Además, como quedó dicho, su padre era muy querido, cosa que no fue muy complicada por la simple comparación con el piernas de su predecesor. Leopoldo III tenía un listón mucho más alto que superar, lo cual puso todo su empeño en conseguir, ayudado por su esposa, la reina Astrid de Suecia, que además de ser un bellezón era, también, muy popular. Lamentablemente, eso duró poco: al año de subir al trono, los reyes tuvieron un accidente de automóvil en Suiza y la reina falleció en el acto. Más mala suerte.
Para colmo de males, la época era especialmente peliaguda ¿Cuál no lo es?, podríamos decir, no sin razón. Vale, pero Leopoldo III comenzó su reinado en febrero de 1934, cuando en una de las potencias vecinas acababa de subir al poder un señor con bigotito y bastante racista que la liaría parda durante los siguientes once años.
Efectivamente, en 1940 sucedió algo parecido a lo que ya le había sucedido a su padre en 1914: el Reich (esta vez el tercero) invadió Bélgica y Leopoldo III, que tenía formación militar, se puso al frente del ejército belga, como había hecho su padre. Como todos sabemos, la cosa no terminó muy bien. El ejército prusiano de 1914 era un ejército tradicional que venía con armamento convencional, así que de una manera u otra se le pudo hacer frente. En cambio, la Wehrmacht de 1940 era una máquina de guerra perfectamente engrasada que venía de arrasar al ejército polaco, por cierto uno de los que parecían más poderosos de aquellos tiempos, y que disponía de algunos genios innovadores que, en este caso, realizaron maniobras totalmente inesperadas, como la de atravesar las Ardenas con los tanques, cosa que se consideraba imposible.
El caso es que la resistencia belga esta vez duró muy poco y, además, la cosa no terminó ahí, porque la Wehrmacht continuó su camino y en pocas semanas derrotó completamente al ejército francés, con lo que la retaguardia que había utilizado Alberto I en la Primera Guerra Mundial ya no estaba disponible. En situación tan desfavorable, el gobierno belga se exilió a París, y luego a Londres, y sugirió al rey que les acompañase.
Los nazis, hasta aquel momento, habían invadido cuatro monarquías europeas: Dinamarca, Noruega, los Países Bajos y Luxemburgo. Haakon VII de Noruega, la Gran Duquesa de Luxemburgo y Guillermina de los Países Bajos se habían exiliado, mientras que el Rey de Dinamarca Cristián X se había quedado en el país. La decisión no era sencilla y uno puede comprender que Leopoldo III decidiera quedarse en Bélgica. El 28 de mayo de 1940, fecha de la capitulación, todo hacía pensar que a los alemanes no les iba a parar nadie, y que la causa de los aliados estaba perdida. Alemania venía de una serie impresionante de victorias y todo hacía pensar (y así fue) que Francia no iba a durar mucho más después de las maniobras de la operación Gelb que habían puesto fuera de combate a lo mejor de su ejército. Sólo quedaría el Reino Unido y su isla, pero incluso ahí no estaba claro que fuera a resistir mucho tiempo, a la vista de la entonces clara superioridad de la Luftwaffe. Con eso la guerra estaría terminada.
Total, que Leopoldo III se quedó en Laeken, más o menos prisionero de los alemanes. Hay que decir que aprovecho el tiempo para casarse en secreto con una jovencita, Lilian Baels, con la que inmediatamente tuvo descendencia. Inmediatamente es a los pocos meses, casi exactamente nueve desde el matrimonio canónico y algunos menos desde el matrimonio civil, que legalmente debería preceder al canónico en Bélgica, pero que en este caso no tuvo lugar hasta tres meses después. Esto no le grangeó el aprecio del pueblo, que seguía recordando a la reina Astrid. Hay algunos carteles antimonárquicos posteriores con bastante mala leche.
Contra todo pronóstico, la guerra no la ganaron los alemanes. El Reino Unido no fue derrotado y fueron entrando en la guerra, primero la Unión Soviética y luego los Estados Unidos de América. En la segunda mitad de 1944, los alemanes tuvieron que retirarse de Bélgica a toda mecha, pero se llevaron a la familia real con ellos y los fueron internando en campos de prisioneros hasta que los estadounidenses los liberaron el 7 de mayo de 1945.
El cabreo en Bélgica con Leopoldo III era considerable. Hubo una comisión de investigación que concluyó que no había habido traición por parte del rey al rendir el ejército y seguir en Laeken, porque tampoco se encontraron indicios claro de que hubiera colaborado con los nazis de ninguna manera, aunque sí es cierto que mantuvo una entrevista con Hitler, de la que no se sacó nada en claro. Leopoldo III no pudo volver a Bélgica hasta 1950 y, de momento, se quedó con su familia en Suiza, mientras el gobierno belga declaraba que el rey tenía una imposibilidad manifiesta de reinar y su hermano Carlos le reemplazaba como regente en sus funciones.
En general, los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial fueron muy malos para las monarquías europeas: cayeron todas las que tuvieron la desgracia de quedarse en el lado oriental del Telón de Acero. Así, Hungría, Yugoslavia, Rumanía y Bulgaria pasaron a ser repúblicas populares, y Grecia se salvó por los pelos y de aquella manera. Incluso en la zona occidental, Italia pasó a ser república en 1946 tras un referéndum que resultó negativo para la monarquía, con lo que Humberto II, que por cierto estaba casado con la hermana de Leopoldo III, tuvo que emigrar del país.
También en Bélgica hubo un referéndum, pero éste lo ganó Leopoldo III con un 57% de los votos, que no es ninguna mayoría aplastante. Curiosamente, la consiguió sobre todo en Flandes, mientras que en Valonia más bien perdió. El caso es que Leopoldo III pudo volver a Bélgica, pero aquello no había por dónde cogerlo y los disturbios contra su regia persona se sucedían. Así las cosas, Leopoldo III decidió abdicar en su hijo Balduino en cuanto éste alcanzó una edad razonable. El emérito (no, tampoco Leopoldo III renunció a su título de rey) siguió en Laeken algún tiempo, hasta que Balduino I se casó con Fabiola, momento en el cual se retiró a la campiña con su familia a seguir con sus aficiones, que no eran el montañismo, como su padre, sino los estudios sociológicos, muchísimos menos peligrosos. En esas condiciones, llevó una vida de jubilado hasta que falleció en 1983. Desde el principio quedó claro que los hijos que hubo de sus segundo matrimonio no tendrían derechos sucesorios.
Parecía que la monarquía en Bélgica había salvado el punto de partido posterior a la Segunda Guerra Mundial y que de entonces en adelante ya no le esperaban grandes sobresaltos. Pero no. Qué nos habíamos creído...