Tampoco coló con los franceses, a quien María Teresa insinuó que, si se reconquistaba Silesia con su ayuda, podría ceder esos territorios, pero Luis XV debía estar a otras cosas, no debió entender bien las insinuaciones, y lo de meterse con Federico el Grande y el ejército prusiano se lo debió dejar a quienes le sucedieran en el gobierno francés. Ya se sabe: después de él, el diluvio.
El penúltimo representante de esta saga fue José II, el de la foto, que por lo menos sí que visitó Bruselas, con lo que la ciudad pudo alojar a uno de sus mandamases por primera vez desde Felipe II. Eso sí, la actual Bélgica fue la última parte de sus dominios que visitó José II, un monarca que viajó muchísimo por toda Europa y que, por fin, llegó a Bruselas, donde, en el poco tiempo que estuvo, desempeñó una actividad frenética.
Sin embargo, resulta que estos tres pollos, para quienes Bruselas y lo que hoy es Bélgica no era sino un territorio secundario, tienen calle en Bruselas. Es verdad que la de Carlos VI y la de María Teresa son calles pequeñajas en el municipio de Saint Joost ten Noode, pero la de José II es una señora calle en el barrio europeo que termina en los edificios principales de la Comisión. Y, si la pregunta es si hay alguna calle dedicada a Felipe II, Felipe IV, Carlos II o Felipe V, que sí se curraron la protección de los Países Bajos, aunque no los visitaran, la respuesta es que no. Tiene calle Carlos V, I de España, pero sólo porque no cuenta como guiri y nació por estas tierras. Tiene guasa que tenga calle nada menos que Guillermo el Taciturno, artífice principal de la destrucción del ducado de Borgoña, y no la tenga Felipe II.
El dominio austríaco en la zona comienza en 1715, cuando se retira el ejército de ocupación holandés (que, sin embargo, dejó algunas guarniciones de seguridad), y empieza a tambalearse con las reformas de José II y el cabreo general subsiguiente. En 1790, año en que falleció José II, las cosas estaban revueltas en los Países Bajos Austríacos e, incidentalmente, desde el año anterior las cosas estaban todavía más revueltas en la vecina Francia. Aquello no podía terminar bien.
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