lunes, 31 de enero de 2022

Gembloux

Ahora que hay días de todo lo divino y, lo que es peor, de todo lo humano, el 31 de enero es el Día de los Tercios ¿Y por qué el 31 de enero? Pues porque el 31 de enero, pero de 1578, hace exactamente hoy 444 años, tuvo lugar la batalla de Gembloux, en la que los tercios españoles, y de otros lugares de la Monarquía Hispánica, se enfrentaron a un nutrido ejército levantado por los Estados Generales de Borgoña, que venían con muy malas intenciones, pero escasa pericia, a expulsarles del oriente de lo que hoy es Bélgica, que era por donde se aproximaban los tercios hacia Bruselas.

La cosa venía de antiguo. Supongo al lector familiarizado con la rebelión flamenca de 1568, y de cómo el duque de Alba ejecutó una solución militar con mucho éxito... militar. El rey Felipe II se convenció de que quizá había que llevar a cabo una política más comprensiva, y sustituyó al duque por Luis de Requesens, que era amigo personal suyo, porque se habían criado juntos, y que era una excelente mezcla de diplomático y militar, que se había distinguido en las Alpujarras y Lepanto. La cosa no salió bien, porque la situación estaba demasiado enrarecida y porque las tropas españolas empezaron a ser objeto de emboscadas (y no sólo por parte de los protestantes, sino también de los católicos), lo cual, junto con la crónica falta de pagas y una de las bancarrotas españolas, les llevó a cosas como el saco de Amberes, que la leyenda negra ha contribuido a que todos creamos que la culpa exclusiva era de las tropas españolas, sin que se diga muy alto (ni muy bajo) todas las guarradas que las autoridades amberinas habían perpetrado contra los españoles antes del saqueo. Pero de eso ya tocará escribir en otra ocasión.

Y por un tercer factor, que era la pésima salud del gobernador, ya desde hacía tiempo, que le llevó a la tumba, a los cuarenta y siete años, en marzo de 1576. La interinidad en que quedaron los intereses españoles no benefició nada a su posición, hasta que el rey nombró gobernador general a un peso pesadísimo de entre quienes tenía a su disposición: nada menos que a su hermanastro, el de la foto, don Juan de Austria, el vencedor de las Alpujarras y de Lepanto, donde ya se había encontrado, obviamente, con su antecesor Luis de Requesens.

Desde el punto de vista de quien conoce la historia posterior, nada más fácil que decir que don Juan de Austria pecó de pardillo (también es cierto que estaba a punto de cumplir treinta años). Para pacificar los ánimos, consintió en que los tercios salieran de aquel avispero, pero lo que consiguió fue que los Estados Generales se declararan en abierta rebelión, habida cuenta de que el gobernador carecía de tropas con las que hacerse respetar. Don Juan de Austria vio que la cosa se ponía chunga, y se replegó a las zonas que le eran leales, Luxemburgo y Namur; desde allí esperó el retorno de los tercios, que efectivamente empezaron a movilizarse de vuelta, encabezados por un general que no tardaría en hacerse conocido, Alejandro Farnesio, que por cierto era sobrino suyo, además de compañero de estudios. Como paso preliminar para la ofensiva, el ejército hispánico se acantonó en Namur.

Los Estados Generales levantaron un ejército numeroso, de veinticinco mil soldados, con un gran contingente de mercenarios, y lo lanzaron contra los tercios. El encuentro se dio en ¿Gembloux?

Pues no está claro del todo. Sí que está claro el transcurso de la batalla, que fue una victoria por goleada de las tropas españolas. Una avanzadilla española que había ido de inspección trabó contacto con el enemigo. Cuando el jefe de la caballería, Octavio de Gonzaga, le ordenó retroceder, de forma quizá un poco brusca, el jefe de las tropas avanzadas dijo cabreado que él era español y no retrocedía, es decir, la bravuconada típica de la época. En lugar de arrestarlo, Alejandro Farnesio dobló la bravuconada, movilizó a la caballería de la que disponía, unos dos mil jinetes, se puso al frente de la misma y resultó que desbarató completamente a la caballería de los Estados Generales, que se puso en fuga y arrasó en la huida a su propia infantería. A partir de ahí, la persecución que se produjo deshizo completamente el ejército de los Estados Generales, muchos de cuyos componentes no tenían muy claro por qué luchaban y estaban incómodos con la presencia de herejes entre sus filas, siendo ellos católicos.

Don Juan de Austria regañó -pero sólo un poquito- a Alejandro Farnesio, por haberse puesto en peligro como soldado, cuando el rey lo había enviado a Flandes como general. Luego los dos enviaron sendas cartas a Felipe II elogiando la actuación del otro.

Los rebeldes se refugiaron en la ciudad de Gembloux, efectivamente, a donde llegó poco después el ejército español, al que no le costó gran cosa tomarla. El resto de la campaña es otro asunto, pero concluyó con el fallecimiento por tifus de don Juan de Austria en octubre del mismo año de 1578, a quien sucedió como gobernador general el propio Alejandro Farnesio, de quien ya hemos hablado alguna vez en esta bitácora como de quien hubiera concluido con la rebelión de los Países Bajos, si no le hubieran obligado a hacer demasiadas cosas con los medios que tenía a su disposición.

La duda, con respecto a esta acción, en la que los tercios consiguieron eliminar un ejército entero sin más que unas pocas decenas de bajas, reside en saber dónde estuvo en realidad el campo de batalla. Parece indudable que fue al sur de Gembloux, pero no hay una idea exacta de dónde fue exactamente. He leído que, en realidad, donde seguramente tuvo lugar fue cerca de un lugar llamado Temploux, que se pronuncia casi igual y que hoy es una pedanía de Namur situada a unos pocos kilómetros de lo que entonces ya era el centro de la ciudad. Parece verosímil que la retirada desordenada del ejército de los Estados Generales les llevase a Gembloux, que está a pie a doce kilómetros totalmente llanos de Temploux, como primera plaza fuerte donde lo que quedaba de la tropa pudiera refugiarse después de los sopapos que se había llevado.

En todo caso, la victoria tuvo una gran resonancia, minó la moral de los Estados Generales y preparó la vuelta de todo el sur de los Países Bajos a la obediencia del Rey de España. No es extraño que su aniversario sea conmemorado como Día de los Tercios.

Pero, ¿qué hacemos aquí, entonces? Nada útil, así que toca desplazarse al teatro de las operaciones y ver qué hay por allí.

Ahora bien, tocará hacerlo otro día, porque hoy se hace tarde.

jueves, 27 de enero de 2022

Españoles

Después de la tira de años de residencia por aquí, que ya me vale, ayer me acerqué al consulado español para inscribirme como transeúnte, porque en estos tiempos todo es provisional y cualquiera sabe uno cuándo va a dejar este país que me da de comer, aunque sea waterzooi y mejillones insípidos con patatas fritas.

En estos tiempos pandémicos, el consulado sólo permite acceder al interior con cita previa, porque no está el horno para bollos ni el consulado para virus. Por fortuna, para inscribirse no es necesario acceder al interior, sino que basta con rellenar un formulario y mandarlo por correo o dejarlo en el buzón. Como no trabajo demasiado lejos del consulado, decidí aprovechar la pausa de la comida para pasear hasta allí, y conformarme con un bocadillo. No diré que el paseo fue agradable, porque el cielo estaba nublado y soplaba un vientecillo helado que molestaba lo suyo, pero tampoco están las cosas como para quejarse demasiado, que hay quien está confinado a cal y canto.

Llegué a la puerta, y no vi claro dónde estaba el buzón donde debía depositar mi formulario, la copia de mi pasaporte y mi fotografía reciente (o no tan reciente, vaya). Mientras meditaba qué hacer, vi que, aparentemente haciendo cola, había cuatro personas con aspecto confuso. Se trataba de una persona que debía ser de mi edad, y tres jóvenes, dos hombres y una mujer, que tenían toda la pinta de ser hijos suyos. Debían haber llamado, porque entonces apareció un portero, o agente de seguridad, no lo sé bien, que les preguntó qué querían.

- Tenemos cita a las once y media - dijo el padre, con un enorme acento extranjero -. Es para hacernos el pasaporte.

No es por nada, pero era la una y cuarto. Con ese concepto de puntualidad, un extranjero con retintín podría pensar que va bien para hacerse español, pero no sé si los organismos públicos pensarán lo mismo.

El portero sacó una lista, y dijo, también en un español con un acento algo mejorable:

- No puede ser. Todos los que tenían cita a las once y media han pasado.

Entonces el padre se puso a hablar con sus hijos en algarabía, que allí no había quien entendiera ni jota, aunque todo eran sonidos aspirados. Tras varias invocaciones, o eso me pareció, finalizó dirigiéndose de nuevo al portero.

- ¡Pero sí que la tenemos!

Siguió una pequeña conversación en francés. Los hijos parecían controlarlo algo, para el portero debía ser su lengua materna, por mucho que descendiera de españoles, y el padre lo chapurreraba con cierta soltura. El portero cortó la conversación con un seco "Montrez-moi le courriel!" y el padre se quedó confuso, como preguntándose qué correo electrónico le estaban pidiendo, así que siguió otra conversación en algarabía con los hijos, hasta que afloró un teléfono móvil y, tras unos cuantos toques de pantalla, lo que debía de ser un correo electrónico de confirmación de la cita.

El correo debía estar en español, porque la conversación siguió en nuestro idioma.

- Aquí pone que está cancelado - repuso el portero, cuando le enseñaron la pantalla.

No sé yo si el vocabulario del padre alcanzaría a conceptos como cancelar, al menos no en castellano. Quizá más en morisco. Los hijos se quedaron mirando, sin decir nada, pero no parece que estuvieran en condiciones de discutir mucho en español. Desde luego, si ya hablaban español con destreza mejorable, lo de leerlo parecía un problema mayor.

- ¿Ve? Lo pone aquí arriba, alguien de ustedes ha debido cancelar la cita. Por cierto que, si quieren hacer un pasaporte, tiene que venir también la madre de los titulares ¿Dónde está?

Poco menos que por señas, nos enteramos de que se había quedado en el coche, probablemente mal aparcado, porque no es la zona más sencilla de Bruselas para encontrar sitio, ni mucho menos.

Tras una conversación más entre la familia morisca en algarabía, y con el portero en español, o algo así, los sarracenos ya se dieron cuenta de que no iba a ser entonces cuando saldrían allí con los hijos convertidos en españoles, y se retiraron mascullando Dios sabrá qué infundios.

Cuando se fueron, le pregunté al portero dónde estaba el buzón, y me señaló una ranura vertical que yo había tomado por una salida de aire. Dejé mi sobre, y me retiré pensando qué tipo de españoles vamos a tener dentro de unos años, como las cosas sigan como parece que van yendo.

miércoles, 12 de enero de 2022

Países Bajos Unidos jamás serán vencidos

El resultado del Congreso de Viena, en lo referente a Bruselas, consistió en unificar los antiguos Países Bajos Austríacos, lo que hoy es, pues, Bélgica y Luxemburgo, con las Provincias Unidas que se habían separado tras la guerra de los Ochenta Años y que se corresponden con lo que siempre hemos conocido, incorrectamente, como Holanda, y hoy debemos llamar Países Bajos, y a sus habitantes neerlandeses. Vamos, que se realizó el proyecto de Carlos V de crear un gran estado que lo uniera todo, excepto que lo que se había comido Francia a finales del siglo XVII ya no lo devolvió, y ciudades como Lila, Thionville o Valenciennes, que eran parte del dominio de los duques de Borgoña, se quedaron en Francia, donde siguen hasta el día de hoy. Eso los franceses deben agradecérselo a la habilidad del príncipe de Talleyrand, que no sé cómo convenció a las demás potencias que Francia no había perdido las guerras napoleónicas (y que él no era, por lo visto, el Ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón), sino que era una víctima más de la revolución, y que debía volver a sus fronteras de 1792, pero sin dar un paso atrás. Sólo le faltó volver a ser obispo de Autun, como efectivamente lo era antes de la revolución.

Bueno, hay otra parte que a Carlos V no le hubiera hecho demasiado tilín, y es que el mandamás de aquel conglomerado de territorios no era un descendiente suyo, sino Guillermo de Orange, descendiente de aquel taciturno que se rebeló contra su hijo y que, por más señas, era calvinista.

Guillermo de Orange -el del retrato- debía ser todo un carácter. Descendía de la familia de lo que en español conocemos como estatúderes, que es una castellanización de la palabra neerlandesa stathouder, que viene a ser jefe del Estado, pero no rey, aunque de hecho el título era hereditario, así que, si no era un rey, se le parecía mucho. Literalmente, es "lugarteniente". Tiene guasa que la primera república en el norte de Europa, la de las Provincias Unidas y rebeldes, hoy sea una monarquía de tomo y lomo, cuando las monarquías no conocen sus mejores tiempos, pero así es la historia.

Guillermo de Orange era hijo de... Guillermo de Orange, que fue el último estatúder, antes de que los ejércitos franceses lo echasen del país y se crease la República Bátava, un estado satélite de Francia. Nuestro Guillermo de Orange hizo lo que pudo por recuperar el poder, incluso en vida de su padre, pero la cosa no salió bien, falto de apoyo. Su padre, cómodamente exiliado en Inglaterra, parecía sensiblemente menos preocupado por volver a desempeñar el cargo de estatúder. La República Bátava terminó cuando Napoleón decidió que las monarquías comenzaban a molar, y puso a su hermano Luis como rey de Holanda (sí, Holanda, nada de Países Bajos ni Provincias Unidas). Tiene aún más guasa que fuese la Revolución Francesa la que acabase con la República de las Provincias Unidas y con su sucesora la República Bátava, para terminar creando una monarquía. Por cierto que finalmente Napoléon consideró que, si una monarquía molaba, su imperio molaba más, y el 1810 anexionó directamente el Reino de Holanda a su imperio. Mientras tanto, el futuro mandamás Guillermo de Orange estaba sometido de mala gana a Napoleón, que consintió en darle algunos territorios alemanes en calidad de vasallo suyo, con tal de que dejase de dar la tabarra con sus pretensiones neerlandesas.

En 1813, el Imperio napoleónico se estaba desmoronando militarmente. En noviembre, tras la batalla de Leipzig y en ausencia de Napoleón, que intentaba desesperadamente reclutar otro ejército para que hubiera otra campaña en 1814, Guillermo desembarcó en Scheveningen y recuperó los Países Bajos en calidad de "príncipe soberano", que ya es una mejora con respecto a "estatúder". Ya puestos, añadió también los países bajos meridionales, Bruselas incluída, aunque la cosa se puso problemática durante los Cien Días y la campaña de Waterloo. Por cierto que, aunque no se sabe mucho por ahí, técnicamente el comandante en jefe de los ejércitos aliados que derrotaron a Napoleón en Waterloo no fue Wellington, sino el hijo de Guillermo (que también se llamaba Guillermo). Eso sí, técnicamente.

Tras la definitiva derrota de Napoléon, que ya dejó de molestar por Europa para siempre, el Congreso de Viena confirmó a Guillermo de Orange como rey del Reino Unido de los Países Bajos. Además, cambió sus estados de Nassau por el Gran Ducado de Luxemburgo, con lo que el estado que se formó era de un tamaño considerable. Los aliados lo concebían, más que probablemente, como el típico estado-tapón para que Francia no volviera a desmandarse en algún tiempo.

Si Guillermo I hubiera sido listo y hubiera aprendido las lecciones de la historia, seguro que se hubiera podido consolidar como rey de todo eso. De momento, un paso en la buena dirección fue elevar a Bruselas al rango de co-capital, junto con La Haya, lo cual, después de unos años como mera cabeza de departamento francés, indudablemente era una mejora.

Otras cosas no lo eran tanto. Una de ellas era la representación parlamentaria, consistente en dar el mismo número de representantes al norte y al sur, cosa que tendría sentido... si no fuese porque el norte tenía dos millones de habitantes y el sur tres y medio, lo que comprensiblemente cabreaba al sur. Lo cierto es que, para lo que servía el parlamento en el entramado constitucional de aquel país, tanto daba tener el parlamento entero. Si Guillermo I no era monarca absoluto, le faltaba bastante poco para serlo: era jefe de gobierno y de todo, y el parlamento se limitaba a estar de acuerdo con él. Ni con Franco, tú.

Además de mandamás muy mandamás, Guillermo I era calvinista. Eso era pasable en el norte, en el que el número de protestantes era ligeramente superior al de católicos, pero es que en el sur, directamente, todos eran católicos, pero todos, salvo los muy revolucionarios, lo cual indica que en el conjunto del país los católicos ganaban por goleada, excepto en el puesto de jefe del Estado, desempeñado por un calvinista convencido y bastante comecuras, que estuvo fastidiando a los católicos más católicos todo lo que pudo permitirse.

Y luego estaba la cuestión lingüística. Hoy es un problema enorme en la Bélgica actual, y es el motivo de situaciones incluso ridículas, sobre todo en Bruselas, oficialmente bilingüe y francófona hasta la exageración, mientras que en Flandes el francés da repelús y en Valonia no encontraremos a nadie que hable flamenco medianamente bien. Entonces, sí, también era un problemón. No sé si habéis tenido contacto con francófonos en vuestra vida, especialmente si son franceses, pero los belgas también sirven. Si lo habéis tenido, sabréis que son la mar de pejigueros con su lengua, que consideran el no va más de la elegancia y el puturrudefuá, y en consecuencia muchos de ellos renuncian a expresarse en cualquier otra cosa, y no comprenden (genuinamente no comprenden) cómo el resto del mundo no reconoce su superioridad lingüística e impone el francés (aunque, ¡ay!, lo hablen a nivel inferior) como lengua culta -e inculta- en todo el universo mundo.

Pues el francés era una lengua minoritaria en el Reino Unido de los Países Bajos. Y en aquel entonces las cosas no son como hoy, en que el francés pierde posiciones en el mundo a ojos vistas, por más dinero que meta la Alliance Française en fomentar un idioma que retrocede sin remedio. No. Entonces el francés era la lengua de la cultura, la ciencia, la diplomacia, la filosofía y de todo lo que valía la pena, mientras que el flamenco-neerlandés era una lengua de paletos, al menos a los ojos de los francófonos.

El conflicto lingüístico iba a ser una vez más el detonante del siguiente rifirrafe, que veremos en la próxima entrada, porque hoy se hace tarde.



martes, 4 de enero de 2022

Redes sociales vecinales

En una de las últimas entradas decía que las redes sociales vecinales tienen sus ventajas, como saber lo que hacen los demás, cuando, pongamos por caso, los chicos de la recogida de basuras, Alá sea loado (porque todos se llaman Ahmed, Mohamed, Abdul y nombres así, pero la Navidad la celebran, o al menos recogen pasta con ese pretexto), se acercan a sablear al vecindario. Luego también hay otras cosas.

Uccle, para qué negarlo, es un lugar al que hay que darle de comer aparte. Hace unos años, creo que ya lo he escrito en algún sitio, se planteó la posibilidad de que el metro de Bruselas llegara al municipio. Sometida la cuestión a votación popular, el resultado fue negativo, y las malas lenguas que el pretexto no era tanto la incomodidad de las obras (que era la razón oficial), sino evitar que la chusma apareciera por el municipio, porque para llegar aquí hay que proponérselo y, si es posible, tener coche o estar en muy buena forma. Y, efectivamente, apenas hay moros ni negros y los que hay seguro que tienen el riñón aceptablemente bien cubierto; el problema es que ahora la gente protesta porque no hay manera de salir de aquí y se forman unos atascos del quince en las pocas y estrechas vías de comunicación (por llamarlas de alguna manera) que unen, o así, Uccle con el resto del mundo, por ejemplo con Bruselas. Andando o en bicicleta se llega antes, doy fe de ello.

Y, claro, unos tipos capaces de votar que no a que el metro llegue cerca de tu casa, con tal de que no llegue la chusma a sus inmediaciones, pues habrá que decir que son un poquito particulares.

Es más, hay suficiente chusma en el mundo para repartir con cualquier grupo social diferente, incluyendo los votantes de que el metro no llegue a Uccle. Por cierto que ésos son los mismos que luego se quejan porque el metro no llega a Uccle y están aislados, ahora que han pasado cuarenta años desde la votación, se han hecho mayores y ya no pueden conducir.

El caso es que no todo el mundo en Uccle es blanco, europeo y tiene el bolsillo lleno. Y eso crea alarma en las redes sociales:

"El otro día un hombre encapuchado entró en mi jardín y estaba mirando por la ventana ¡Estuve a punto de llamar a la policía!"

"Están ocupando la casa abandonada de la calle del Suspiro Verde. La policía los desaloja, pero luego vuelven enseguida que les ponen en libertad a continuar ocupando. Tenemos un sistema lamentable."

Poco después, empiezan los lamentos: "¡Han entrado en mi casa! No echo nada en falta, pero está todo desordenado."

"Seguro que buscaban sólo dinero y joyas ¡Pero cómo lo dejan todo!"

Luego uno ve que todos los sitios en los que han entrado dan al mismo jardín interior, desde el que evidentemente los maleantes van escogiendo las casas a las que entran. En todo caso, eso no tranquiliza las cosas.

"No entiendo cómo la policía no refuerza este barrio ¡Voy a quejarme!"

No estaría mal, claro, que la policía reforzara el barrio, pero me da en la nariz que tienen cosas más urgentes que hacer reprimiendo a los manifestantes anti-vacunas y anti-medidas contra el COVID que últimamente pululan por Bruselas sin mascarilla y sin encomendarse a Dios ni al diablo.

En fin, que el vecindario que accede a las redes sociales, y que es activo (y beligerante) en las mismas, tiene un perfil muy particular. No necesariamente son belgas, porque esto está trufado de guiris, qué voy a decir yo, pero sí que se puede decir que son blancos prácticamente sin excepción, de edad relativamente avanzada o, si no son tan mayores, entonces son siempre o casi siempre de sexo femenino, y suelen tener algo de tiempo libre y, con total seguridad, los suficientes posibles como para vivir por aquí, que no es barato.

Pero está bien que dejen esos mensajes, porque no todos son de quejas por los intentos de robo (aunque yo diría que algún mensaje lo ha podido dejar un bot del equivalente belga de Securitas), sino que también se ofrece ayuda o se piden favores, y eso tiene su encanto. En realidad, no pocas de las ofertas de ayuda, en realidad, son ofertas de empleo, como la que ofrece clases de yoga en su casa, pero gratis no son. Yo no entiendo nada de yoga, ni de yoga con apellidos, pero los que quieran estirar el cuerpo deberían hacer más bien pilates gimnasia, que no tiene nada que ver con dioses hindúes ni aberraciones varias. Pero, eh, en Uccle hay vecinas que ofrecen cursos de eso, sin encomendarse a Dios (a Ése desde luego que no) ni al diablo (o eso espero, al menos).

En fin, que yo sigo de observador, al menos de momento, a la espera de intervenir no sé muy bien en calidad de qué, porque la verdad es que me puse el perfil en neerlandés, y todavía tengo que leer un mensaje en ese idioma. Todo quisqui se expresa en francés y, cuando perciben que hay algún elemento guiri, se pasan al inglés, como ser guiri y dominar el inglés fuera la misma cosa. 

Entretanto, se me ha hecho tarde, y no es plan de seguir elucubrando sobre cómo arreglar el mundo, o al menos el municipio que me aloja. Así que voy a esperar a próximos anuncios en redes sociales, que ya digo que están calentitas.

domingo, 2 de enero de 2022

Un día u otro tenía que ser

Algunos estábamos pensando que el año 2022 que acabamos de empezar lo tenía fácil para mejorar la calamidad de 2021 que nos ha tocado sufrir. O, al revés, que lo tenía difícil para superar las desdichas que han sucedido en 2021. En mi caso personal, 2022 se está empleando a fondo desde el principio, como bien muestra la foto que ilustra esta entrada y que corresponde al estado en que he amanecido tal día como hoy.

Supongo que a fuerza de haber esquivado al bicho a lo largo del último del año y medio largo, y de llevar la pauta de vacunación escrupulosamente al día (no, en esta bitácora no hay negacionismo, y menos negacionismo proselitista), uno termina por pensar que el virus es algo que les pasa a los otros. Es muy humano, ¿no? Adolescentemente humano. Las desgracias que vamos esquivando "es algo que les pasa a los demás", y eso vale para los virus, para las sobredosis, las vomitonas, los divorcios y las causas penales... hasta que nos pasa a nosotros, que pensábamos que controlábamos. Creo que nunca olvidaré mi primera clase de Derecho Penal, en que el profesor (que no parecía un profesor, porque iba desaliñado, era barbudo, calvo, gordo y con coleta... pero era un buen profesor) comenzó su exposición diciendo que todos pensábamos que el Derecho Penal es algo que les sucede a los demás, pero que debíamos comenzar a considerarlo como algo que nos puede suceder a nosotros mismos. Y es cierto que la perspectiva cambia por completo ¿A que sí?

En fin, que me ha tocado el virus, y me ha tocado en uno de los peores momentos posibles. Pudiéndome tocar en período laboral, con lo que simplemente me quedaría en casa teletrabajando, y nadie saldría perjudicado, me ha tocado en plenas vacaciones. Las televacaciones no se han inventado y, si lo han hecho, ni se me ha informado ni creo que sea satisfactorio. Y, por si fuera poco, me ha tocado confinarme unos días no en Uccle, lloviendo y a cinco grados de máxima, sino en Valencia, con veinte grados, sol y rechinando los dientes mientras miro por la ventana.

Por otra parte, parece que el virus ataca a los vacunados. Lo confirmo. Confirmo también que, a suponer que la variante que me ha tocado sea la famosa omicrón, muy asesina no es, al menos no en mi multivacunado caso. Lejos de llevarme a la UCI, ni siquiera tengo fiebre y mis síntomas se reducen al moqueo rinítico de toda la vida, con algo de tos y un pequeño dolor de cabeza, que ya ni tengo. No llega ni a una gripe clásica y, en condiciones normales, ni siquiera me hubiera molestado en preocuparme; de hecho, lo he estado atribuyendo un par de días a un resfriado por salir una tarde sin abrigo. Que los inviernos valencianos son muy traicioneros, aunque la temperatura no baje de diez grados. El caso es que, por una especie de quitarme la mosca de detrás de la oreja, he bajado a la farmacia de guardia, me he hecho con una prueba de antígenos, y el resultado queda fotografiado arriba.

Como siempre que viene una desdicha, toca ver las ventajas que alberga. En este caso, tan lejos como ayer expresaba mi intención de llegar a las setenta entradas en este año, y ya se echa de ver que, gracias a la inestimable ayuda del virus, voy por buen camino para materializar dicho objetivo.

sábado, 1 de enero de 2022

2022

Creo que es la primera vez en los años que lleva esta bitácora que escribo una entrada el 1 de enero. A lo mejor lo hice alguna vez durante los primeros años, pero no estoy muy seguro, y la verdad es que me da un poco de pereza comprobarlo.

De momento, quería desear feliz año nuevo a los lectores que queden. Parece que queda alguno, menos de los que hubo en su día, pero tampoco es cosa de reprocharlo, porque el número de lectores suele ir parejo con la frecuencia de publicación, y lo cierto es que hace ya varios años en que el ritmo es bastante bajo, a pesar de una relativa recuperación en los últimos meses. A ver si la cosa mejora.

Sí que me gustaría hacer buenos propósitos, que es lo que toca en días como el de hoy. Podría decir que un buen propósito sería publicar más, pero quizá acabara publicando cualquier cosa sin sentido, y no es cuestión, así que me voy a conformar con enumerar un par de cosas que me gustaría hacer.

En primer lugar, creo que ya va siendo hora de terminar la serie sobre mandamases de Bruselas, que ya se está prolongando demasiado. Queda poco para terminarla, porque sólo queda el período que transcurre entre 1815 y la actualidad, pero es que la serie empezó en marzo de 2020, como la propia pandemia, y ya va durando demasiado. No creáis, estoy aprendiendo yo mismo un montón con ella.

Sería chulo llegar, si Dios me concede llegar hasta 2023, a las mil quinientas entradas desde el inicio de la bitácora para cuando se termine este año que hoy empieza. Eso significa que debería incrementar algo el parsimonioso ritmo de los últimos tiempos, pero tampoco tanto: faltan ahora mismo setenta entradas para llegar a esa cifra. Nada que no se pueda alcanzar dándole a la tecla con una frecuencia asequible.

También querría continuar la serie sobre los viajes por estos andurriales. Claro, eso sería excelente porque significaría que sería posible hacer viajes por aquí (cualquiera intenta ahora meterse en lo que siempre se ha llamado Holanda, donde están confinados a cal y canto), y eso implicaría que la pandemia, al menos, habría perdido peligro. Pero claro, es que esa serie daría pie para aprender muchas cosas sobre historia y cuestiones de esta bendita región del mundo, y digo yo que hasta el lector más despistado se habrá dado cuenta de que al autor de estas líneas le encanta la historia.

Eh, y también me gustaría ordenar un poco todo esto. Hubo un tiempo en que perdí la costumbre de poner etiquetas (bueno, directamente perdí la costumbre de publicar), y yo, en general, no soy un tipo descuidado, así que debería hacer honor a esta condición y pulir un poco cómo están organizadas las cosas por aquí.

Finalmente, esto no estaría completo si no me metiera en algún berenjenal, como tantas veces he hecho antaño, con opiniones alejadas del sentir general. De hecho, creo que está llegando el momento de comenzar el año pisando charcos, con lo que la pregunta es: En materia de felicitaciones, ¿felicitáis la Navidad o el Año Nuevo, o qué hacéis? Hasta ahora, podías felicitar a todo quisqui como quisieras sin temor a represalias, pero todo indica que eso está cambiando en la Europa de 2022.

Pero esto toca para otro momento. Ahora toca comida de Año Nuevo, y se me está haciendo tarde. Como siempre.