en cosas parecidas a zoológicos y se les amputaban miembros si no eran capaces de rendir correctamente en su trabajo, pero, eso sí, se suponía que la esclavitud estaba abolida.
¿Era Leopoldo II un genocida? Yo, que no soy sospechoso de simpatía por él, creo que no. El genocidio implica una voluntad de acabar con un grupo étnico, religioso, lingüístico... lo que sea, y la única voluntad de Leopoldo II era la de llenar su bolsillo cuanto más mejor. Las amputaciones y matanzas que se produjeron no pasaban de consecuencias de lo primero, pero no me creo que Leopoldo II quisiera terminar con la población del Congo. Otra cosa es que dárselas de filántropo y de estar mejorando su condición requiriera tener un rostro pétreo que indudablemente el Rey de los Belgas y soberano del Estado Libre del Congo poseía más que de sobra.
Con el tiempo, todo se sabe, y las burradas que se estaban cometiendo en el Congo eran excesivas incluso para los estómagos del siglo XIX. Hubo investigaciones, informes... hay que decir que los informes no eran totalmente unánimes, porque hubo uno que encargó el mismísimo y ofendido Leopoldo II que no descubrió que hubiera habido un maltrato generalizado en el Congo. Qué cosas. En todo caso, los demás informes parecían apuntar en sentido contrario, hasta el punto de que llegó un momento en que aquello era insostenible y Leopoldo II, poco antes de su muerte, vendió el Congo al Estado belga, eso sí, por un buen pastón, y a partir de ahí siguió siendo, sí, jefe del Estado en el Congo, pero no propietario. La explotación continuó, no vayamos a creer, pero al menos no los casos más flagrantes de desprecio de la vida y la integridad física de los demás.
Hay estudios actuales sobre el colonialismo que concluyen que, en general, las potencias coloniales no obtuvieron especiales beneficios de su condición de tales, y que más bien perdieron dinero en el intento. La excepción más obvia es Bélgica, que sí obtuvo beneficios de lo más pingües del tiempo en que mangoneó a su gusto en el Congo, el cual duró hasta la descolonización de la posguerra y que, de todas formas, daría para varias entradas.
Por si fuera poco, y para corroborar lo dicho por el káiser Guillermo, Leopoldo II era un mujeriego empedernido, como sus ancestros los duques de Brabante que hemos visto, pero ya no en el siglo XV, sino en tiempos de moral victoriana en que estas cosas estaban mucho peor vistas. No obstante, lejos de movernos por el centro de África, vamos a volver a Bruselas para tratar de este asuntillo. Bueno, ni siquiera a Bruselas, vamos a ir a mi propio municipio, ¡a Uccle!
Pero eso será en una próxima entrada, porque ésta se está alargando mucho y, por si fuera poco, se hace tarde inexorablemente. Y Leopoldo II, alguien que posiblemente fuera la única excepción a la opinión del káiser de que no hay nadie absolutamente malo, bien merece dos entradas.
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